Hacía bastante tiempo que quería escribir algo sobre ''El señor de los anillos'', pero siempre he dudado, incluso ahora estoy dudando de publicar la historia. Pero la inspiración era demasiada y tenía que hacerlo. Por lo que aquí está.
Espero que os guste mucho :)
No me pertenece nada sobre 'Lord of the rings', solamente Elaina, Elliot, Aden, el pueblo de la montaña y algún giro en la historia que no salga ni en las películas ni en los libros.
Pequeña Estrella
-Introducción-
Gandalf, el gris, un gran mago y muy conocido en la tierra media, estaba a lomos en un caballo que había alquilado en el pueblo que había pasado para llegar hacía las montañas. Según el dueño le había dicho era un caballo muy fuerte y con mucha resistencia, y eso era lo que precisamente necesitaba Gandalf para subir las montañas. Para su inmensa suerte este caballo si parecía ser lo que le habían asegurado, no como otros caballos que se habían rendido a subir a la montaña a penas a la mitad. Y a pesar de tener un buen caballo con él, aún le molestaba subir esta montaña.
Oh, como odiaba sus largas inclinaciones y sus molestos baches.
Estaba increíblemente tentado a dar media vuelta y viajar a otro lugar de la tierra media, tal vez a la comarca, donde los hobbits siempre parecían estar muy alegres. Pero desgraciadamente no podía, ya había alargado demasiado este tan necesario viaje y la culpabilidad lo inundaba ligeramente por no haber visitado a su tan querido amigo durante tantos años.
Para su suerte cada vez se acercaba más y el camino le era más familiarizado, aunque no es que el paisaje hubiera cambiado mucho. Ya casi podía saborear el estofado de cerdo que solían hacer en sus visitas. Ese estofado que era una completa delicia y tendría al más frío de los guerreros suplicando por un plato. Gandalf deseó que ese estofado se encontrará por toda la tierra media, pero desgraciadamente solo era una especialidad del pueblo de las montañas y esa era otra razón por la que Gandalf ansiaba llegar al pueblo, a parte claro de su cuerpo adolorido por tantos baches.
A lo lejos pudo notar humo negro alzándose hasta el cielo y Gandalf temiéndose lo peor obligó a que su caballo fuera más veloz. No era una sorpresa que estuvieran atacando al pueblo de las montañas, normalmente cada mes solía ser atacado y era comprensible. Ese pueblo estaba colocado en una cumbre de la montaña y desde allí se podría ver perfectamente las tierras lejanas, un lugar excelente para planear estrategias de ataque y eso era lo que más deseoso lo hacía. Una vez Gandalf le había preguntado a su viejo amigo, el líder del pueblo, que por qué no se rendía y abandonaba la montaña junto al pueblo, y este le había respondido que nunca abandonaría su hogar y mucho menos se rendiría ante unos canallas que querían la montaña por ser unos cobardes y no enfrentarse de frente a sus enemigos.
Gandalf había sonreído y sus ojos habían brillado con admiración. Esa era una de las razones principales de porque Gandalf era amigo de ese humano terco. Su sentido de la lealtad y su deseo de proteger a toda criatura y a cualquier reino era lo que más admiraba Gandalf. Por ello intentaba visitarlo siempre que podía, para animarle un poco, ya que aunque su amigo no lo admitiera ser líder de un pueblo que era constantemente atacado era muy difícil y una gran carga posaba sobre sus hombros.
Al fin consiguió llegar al pueblo y observó como la plaza estaba inundada de criaturas horrorosas y asquerosas. Orcos. Sin vacilar ni un segundo, bajó de su caballo y alzó su bastón amenazadoramente hacía sus enemigos, quienes estaban ocupados lanzándose a unas mujeres para notarlo. El viento se arremolinó al rededor de Gandalf y con un movimiento de su bastón los orcos salieron volando lejos de las mujeres. Las mujeres le lanzaron miradas agradecidas y recogieron a los niños, entrando a la casa más cercana mientras los hombres mantenían valientemente a los orcos. Gandalf con más libertad para luchar sacó también su espada y se preparó para la batalla, pero un gruñido inhumano de pura rabia le hizo darse la vuelta y observó con horror como un orco escuálido se acercaba a una pequeña niña.
