Psychosocial

Chokehold

Prefacio


Estúpido es vivir cuando la vida se convierte un tormento;
y, además, tenemos la receta para morir
cuando la muerte es nuestro médico.

William Shakespeare ~ Otelo


Algo en su mirar me dijo que no era exactamente un enfermo. Tampoco sabía, con exactitud, que habría hecho para que el yaciera en este cuarto, solo., como muchas veces dijo que estaba. Solo. Sin compañía. Abandonado.

Permanecía acurrucado en una esquina, tiritando, esquizofrénicamente, balbuceando monosílabos, palabras incoherentes, pensamientos inertes. Tal vez sabía que estaba a escasos centímetros, o quizás sus ojos miraban otra perspectiva de este mundo. Sea lo que fuese, él no era una mente enferma, no podía serlo. No tenía como.

Cualquier paso en falso, podría, hasta, quitarme la vida.

No era una probabilidad, si no un riesgo.

Avancé un paso más, esperando una reacción más de él, aparte de privar y balbucear incoherencias.

Nada.

Siguió tiritando y susurrando extrañezas. Esto era, peor de lo que pensaba. Él no andaba bien. No era un gran actor como creí. Ni tampoco un buen actor. Ni siquiera podría actuar.

Era un enfermo.

Me rendí, quizás Rosalie tenía razón, era demasiado pronto para dar el gran paso. Desilusionada, abatida, decidí mejor dejarlo ir, hoy no sería el día y quizás otra semana, otro día, me alumbre para poder dar el gran paso.

Pero la que cayó en ese instante fui yo.

La jeringa que sostenía en mis manos reboto a un rincón de la habitación, salpicando un poco del somnífero en el proceso.

Él gruñía, gruñía con toda la rabia y la impotencia en ese momento, me sujetaba con fuerza mediante sus manos frías, traté de salir de su redecilla pero me era imposible, más aún cuando el tenía el doble de fuerza que yo.

Mi último intento era atrapar la jeringa del otro lado de la habitación. Intenté abrir mis brazo, pero no sirvió de nada, el entendió de inmediato mi supuesta salvación, ya que solo basto que alargase la mano y rozarla punta de dicho aparato, inerte en el suelo.

Intente llegar, pero el la tomo con un rápido movimiento.

— Lo siento — Se disculpo, mientras sentía clavar el fino metal en mi vena.

— N-no — Murmuré, cerrando mis parpados.

— Lo siento, lo siento — Repitió, balbuceando rápido.