Título: Te adoro y te estimo Dean.
Autor: Yukari Sparda
Disclaimer: Silent Hill, su historia y sus referencias no me pertenecen, son del Konami Digital Entertaiment Inc. Dean Howell y Evans Decker me pertenecen, además de otros OCs complementarios.
Advertencias: Outtake, OCs, lenguaje fuerte, temas sugestivos, violencia y un gran etc. NC-16 por si las dudas.
Antes de comenzar: Está es la versión editada del texto original del 2011, y ya saben que es lo que sigue.
Esta historia se sitúa previo a los acontecimientos de "Silent", está escrita en primera persona, está completa y la autora todavía no termina su paseo de la nostalgia.
Como finamente sabrán:
1.- No me hago responsable de cualquier tipo de secuela física-psicológica que puedan contraer con este relato –Se lava las manos en el agua del Toluca Lake y huye-
2.- No gano dinero haciendo esto, sólo es diversión.
Let's start, shall we?
Silent Hill – One-shot.
Silent – Outtake.
Te adoro y te estimo Dean.
Para todos los males, hay dos remedios: el tiempo y el silencio -. A. Dumas.
I
La transposición de letras de una palabra a otra se define como anagrama. Es decir, la palabra A y la palabra B tienen la misma cantidad de letras, con la misma cantidad de apariciones, pero ordenadas de forma diferente y, en muchos casos, sin relación gramatical alguna. En una analogía que resultaría sencilla de comprender, un anagrama sería los fragmentos de tu vida, instalados en otra persona con un orden distinto.
Casi todos hemos vivido cosas similares, los sentimientos que hemos guardado –amor, odio, desilusión, rabia y un largo etcétera– han venido a nosotros más de una vez, unos primero y otros después, pero han estado allí y la mayoría puede describir, al menos, lo que es escudriñar en la memoria y embargarse de tales sentimientos una y otra vez.
Los anagramas tienen un lugar especial en mi propio infierno. Ellos son el prólogo de aquel cuento olvidado. Aquí van las páginas que te hacen falta.
No fue hace mucho tiempo, cuando tenía diecisiete años –casi dieciocho–, me vi a mí mismo con el culo aplastado en la silla mientras mi cansada cabeza trataba de tragarse la definición de anagrama, buscando ejemplos y anotándolos en un pequeño cuaderno en un acogedor salón de clases.
Hay una escuela carísima en Baltimore, el nombre no importa, lo que importa es que, si eres un alumno de escuela pública y tienes buenas calificaciones, ésta escuela te da una beca a la cual llaman "Asiste" y un día… un día, yo me gané esa beca. Uno pensaría que no es la gran cosa hasta que se está dentro de esos muros de piedra. Es esa clase de escuela, sabes, las que tienen quince alumnos por sala, talleres de natación, bailes de fin de año.
De esas que tienen vista al Inner Harbor, lugar donde mis ojos buscan refugio cada vez que necesito unos minutos de esparcimiento.
—Aguanta, Dean, quedan quince minutos con suerte —Alguien golpetea mi pierna por debajo de la mesa. Lentamente me giro hacia mi compañero de clase, quien finge trabajar con entusiasmo en los ejemplos que ha pedido el profesor—. Al menos has como que te divierte estar aquí.
—Me divierte —Asiento—. Casi tanto como caminar por Belair Road de noche.
Evans, su nombre es Evans, bufa al aire, sin dejar de escribir en la libreta.
—Siempre he admirado tu retorcido sentido del humor, Dean —Su lápiz se detiene y su mirada se fija en mí. Hay algo extraño en su sonrisa y en cómo sus ojos se empañan detrás de las gafas de descanso que utiliza –según él– para estar a la moda—. Sin embargo, hoy pareces especialmente distraído ¿Tienes problemas en casa otra vez?
Me encojo de hombros, mis dedos aprietan el bolígrafo que he estado utilizando para los ejercicios gramaticales.
—El statu quo —Suspiro a lo que Evans vuelve a soltar otra risita—. Ella me ha pedido, no, exigido que consiga un empleo.
—Sí y mi madre quiere un nieto antes de las fiestas —Evans arquea una ceja. Siento la necesidad de lanzar una mordaz broma sobre los últimos líos amorosos de mi amigo, pero me abstengo con un largo suspiro—. No le prestes demasiada atención. Seguramente estaba ebria otra vez ¿No es así?
