Rivalidad

Colonia!AméricaxArthur

16 de septiembre de 2009

Sí había algo que el joven América valoraba más en el mundo, inclusive más que su propia vida, eran los momentos que pasaba junto a Inglaterra. Desde que el mayor había tomado la responsabilidad de cuidar y ver por él en cualquier momento, Alfred lo había puesto en su eslabón de admiración más alto. Arthur era la persona que más quería en cualquier sentido y jamás la compartiría con alguien.

Inclusive cuando Francia y su hermano estaban de visita, Alfred ignoraba por completo a Mathew, tratando de hacer todo lo posible para enfadar a Francis y cuando éste se atrevía a burlarse o a pasarse de la raya con Arthur, solía patearlo con todas sus fuerzas, logrando así ponerlo en su lugar.

Tal vez era un malcriado, pero ¿que no Arthur cruzaba todo el trasatlántico para verlo sólo a él? ¿Por qué tendría que compartirlo con alguien más? Además, las visitas del inglés eran tan esporádicas que odiaba no pasar con él cada minuto de su estadía.


América, cuya apariencia era la de un niño de no más de diez años, se encontraba completamente aburrido. Las lecciones del profesor privado, que le había asignado el mismo Arthur, eran sofocantes. En ese momento, el maestro trataba de explicarle el procedimiento para resolver unas difíciles ecuaciones matemáticas, pero él sólo se limitaba a garabatear en su cuaderno de notas, con cara de aburrimiento.

Las clases particulares se llevaban a cabo en la terraza de una lujosa casona. El mar azul podía verse a simple vista; igual que el puerto. Todas las mañanas, Alfred despertaba emocionado, esperando ver los enormes galeones ingleses con la bandera del Reino Unido hondeando en la parte más alta, con la idea de que Arthur había llegado.

El chico suspiró y desvió su mirada hacía el puerto. A lo lejos, muy en el horizonte, unos navíos se acercaban poco a poco. Aunque aún estaban demasiado alejados como para distinguir la bandera que indicaba de dónde eran, Alfred tuvo un presentimiento. Sonriendo y con el corazón latiéndole a mil por hora, aventó su cuaderno de apuntes y salió inmediatamente de ahí, ignorando por completo los gritos de protesta del profesor.

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Corrió todo el camino desde la casa al puerto, sin parar ni un solo minuto para descansar, inclusive no se detuvo a chillar de dolor ni un segundo cuando se tropezó y cayó al piso de bruces; lo único que hizo fue ponerse de pie y seguir corriendo, ignorando por completo el dolor punzante. Para cuando había llegado al pequeño puerto, un dolor insoportable por el cansancio le atravesaba cada músculo del cuerpo y un hilo de sangre le escurría desde la rodilla.

Varios marineros aguardaban expectantes a la orilla del puerto, igual que él. Ahora estaba convencido más que nunca que Arthur llegaría en esas naves. Sus ojos denotaban un brillo de emoción de tan sólo pensar en todas las cosas que harían, los lugares que visitarían e inclusive los cuentos de fantasía que le contaría.

Pasaron varios minutos para que los imponentes barcos, con sus velas hondeado al viento, llegaran al fin al puerto. Los gritos de los marineros que estaban en las naves se mezclaban con los que estaban en tierra firme, dando y recibiendo órdenes para bajar el cargamento. Alfred se acomodó en un lugar para resguardarse y donde no pudiera estorbar a alguien; ya que los mayores (Con una capacidad para tirarlo muy lejos de un empujón y ni siquiera darse cuenta de lo que habían hecho) estaban demasiado ocupados para fijarse en un muchachito de diez años como él.

Tuvo que ponerse de puntillas para ver bien quienes bajaban de los barcos. Los marineros seguían bajando y aventando cajas de un lado a otro, sin embargo, después de varios minutos, Arthur hizo acto de aparición. Se veía muy cansado, pero feliz de haber terminado con ese viaje. Sin pensarlo dos veces, Alfred corrió a su encuentro.

-¡Inglaterra! ¡Inglaterra!- gritó emocionado, esquivando a un par de personas que se le atravesaban en el camino- ¡Arthur!-

El inglés miro a su alrededor, tratando de localizar a la persona que le estaba gritando. Cuando vio al pequeño Alfred a pocos metros de él, se colocó en cuclillas y abrió los brazos para recibirlo con un abrazo.

Había esperado mucho tiempo para poder disfrutar de los abrazos de su hermano mayor y odio el momento en que tuvieron que separarse para que Arthur le echara un vistazo.

-Haz crecido mucho, Alfred- hablo, mirándolo de arriba abajo con una brillante sonrisa, pero al ver su rodilla llena de sangre se horrorizó- ¡¿Qué te paso ahí?!-

-Me caí cuando venía hacía acá- respondió el chico, tratando de no darle importancia-. ¡Lo bueno es que ya estás aquí, Arthur!-

El inglés sonrió tristemente. Sacó un pañuelo de su camisa y se lo colocó a Alfred en la rodilla, a modo de venda.

