Hola holaaaa :D ya se ya se debo terminar la otra historia pero no pude evitarlo voy a llenar el fandom de OsoKara 3
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Los rayos del sol se colaron inoportunamente por las roídas cortinas de su habitación, la estancia poco a poco comenzó a inundarse de la cálida luz del astro rey anunciándole al joven que aún reposaba en la cama que ya era momento de despertar y comenzar a hacer los deberes correspondientes. El joven abrió sus azulados ojos lentamente mientras se estiraba cual felino en el colchón de heno y paja que le habían asignado desde que llegó al monasterio. Se tallo la cara con un vago gesto de flojera mientras se levantaba a buscar una muda de ropa.
Las mañanas de Junio siempre eran calurosas por lo que uno debía andar ligero de ropas si no quería deshidratarse rápidamente. Por desgracia para el, Karamatsu Matsuno, Padre de aquel monasterio de un pequeño pueblo español, ese día era uno de los más ajetreados de su agenda por lo que no podía andar ligero de ropas precisamente. Aquella noche se celebraría la fiesta de San Juan en donde las personas del pueblo encenderían hogueras en la plaza principal para consagrar al sol y él debía estar ahí para bendecir todas y cada una de estas.
Además de eso su presencia era importante puesto que esa fecha era la preferida por los Caballucos del Diablu para mezclarse entre las personas y llevar desgracias volando entre llamaradas que exhalan azufre mientras braman con voces infernales su liberación después de haber pasado un año en las profundas entrañas del infierno. De solo pensar en todo lo que le esperaba aquel día hacia que su cabeza diera vueltas.
No podía quejarse, amaba su trabajo y se consideraba afortunado de haber sido elegido por el Altísimo para realizar la noble tarea de proteger a las personas de los males demoniacos que las aquejaban constantemente, pero había días en los que realmente dudaba de tener la entereza suficiente para poder desempeñar tan noble oficio, sentía en su pecho cierto vacío que no se llenaba por más penitencia y oración que hiciera.
Dejó de lado sus cavilaciones cuando la gruesa puerta de caoba de su habitación hizo resonar el toque de una pesada mano, se cambió rápidamente y mientras terminaba de colocarse correctamente la sotana fue a abrir velozmente la puerta dando paso a un joven mucho más bajo que el y que lo miraba con cara de pocos amigos. Karamatsu sonrió en respuesta mientras se hacía a un lado para dejar pasar al pequeño monaguillo.
– Buenos días Chibita – comenzó en tono jocoso mientras el menor se cruzaba de brazos, no caería de nuevo ante esos ojos azules.
– Ni buenos ni nada ¿Tienes idea de lo tarde que es? – hablaba mientras jalaba al Padre afuera de sus aposentos – la primera misa de la mañana está por comenzar y todos se preguntan dónde estás, maldición.
– Cuida ese vocabulario que estás en la casa de Dios – le pico una mejilla con burla, era divertido hacer rabiar al pequeño monaguillo. – Además no deberías exaltarte tanto puede ser perjudicial para la salud.
– Estaría más tranquilo si cierto vago que se las da de exorcista por las noches cumpliera sus tareas a las horas acordadas.
– Heh, es mi deber como...
– Si, si lo que digas idiota, cállate y apúrate que me duele oírte – no lo dejó terminar y lo llevo casi a rastras fuera del monasterio hacia la capilla en donde se celebraban las misas en los días importantes.
Ambos llegaron a la capilla central, iluminada por completo gracias a los grandes ventanales de cristal y el tragaluz que resaltaba en el centro de la construcción. Karamatsu entró con parsimonia mientras les sonreía amablemente a todos los presentes que ya se encontraban ubicados en sus respectivos asientos. Después de colocar lo necesario en la pequeña mesa de mármol que tenía a su lado derecho dio inicio a la misa de la celebración de San Juan, aquel iba a ser un largo, muy largo día.
Lejos de ahí, más concretamente entre la arboleda noroeste al pueblo, se escuchaban ciertos quejidos de dolor. Ahí, tendido cuan largo era, entre la hojarasca seca del verano se encontraba lo que muchos llamarían un demonio. La larga cola roja sobresalía del traje de satín negro que portaba, las alas estaban agujereadas mientras que del negro cabello revuelto sobresalían unos cuernos de roja tonalidad. El demonio apretó la mandíbula haciendo que sus colmillos crujieran por la fuerza aplicada, detestaba verse en aquel estado tan deplorable pero todo era culpa del maldito de Ichimatsu, ya encontraría como cobrársela al muy desgraciado traidor.
Cuando pudo ponerse de pie sin tambalearse observó con ojo crítico el lugar en donde se encontraba. Había estado huyendo de los malditos Gouls que aquel apático Juez de la muerte había mandado para que lo capturaran por la desgracia de haber sido degradado de rango, y no había tenido tiempo de ver en qué lugar se había terminado metiendo. Camino un tramo de bosque por quién sabe cuánto tiempo solo siendo guiado únicamente por sus instintos, debía estar alerta puesto que aquella noche era de San Juan y muchos demonios aprovechaban esas brechas entre el mundo terrenal y el de los infiernos para hacer estragos en los poblados humanos.
No podía decir que estaba libre de culpa pues también había participado en esa caza de humanos solo por mera diversión, pero ahora las cosas eran diferentes y si algún asqueroso demonio de poca monta lo viera así a él, al gran Osomatsu líder y señor de varias e importantes legiones del infierno, aunque eso fuera antes, no desaprovecharía la oportunidad para asesinarlo; debía encontrar refugio antes de que la noche cayera y fuera ya demasiado tarde para esconderse. Paró en seco cuando, en la lejanía, escucho voces humanas, al parecer estaba cerca de algún pueblo.
