No sabía cómo había terminado acompañando a su padre en una de sus tantas visitas al mercado de la ciudad para comprar esclavos. Detestaba esa práctica aunque se cuidaba de expresarlo frente al resto del mundo, era el príncipe y, como ya le dijo su padre una vez después de una buena paliza, le haría parecer débil ante el resto de gobernantes de las tierras vecinas. A veces se preguntaba si realmente era hijo de aquel hombre ya que no se parecía en nada, él era alto y atlético mientras que el adulto era rechoncho y bajo. Seguro que le habían encontrado en algún oasis o en la puerta de palacio como decía medio bromeando su madre.

―Makoto, como hoy es tu cumpleaños podrás elegir al esclavo que prefieras para que sea tu sirviente personal.

―Gracias padre ―dijo sin mucha emoción siguiéndole de cerca con toda la comitiva de guardias.

La gente se apartaba asustada y reverenciaba sin atreverse a mirar al gobernante de la ciudad ni a su hijo. Odiaba aquello, ¿No habría alguien que no temiera mirarle a los ojos? Finalmente su padre se detuvo en la plaza del mercado.

El puesto de esclavos la ocupaba casi en su totalidad y allí un hombre de aspecto desaliñado y expresión cruel hacía gala de la mercancía. Personas de todo tipo, desde niños hasta ancianos, lucían los grilletes en cuello y muñecas además de una horrorosa marca hecha a fuego, como si fueran ganado.

La mirada de Makoto se posó sobre un muchacho de su edad de cabello negro y piel pálida. Al contrario que el resto no parecía temeroso y le observaba con ojos desafiantes y, en cierta manera, despreocupados. Le recorrió un escalofrío al ver esos ojos tan intensos del color del mar más profundo clavarse en los suyos esmeralda.

―¡Escoria! ¿Cómo te atreves a mirar al príncipe a los ojos? ―el esclavista le golpeó con rudeza, haciendo que cayera contra el suelo

―Matadlo ―ordenó el gobernante de la ciudad ―un esclavo que no sabe cual es su lugar no es útil.

―Padre, espere ―rogó el príncipe ―dijisteis que podría elegir cualquier esclavo que quisiera. Lo quiero a él ―hizo una breve pausa y miró al muchacho tirado en el suelo ―yo haré que sepa cual es su lugar.

―Por fin pareces un verdadero príncipe, hijo mío. Que así sea, nos lo llevaremos.

Mientras su padre pagaba al comerciante por todos los esclavos agradeció que no hiciera más preguntas al respecto. Claramente el tema de "domesticar" al muchacho era mentira, tan solo quería salvarlo de la muerte y ¿por qué no? Tener a alguien que le mirara aunque fuera de aquella manera tan intensa que hizo que su cuerpo se calentara. Pero él no era de esos, no se aprovecharía de su condición de amo para desfogarse con el chico a menos que el otro quisiera, cosa que nunca ocurriría. Así que solo se limitaría a tenerlo de sirviente y, quizás, hablar con él.

Una vez llegaron a palacio los guardias llevaron al resto de nuevos esclavos a sus puestos mientras que Makoto se acercó al chico de mirada penetrante. Parecía herido por el golpe que le había dado el esclavista pero no por ello se quejó o emitió sonido alguno.

―¿Tu nombre? ―preguntó el príncipe con la esperanza de escuchar la voz de aquel joven.

―Haruka ―murmuró sin dejar de observarle.

―Sígueme ―le condujo hasta sus aposentos pasando por las lujosas salas de palacio.

La habitación de Makoto era digna de alguien de su estatus aunque, en gran parte, también era bastante menos ostentosa de lo que cabría esperar. Una enorme cama presidía la estancia junto a un par de sencillos muebles para la ropa y otros para libros y material de estudio que se esparcía por la mesa en varios montones. Un ventanal daba a un pequeño jardín donde otra mesa, más pequeña, servía para tomar un tentempié los días de buen tiempo. También había un gran estanque artificial, una piscina.

―Desde hoy esta será tu habitación. Hice que prepararan una pequeña cama ―la señaló, junto a la suya ―mientras estemos a solas podrás estar tranquilo y relajarte. No voy a hacer lo que dije delante de mi padre, no soy así.

―¿Por qué me salvaste? ―preguntó mirándole a los ojos

―Porque me resultaste curioso y no quiero que alguien muera por mi culpa ―quedó en silencio unos segundos y sonrió amablemente ―me miraste en la plaza.

―¿Y qué?

―Nadie lo hace, por eso te salvé ―observó como Haruka desviaba la mirada a un lado, no sabía si avergonzado o desinteresado ―puedes marcharte si quieres, no te lo impediré. Pero aquí estarás más seguro que allí fuera, al menos dentro de esta habitación.

