Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.

Escribí esto basándome en una anécdota anónima que encontré por internet en una página de confesiones, por lo tanto, la idea o vivencia tampoco me pertenece. Solo necesitaba sacarlo de mi sistema de alguna forma.


Cuidado con el chicle

Se había preparado arduamente para ese día. No era tan difícil, solo tenía que concentrarse en inspirar y expirar acompasadamente hasta que dejase de hiperventilar.

Después de semanas admirando a esa bonita chica pelirroja subir al mismo autobús que él, cada día en la misma parada, Jou estaba listo para hablarle, o al menos quería creer que lo estaba. Ella aguardaba un par de asientos más atrás, ajena a la ansiedad y temor de aquel extraño que la añoraba en secreto.

Pero se mentía. No estaba listo. Le sudaban las manos y temblaba como una hoja. En esas condiciones estaba seguro de que si se levantaba se desmayaría o tropezaría. De las dos formas solo conseguiría ponerse en ridículo, algo para lo que poseía una tendencia vergonzosa y que desde luego no necesitaba hacer antes de tiempo. La primera impresión podía ser crucial.

Por eso la idea sugerida por uno de sus amigos cobró fuerza en ese momento.

Primero se quitó el chicle que había estado masticando con disimulo para mantener su aliento fresco y lo puso en su envoltorio para guardárselo en el bolsillo y arrojarlo a un basurero más tarde. A continuación, sacó un trozo de papel de un cuaderno y anotó allí su nombre y número telefónico.

Se lo daría a la chica con la esperanza de que ella, curiosa por lo que podría querer, lo llamara.

Existía una posibilidad. Remota, pero posibilidad, al fin y al cabo.

Él se bajaba primero, así que esperó pacientemente a que llegara su parada y, antes de descender del vehículo, se detuvo a su lado.

—Disculpa… —susurró con timidez, hurgando en el bolsillo de su pantalón para sacar el papel con sus datos que él mismo había convertido en bolita y guardado allí minutos atrás.

La chica se volvió a verlo de inmediato y lo observó interrogante.

—Esto… —Por más que planeó meticulosamente lo que le diría, al verse frente a ella la vergüenza le trabó la lengua y solo fue capaz de extenderle el papelito y, una vez que lo tomó, apresurarse hacia la parte final del autobús y bajarse tan rápido, que por poco aterrizó de cara contra al asfalto.

Por fortuna lo hizo sobre sus pies, porque de lo contrario hubiera sido un golpe bastante feo.

¡Lo había hecho! ¡Le había entregado el papel!

Lo que otro podía ver como un pequeño paso, era para él un avance.

Pero poco le duró su momento de triunfo cuando, al llevarse la mano al bolsillo en busca del chicle, extrajo de su interior el mensaje que había escrito.

Su cerebro tardó milésimas de segundos en hacer la conexión.

Si él tenía ese papel en sus manos, la chica…

¡No!

Se llevó ambas manos a la cabeza, entre incrédulo y desesperado, no sabiendo si reír o llorar.

No podía ser tan torpe. O sea, podía. Dieciocho años de vida se lo habían demostrado con creces, pero sospechaba seriamente que acababa de evolucionar a un nuevo nivel.

¿Es que acaso lo llevaría en su ADN?

Su cerebro debía tener la siguiente regla impresa: Meter la pata cada cinco respiraciones es de vital importancia.

Suspiró. Ya nada podía hacer.

Mañana sería otro día.

Mañana… tendría que verla de nuevo. ¿Con qué cara? Esperaba descubrirlo durante la noche.