Sin embargo, Gandalf no tuvo que intervenir para detener al orco, ya que una piedra chocó fuertemente en la cabeza del orco y Gandalf observó sorprendido como la pequeña niña, de menos de 10 años, se alzaba en su postura y alzaba otra piedra en su pequeña mano. Esta dio en el ojo del orco y el orco soltó otro gruñido, cada vez más furioso, pero la niña siguió frente a él, a penas estremeciéndose mientras miraba con furia al orco.
-¡No podéis venir aquí!- Proclamó la pequeña niña y Gandalf fue sorprendido ante su gran valentía. El orco intentó volver a lanzarse hacía la niña, pero la niña le lanzó otra piedra, chocando con una puntería perfecta en la cabeza y el orco gruñó una vez más. La niña frunció los labios, claramente molesta.- ¡Deja de gruñir! ¡Es grosero! ¡Tú...! Tú... ¡Cosa fea!
Ella fue a agarrar otra piedra y fue entonces cuando notó que ya no tenía más armamento. Y aún así no retrocedió, ni siquiera apartó la mirada de su enemigo mientras este se acercaba hacía ella. Ella simplemente sonrió mientras esperó, pero Gandalf no estaba dispuesto a esperar y se lanzó hacía adelante, incrustando su espada en el orco a la misma vez que un chico apartaba a la niña de otro orco que se había acercado por detrás. El chico, no más mayor de 14 años o así, cortó la garganta del orco y este cayó al suelo.
Gandalf se giró hacía los niños comprobando que estuvieran bien y el chico se encontró con sus ojos con desconfianza mientras su cuerpo aún cubría a la pequeña niña. La pequeña niña se retorció en los brazos de su captor y el chico suspiró soltándola, pero al instante frunció el ceño y miró a la niña con reproche.- ¿Sabes lo preocupada que estaba madre? ¡Incluso quería salir del refugio para buscarte ella misma!- Reprendió el joven y la niña bajó la mirada con culpabilidad por haber preocupado a su madre.- No puedes desaparecer siempre así, Elaina, y menos estar en medio de la batalla.
-No me arrepiento de nada, hermano.- Habló la niña, Elaina, con decisión.- Estoy cansada de que esas cosas feas quieran apoderarse de nuestro hogar. Solo quería ayudar.
El joven, al parecer su hermano mayor, suspiró e intentó ocultar su sonrisa mientras la corregía.- Se llaman orcos.
-No me importan como se llamen, siguen siendo groseros.- La niña se cruzó de brazos y una alegre carcajada hizo que tanto los hermanos como Gandalf se giraran. Un hombre robusto con una espada empapada de sangre negra se acercó y una sonrisa estalló en el rostro de la pequeña niña.- ¡Padre!- Exclamó y se lanzó a los brazos de su padre.
-Nunca cambias, ¿verdad, mi pequeña estrella?- Bromeó su padre, recogiéndola y haciéndola girar mientras ella reía, y cuando se detuvo evaluó a ambos de sus hijos.- ¿Estáis bien?
-Sí, padre.- Asintió el joven.
-Sí.- Asintió Elaina y sonrió más emocionada.- Aden y yo hemos luchado valientemente contra los orcis, padre, y la victoria ha sido nuestra otra vez.
Su hermano, Aden, rodó los ojos.- Orcos.- Corrigió y por su tono esta no era la primera vez que lo hacía.- Y he sido yo quien ha luchado, tú solo has lanzado piedras.- Se quejó él y su hermana pequeña le sacó la lengua infantilmente.
