Advertencias
Nada relacionado con la maravillosa mini-serie Band of Brothers me pertenece, salvo los OCs que aparecerán.
NO soy escritora, esto es por diversión. Estoy abierta a cualquier duda o crítica fundamentada y respetuosa.
El hilo de la trama se basa en el de la serie, de este modo, escenas, diálogos, etc, pueden estar inspirados o tomados de ella. Otras muchas cosas son ficción y surgidas de mi imaginación.
Esta historia puede contener violencia y lenguaje soez, así cómo escenas de carácter sexual subidas de tono.
Aunque esta historia surge del entretenimiento, no pretende ofender ni herir a nadie al tomar nombres y personajes que realmente existieron, ni al revivir acontecimientos históricos, ni al inventar cosas que jamás sucedieron.
Mientras nos quede tiempo
Capítulo 1
Había oscurecido hacía varias horas, y los sonidos de las bombas rompían el silencio de aquella fría noche de casi finales de Diciembre del 1944. Bastogne, un tétrico día más, se vestía del sonido estridente que acompañaba a la muerte.
–¡Preparaos, pronto empezaran a llegar heridos! –Habló el único cirujano que quedaba en el pequeño pueblo belga, entrando a bocajarro en una de las estancias de la iglesia, sobresaltando a las dos únicas enfermeras que había en el lugar.
Las mujeres se miraron levemente, suspirando mientras ese ya familiar nudo se formaba en sus gargantas de nuevo ante las imágenes que aquella noche las sobrecogerían.
Escasa media hora después, los soldados malheridos comenzaron a llegar en jeeps, juntándose con los casi cientos de ellos que se debatían entre la vida y la muerte dentro del edificio sagrado. Apenas cabían ya en el frío y hediondo interior.
–¡Victoria, ocúpese sola de los que vengan en adelante, este hombre necesita a un cirujano y voy necesitar ayuda de Betty! –Gritó el doctor mientras se perdía entre la multitud junto con la muchacha rubia y pálida, y uno de los soldados heridos de mayor gravedad, portado en una tabla de madera que dirigían dos soldados americanos.
Victoria, una joven de media melena oscura recogida en un moño casi deshecho, de ojos marrones claro y cuerpo menudo, asintió mientras las palabras y la decisión se quedaban atrapadas en su garganta, pero pronto se hizo reaccionar; No podía dejarse invadir por el pánico ni el desanimo, tenía que seguir salvando vidas, o intentándolo al menos. Era lo único que podría hacerla sentir algo de felicidad en aquellos tiempos.
Pocos minutos después, unos gritos provenientes del exterior pidiendo ayuda la alertaron, haciendo que saliera corriendo afuera dejando la mente en blanco. Dos hombres llevaban a cuestas a otro que sangraba a la altura del muslo, a pesar de tener hecho un torniquete.
–¿Qué ha pasado? Preguntó deshaciendo el torniquete y observando la herida lo mejor que podía mientras corrían hacia el interior, directos a una de las capillas, las cuales funcionaban como improvisados quirófanos para los peores casos.
–Un fragmento de algo le ha dado justo en la femoral. Han empezado a bombardearnos otra vez. –Murmuró uno de los hombres mientras miraba levemente a la chica, quien cogió varios instrumentos médicos con velocidad.
–Va a tener que ayudarme, soldado. –Dijo mientras le pasaba un hemostato al médico, y varias gasas para limpiar la sangre, mientras ella se hacía con el porta-agujas preparado para coser. –Efectivamente, ha seccionado la femoral, pero está de suerte– la mujer miró los ojos del herido con una leve sonrisa, mientras este emitía quejidos–, vamos a poder arreglarlo y se pondrá bien. ¿Le ha puesto morfina? –Volvió a dirigirse al médico mientras él apretaba la herida, taponándola.
–Sí, está listo ¿Sientes mucho dolor, Ramírez?
–Estoy bien, Doc. No siento apenas nada. –Susurró débilmente mientras la mujer comenzaba a coser la arteria rápidamente con la ayuda del médico de guerra.
–¿Ramírez? ¿Eres Hispano? –Preguntó en español sin alzar la vista de su tarea, haciendo que el doctor la mirara de soslayo, frunciendo levemente el ceño.
–Sí, ascendencia puertorriqueña. –Respondió el soldado con dificultad. -Usted no tiene acento de ningún tipo, pero tiene una bandera americana en la camisa.
El soldado, al observar el rostro de incomprensión de su compañero, le tradujo lo que habían dicho. Victoria se excusó con el médico y volvió a retomar la conversación en inglés para que pudiera entenderlos.
–Soy española. Emigré a Estados Unidos por la guerra civil de mi país en el 40.
–Lo siento. –Susurró el doctor mirándola unos segundos, recibiendo una sonrisa llena de tristeza por parte de la morena. –¿Cuál es su nombre? –Preguntó tras unos instantes.
–Victoria Muñoz ¿Y el suyo?
–Eugene Roe.
–¿Americano de qué parte? –Preguntó sin mirarle, aún manteniendo su tono seguro y firme.
–Louisiana. De familia Cajún.
–Entiendo ahora su acento. Yo vivía en Chicago.
–¿Y por qué está aquí después de haber salido de otra guerra? –Preguntó totalmente intrigado, dejando de separar las paredes de la pierna de Ramírez al haber terminado la mujer con la arteria, pasando a ocuparse de cerrar la herida y vendarla posteriormente ante la atenta mirada de Eugene.
