Disclaimers:

Primero y principal: One piece no me pertenece (Bah, en realidad soy Oda arrepentido de haber matado a Ace, escribiendo fics de él en español 0.o).

Segundo: no gano dinero con esto (y no, de otro modo ya tendría mil fics publicados porque viviría de esto...)

Mi cuarto fic de la segunda tanda de diez que estoy escribiendo para el reto de 10pairings, una comunidad de LJ. El reto consiste emparejar a Ace con 10 personajes :D

Se aceptan/agradecen sugerencias de parejas para Ace, solo tengan en cuenta que serán solo eso, sugerencias :P (sí, soy mala)

Ahora sí, los dejo leer en paz.


Thatch sin dudas era un tipo interesante. Amistoso, conversador y simpático. A Portgas le gustaba verle desde lejos entablando conversaciones con casi todo el mundo, yendo de un grupo a otro sin hacer distinciones de edad, rango o lo que fuera. En eso tenían algo en común. Ambos estaban constantemente rodeados de gente, quizás por eso era difícil llegar a hablar con él a solas, conocerle un poco más profundamente.

Le gustaba su jopo, que confesaba, al principio le había parecido ridículo, y esa cicatriz cerca de su ojo. Aunque el día que le vio con el pelo recogido en una coleta, consideró seriamente tirar al mar todo el fijador que pudiese haber abordo. También le traían medio tonto sus ojos vivaces y esa sonrisa fácil pero sincera y contagiosa, siempre a flor de piel.

A veces se encontraba con que había perdido noción del tiempo, sumergido en sus pensamientos, acerca de dónde y que tan grande sería la marca de Barba Blanca que llevaba Thatch y si estaba en un lugar "privado"... Se daba cuenta de que quería sacarle la ropa, y no sólo para ver dónde estaba tatuado.

Se sintió sonrojar al pensar que era uno de los pocos hombres por los que sentía esa clase de "interés". Sin embargo no tenía sentido preocuparse demasiado al respecto, pensaba pasar mucho tiempo a bordo del Moby, ya habrían oportunidades para conocerle mejor.

De hecho así fue. Repetidas veces fueron a cazar juntos en algunas islas que él conocía por haberlas visitado con anterioridad, consiguiendo las mejores presas y las más variadas frutas y especias para preparar los mejores platos.

Con él había aprendido el uso medicinal de muchas hierbas como las semillas del enebro, el jengibre, la quinina y las diferencias entre los diversos tipos de anís.

—¡Thatch eres increíble! —Recordaba cómo el otro hombre se sonrojaba cuando le halagaba y trataba de quitarle importancia a sus capacidades, mientras él era todo asombro y admiración, entre otras cosas.

Algo que le había llamado mucho la atención a Ace, y que había sido requisito para que Thatch le dejara sumarse a las cacerías, era una oración, cuyo significado tenia escrito en una hoja de papel, porque él insistía en que se la pronunciara en su idioma original:

Das ist des Jägers Ehrenschild,

daß er beschützt und hegt sein Wild,

weidmännisch jagt, wie sich's gehört,

den Schöpfer im Geschöpfe ehrt.

"Esto forma parte del honor del cazador que protege y preserva su juego, caza caballerosamente: honrar a la Creadora en sus criaturas"

—Oye, ¿de verdad tenemos que decir esto? Son solo ciervos. —Se había quejado ante una idea que se le antojaba tonta.

—Si no piensas demostrar respeto y agradecimiento por aquello que la naturaleza nos brinda, entonces quizás sea mejor que no vengas. —El cocinero y cazador se había mostrado tajante y muy serio. El muchacho sintió que este, sin siquiera saberlo, se había ganado su corazón de nuevo.

Claro que termino disculpándose y buscando aprender más acerca de esa idea que tenía su amigo y que rompía los pocos esquemas que él tenía.

Algunas tardes de cacería y charla después, no pudo sino estar de acuerdo con su amigo. Se hizo adepto a la idea de que todo nacía y moría por un buen motivo y que las muertes causadas por los seres humanos necesarias o no para su supervivencia, tenían que tener la bendición de la madre de la naturaleza, generadora de toda la vida.

El cuarto comandante era sin dudas, un hombre interesante del cual se podían aprender muchas cosas. O al menos así lo veía Ace.

Con el tiempo descubrió mucho acerca de sus nakama, poniendo siempre el acento en todo lo que tuviera que ver con aquel que le había ofrecido su amistad de primera mano.

Se decepcionó un poco al descubrir que era además de excelente cocinero y cazador, un mujeriego perdido y uno con muy buena suerte con las damas.

Una tarde en que habían estado bebiendo junto con Izou y Marco, Ace aprovechó la momentánea ausencia de Thatch y el valor que le daba el alcohol para hacer una pregunta un tanto indiscreta.

—Oigan chicos, ustedes saben si acaso Thatch alguna vez... —pero su voz iba menguando a medida que se acercaba a la parte más crucial de la pregunta, hasta extinguirse por completo.

Antes de que pudiese reformular su pregunta o siquiera terminarla, el aludido había regresado.

—Escuché mi nombre ¿Qué uno no se puede ir cinco segundos que ya están hablando mal a sus espaldas? —El cocinero como siempre, hablaba en tono de broma, pero el joven Ace de pronto cayó en la cuenta de que poner en duda la heterosexualidad de un compañero para algunos piratas podía ser un insulto. Pálido, se levanto del sitio donde había estado sentado.