Lo que le faltaba, ahora no sólo tenía que ocultarse de los demás demonios sino que también debía ocultarse de esos asquerosos humanos. Un hombre promedio no le causaría mucho problema para eliminar sin embargo estaba lastimado y no había reunido aún la suficiente energía como para curar sus alas que ya empezaba a escocer de las heridas que le habían inflingido los Gouls con sus afiladas y pútridas garras cuando lo habían atacado con la guardia baja. Decidió que lo mejor sería bordear el pueblo y buscar alguna cueva o abadía abandonada para pasar la noche.
Retomó su camino alejándose lo más posible del poblado pero al parecer las heridas en su cuerpo comenzaron a acelerar el proceso de putrefacción haciendo que fuera más difícil el transportar su cuerpo por entre los matorrales secos. Con algo de esfuerzo consiguió llegar a un gran y frondoso árbol en algún lugar del bosque y mientras se dejaba caer entre las gruesas raíces lentamente fue perdiendo el conocimiento y dejó de sentir por completo su cuerpo.
Cuando tomo conciencia de que aún seguía vivo abrió lentamente los ojos tratando de enfocar la poca luz que se filtraba de la pequeña ventana... ¿ventana? La expresión de su rostro fue indescriptible mientras se paraba de golpe de la cama, nada cómoda para su gusto, en la que al parecer había estado durmiendo. Giró sobre su propio eje analizando con ojo crítico la habitación en la que se encontraba; era sencilla con un pequeño armario, una mesita en el centro y en una de las esquinas un baúl muy antiguo, además de la cama individual junto a la ventana.
Puso una mueca de desagrado al ver que, además, estaba rodeado de cruces y símbolos religiosos, todo lo que le recordaba al virgen de su hermanito Choromatsu se encontraba encerrada en esa pequeña alcoba, de solo pensarlo le dieron arcadas. Al parecer un católico idiota lo había encontrado y lo había llevado a su casa ¿Que clase de persona es lo suficientemente imbecil como para encontrar un demonio herido y llevarlo a su casa? Más bien ¿Que clase de imbecil no reconoce a un demonio cuando lo ve? Bueno al menos ya casi estaba recuperado del todo y en cuanto viera a su anfitrión le daría las gracias como solo un demonio sabe darlas. Sonrío con malicia al imaginarse la cara del pobre tonto cuando entrara a su habitación y está fuera consumida por las llamas del averno.
– Veo que ya despertaste – interrumpió una cálida voz a sus espaldas. – Al parecer ya te encuentras mejor aunque claro que con mis cuidados era imposible que no te sintieras mejor – el demonio detectó cierto tono de soberbia pero lo dejo pasar.
Osomatsu se le quedo mirando fijamente con una expresión neutra. Cabellos negros pulcramente peinados, ojos de un intenso azul que reflejaban pureza, piel suave y blanca a simple vista, un cuerpo delgado pero no por ello escuálido, un rostro bonito con una sonrisa encantadora y por último las vestimentas claras de que se trataba de un alto mando de la iglesia católica. Ahora entendía porque había tantas cruces en la habitación, no estaba en la casa de un pueblerino común si no que estaba en la habitación de un Padre ¡Y vaya que Padre! era guapo pero por alguna extraña razón que no comprendía le dolía el solo mirarlo y peor en pensar en escucharlo.
El demonio sonrío con cierto aire de coquetería mientras se acercaba al joven Padre invadiendo su espacio personal tratando de intimidarlo pero al parecer el joven clérigo no parecía retroceder, ambos rostros estaban demasiado cerca uno del otro, casi podía decirse que compartían la misma respiración. Osomatsu fue el primero en romper el duelo de miradas al momento de alejarse solo un poco del rostro del otro joven para comenzar a hablar mirándolo directamente a los azulados ojos, esa técnica nunca fallaba cuando quería ligarse a las monjas.
– Debes de ser o un hombre muy estupido o muy valiente para haber hecho lo que hiciste – hablo con la voz más sensual de su repertorio mientras reía ligeramente para después colocar ambas manos en la cintura del Padre.
– Tal vez solo un poco de ambos – le sonrió de vuelta mientras retrocedía unos pasos alejando las demoniacas manos de su persona pues el olor a azufre que emanaba del cuerpo contrario estaba comenzando a marearlo.
– ¿Y se puede saber cuál es su nombre? Oh oveja descarriada que ha sido tentada por este humilde demonio – citó burlonamente al ver la acción del otro.
– Karamatsu Matsuno – frunció levemente el ceño pero no iba a dejarse intimidar por aquel ser por más atractivo que fuera... ¿Que? Paró el hilo de sus pensamientos, aquello ya comenzaba a tornarse peligroso.
– Un placer Padre Matsuno – le tendió la mano mientras el clérigo se debatía mentalmente en tomarla o no, al final decidió arriesgarse y en el momento en que sus dedos tocaron esa helada palma unas filosas garras se incrustaron en su carne mientras una llamarada negra comenzaba a consumirle la mano derecha haciéndolo gritar de dolor buscando desesperadamente soltarse. – Yo soy Osomatsu.
Ninguno de los dos pensó que después de ese primer encuentro sus vidas iban a cambiar completamente...
Eso es todo por ahora, le he haré más ganas para terminar las dos historias :3