–Porque todos a los que quería murieron. No tengo a nadie que me espere en ningún lugar, y después de haber visto lo que vi en España, comprendo la gran falta que hacen los médicos en una guerra. No podía quedarme de brazos cruzados teniendo conocimientos tan necesarios para otros, además, esto hace que no te centres en nada más; También es por egoísmo, no crea. –Dijo sonriendo mientras reía levemente de forma nostálgica. –¿Es usted cirujano, Eugene?
El médico se mantuvo en silencio tras aquellas impactantes palabras, para después reaccionar y responder a la pregunta, aún pudiendo saborear el dolor de aquella joven mujer, mezclado con el suyo propio que parecía incluso pequeño y vergonzoso ante la magnitud del que debía sentir ella. Roe tragó saliva y respondió.
–No, no tenemos cirujano, ni enfermería. Nada. Estamos solos en el bosque frente a la línea enemiga, rezando porque el próximo bombardeo no sea peor que el anterior. Suerte que vosotros estáis aquí.
–Visto como van avanzado los acontecimientos, no creo que duremos mucho. Es cuestión de tiempo que bombardeen esta posición, o vengan los alemanes a robarnos suministros. He oído que les va muy mal también en este lugar.
Al hombre le conmovió la frialdad con la que pronunciaba aquellas negras palabras. Escuchar a una persona tan joven ser tan pesimista era algo nefasto, pero desde luego, lo verdaderamente horrible era saber que podía suceder con mucha probabilidad.
–Espero que no ocurra, pero sí es así, vendremos de inmediato a sacaros de aquí.
Victoria rió levemente con tristeza, mirando al hombre a los ojos durante unos breves segundos con un deje de dulzura.
–Una compañía no se arriesgaría sólo para encontrar a uno o dos supervivientes, y eso con suerte. Pero gracias. –Respondió con una sonrisa amable que el moreno correspondió, para después hablar.
–Yo sí vendré.
Tras una sonrisa a media asta, pero sincera, Eugene salió de la estancia para volver al frente.
Victoria se sintió sorprendida tras aquel comentario, y no pudo evitar sonreír mientras veía al hombre alejarse, volviendo al trabajo tras un segundo de evasión mental.
–Ya estás, ahora descansa. –Dijo a Ramírez al concluir el vendaje, dirigiéndose a la salida para atender a más personas, cuando se paró y volvió a hablar al hombre, en español. –¿Es así de entregado siempre el doctor?
–Sí, es un buen hombre. Siempre intenta animar y se preocupa por todos.
La mujer sonrió apartando por un momento el horror de la guerra de sus pensamientos, para de nuevo volver a la realidad al escuchar a nuevos soldados llegar requiriendo ayuda médica.
Victoria escuchó sendos tiroteos muy cerca de la iglesia, y alertada salió al exterior, contemplando con sumo temor a un batallón enemigo matar a todo aquel que se cruzaba, acompañados de tanques que disparaban a todos lado.
La morena corrió al interior alertando a gritos sobre lo que ocurría fuera, haciendo que los pocos que estaban sanos dentro empezaran a evacuar a los heridos hacia el interior de la iglesia, rezando porque los proyectiles de los tanque no impactaran en aquellos puntos.
Minutos después, tras aguantar un fuerte bombardeo que derrumbó parte del edificio, todo se calmó. La tropa empezó a alejarse del lugar con un sonido potente, haciendo que en el interior la gente volviese a respirar.
Victoria se levantó dirigiéndose hacia el exterior con la adrenalina inundándola, ignorando al doctor y la enfermera, que la decían que no lo hiciera, pero ella continuó avanzando teniendo una mala sensación dentro. Algo horrible le esperaba a la puerta de la iglesia, y no se equivocaba.
La mujer cambió su semblante radicalmente cuando vio a Eugene tirado en el suelo muerto, cubierto de sangre que manaba con frenesí de su pecho. La chica se arrodillo junto a él ágilmente, temblando.
–¡Eugene, por favor! No... Por favor... –Lloró mientras intentaba inútilmente reanimar al hombre y parar la hemorragia, temblando sin dejar de pensar que aquello no podía ser cierto.
Tras unos segundos paró en seco rompiendo en un llanto desconsolado, abrazándose al cadáver del joven hombre, el cual continuaba aún con los ojos abiertos, perdidos en una mirada inexpresiva y apagada.
Victoria en aquel momento se despertó abruptamente incorporándose en su pequeño camastro, emitiendo un tenue grito que hizo que su compañera se sobresaltara, levantándose para acercarse y ver que la ocurría.
–¿Estás bien? –Preguntó preocupada mirándola mientras la abrazaba, frotándole el brazo.
–Sí, sólo ha sido una pesadilla, Betty, gracias. Una horrible pesadilla. –Susurró limpiando una lágrima que rodó por su mejilla, aliviándose de que hubiera sido un sueño, que esperaba que no se hiciera nunca realidad.
–¿Qué soñaste? –Interrogó con curiosidad y cariño la chica rubia, frotando aún la espalda de Victoria.
–Que los alemanes entraban aquí con sus tanques, aunque se iban y no nos pasaba nada.
–¿Entonces qué ha ocurrido para ponerte así?
La morena vaciló unos segundos, pero retornó a mirar a la rubia y responder con calma.
–Al salir, cuando se habían ido, habían matado a un hombre al que conocí ayer.
–Oh, ¿ese soldado médico tan guapo? –Preguntó con una sonrisilla la compañera, haciendo que Victoria sonriese levemente, respondiendo con un seco sí mientras dibujaba en su mente el rostro de Eugene Roe, junto con sus últimas palabras.
¡Gracias a el que lo lea!