Me muerdo el labio inferior sin poder negar o afirmar esa oración.
—Puede ser —Resuelvo—. Es probable, es… altamente probable.
—Entonces… —Evans ladea la cabeza hacia mi lado, con una sonrisa cansada y comprensiva—. Deberías poner más atención en clases, es la única vía posible para alejarte de esa casa de una vez por todas.
—Ese lugar no es una casa —Escribo en el cuadernillo el siguiente ejercicio listado en la pizarra—. Es lo más cercano a un infierno.
—Pues ponle fin a ese reino —Evans no puede evitar gastarme bromas, pero él es así. Aprendí a no tomarme muy a pecho sus comentarios, después de todo, viene de una clase diferente de mundo, donde todo es más sencillo de conseguir. Con un simple chistar de dedos, Evans podía conseguir el universo y más.
A los diecisiete y emancipado, él optaba a un tipo diferente de libertad. Una que yo anhelaba con ansias. Aunque es probable que la libertad sea mucho más sencilla para Evans. La gente con dinero tiende a obtener cosas con más facilidad, como si el éxito llamara al éxito.
La vida es así. Algunos rasguñan más profundo que otros la tierra donde crecen.
—Bueno, yo podría ofrecerte una solución —Evans hace girar el lápiz entre sus dedos—. Podrías quedarte en este loft cerca del Harborplace, de seguro te acuerdas bien. Donde hice mi fiesta de cumpleaños… donde esa chica… Kate, te besó tras un par de mojitos.
— ¿Dónde te dio un principio de coma etílico? —Trato de devolvérsela—. Sí, lo recuerdo bien y no, no creo que la mujer que se hace llamar mi madre me deje ir sin más.
—No es como que tengas que pedir su autorización —Algo en su rostro es pura desvergüenza—. Dejaré que te quedes en el loft siempre y cuando me acompañes a una fiesta esta noche.
—Oh Dios, simplemente no aprendes —Una risa se muere en la garganta de Evans cuando el profesor hace golpear un cuaderno sobre nuestra mesa.
—La clase no ha acabado aún —Dice el maestro y se aleja con el ceño fruncido. Evans hace un gesto con los ojos y se resigna a continuar con los ejercicios.
II
El tono de marcado me parece eterno. Evans se ha quedado fuera de la cabina telefónica, bostezando y viendo morir el tiempo. Jugueteo con el cordón del teléfono público, rogando porque mi madre no estuviese en casa. Parte de mi deseaba evitar una confrontación. La valentía que me había arrastrado a esa cabina, la misma que metió las monedas a la máquina y marcó un mal memorizado número telefónico, ahora se desvanecía con una rapidez impar.
Mi respiración se termina cuando la línea deja de sonar y la voz aguardentosa de mi madre refunfuña un escueto "Hola".
—Es… soy yo —Quien más podría ser, mi cabeza dice—. Te llamaba para avisar que hoy no llegaré a dormir. Estaré con Evans el resto de la noche.
Y la mañana, y el fin de semana y quizás el resto de la existencia o hasta que consiga un empleo.
—Oh sí —Escucho el sarcasmo en su voz—. ¿Y con el consentimiento de quién?
—Iré de todas maneras —Respondo, mi mano aprieta tan fuerte el material del auricular que puedo escucharlo crujir—. Es una decisión tomada.
—Oh claro, claro, eres un niño grande ahora ¿No es así? —Ella replica casi gritando. Evans golpea el vidrio de la cabina y señala el horizonte donde un autobús se acerca—. Si te pierdes en el bosque no seré yo quien vaya en tu búsqueda, pequeño mocoso malagradecido.
Cuelgo el teléfono, sé que ella sigue gritándole a la línea muerta. No es que me importe demasiado si ella sale a gritarle a todo el barrio que me ido a la mismísima mierda. Abandono la cabina y me ajusto el cierre de la chaqueta, el viento se levanta, el sonido de los automóviles me llena los oídos. El frío se cuela en mis palmas desnudas y Evans sólo sonríe antes de emprender el rumbo hacia la parada de autobuses.
— ¿No ha sido sencillo? —La despreocupación se mezcla con el sutil movimiento de su cabello al viento. Evans, me gustaría ser tanto como Evans. Me limito a encogerme de hombros—. ¿Qué fue lo que ella dijo?
No respondo, sólo fijo los ojos en el suelo de la calle.