El hombre rió alegremente observando a sus hijos. Su mirada se alejó y se centró en el brujo que seguía presenciandolo todo, y como si los niños también hubieran recordado su presencia se tensaron y lo miraron con desconfianza. El hombre dejó a su hija en el suelo junto a su hermano y se acercó al brujo, abriendo en par sus brazos.- ¡Gandalf, mi viejo amigo!- Ambos se abrazaron, Gandalf igualando su felicidad.- Es un placer tenerte aquí.
-Me alegro de verte de nuevo, Elliot. Ha pasado tanto tiempo.- Gandalf se separó y sonrió una última vez a su querido amigo antes de mirar a los dos niños que observaban su intercambio con interés.- Tenemos mucho que hablar.
-Lo hacemos.- Aceptó Elliot, notando su mirada en sus hijos, y su sonrisa que había vacilado se volvió a ensanchar mientras colocaba una mano en cada hombro de sus hijos.- Estos son mis dos hijos. El mayor, Aden.- Presentó él y el joven le lanzó una mirada desconfiada al brujo, pero asintió cortesmente.- Y la menor, Elaina.- La niña se enganchó al brazo de su hermano mayor mientras mantenía la mirada en el pecho del brujo, para su gran confusión.- Hijos, este es Gandalf el gris, un gran mago y mi querido mejor amigo.
-Un placer conoceros.- Asintió Gandalf, pero no recibió respuesta, de hecho ninguno Aden mantuvo la mirada en su hermana pequeña esperando algo y Gandalf observó con ojos atentos como Elaina asentía sutilmente y toda tensión de Aden desaparecía de su cuerpo.
-El placer es nuestro, señor.- Habló él mucho más relajado y sus ojos negros ya no brillaron con desconfianza.
Gandalf les sonrió y sus ojos brillaron con interés hacía Elliot mientras este le devolvió la mirada con resignación, como si hubiera deseado que no se hubiera dado cuenta de ese intercambio, pero lo había hecho y Elliot soltó un suspiro mientras le hacía un gesto a Gandalf para seguirlo.- Sígueme, viejo amigo. Hay muchas cosas de las que hablar.
-Ciertamente.- Aprobó Gandalf.
oo
Las llamas del pequeño fuego iluminaban un lado del rostro de Elliot, sus ojos marrón oscuro mantenían ese brillo tan familiar y cálido para Gandalf, pero aún así él podía ver lo que sus ojos tanto trataban de ocultar. Podía ver como el brillo de asombro por las aventuras, que había tenido de joven, había desaparecido y solo quedaba el agridulce recuerdo. Podía ver como el cansancio lo dominaba por sus leves ojeras. Podía ver como le afectaba ser líder de un pueblo que era constantemente atacado por sus hombros caídos y su mueca desganada. Gandalf realmente sentía tristeza por su amigo. Ser líder nunca era fácil.
Pero al igual que las cosas malas, Gandalf también podía ver las buenas. Podía ver cuán orgulloso estaba de sus hijos en sus ojos llenos de calidez. Podía ver la felicidad de su reciente victoria en su postura enderezada. Podía ver cuanto amaba a su esposa por retener sus malos hábitos, como poner los pies en la mesa. También podía ver cuanto quería a su hijo y lo orgulloso que estaba de él por la espada que Aden había llevado a la batalla, una espada que había pertenecido a Elliot en sus días de juventud. Y Gandalf podía ver lo mucho que adoraba a su pequeña hija por la pequeña figura de estrella que estaba perfeccionando ahora mismo.
-Últimamente los ataques son más contantes.- Admitió Elliot, dejando de tallar la figura y mirando a Gandalf.
Gandalf asintió.- Aldeas y pueblos también están siendo atacados por otras partes de la tierra media.- Él apoyó su bastón en la pared con cuidado y se hizo más cómodo en su silla.- Las fuerzas enemigas están moviéndose.
-Siento que ya no atacan solamente por la montaña.- Confesó Elliot con su mirada abatida y Gandalf lo miró, su interés capturado por esas palabras, porque en el fondo él también lo sospechaba y tenía una pequeña idea de que estaban tratando de buscar los orcos.- Y creo saber lo que buscan, al igual que tú, Gandalf, y ni se te ocurra negarlo.- Añadió rápidamente lo último y Gandalf cerró la boca, habiendo sido atrapado.- Se que lo has notado.
