La historia comienza cuando dos personas que ni soñaban con conocerse, terminan encontrándose. En el instante menos esperado, pero en el momento indicado.

-Anónimo.


Para escribir mi nombre en tu corazón


Y dice así:

La primera vez que sucede, es un accidente. De verdad que lo es (aunque él sospecha que Kono no estaría de acuerdo, ella ni siquiera estuvo allí para poder opinar). Lo cierto es que no hay premeditación de ningún tipo cuando él sale de su casa. Sí, quizá, una vaga idea zumbando en el fondo de su mente se torna material, pero eso es todo.

No es del todo altruista, Danny está sintiéndose nostálgico después de un largo día de trabajo lleno de rencores familiares, sangre derramada en un campo de fútbol y un recuento de horas sobre los días que le faltan para ver a Grace volar lejos de su vida. Por encima de todo está agradecido, más allá de lo que las palabras pueden expresar con la claridad con las que las emociones vibran, con su compañero. Steve le ayudó con los problemas más recientes de la custodia de su hija y lo hizo hablando con la gobernadora de Hawái de todas las personas para ello —lo que, por un lado, es terriblemente manipulador y muy por encima de la línea de lo que Danny debería permitir, pero por otro se siente extraordinariamente significativo— y quiere reconocérselo.

No hace mucho que se conocen entre sí, apenas unos números continuados en el calendario, pero hay algo intenso y poderoso en la órbita de Steve y pareciera que con cada acción, está dando un paso más hacia él. Aún cuando Danny quiere alejarse.

Especialmente cuando quiere alejarse.

Piensa que unas cervezas frías y una pizza serán mejor agradecimiento que un incómodo apretón de manos, aunque lo primero no sea tan espontáneo como lo segundo. También espera que su compañía sea bienvenida porque la idea de Steve viviendo en su casa llena de fantasmas hace que algo duela muy en el interior de su alma y quiere creer que puede ayudar a que algunas sombras desaparezcan de sus ojos.

Los nudillos son suaves contra la puerta.

—¿Por qué golpeas? —pregunta Steve, cuando abre. Su mirada está llena de brusca, inesperada sospecha.

Es curiosa, esa reacción.

—Creí que te molestaba que entrase sin tocar —responde Danny, porque está de buen humor para hacer concesiones y sabe que para alguien tan ordenado como Steve, su mera presencia es irrupción. Levanta el paquete de cervezas en mímica de saludo—. ¿Estás ocupado?

Se sientan en el sofá, después de comer, con las piernas apoyadas en la mesita pequeña.

Steve no tiene fotos en sus paredes —ni retratos familiares ni el más pequeño atisbo de historia familiar— y su ausencia llama más la atención de Danny de lo que debería, pese a que hay otros cuadros muy bonitos dando vueltas.

Es la casa de alguien solitario.

—No tenías que venir, Danny, ¿sabes? —dice Steve, de repente. Su mirada está fija en la boca de la botella y su postura es casualmente relajada.

Lo sé —responde, después de un momento. Cuida sus palabras porque hay algo tácito en su asociación y no quiere arruinarlo: ellos no hablan de eso, pero lo viven—. Pero, por alguna razón, me gusta tu compañía.

Toma un segundo que las palabras tengan sentido, al parecer, pero la sonrisa de respuesta que le da Steve es cegadora, de una forma que es dolorosa y humillante al mismo tiempo.

—¿Terminaste de medir cuánto de tu alma perdiste? —pregunta Steve y parece otra vez relajado—. ¿O se acaba de ir otra parte?

Danny se ríe entre sus dientes y le da un codazo sin intención a lo que Steve hace una mueca de dolor que no lo es. Es agradable, tener a alguien otra vez. Un amigo, casi pareciera.

No está tan solo como pensaba.

Realmente.

Beben la cerveza mientras miran un partido en la televisión. Danny presta atención y se queja cuando es necesario, pero no hay interés real porque no se trata de ningún equipo que apoya y Steve, pese a que no parece ni medianamente entretenido, luce más cómodo de lo que ha estado en todo el tiempo que conoce.

El sonido de la televisión y la respiración tranquila de Steve se tornan un suave arrullo en algún momento, para su absoluta sorpresa, y Danny imagina que, probablemente, la mezcla del cansancio acumulado, el ronroneo del alcohol y la preocupación que se había desplomado de sus hombros después que se arregló lo de la custodia de Grace hacen que sea más fácil soltarse de la conciencia. Se apoya con pesadez contra el sofá, muy cerca de Steve pese a que tiene espacio, y suspira, contenido. No tiene intenciones de quedarse dormido, en realidad.

Cierra los ojos un momento. Y se duerme.

.


.

Danny se despierta primero, porque por supuesto que se despierta primero con el rumor insistente de las olas en el aire.

La oscuridad como una manta a su alrededor lo aturde un poco, primeramente, pero darse cuenta que Steve tiene un brazo alrededor de sus hombros, como si quisiera evitar que se moviese —que se marchase—, es aún más desconcertante y más... interesante. Más allá de eso, su compañero sigue relajado a su lado, con las extensas piernas extendidas en la mesita ratona y la cabeza hacia atrás. Profundamente dormido, en apariencia.

Ellos son amigos, casi. No, son amigos. Y la compañía es agradable, bueno, sí, bastante. Y se siente cálido, de una forma que no tiene nada que ver con la temperatura usual en la isla. Pero-

La última vez que durmió con una persona a su lado fue cuando estaba casado —si bueno, puede que él sea patético— y su cerebro no puede entender por qué rayos Steve está durmiendo a su lado, cuando debió haberlo dejado solo —si no podía despertarlo, eso es— e irse a dormir a su cómoda y reconfortante cama. Danny no está incómodo porque, realmente, su sillón-cama de vuelta en el apartamento deja mucho que desear pero no hay forma en la tierra que Steve estuviera cómodo.

—Estás pensando mucho, Danno —La voz a su derecha suena ronca, espesa por el sueño y Danny siente que sus labios se mueven en una sonrisa, casi contra su voluntad—. Vuelve a dormir.

No se queja que lo llame Danno porque… está medio dormido.

Con seguridad es eso.

—¿Cómo puedes dormir con este ruido, Steven? —pregunta, pese a que hay otras tantas cuestiones en la punta de su lengua que esperan ser respondidas eventualmente—. Déjame levantarme.

—¿Qué ruido?

El brazo de Steve se tensa contra sus hombros y sabe, por supuesto, que acaba de activar el modo SEAL.

Jesús.

Resopla. —Olvídalo.

Las olas parecen retroceder de nuevo y la respiración de Steve es pesada, cerca de su oído. Demasiado cerca, si le preguntasen. Si se moviese un poco, Danny sabe, podría acomodarse en su pecho y hacer la situación aún más extraña y bizarra de lo que ya es.

—Vuelve a dormir. —Insiste Steve. Suena igual de dormido que antes, y es una invitación al mismo tiempo. Tentadora. Ojalá pudiese ver su cara para hacer una combinación con el tono de su voz.

Danny cierra los ojos y suspira, profundo. Las fauces del sueño rondan en su conciencia y sabe que no le va a costar volver a dormir.

Es un problema tuyo, futuro Danny.