—Bien, guarda tus secretos. Me gustas más así —Una de sus manos aprieta mi mejilla derecha. Atrapado desprevenido por ese acto tan infantil, manoteo su mano lejos de mí. Evans estalla en una carcajada mientras hace una señal para detener el autobús—. Eres tan divertido.
—No le veo la gracia —Le respondo, subiendo los peldaños sin mirarle de nuevo, sólo escucho su inagotable risa mal contenida. Le dejo solo, con la intención de que pague los pasajes por la mala broma. Es obvio que a él no le afecta pagar dos boletos, para él es como dar un paseo en el parque.
Recorro el pasillo del autobús hasta alcanzar uno de los últimos asientos, justo al lado de la ventana, coloco la mochila sobre mis piernas y me cruzo de brazos, tratando de ignorar el rostro lleno de risa de Evans, quien viene directo hacia mí, arrastrando ese aire de autosuficiencia que emana de sus poros todos los días.
Evans alcanza el asiento y se deja caer en él con un suspiro melodramático.
—Entonces, cuéntame —Coloca su brazo sobre el respaldar del asiento de adelante y recuesta su cabeza sobre su antebrazo—. ¿Qué fue lo que ella dijo?
—Nada —Aprieto los dientes y choco mi frente contra el cristal—. Absolutamente nada.
—Dean —Pronuncia mi nombre como una advertencia—. ¿Qué fue lo que ella dijo?
— ¡Nada! —Vuelvo el rostro, enojado. Un par de personas se giran en sus asientos y me observan antes de regresar a sus respectivos mundos. Evans, por el contrario, no se inmuta en lo más mínimo, simplemente permanece con esa sonrisa tatuada en sus labios. Me rindo. Evans siempre gana—. Ella… ella dijo que era libre de perderme en el bosque si es eso lo que quería.
— ¿Y es eso lo que quieres? —Arquea una ceja—. Perderse… suena entretenido ¿Te quieres perder, Dean?
Aunque suena como una pregunta con trampa, quiero responder con una afirmación. Evans parece entenderlo, desde su perspectiva –esa donde todo es sencillo– yo soy un simple hombrecillo que ya está perdido.
—Ojalá —Susurro por lo bajo, por temor a que alguien sobrenatural me escuche—. Ojalá pudiese perderme más y más profundo en algún lugar.
—Corta ese rollo de una vez. Olvídalo —Evans se vuelve a acomodar, esta vez con la espalda relajada en el respaldo de nuestro asiento—. Tu madre es una mujer encantadora, eso seguro, como no serlo si tú eres su hijo. Y Dean Howell es encantador.
Le dedico una mirada cansina. Sé que está jugando, como siempre, como es su naturaleza indiferente. Evans sabe que no puedo enojarme, al menos no de verdad, no con él. Hay algo encantador en toda su persona. Es molesto y arrogante, no obstante, es esa clase de personalidad que atrae a las personas a interesarse por él. Todo el mundo quiere conocer a Evans, todos quieren tomar un pedazo de él.
Un pedazo que inherentemente había capturado yo, sin quererlo. El día que le conocí, hace seis o siete años atrás, nuestra amistad se dio como si fuese algo obvio. Evans es un niño rico, de esos que tienen automóvil con chofer, los que viven rápido y a concho. Nos vimos por primera vez en el taller tedioso de desarrollo personal y público, cuando se enteró que no venía de los barrios altos –como él y la mayoría de los chicos en esa clase– casi le da un sincope en medio de la sala. Él dijo que a mi lado había aprendido cómo luce la vida que crece del otro lado de la alambrada. El resto es muy similar a las historias de dos niños que se conocen y entablan una amistad. Una que tiene muy poco de prejuicios y muchas aventuras.
Evans me había acercado un poquitito a lo que es la alegría.
—Silent Hill —Dice Evans de forma repentina, sacándome de mis pensamientos—. Es un adorable pueblito a las afueras de aquí ¿Has escuchado de él?
—No —Le sigo el juego—. ¿Tendría qué?
—En absoluto —Niega para finalmente suspirar—. Hoy es noche de fiesta en el Moondance, algo así como un culto a la noche eterna y delirios místicos que sólo sirven de excusa para emborracharse. Así que iremos allí y antes de que digas nada, nos quedaremos en una de las propiedades de mi padrastro.
Gira el rostro con una sonrisa de dientes perfectos y blancos.
