¿Cuantos años habían pasado desde la ultima vez que Amy y Rory se encontraron con el doctor? Tras aquella cena de navidad, que la caja azul y brillante del doctor no había vuelto a aparecer destrozando su patio trasero, o irrumpiendo en mitad del salón cuando tomaban te. Siete años, seis años sin aventuras, siete años sin pelear contra alguna amenaza alienigena que quisiera acabar con el mundo. Siete años de vida plenamente humana. Llenaban las horas de trabajo, de fiestas con aquellos a los que ahora consideraban sus amigos, llenaban su vida con crear una familia, con saborear aquello que sus padres decían era la vida de casados.
Y es que la familia Williams, aunque cariñosamente entre ellos seguían usando el apellido Pond, era feliz. Rory, siguió formándose, tras todo lo vivido había vuelto a recobrar su sueños y esperanzas y con esfuerzo había conseguido pasar de ser Rory, a el doctor Williams. Amelia, se limito a seguir adelante, pero es que no podía hacer mucho más. Había pasado por tantas cosas en tan poco tiempo. Había creado amigos imaginarios, viajado con el a cualquier lugar que se le antojara, se había casado con un hombre que la había esperado doscientos años y había tenido una hija. Melody Pond.
Poco después del primer año sin doctor, Amy se quedo embarazada. Aunque al principio los dos se tomaron esta noticia con algo de temor, finalmente se dieron cuenta de que esta era la señal de que todo había vuelto a la normalidad. Una niña, les dijo la doctora Simons en una de sus visitas. La pequeña Emily Williams, nació una fría tarde de Noviembre, una niña de ojos enormes y el cabello pelirrojo como su madre. Una niña que hizo llorar de nuevo a su padre, y reír maravillada a su madre.
La habitación de Emily era azul. Azul con baldosas blancas, con una enorme cabina de policía azul sobre la mesita de noche, velando por sus sueños. Una habitación enorme, sin fisura en la pared y con un montón de muñecas y peluches. A medida que pasaron los años, los juguetes cambiaron, las muñecas se rompieron, nacieron nuevas modas y los gustos de la niña cambiaron. Pero aquella cabina de policía siempre permaneció sobre la mesita. Al igual que el tono azul de la pared.
Todas las noches sin falta, Rory Williams arropaba a su hija, le daba un beso en la frente y le contaba un cuento. Tenia tan solo seis años, pero parecía comprender a la perfección todos los relatos fantásticos que su padre le contaba. Su padre tenia un arsenal de cuentos inmenso. Pero todos ellos tenían algo en común, un doctor mágico que se dedicaba a narrar sus cuentos. Era el doctor quien cuidaba de los personajes, era el doctor andrajoso quien recopilaba aquellas historias en el interior de su pajarita. Su favorito era un sobre un centurión, un centurión que debía proteger una enorme y pesada caja, cuando esta se abrió dos mil años después, de ella salió una bella princesa que con un beso, le devolvió la vida al centurión. Aquella noche no era diferente, y tras contarle de nuevo la historia del centurión y la princesa, beso la frente de Emily, apagó la luz y se levanto de donde estaba. Pero aquella noche no era como de costumbre.
–Papa... -Dijo la voz infantil y dulce de Emily Williams-.
–Rory abrió de nuevo la luz- ¿Que sucede cielo? ¿Quieres que te cuente otro cuento?
–La niña negó con la cabeza- ¿Tu crees que ese mágico doctor existe?
–Claro que existe, hace mucho tiempo ese doctor era amigo de tu padre!
–Que mentiroso! -Rory esbozo también una sonrisa- ¿Crees que algún día me llevara a vivir aventuras?
–Seguro que si... Hace mucho tiempo que el viejo doctor no viene a visitarnos. Pero algun día debe volver ¿No? -La niña asintió- Entonces le pediremos que te lleve a donde tu quieras...
–Yo quiero conocer al centurión papa!
–Lo conocerás, algún día cuando el doctor vuelta...
Tras esto, Emily Williams cerro los ojos, su padre volvió a besar su frente, apago la luz y cerro la puerta tras abandonar la habitación. Y es que, aunque Amy Pond había empezado a perder la confianza, Rory Williams seguía esperando.
