Parte I

Toda burbuja es perfecta…

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Toda historia tiene un comienzo…

La brisa acariciaba los árboles aquella mañana de mayo, dándole al ambiente un extraño sabor esperanzador, como si la promesa de un buen día se fuese a hacer realidad. El calor empezaría a apretar dentro de poco, por lo que había que, aquellas mañanas como esa, saborearlas con cierto mimo. La llegada del verano no sólo avecinaba el calor que con él venía sino también las guardias nocturnas, pequeños remansos de paz donde podía adelantar trabajo o, en su defecto, dedicarse a otras labores más lucrativas. A Melinda se le presentaba un día típico cualquiera: pasar consulta, alguna operación que otra y el papeleo correspondiente a estas para llevar un registro de todo lo que se había hecho. No había nada de especial, o por lo menos eso creía ella. Tras pasar las últimas dos horas examinando a niños con diversas alergias y algún constipado tardío, sólo le quedaba firmar algunas altas en la recepción de su planta, Pediatría. Melinda llevaba un par de años allí, consiguiendo ciertas cosas impensables para una persona entrada en la treintena: ser jefa de su propio departamento y un sitio en la mesa de socios del hospital. La oportunidad le había llegado como caída del cielo, aunque una parte de sí misma sabía que su trabajo duro durante la universidad le había proporcionado una de las mayores recompensas a las que podía aspirar.

- ¡Venga ya! ¿Charlie también se va? – dijo con tono triste. Charlie era el niño pelirrojo de la habitación 223 que había sufrido un trasplante de corazón. Tenía el pelo rizado y alborotado, era un niño de lo más mono, con algunas pecas. Todo una dulzura. Era realmente triste que no le fuese a ver por un tiempo, aunque eso significaba que todo había salido bien y que podían continuar con sus vidas.

- Sí, otro más que se va. No sé por qué te pones tan triste. Significa que mejoran y se van, y luego otros niños vuelven – le contestó Ellie, una de las enfermeras con las que mejor se llevaba.

- ¡Es que es tan mono! Además, el pobre crío lo pasó fatal. ¿Te acuerdas el miedo que tenía a la operación y la de tiempo que tuvimos que pasar con él para convencerle de que iba a ser por su bien? – Había sido toda una odisea. Según recordaba, Charlie se hizo hasta pis encima porque no quería pasar por el quirófano, así que finalmente accediese fue todo un milagro.

- Eres una sentimental y lo sabes. Si todos los niños que pasan por aquí se quedasen, esto sería un hotel y no un hospital.

- Lo sé, lo sé. ¿Tienes algún alta más que deba firmar?

- Oh, sí – le dijo con una sonrisa en los labios al pasarle la montonera de papeles y contemplar su reacción, los ojos bien abiertos y un toque divertido en ellos, pensando que el buen trabajo estaba hecho.

- A este paso nos quedamos sin pacientes, ¿no crees? – le sonrió y Ellie no pudo más que reaccionar de la misma forma.

- Será poco probable – se rio mientras volvía la vista a la pantalla del ordenador.

- Disculpe – dijo una voz nada familiar –. ¿Es usted Melinda Cavanaugh?

- Sí, un momento – le respondió sin mirar hacia el desconocido, levantando una mano en señal de espera –. ¿También nos deja Sally? Es una pena, con lo mucho que nos animaba por las mañanas con sus gritos – no pudo más que reírse al recordar la voz chillona de la cría, su particular alarma durante unos cuantos días. Sally era una niña peleona, mimada hasta la saciedad que odiaba que le pinchasen. Toda una santa a la que a veces quería estrangular.

- Disculpe – volvió a repetir la extraña voz.

- Un segundo – Melinda volvió a levantar la mano para indicarle que esperase –. Bueno, pues aquí tienes todos. Ya son libres para volar de vuelta a sus nidos. ¿Qué quiere? – preguntó con cierto tono de enfado. Estaba trabajando y lo menos que necesitaba en aquel momento era que alguien que no conocía le metiese prisa.