-Con eso bastará, hasta que te cure bien en la casa…-

-¿Nos vamos a ir ya?-preguntó el chico emocionado, poniendo sus manitas sobre los hombros del inglés, sonriendo.

-No, Alfred, tengo que arreglar unos asuntos en el puerto. El carruaje está aquí, ¿Por qué no te adelantas y me preparas un té?-

-¡Awwww!- América hizo un puchero, mirando con recelo al inglés y borrando por completo su sonrisa- ¡Siempre nos vamos juntos, Arthur! ¡No es justo!-

-Alfred, por favor- El inglés se puso de pie, mirando con severidad al niño, que entendió completamente que esa vez no iba a ceder antes sus súplicas-. Vete a casa, voy a llegar en una hora en lo que termino con algunas cosas…-

-Señor- Una voz interrumpió a Alfred, que estaba a punto de pedir disculpas por su comportamiento-. El chico sigue dormido, señor, al parecer sigue enfermo por el viaje…-

-Déjenlo dormir un poco más, yo me lo llevaré después-

Alfred miró a Arthur, sin comprender. ¿Qué chico?

-América, no seas caprichoso y obedece de una vez, por favor-. Inglaterra volteó a verlo con dureza y el menor sólo atino a mirar fijamente el piso, apenado.

Dio media vuelta y se fue de ahí, con lágrimas en los ojos y dejando a Arthur un poco abochornado por su actitud. Vio el carruaje, pero no se subió, siguió de largo y regresó a casa, aunque esta vez caminaba despacio, bastante dolido por lo que había pasado.

Nunca había sido su intención hacer enojar a Inglaterra y ahora estaba molesto con él. La furia y vergüenza lo hicieron tener una rabieta que se convirtió en un llanto momentáneo, clásico de su edad. Pasaron varios minutos antes de que pudiera calmarse y secar todo rastro de lágrimas de sus mejillas.

Una suave brisa le pegó de lleno en la cara, refrescándolo un poco y animándolo. Tal vez si le preparaba un té a Arthur con todo su cariño, todos los problemas quedarían olvidados. Sonrío ante la posibilidad de incluso poder dormir con Inglaterra esa noche. Dio un largo suspiro y se echo a correr, riendo esperanzado.


Arthur había mentido. Ya era casi medianoche y aún no llegaba a la casa. En toda la tarde habían llegado personas cargando mercancía y objetos extraños que Alfred jamás había visto. Ninguno de ellos le supo dar razón de su paradero.

Resignado por completo se encontraba en el comedor. El lugar apenas estaba iluminado por unas velas y el chico miraba con tristeza las tazas de té, ya completamente frío, que se encontraban sobre la mesa.

Estaba a punto de irse a dormir a su cuarto, resignado a no ver a Inglaterra en ese día, cuando escuchó ruidos en la entrada. Alguien había llegado y para su alegría, era Arthur el que hablaba. Olvidando por completo la tristeza de haberlo esperado por toda la tarde, corrió a su encuentro.

-¡Inglaterra!-

En cuanto llegó al vestíbulo, se paro en seco, abriendo los ojos como platos.

Arthur no estaba solo. Llevaba a un niñito, tomándolo de la mano. El niño era completamente diferente a él. Para empezar, su ropa no se parecía en nada a la que usaba él o Arthur. Su cabello era café oscuro y estaba un poco largo. Sus ojos eran tan oscuros como su cabello y se veían apagados.

-¿Quién es?- preguntó secamente, mientras seguía viendo al chico de arriba abajo.

Arthur sonrió.

-América, te presento a Hong Kong- habló feliz, mientras tomaba al niño por los hombros y le daba un pequeño empujoncito para que se acercara a Alfred- Es una colonia del imperio, en las lejanas tierras de Asia.

El ojiazul fue el que acortó la distancia, pues Hong Kong no parecía muy contento de acercarse mucho a él. Casi con una curiosidad morbosa, examino al chico más de cerca, mirando atentamente sus facciones y el color de su piel. En apariencia, parecía que no tenía más de 7 años.

-¿Es un esclavo?- preguntó mordazmente. Había algo en el chico que le molestaba muchísimo y no supo por qué.

-No es un esclavo, Alfred- respondió el otro, un poco molesto y volviendo a tomar al más joven de la mano para llevárselo de ahí-. Debes tratarlo como a un igual, ya que él esta también a mi cuidado, como tú y tu hermano.

Alfred frunció el entrecejo. Jamás había pensado que Arthur tenía a su cuidado a otras personas aparte de Mathew y él. El otro niñito apenas y si curveó los labios en una sonrisa burlona al ver su cara de desengaño cuando cruzaba a su lado, cosa que le puso la sangre a hervir. ¿Un extraño se atrevía a burlarse de él en su propia tierra?

