Mi vida contigo
Él estaba recargado de una de las paredes de la sala. Miraba impaciente el reloj de su muñeca, sentía que cada minuto que pasaba era eterno.
Aquello le gustaba, pero a la vez lo odiaba. Deseaba que terminara y a la vez que no.
De repente, alguien llamó a la puerta, eso lo sacó de sus vanos pensamientos. Él caminó sin ganas hasta ahí y la abrió.
Un hombre joven se encontraba frente a él. Vestía un traje negro, además de guantes del mismo color, en sus manos sostenía una gorra.
- Señor Jones, he venido por la señorita Isabel.- Dijo esbozando una sonrisa.
Alfred estuvo a punto de cerrar la puerta en la cara de aquél chico, a pesar de que él no tenía culpa alguna sobre lo que había acontecido y las consecuencias que ahora arrastraba.
- Deja de comportarte como un niño. Acepta que perdiste.- Dijo su subconsciente.
Resignado y dándose por vencido en aquella pequeña batalla, suspiró.
- Pronto bajará.- Se limitó a decir.
Regresó a su antigua posición y de nuevo miró el reloj. Ya habían pasado más de tres horas desde que ella había llegado a recoger sus pertenencias. En realidad, Jones pensaba que sólo llegaría, tomaría un par de cosas y se iría inmediatamente.
No creyó que fuese a tardar demasiado.
Quizá sufría más ella que él.
De repente escuchó pasos venir desde el pasillo del segundo piso.
Era ella, era Isabel.
Usaba un vestido delgado, con mangas largas y hasta la altura de las rodillas; era color negro; demasiado sencillo. No se comparaba a los que solía usar años atrás.
Su rostro mostraba gran seriedad. No tenía los ojos hinchados ni rojos, no había rastro de que hubiese llorado -si es que lo hizo-.
Posó su mano en el barandal de la escalera y descendió con lentitud y delicadeza, mostrando los modales y buen porte que poseía.
Puede que con eso le estuviera agradeciendo a Alfred la magnífica instrucción que le proveyó.
- Necesito que me ayudes a bajar las maletas que están en mi habitación.- Dijo al aire.
El joven chofer asintió y caminó en la dirección que ella había venido. Mientras que Alfred sólo se esforzaba por contener sus impulsos y emociones.
Después de todo él no tenía nada que reclamar, exigir o impedir. Había perdido todo, al menos lo relacionado con ella.
- Quiero que sepas…- Intentó establecer una conversación con la chica.- Tu habitación seguirá tal y como tú la dejaste. No moveré nada ni tampoco…-
- No te molestes. Puedes hacer lo que quieras con ella. Después de todo, no pienso volver.- Lo interrumpió de manera brusca. El norteamericano sólo se limitó a asentir con pena y encogerse.
María no le dirigía la mirada. Ella permanecía en uno de los sofás de la sala, cruzando sus piernas. Esperaba que su chofer terminara con la pequeña tarea encomendada.
El silencio se convirtió en el amo de aquella habitación. La amargura, el odio y la decepción jugaban por todo el lugar. Brincaban, corrían, subían y bajaban de los estantes, tiraban cosas, las rompían. Hacían lo que estuviese a su alcance para elevar la tensión y hacer que uno de ellos o ambos explotara.
Artimañas sucias.
* * * á * * *
- Listo señorita Fernández. Sus pertenencias se encuentran en el auto. Podemos retirarnos.- Dijo el chofer.
La nombrada se levantó de su asiento y se dirigió al exterior, hacía su vehículo. No sin antes detenerse justo en el marco de la puerta principal.
Acarició la madera con una de sus manos y sonrió levemente. Después de eso, continuó su camino.
Alfred caminó rápido. Estuvo a punto de tomarla de una de sus muñecas y pedir perdón por todo lo que había sucedido. Pero ya no quería causar más problemas, no más de los que ya tenía.