Sin embargo, su molestia se desvaneció justo cuando le vio. Era un chico de unos treinta y pocos años, vestido con un traje azul marino y un abrigo largo de color negro. "¿Pero qué…?". Mientras que su cabeza intentaba pensar con claridad, otra parte de sí misma sólo podía quedarse mirándolo. Parecía un niño, como si su cuerpo se hubiese quedado detenido en el tiempo, sus facciones no parecían haber cambiado por una larga época, y su pelo, de color castaño rubio, contribuía a esa sensación que tenía. Era monísimo y su corazón no decía lo contrario, el impacto había supuesto un aumento de sus pulsaciones. "Relájate, pareces una quinceañera. Es sólo un hombre que te busca. ¿Por qué?". Los hombres en traje le gustaban demasiado, y más si eran tan guapos como aquel espécimen que tenía delante. Tenía buena planta, por lo que el traje le quedaba de miedo. "Ñam", pensó aquella parte traviesa de sí misma que sacaba de vez en cuando a relucir.

- Soy Cary Agos, abogado de Lockhart & Gardner – dijo aquel hombre que había llegado de la nada tendiéndole la mano. Ella la estrechó intentando parecer como si estuviese en pleno funcionamiento, aunque todavía le costaba reaccionar –. Me han dicho que usted ha prestado testimonio como experta en casos médicos y quería preguntarle si podía ayudarme con el caso que tengo entre manos.

- ¿De qué se trata? – respondió ella como si no le diera mucha importancia.

- Tengo el caso de un niño de 8 años que ha contraído el virus del VIH al hacerle una trasfusión de sangre. Los padres buscan al culpable de este suceso – dijo mostrándole la carpeta, abriendo esta para que pudiese leer el informe. Melinda la cogió y empezó a echarle un vistazo rápido.

- ¿Y me necesita para…? – se estaba haciendo de rogar pero sabía perfectamente que iba a ayudarle en todo lo que pudiese.

- Necesito que explique ante el juez el proceso de la trasfusión de sangre, la clase de pruebas que se hacen antes de aceptar las donaciones y ese tipo de cosas. ¿Cree que podría?

- ¿En qué hospital ha pasado? ¿En este? – sintió cómo el miedo se apoderaba de ella. Si hubiese pasado en su hospital, ella sería una de las culpables dentro de la cadena de mando y no quería hacer frente ante semejante bochorno.

- Oh, no, no. En el St. Mary's. Tengo trabajando a nuestra investigadora a ver si puede averiguar quién es el responsable de que la sangre contaminada fuese aceptada.

- ¿Ha habido más casos aparte de este? – le dijo mirando por encima de sus gafas, dejando a un lado los papeles que tenía en la mano y centrándose en él.

- Por ahora no, que sepamos, pero estamos al tanto de todo. ¿Al final me podrías echar una mano? – él no podía apartar los ojos de ella. Por una parte le parecía fascinante hablar con ella después de lo que había oído: una mujer que luchaba por los casos, por aquellos pacientes afectados, que incluso ayudaba con la parte legal. Era toda una guerrera en bata blanca.

- Claro, claro. ¿Tienes una tarjeta? Te llamaré cuando lo lea en profundidad, ahora me resulta un poco complicado – le contestó mientras le mostraba el jaleo que había en esos momentos por el lugar –. Es posible que no podáis conseguir el nombre del responsable, esos datos no suelen estar al alcance de cualquiera. Dime si tu investigadora ha conseguido algo y, si no es así, lo intentaré yo, que conozco a alguien en ese hospital.

- Perfecto – le tendió una tarjeta. "Cary Agos. Lockhart & Gardner" –. Sin duda te mantendré informada. Muchas gracias, de verdad – le sonrió, y le pareció la sonrisa más bonita que había visto nunca. Una parte de ella se quedó prendada de ella y no volvió a ser la misma.

- De nada. Todo sea por ese crío – le devolvió la sonrisa. Cary ya estaba en el ascensor cuando se despidieron, pero no sería la última vez que se verían, ni la única sonrisa que se dedicarían.