El ojiazul se quedo plantado en el vestíbulo, sin mover un solo músculo. Arthur y Hong Kong se habían dirigido al comedor sin decirle nada más.

-Maldita sea-

Había pasado toda la tarde ansiando ver a Arthur y ahora lo había arruinado todo. ¿Para qué había traído a ese niño? ¿Por qué era tan diferente a él? ¿También era una nueva nación? ¿Acaso ese niño era su reemplazo? Cientos de preguntas se amontonaban en su cabeza, causandole un terrible malestar. La sola idea de que Arthur podía reemplazarlo cuidando a otro niño le causaba un terrible malestar.

-¿Alfred?-

Inglaterra estaba en el pasillo, viéndolo muy extrañado.

El niño lo miró con sorpresa ¿Arthur no estaba enojado con él? El ojiverde se acercó hasta donde estaba él, poniéndose de cuclillas para verlo a los ojos.

-¿Te pasa algo?-Preguntó confundido, como si lo que hubiera pasado minutos antes había sido la cosa más normal del mundo. Su mirada se desvió a la rodilla del chico, viendo como el pequeño pañuelo estaba lleno de sangre seca- ¿Por qué no te lavaste la herida?-

-Por que habías dicho que llegarías pronto- le recriminó el otro- Pensé que podrías curarme tú-

Inglaterra suspiró, mirando al chiquillo con indulgencia

-Ve por el botiquín y te espero en el comedor, quiero cenar antes de dormir-

Alfred sonrió y obedeció inmediatamente. Unos minutos más tarde, cuando bajó de nuevo para encontrarse con Arthur, el chico había colocado tres platos de sopa caliente en la mesa. Hong Kong ya había empezado a comer, pero tenía serios problemas con la cuchara, al parecer no sabía como usarla: la agarraba mal y casi toda la sopa se le caía antes de poder llevársela a la boca.

-Aquí… está- indicó el ojiazul, mirando al otro niño como si fuera un fenómeno deforme con ocho ojos -¿Por qué no puede usar la cuchara?-

-De donde viene no solían usar cubiertos- respondió el otro pacientemente, tomando una servilleta y limpiando la cara de Hong Kong, que estaba llena de comida. Le quitó la cuchara y comenzó a darle de comer en la boca.

-Ya está muy grandecito como para que hagas eso ¿no crees?- Le preguntó Alfred con fastidio a Arthur- Deberías enseñarle mejor como debe sujetar el cubierto…-

-Alfred, siéntate y come- respondió el inglés con severidad- Ahora no hay tiempo para enseñarle nada; estoy muy cansado y lo único que quiero es dormir-

La indiferencia de Arthur provocó que un ataque de ira infantil invadiera por completo al joven América.

-Pues entonces, buenas noches- exclamó fríamente, aventando la cajita del botiquín contra el piso y yéndose de ahí, dejando al inglés boquiabierto por su rabieta caprichosa.

Alfred llegó echo una furia a su cuarto, azotando la puerta al cerrar. Sólo se tomó la molestia de quitarse los zapatos antes de cubrirse con las sábanas y echarse a llorar por el coraje. ¿Por qué Arthur le hacía eso? ¿Por qué tenía que ser tan indulgente con el otro niño? Si el hubiera sido quien hubiera tenido toda la cara llena de comida y ensuciando toda la mesa, Arthur lo hubiera reprimido sin mostrar compasión alguna. En un solo día, Arthur lo había decepcionado y traicionado de todas las formas posibles como jamás lo había hecho en toda su vida.

Tuvo que pasar mucho rato antes de que el sueño lo venciera y se quedara dormido, tiempo en el que jamás Arthur fue a asomarse para ver cómo estaba.


AASFHADSFA!! Sí, mátenme por la incoherencia historica de poner a América junto a Hong Kong; en sí, nunca se conocieron siendo colonias del imperio británico. Pero se que ustedes son buenas personas y pasaran de largo ese detalle, concentrándose sólo en lo que es la historia :)

Este fanfic nació cuando dos ideas se mezclaron en mi mente: por alguna extraña razón, siempre he pensado que Niño!América, siempre fue un posesivo en lo que Arthur se refiere. Tampoco he visto alguna tira donde Inglaterra cuide de sus otras colonias, aparte de América y de Canadá (Eh, bueno, tal vez un poco de Sealand) así que me dio curiosidad imaginar cómo habría cuidado de Hong Kong, cuando ambos son tan diferentes.

No sé, tengo mucho sueño como para decir algo coherente, así que lo único que me queda es preguntar: ¿Alguien sabe cómo se llama Hong Kong? Huiré a dormir.

Ah, el titulo no tiene nada de imaginación, si alguien tiene uno mejor, díganmelo para ver si me gusta y se lo cambio.

¡Gracias por leer!

Ah... tal vez se vuelva Shotacon esto, lo más seguro es que no, pero tengo ganas de hacerlo XD