- Tenga cuidado, señor Jones.- Fue la única despedida que recibió. Le hubiese encantado que esa voz fuese dulce, tierna y que su dueño fuese Isabel. No el chofer.
Ya sin esperanza alguna, cerró la puerta de la sala y se tiró en el sofá. No quería ver la retirada de María.
La ama de llaves se acercó a él y le recitó unas palabras de consuelo, las cuales sólo hicieron que el hombre se hundiera más en su pena.
Alfred F. Jones tenía una deuda muy grande que pagar. Su penitencia sería eterna.
En el auto el silencio reinaba. Isabel se dejó caer en el asiento trasero del vehículo y dejó salir un gran suspiro.
Estaba deshecha. No le había gustado despedirse de esa fría manera, pero no podía permitirse ser blanda y débil frente a él.
Nunca más podría serlo.
- Gracias Alfie…- Susurró y sonrió débilmente.
.-.-.-.-.-.-.
Años atrás…
Se encontraban en una Sala de Juntas. De un costado se encontraban los representantes del nuevo país, denominado Estados Unidos Mexicanos; mientras que del lado contrario estaban los partidarios de Estados Unidos de América.
El asunto a tratar era delicado e importante. Era algo que podría cambiar el rumbo y vida de ambas naciones. Por eso, cada una de las partes exponía sus intereses y necesidades.
Era mejor dejar claro todo desde un principio, ni uno de ellos quería futuros mal entendidos por la falta de información.
Mientras tanto, en el pasillo del edificio en que se llevaba a cabo la junta, Alfred F. Jones caminaba de un lado a otro. Estaba impaciente, sobre todo porque le habían negado participar en aquella reunión.
¡Era injusto que, siendo él la representación de la nación, se viese excluido de aquél debate! Eso era algo que nunca les perdonaría a sus jefes, por ello decidió no darse por vencido, así que se acercó a la puerta de la habitación y comenzó a escuchar –mejor dicho: intentar escuchar la conversación-, sin embargo, no contó con que la gran puerta se abriese a media reunión.
- ¿Señor Jones?- Preguntó confundida la secretaria que había salido del sitio. Alfred dio un pequeño brinco y rápidamente puso una expresión desconcertada, aquello le daba un toque infantil al estadounidense. La joven hizo lo posible por mantener seriedad y no reírse.
- Ammm… Sí, soy yo. ¿Qué se te ofrece?- Contestó con otra interrogante el joven, lo cual hizo que la chica se perdiera por un instante en su mente. Se suponía que era él quien importunaba.
- Verá…- Comenzó a formular una respuesta la joven.- Entiendo que usted sea el principal afectado por el tema tratado, pero… le recuerdo que usted no tiene permitido entrar y mucho menos… husmear…- Ante aquello Jones simplemente asintió. Estaba apenado, nunca contó con ser descubierto y lo que aumentaba su pena, era el ser una nación.
- Con su permiso, señor.- La secretaria se retiró sin decir algo más.
Alfred se rindió, ya no quiso seguir intentando escuchar lo que hablaban sus superiores. Le daba vergüenza ser descubierto de nuevo, por lo que decidió que sería mejor caminar un rato. Necesitaba distraerse.
Se dirigió a uno de los jardines del edificio, escogió el más lejano y solitario, quería paz. Al llegar, comenzó a caminar entre los arbustos y flores; eso lo relajaba, además esperaba que aquello ayudara a que el tiempo pasase más rápido. Ya estaba cansado de esperar, moría por ir a casa y tirarse en el sofá a descansar. Se imaginaba acostado en su cama, con un par de bebidas al lado, con el aire acondicionado encendido y sin asuntos políticos que tratar… que hermoso… ojalá pronto lo pudiese realizar; de repente, unas risas destruyeron su pequeño sueño.
- Se supone que no debería haber más personas aquí.- Pensó con molestia. Alfred caminó con sigilo por el lugar, siguió un par de voces. Esos desconocidos habían deshecho la poca paz que había conseguido al sumergirse en sus pensamientos. Se lo pagarían.
