Madness
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Lia Lawliet
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Disclaimer: Hiro Mashima, los personajes todos tuyos.
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Sección I
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Fatigado, pesaroso, la camisa pegada al cuerpo, bañado en sudor, gracias al inclemente sol que todo el día se ha posado sobre su cabeza. Buscó, con mirada ávida, un lugar donde refrescarse, la noche estaba por caer y el día había sido tan enfadoso que lo último que quería era llegar a la sombría soledad de su pieza.
Leyó 'Aqua' en letras de neón luminosas, a una cuadra de ahí. Palmeó su bolsillo, esperando cargar con el suficiente recurso para tomarse un trago, tal vez dos y tratar de deshacerse de todo el estrés que su jefe le echaba encima. Caminó a prisa, esquivando la gente que iba lenta en la acera, cruzó la avenida y llegó a la puerta del bar. Justo a un lado, había un hotel, de esos que llaman equívocamente 'del amor' y afuera de éste, un par de mujeres con vestidos entallados, asomándose a las ventanillas de los autos que se acercaban y riendo de una manera coqueta y sumamente vulgar.
Entró.
Las luces atenuadas, con tonos azules y ligeramente rojizos, lo hizo parpadear un par de veces para acostumbrar su vista. Se acomodó el maletín y el saco en el brazo derecho y se dirigió a la barra, donde mujer de cabello blanco y corto, atendía sonriente a los clientes. La música era bastante agradable, algo en inglés y tal vez setentero. El lugar parecía menos agraciado de lo que pintaba su anuncio luminoso y la gente era bastante ahí dentro como para lo que desde su parecer era daba el lugar,
— Hola guapo— la chica de la barra se dirigía a él, con una sonrisa bastante desinhibida que coronaba el escote pronunciado de su camiseta—, ¿qué te sirvo?
La miró y una mueca entre desagrado y sonrisa se marcó en sus labios. Se acercó al taburete frente a la barra, tomó asiento, dejando en el suelo el maletín y el saco:
— Una cerveza con limón, por favor.
La mujer le guiñó un ojo y se fue directo a servir la bebida. Él recorrió de nuevo con la mirada el bar, gente en cada mesa, logró distinguir a una de las mujeres que vio frente al hotel sentada en las piernas de un hombre, fumando y bebiendo. Se percató de que en medio del salón, había una especie de escenario con un tubo metálico y fue cuando comprendió que ese no era un bar cualquiera, sino de esos donde…
— Servido, cielo— le acercó el tarro de cerveza en la barra, adornado con una rodaja de limón— ¿te puedo ayudar en algo más?
La miró de reojo. Se había colocado frente a él y dejaba su busto recostado en la barra, provocativa.
—Así estoy bien, gracias.
Le sonrió.
— ¿Vienes a ver el show? Porque no te recuerdo de otras noches.
— Sólo quería pasar a tomar algo.
— Pues es tu día de suerte, hoy verás el mejor espectáculo de tu vida.
Soltó un soplido y le dio un trago a la cerveza. Las luces se apagaron y solo una se encendió en la pista. Se giró para ver bien de qué se trataba, aún con la cerveza en mano. Todos prestaban atención al escenario donde se presentaron cuatro chicas bailando sensualmente al ritmo los tambores. La cadencia de su movimiento de caderas resultaba hipnotizante para más de uno.
Sorbió su cerveza justo cuando la música paró, junto al movimiento de las chicas.
Y nueva música sonó, dando paso a una cortina de humo azulado y una mujer con un velo en el rostro apareció bailando.
No pudo quitar su vista de encima. Ella se movía con la fluidez del agua, libre, como si la danza fuese su estado natural. Dejó la cerveza en la barra y se centró en el movimiento ligero y lascivo del cuerpo de la chica. Sus ojos parecían no combinar con el resto de su cuerpo. Eran inocentes, con miedo, temblorosos.
Ella le miró y el juraría que vio una sonrisa dibujarse por debajo del velo azul.
Esa misma noche, pasó horas rodando en la cama, sin poder dormir. Cada vez que intentaba ceder al sueño, veía los ojos de la chica, sus caderas bien formadas, el movimiento de sus pechos. Quería sentir el olor de su cabello, la suavidad de sus piel, el sabor de sus labios y…
Tomó una ducha fría, era la única forma de calmar su excitación.
O ella.
Debía volver a ella, era una necesidad. Una locura, pero necesaria.
— Mira quién volvió, el chico guapo de ayer.
— Una cerveza con limón, por favor.
— A la orden, cariño. Y solo por si te interesa, ella no baila hoy. Sólo cada tercer día.
Procuró no mostrar sorpresa en su rostro
—No vengo a verla, me gustan tus… cervezas.
La chica de la barra se sonrojó.
— Como digas, cielo. En un momento te doy tu cerveza.
Volvió cada noche, cada venida del trabajo fue menos costosa al saber que la vería deshacerse al compás de las melodías eróticas, siempre cubriendo su rostro, a excepción de sus ojos.
Era la mujer más sensual que había conocido.
Siempre, casi al final, sus miradas coincidían. Y siempre, él juraba que debajo de sus máscaras había una sonrisa
— Se llama Juvia, por si te interesa— Lisanna, la chica en la barra, había logrado entablar alguna especie de amistad con él.
— Gracias, linda— jugaba con un centavo entre las manos—, creo que ya es bastante obvio por lo que vengo aquí.
—Desde el inicio, Gray. Pero alegras mis noches, al menos tengo alguien con quien hablar.
Rieron.
Ella lo miró, se deslizó sobre la barra y ante la distracción de él, lo besó en los labios.
No se movió, solo dejó que la chica lo hiciera.
—Tranquilo, guapo. Haré que puedas verla aún más.