―No te aseguro nada. No deberías confiar tanto en mí, podría matarte mientras duermes.

―No pareces de los que hacen eso, tienes la mirada limpia. Créeme, he conocido muchos otros príncipes y sirvientes que tenían las manos manchadas de sangre, tú no eres uno de ellos.

―Eres demasiado confiado… ―desvió la mirada hacia el jardín, ansioso.

―¿Qué sucede?

―Nada, no es nada…―pero seguía con la mirada fija en aquel lugar.

―Iré a buscar unos ungüentos para esos golpes ―el abdomen del moreno comenzaba a amoratarse ―espera aquí y no salgas.

Salió en busca de las medicinas, por suerte el boticario de palacio estaba cerca de sus aposentos y no era un hombre curioso. Sabía bien que el anciano conocía para quien eran los ungüentos pero no comentó nada. Makoto siempre había sido así, ayudando a los animales heridos que encontraba y cuidaba en su alcoba a escondidas de sus padres.

Regresó con rapidez esperando que el chico no hubiera decidido marcharse saltando la muralla de su jardín aunque lo que realmente esperaba era que no hubiera puesto un pie en el exterior de la habitación.

―Mi señor ―en cuanto abrió la puerta un par de guardias se presentaron ante él pasando a través de la puerta del jardín y temió lo peor.

―¿Qué sucede? Sabéis bien que odio que entren en mis aposentos sin motivos ―dijo crudamente, fingiendo ser el príncipe que era.

―Lo sabemos, señor, y lo lamentamos pero su esclavo…

―¿Qué pasa con él?

―Le vimos lanzarse a su piscina privada.

―Ya veo ―miró hacia el jardín ―Espero que no haya sufrido daños.

―Se resistió ―dijo uno de los guardias excusándose ―así que le hicimos saber su lugar. Traedlo.

Otro par de guardas trajo al moreno, este yacía inconsciente con evidentes signos de violencia y con algunos cortes y el labio partido. Lo dejaron caer al suelo como un saco, sin cuidado alguno cosa que enfureció al príncipe.

―No sabía que teníais permiso para tocar mis posesiones ―espetó con desprecio, tensando a los guardias ―largo de mi vista si no queréis que padre os decapite. ¡Largo!

Con una rapidez asombrosa los guardias desaparecieron dejándolos a solas. Cerró la puerta que daba al jardín y aseguró la de entrada. Con preocupación se agachó para ver la gravedad de las heridas de Haruka. Lo tumbó en la cama que había preparado para él y le quitó el chaleco que llevaba dejando su pecho al descubierto. Los moratones se habían intensificado y cubrían gran parte del rostro, pecho y abdomen además de los cortes que los soldados le habían hecho, algunos graves pero, por suerte, no era necesario coserlos. Abrió el saco en el que traía las medicinas, había traído de todo, para golpes, heridas, algunas vendas y desinfectantes además de una droga para reducir el dolor.

Con cuidado y paciencia aprovechó que el chico estaba inconsciente para curar las heridas y golpes más graves. Untó con cuidado las cremas sobre el abdomen del moreno, asombrándose por el buen cuerpo que tenía. Sus mejillas ardieron ante ese pensamiento, no era momento para pensar en esas cosas, Haruka estaba herido.

Pero aunque razonó aquello su cuerpo iba por otro lado, su corazón se aceleró al ver al moreno desnudo completamente y su parte baja palpitó excitada. Estaba absorto con el bello cuerpo que yacía ante él, se mordió el labio inferior, intentando controlar el impulso de acariciarle de manera más íntima y de juntar sus labios con los suyos para evitar que sus jadeos se escucharan por todo el palacio.

―Mierda ―jadeo al ver como su pantalón estaba abultado mostrando su clara excitación. No lo pensó demasiado, tan solo pasó. Su mano viajó hasta su hombría y comenzó a darse placer mirando al esclavo, imaginando todo lo que podría hacerle. Contuvo los gemidos, no quería que despertara y le viera así, masturbándose mientras le observaba, no quería que le odiara. Llegó al climax con un gruñido gutural, sus ojos brillantes observaron los labios del chico, tan apetecibles ―no debo ―murmuró y se marchó a los baños para refrescarse la mente dejando al moreno a solas y arropado.

En cuanto la puerta de la habitación se cerró Haruka abrió los ojos, mirándola. Sus mejillas ardían ante lo que había escuchado, aquel hermoso príncipe le deseaba. Podría haberle tomado por la fuerza, pero no lo hizo. Se incorporó en el catre con dificultad, y vio su cuerpo vendado. Acarició las telas con cuidado. Tenía que agradecerle al chico todo lo que había hecho por él y sabía como hacerlo.