—Creó que bebí demasiado. —Y se largó rumbo a su camarote, veloz como un rayo.

Sus camaradas se miraron entre sí, pero el hombre del jopo seguía sin entender muy bien qué había pasado.

—¿Sucedió algo mientras me fui? —Al notar que esos dos sabían algo que él no.

—Iba a hacernos una pregunta sobre ti pero... —relató Izou

—Se quedó a la mitad. —Marco bebió un trago largo de su pinta de cerveza —Sí en verdad bebió tanto, quizás deberías ir a ver si se siente bien. —El primer comandante ya le había contado a Thatch que el chico lo observaba cuando pensaba que nadie se daba cuenta y si bien este había creído que el fénix sólo le tomaba el pelo, ahora el asunto comenzaba a tomar otro cariz.

Con esto en mente Thach se levantó y fue tras él.

—Oye Ace. ¿Te sientes bien? —Abrió la puerta sin esperar por una respuesta.

Le halló sentado en la cama. Se había mojado el cabello, llevaba una toalla alrededor del cuello.

Su pelo aún goteaba y tenía el cierre de los bermudas y los botones abiertos, dejando ver su ropa interior, de color azul. Thatch se reprendió mentalmente por quedarse mirando fijo a un compañero, ¿qué podía tener que él no tuviera ya?

—Estoy bien, gracias. —Le sonrió franco, pero se notaba que algo no estaba bien.

—Se te ve cansado ¿Quieres que te prepare algo para que te sientas mejor?

La sola idea de que el cocinero se tomara semejante trabajo en pos de su bienestar le iluminó la cara.

—Eso sería genial, gracias.

—No es nada, para algo están los amigos. Enseguida regreso. —Se marchó con esa hermosa sonrisa suya y Ace apenas estuvo solo se agarró la cabeza con ambas manos.

Tenía que calmarse o iba a hacer algo de lo que luego se arrepentiría. O quizás fuese mejor que metiese la pata ahora, antes de hacerse el tatuaje de Barba Blanca... es decir, si Thatch le rechazaba todos entenderían que luego no quisiera quedarse. Por otro lado ¿Valía la pena perder la oportunidad de formar parte de la tripulación por un corazón roto?

Se abofeteó mentalmente, si seguía pensando así no habría forma de que pudiera salir adelante, ni de esa situación, ni de ninguna otra.

Trató de enfriar su cabeza, de analizar lo que pasaba y de calmar sus sentimientos. Anularlos no era posible, ni tampoco quería. Pero era necesario no dejarse llevar por lo que sentía para así solucionar ese predicamento o al menos intentarlo.

Para cuando su amigo volvió, con una taza humeante de una perfumada infusión, él ya se había decidido.

—Es té negro, con cardamomo, canela y jengibre. —Le entregó la bebida con sumo cuidado y se sentó en la cama, a su lado. —También te traje un sándwich

—Muchas gracias. — Aceptó el recipiente caliente sin evitar el contacto de sus manos. No buscó prolongarlo, pero a diferencia de otras ocasiones, lo aceptó en lugar de evadirlo. Y le dedicó su mejor sonrisa.

A Thatch le resulto un poco extraña, esa sonrisa tan feliz, sin motivo aparente, no obstante se limitó a sonreírle de regreso.

—¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor, gracias. —Su mirada se desvió por unos breves segundos hacia la boca de su amigo, pero pronto paso a poner su atención en el bocadillo que este había traído a contrabando de la cocina. En dos mordiscos lo hizo desaparecer

—¿Qué te parece si jugamos un juego de cartas? —Ace sacó una baraja de uno de sus bolsillos.

—Seguro.— Si había algo que al mayor le encantaban, eran los naipes.

Antes de darse cuenta habían pasado ya varias horas jugando y haciéndose chistes. Se la estaba pasando muy bien, lástima que todo lo bueno tenía un principio y un final.

—Mañana voy a necesitar una mano en la cocina ¿quieres apuntarte?

—Seguro, suena genial.

—Muy bien, entonces te veo para el desayuno.—Se despidió de él revolviéndole el cabello, a lo que Ace soltó una risa por lo bajo.

Antes de que nadie se diera cuenta de qué era lo que en verdad sucedía entre ellos dos (lo que pasaba de parte de Ace al menos) se habían hecho muy buenos amigos y pasaban grandes cantidades de tiempo juntos, fuese con otros nakamas o no. Al punto de que algunos compañeros piratas hacían bromas acerca de si lo que les unía era algo más que simple amistad. Y siendo ambos unos bromistas incorregibles claro que les seguían el juego.

Aunque Thatch tenía que admitirlo, le halagaba mucho que Ace disfrutase tanto de su compañía, pese a que le incomodaba un poco que en los últimos días hubiera cada vez más contacto físico de su parte. Cosas tontas, como empujones, abrazos, manos apoyadas en los hombros que permanecían tal vez demasiado... no obstante algo le impedía poner la distancia necesaria. La situación ambigua le atraía y le repelía. Pero no demasiado.

Muchas veces estando a solas encontraba a Ace mirándole con un gesto extraño que no sabía, o que no quería interpretar. Desechaba esas ideas con rapidez, no quería pensar en profundidad sobre lo que implicaban.

Una tarde Ace fue enviado a entregar un mensaje. No debía de tardar más que tres o cuatro días. Tardo seis y el cocinero se encontró con que le echaba de menos casi de inmediato. Contó los días con desespero pese a que no podía ni confesarse a sí mismo que el crío sin dudas se había metido en lo más hondo de su corazón.