—Ese hijo de puta —Susurra, el cabello le cae sobre la cara y sus ojos parecen tener un brillo triste detrás de las hebras de color oscuro—. Tiene tantos secretos, profundos y podridos todos. Esa pequeña cabañita en mitad del bosque es uno de ellos. El silencio allí es aterrador.
—Evans, eres la clase de joven que se divierte solo ¿Por qué me estás llevando a cómo-se-llame-ese-pueblo-de-mierda? —Siento que la pregunta está demás cuando Evans sigue sonriendo sin descanso, esta vez luce un poco más fatigado que antes. Luce viejo, la luz de los tubos luminiscentes en el techo del autobús, le acaricia la cara en un ángulo poco agraciado—. ¿Qué tramas?
—Nada bueno, eso ni que se diga —Vuelve a bromear—. Tranquilo, ingenuo, iremos a tu ritmo.
—No me llames así —Le advierto, aunque ni yo mismo me lo creo.
— ¿Y por qué no? Además, ingenuo es el anagrama para genuino. Y tú eres muy, muy genuino —Suelta una risa antes de que pueda rebatir, antes de que pueda enojarme, antes de cualquier cosa—. Eres genuino, eres ingenuo, eres mi puro y casto Dean.
Y continua con el rollo hasta llegar.
III
El autobús nos deja en la parada y se pierde en la espesa bruma que ha caído en la última media hora. La garua es intensa y amenaza con convertirse en tormenta muy pronto. Evans se frota las manos y traga saliva. Es extraño como todos sus movimientos se han vuelto un poco más mecánicos que antes, como si le temiera al sitio, pero de ser así ¿Por qué venir en primer lugar?
—Allá —Señala con apenas un movimiento de cabeza. En medio de la capa húmeda y la oscuridad, interrumpida por el alumbrado público, noto unos haces de luz neón, color cian y magenta. Me aferro a la sudadera escolar y nos ponemos en marcha—. Moondance es más que un antro nocturno, Dean. Es el epicentro de cosas inverosímiles.
—Ya —Pongo mi mejor cara de incredulidad, sin embargo, Evans no parece bromear al respecto. Nos acercamos a la taquilla de acceso, donde una mujer de pechos grandes, apenas cubiertos por un corsé de látex purpura saluda a Evans muy familiarmente.
Vale, no es que me sorprenda. Evans es así, conoce a todos y todos lo conocen a él. La chica hace una mueca, como ofendida y se cruza de brazos. Sus labios rojos delatan una jugarreta y Evan le guiña el ojo cuando la chica le entrega las entradas por la ranura de la mampara que la separa de la calle. Se despiden con una broma sexual y luego Evans se gira, levantando los pases libres como si fuesen un trofeo olímpico.
—Janice, la conocí el verano pasado —Explica. Imagino que mi cara fue la que exigió semejante referencia, por lo demás, no me interesa el cómo o cuándo esos dos habían congeniado la primera vez—. Lo importante es que nos dio las entradas sin tener que mostrar las identificaciones. Con tu cara de bebé nadie nos creerá que tenemos veintiuno.
—Y con tu cara de vejestorio nos meterían al asilo —Evans abre la boca para replicar, le he pillado desprevenido. Fin—. ¿Entraremos? Me estoy congelando aquí.
—Vale, deja tus cosas con Janice —Su mirada se calienta, es como si le hubiese presentado un desafío.
Tras dejar las cosas con la chica de la taquilla, nos adentramos en el bullicioso y escasamente iluminado antro. El aroma del alcohol inunda mi nariz nada más al llegar a la amplia estancia que era la disco en su totalidad. Está repleta y un simple vistazo por el lugar logra darme una sensación de claustrofobia. Evans me sostiene desde la espalda cuando intento echar un pie atrás, agobiado por el tumulto de gente, las luces –rojas, verdes, amarillas, azules y purpuras– dan vuelta en mi cabeza, junto a las falsas estrellas proyectadas por la bola de disco en mitad de la pista de baile.
—Respira, ingenuo —Evans susurra en mi oído. Ni siquiera el sonido del lugar puede contra su respiración cerca de mi piel, al menos el calor ha acallado un escalofrío—. ¿Qué quieres beber?
—Un gran vaso de lejía concentrada, por favor —Muerdo cada palabra y Evans mira al cielo realmente resignado—. Con dos cubos de hielo.