- Teddy tiene sueño.- Era una niña. Eso lo hizo detener su venganza.
- Pero antes de dormir, él tiene que merendar con nosotras.- Dijo la segunda voz. Se trataba de una joven de, al menos, veintitrés años. Lo dedujo porque permaneció escondido detrás de un árbol, las observaba.
- Pero nana, está muy cansado… no ha podido dormir…- Por su tono de voz se trataba de una pequeña de cuatro años. Se veía tierna sosteniendo su peluche y haciendo pucheros.
- Pero ni siquiera desayunó con nosotras…- Para buena suerte de Alfred, pisó una rama, la cual al hacer ruido, hizo que ambas mujeres buscaran al acosador con la mirada.
- Disculpen, no fue mi intención interrumpirlas o espiarlas.- Él decidió salir de su escondite. La mayor hizo una mueca de disgusto, haciendo que al rubio le aumentaran los nervios. Al parecer ellas habían llegado antes.- Me retiro señoritas. No fue mi culpa interrumpirlas.- Y tras decir eso, salió a paso veloz del lugar. La joven giró a verlo, estaba a punto de decir algo pero tras ver como se retiraba el estadounidense, prefirió callar. No tenía sentido hablar con el aire.
Por su parte, Alfred regresó a la sala de juntas, pero ahora había varias personas en el pasillo.
La reunión había terminado.
El norteamericano suspiró. ¡Al fin se iría a casa!
- ¡Hey, Alfie!- Gritó un hombre mayor con una sonrisa. Él se acercó hasta el rubio.
- No me digas así, por favor.- Alfred bufó, odiaba que su jefe –el rey- lo llamara así.
- Ya déjalo, querido. Al niño le molestan los apodos.- Era la reina, se llamaba Amelia. Ella no dejaba de sonreír, lo cual preocupaba al norteamericano. Eso sólo podía significar dos cosas: 1. Que la reunión hubiese salido a la perfección, o 2. Que todo hubiese sido un desastre y ahora lo ocultaba tras esa falsa y peligrosa sonrisa.
¡Dios, ojalá se tratase de la primera opción!
- Y bien…- Jones puso en práctica sus conocimientos y habilidades para obtener información.- ¿Qué sucedió durante la reunión?- Aarón sonrió y colocó su brazo en la espalda de Alfred, comenzó a caminar en dirección a la salida.
- De maravilla. Esta unión supone un gran beneficio para ambas naciones. Veo venir años de paz.- Saber aquello había sido más sencillo de lo que había pensado.
- Maravilloso… entonces…- Estaba nervioso.- Esa unión se realizará a través de una boda, ¿verdad?-
- Así es, mi estimado Alfie.- Contestó el rey con una inigualable sonrisa.- ¡No sólo se casará uno de mis hijos, también te casarás tú!-
Al escuchar aquello, Jones palideció. Se recargó en la pared y comenzó a respirar agitadamente. ¡Tenía que ser una broma!
- Eso no es verdad…- Susurró, ante lo cual ambos reyes contestaron con una risa.
- Ha ha ha, Alfie… esto no es un juego, sí te vas a casar.- Por un momento hubo silencio, pero de la nada Jones explotó.
- ¡Pero ni siquiera conozco a la representación humana de ese país! Esto es injusto…- Ahora era él quien hacía pucheros. Quizá los había copiado de la pequeña que antes vio.
- Lo siento señor, pero fue lo que acordamos. Continuaremos esta conversación en el palacio.- Y sin alegar ni decir más, el trio subió al auto que los llevaría hasta su destino.
- Estoy soñando, juro que lo estoy haciendo…-
Hola señoras y señores 7u7r
Esta es la niu versión de "Ahora contigo", en la cual, obviamente, haré algunos cambios. Espero que la historia les guste.
