Notaba el frío hielo calando sobre la piel, similar a la sensación de tener cuchillas acariciándola, lentamente. De su boca emanaba gemidos de desesperación que se perdían en el aire como humo. ¿Dónde estaba? Estaba perdida y sola, andando descalza por aquel desolado y sombrío lugar desde lo que parecía una eternidad. Arrastraba su cuerpo perdido hacía una salida que no llegaba nunca. Las lágrimas, amenazantes por salir, se congelaban y dejaban senderos de escarcha sobre sus mejillas sonrojadas por el frío.

Solo escuchaba el sonido de sus dientes castañear.

Siempre caminaba, nunca se detenía a pesar de no sentir los pies, a pesar de que no sentía el latir de su corazón ausente. De repente le arrollaba un sueño feroz, de aquellos que no te dejan pensar con claridad. ¿Por qué luchar contra algo que no podía hacer frente? Su caminar, cada vez era más lento. Se paró en seco y cayó de rodillas sobre la nieve.

Sus párpados luchaban en una batalla perdida contra el sueño.

Y por un momento dejó que el Morfeo se apoderara de ella, tendida sobre aquel manto de nieve.

Y en medio de la nada, escuchó su voz.


Se levantó gritando en medio de la noche con la sensación de estar muerta.

El miedo y la desesperación se habían apoderado de su mente. Sus ojos no conseguían ver nada y estaba paralizada entre aquellas sábanas revueltas. Quería llorar y gritar pero no le salían fuerzas para hacerlo. ¿Seguía en aquella pesadilla o estaba despierta? Se llevó la mano al pecho y pudo notar el acelerado latido de su corazón, irradiando vida. La imagen de aquel hombre, de aquel demonio cruzaba sus pensamientos infundiéndole cierta calma.

Escuchó la voz de la anciana Kaede llamándola por su nombre, sintió su cálida y rugosa mano sobre su frente.

Por Kami-sama Rin… esta situación se está volviendo insostenible. Debemos avisar a Sesshomaru.

Escuchar aquel nombre inundó su corazón de dolor y tristeza. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Demasiado para una humana como ella. Se estremeció entre las sábanas y se abrazó a sí misma para intentar apartar un presentimiento se había instalado en el fondo de su corazón desde hacía mucho tiempo y que le atormentaba todas las noches.

El presentimiento de que no iba a volver a ver aquellos impenetrables e inescrutables ojos.


Porque en ciertos momentos del día, cuando Rin se acordaba de Sesshomaru, se distraía a sí misma ayudando en la aldea y a la anciana que tanto quería. Algunas veces atendía a heridos y enfermos, otras veces se encargaba de mediar entre las disputas de los campesinos, y de vez en cuando prestaba su ayuda a Kaede cuando había que exterminar algún demonio cercano. Así funcionaba su día a día, distrayendo su mente para olvidar el amargo recuerdo de aquel demonio.

A veces se preguntaba cuánto tiempo seguiría así, sabía que entre malos sueños y distracciones el tiempo pasaba y nada cambiaba. El vacío en su corazón iba aumentando a medida que pasaban las estaciones, hasta que llegó un momento en el cual sintió la incapacidad de aguantar aquella vida por más tiempo.

Sin él.

La mayoría de noches se preguntaba a sí misma las razones por las cuales la había dejado allí si tenía pensado no regresar. Porque Sesshomaru siempre se iba, pero luego volvía. Esa era una regla que habían creado los dos sin necesidad de palabras dichas desde que se había instalado en la aldea cuando era pequeña. Él se iba, pero luego volvía, y si tardaba más de lo normal en regresar siempre llevaba consigo un regalo para animarla.

¿En qué momento dejó de venir a verla?

¿Cuándo fue la última vez?

¿Sé quedó mirándola jugar mientras ella correteaba y reía por ahí?

Siempre la observaba correr y bailar desde cierta distancia, escrutándola con esa mirada indescifrable. Una vez le dijo: "Ya no eres una niña Rin, y aún así sientes y vives las cosas con el corazón de un niño." Aquella frase la puso molesta por el resto del día. Ella ya no era una niña, sabía que físicamente todavía no se podía comparar a las mujeres y sus curvas prominentes. Todavía. Pero ya no era una niña, y quería que Sesshomaru fuera consciente de ello.

¿Le había dicho a aquel poderoso demonio lo mucho que le quería?