-Lo hice.- Gandalf dio una calada a su pipa y miró a los ojos de su amigo.- ¿Sabes las consecuencias de ello, Elliot? Los orcos la buscan y eso significa que él...
-¡Silencio!- Interrumpió bruscamente Elliot, levantándose de la mesa y la silla chocó fuertemente contra la pared.
Gandalf no parpadeó ante la mirada de pura furia, simplemente se echó hacía atrás y expulsó el humo de la pipa por su boca.- Debes de ser consciente de ello, Elliot. Antes de que sea demasiado tarde.- Habló lo más suavemente posible.- Los orcos no saben lo que buscan, solamente que está en este pueblo. Últimamente han estado poniendo mucho empelló en este pueblo, tú mismo lo has admitido y eso significa que tienen ordenes. Y ellos solo reciben ordenes de él...
-Lo sé. ¿Crees que no soy consciente de que el mismo Sauron tiene interés en mi hija?- Preguntó amargamente.
-Aún estas a tiempo para protegerla. Los orcos no saben que aspecto tiene lo que buscan y seguramente tampoco lo haga el mismo Sauron. Pero si entran completamente a este pueblo y la ven lo sabrán, Elliot. Yo he notado lo especial que era con una sola mirada.- Elliot suspiró a las palabras de su amigo y volvió a sentarse, sus ojos suplicantes hacía Gandalf.
-Es por eso que quiero que la alejes de aquí.- Expresó Elliot y Gandalf parpadeó con confusión, su agarre en su pipa apretándose ligeramente.- Quiero que la lleves en algunos de tus viajes y la mantengas alejada de aquí durante unos cuantos días. Los suficientes para que mis hombres y yo podamos hacerles creer a los orcos que lo que buscan no está aquí.- Planificó Elliot.
-Pero aún así seguirán atacando a la montaña y averiguarían sobre ella.
Elliot asintió a las palabras de Gandalf y habló.- Y por ello deberás llevártela a menudo.- Gandalf apretó los labios en una línea fina y sus ojos fueron hacía la ventana de la pequeña casa. Fuera habían niños jugando con sus madres muy cerca, temiendo que algún orco apareciese de pronto. Los hombres también tenían ese temor mientras se mantenían al alcance de cualquier arma, e incluso los niños no podían jugar tranquilos por el mismo temor. Todo estaba silencioso y no animado como deberían ser los pueblos de este tipo.
Un gritó sonó por el pueblo y lo único que impidió a los soldados a saltar, era que el grito era de pura diversión y felicidad. Gandalf se acercó más a la ventana bajo atenta mirada de Elliot, y Elliot también se posicionó junto a Gandalf, frente a la ventana, reconociendo el grito con un suspiro y una sonrisa. Elaina saltó de un estrechó callejón entre dos casas y aterrizó hábilmente frente el grupo de niños temerosos. Ella les sonrió, su animo a penas vacilando mientras las madres le lanzaron miradas reprochadoras, y su hermano salió del mismo callejón con su ropa llena de barro.
-Ahí está mi pequeña estrella.- Sonrió Elliot, observando como sus hijos empezaban una pelea de barro.
Gandalf observó con asombro como Elaina hizo que todos los niños se unieran a la diversión y el pueblo desesperanzado y abatido brilló con más alegría. Los hombres alejándose de las armas y apostando con diversión quien ganaría la batalla de barro. Las mujeres alejándose de los niños y charlando entre ellas mientras de vez en cuando miraban con reproche a los adultos por apostar. Y los niños saltaron completamente ilusionados al barro, jugando y riendo alegremente. Era increíble que todo eso lo hubiera logrado una niña pequeña en menos de un minuto.
-Lo haré.- Aceptó Gandalf de improvisto y Elliot volvió la mirada hacía él.- Me llevaré a Elaina a mis viajes.