Porque Rin siempre se lo decía, a él y a Jaken, pero ella sabía que cuando se lo decía al señor Sesshomaru las palabras tomaban otras dimensiones. Aun cuando estaba molesta con él, su corazón no le permitía estarlo por mucho rato.

Por eso cuando sus pensamientos vagaban por las diferentes razones de su partida se estremecía al pensar que algo malo le hubiera ocurrido. Como en aquella ocasión cuando sus caminos se encontraron y ella lo encontró muy malherido. Ahora ya no estaba ella a su lado para ayudarle y eso le aterrorizaba. ¿Qué diría Jaken si le escuchara decir estas cosas?

"Deja de ser tan ingenua, el señor Sesshomaru es uno de los demonios más fuertes que existen, nada puede con él, niña molesta."

Con ese tipo de pensamientos creados a partir de sus vívidos recuerdos, algunas veces conseguía conciliar el sueño y no tener pesadillas.


Si había algo que a Sesshomaru le molestara en especial a parte de la estupidez de Jaken, era la estupidez humana en general. A lo largo de los siglos había sido testimonio de lo patética que era su existencia debido a al carácter insignificante de sus vidas, que en comparación con cualquier simple Yokai, carecían de aquello denominado longevidad y poder. Eran seres inferiores a los cuales Sesshoumaru no les prestaba atención ninguna. Nunca logró entender la preocupación de estos seres hacia situaciones mundanas que para él carecían de total importancia como casarse, tener hijos, una buena cosecha o buena salud. Ese tipo de cosas era las que Sesshoumaru no entendía y por ello, despreciaba.

Para un Yokai como él, la vida no era más que una abanico de posibilidades que se abrían ante la grandeza de su linaje. Su padre, el Yokai más poderoso conocido, el Guardián del Viento del Oeste, era una figura demasiado relevante en su mundo como para dejar que él, su primogénito, fuera menos. Lo único capaz de perturbar su sueño durante un milenio era aquella voz en su cabeza que deseaba aquel poder a toda costa. Pero él despreciaba a su padre al igual que despreciaba a los humanos, por qué si había algo que no podría perdonar era la traición a su linaje, aquello que su padre no había siquiera pensado antes de tomar como amante una vulgar humana y emparentarlo a él con un semi demonio como hermano. ¿En qué momento su predecesor, que lo tenía todo ante él, se rebajó para aceptar aquello que los humanos llaman amor?

Por qué son pocos Yokais los que sienten, y los que lo hacen, desencadenan una vulnerabilidad mortal que se paga muy cara.

Durante toda su vida se mantuvo alejado de cualquier tipo de sentimiento que le hiciera débil ante los ojos de los demás, habilidad que aprendió de su madre, Irasue. La cual nunca se enamoró y solo lo tuvo a él como descendiente.

Sabía que lo único que lo desviaba de su camino a la grandeza era una pequeña humana de ojos vivaces. Y su madre lo sabía, se lo había advertido, se lo había dicho aquella vez con voz clara: "Hijo mío, has heredado la extraña conducta de tu padre hacia los humanos, cierta fascinación. No te preocupes, traeré de vuelta a la pequeña del reino de los muertos si con eso puedo verte feliz."

Pero él no sentía fascinación por los humanos.

Por lo único que Shesshoumaru sentía admiración por encima de su propia ambición, era el poder que ejercía sobre él la sonrisa de aquella pequeña. Él, que detestaba la fugaz vida humana. Adoraba todo aquello relacionado con aquel ser, que de manera pura y sin vacilar, había cogido su frío corazón con sus pequeñas manos y lo había inundado de calidez.

Una calidez que se reflejaba en sus ojos cuando la veían correr y reír, pero que nunca se manifestaba más allá. No se podía permitir mostrar nada.

Pero Jaken era demasiado suspicaz y eso le irritaba. Rin crecía a un ritmo vertiginoso y él era cada vez más débil ante ella.

Y él detestaba sentirse débil.

Hasta que un día no pudo más, y decidió no volver. Rompió con aquel vínculo que le hacía regresar siempre que se alejaba de ella.

Alguna que otra vez Jaken lo miraba de reojo preocupado incapaz de descifrar las palabras capaces de aliviar a su amo.

Porque su mirada se había apagado tras aquello y el pequeño brillo había desaparecido.

Y su corazón intentó ocultar aquella herida aparentando una frialdad que hacía tiempo que se había transformado en aguas cálidas y revueltas.