—Cerveza, entonces —Él no logra entender. Es algo que da igual de vez en cuando, sé que Evans lo hace a su manera, él quiere que todos me adopten como parte de la manada que es esa escuela. Siempre lo ha hecho, invitándome a ir con ellos, donde sea, cuando sea.
Evans se aleja, dejándome cerca de una endeble mesita redonda decorada con paragüitas multicolores, cuando regresa trae consigo un par de botellas de cerveza burbujeante a más no poder. Las deja en la mesa, una a cada lado y luego palmea la superficie como si me regañara por haber puesto los codos en la mesa.
—No es la mejor cerveza, pero tiene lo suficiente para cumplir con mis estándares —Explica mientras se lleva la botella a sus labios y bebe un sorbo.
—Y pensar que rechazaste beber lejía —Replico, cogiendo la botella entre mis manos, el frío cristal empañado se condensa en mis dedos calientes. La música retumba en mis tímpanos, hasta creo poder escuchar los cuerpos de las personas restregándose en la pista de baile, los zapatos repiqueteando en el suelo, un aplauso coordinado de la muchedumbre al alcanzar la nota alta de la melodía.
Manos levantadas al cielo, otro aplauso y las palmas se abren. La luz atraviesa sus dedos y vuelven a comenzar.
— ¿Evans? —Le llamo sin mirar, siento un pequeño gemido escapando de sus labios—. ¿No sientes que a veces escuchas demasiado?
Suelta una risita que me hace levantar la cabeza. Lo veo arremangándose la camisa hasta los codos, tiene la boca abierta, listo para lanzar una broma tonta, algo así como que la profundidad de mis pensamientos es un misterio al cual nadie quiere lanzarse. Esa clase de cosas. Sin embargo, su semblante cambia al instante, es como si su cabeza lo hubiese entendido.
—Sí —Algo en su sonrisa es falso, sus ojos lo delatan—. Antes… yo escuchaba mucho, yo sentía mucho y luego… y luego ya no…
— ¿Qué pasó? —Rozo mis labios contra la botella, el aroma de la cerveza me marea más que el sabor metálico del licor. Evans se encoge de hombros como es habitual en él.
—Quién sabe —Contesta no muy convencido—. A veces pasan cosas, Dean y el silencio sólo viene y uno no tiene la suficiente fuerza para sacarlo de tu vida. Te arrasa como fuego griego, te ensordece como una explosión de mil megatones. Te desmiembra y deja tus trozos a un lado del camino, olvidados.
Por un segundo puedo ver con claridad al oscuro Evans, sabes, todos tenemos un lado oscuro y no, no es ese ser que nos obliga a ser malvados. El lado oscuro es mucho más que una metáfora, realmente existe, allí habitan nuestros temores, las penas, nuestros secretos, las cosas que tenemos miedo de mostrar por temor a ser juzgados. A veces, solo a veces, el lado oscuro que convive con nosotros desliza y atraviesa su mugre tóxica al lado exterior. Entonces los que están alrededor pueden finalmente ver, ver el infierno, el reino roto de cada persona. Sin cadenas, ni cruces, el lado oscuro, la de los malos y destructivos pensamientos, aparece y simplemente se queda. Para siempre.
—Evans…
—Quiero bailar —Dice, arrastrando su lado oscuro de vuelta a las cavernas de su cabeza. Vuelve a colocar una sonrisa en su rostro, una sonrisa medio fingida, medio triste. Sus manos encuentran las mías y me arrastra a la pista de baile, donde la música ha cambiado de alegre a un blues-psicodelia. Pienso que es una música extraña para un lugar como este, pero todos parecen aceptar que Riders on the Storm es una buena melodía para una disco.
Cuando Evans suelta mis manos y me abraza por la cintura, eso también se siente como algo normal. Todo es lento, como en las películas de ciencia ficción y las manos vuelven a alzarse al aire. Un "clap" al unísono, una luz me ciega y se apaga. Hubo algo mágico e inexplicable en toda esa situación.
Toda esa gente parecía no estar allí realmente. Sus ojos apagados sólo brillaban cuando las luces osadas decidían pasar por sus pupilas. El calor que emanaban sus cuerpos debió congelarse en algún lugar del techo. Evans alza las manos para unirse a otro aplauso a coro, las pulseras que decoraban su muñeca hacen un sonido parecido a cadenas sobre el pavimento. Algo en su pálida piel, iluminada brevemente por una luz cian, me da un escalofrío.
Evans ¿Quién es este imbécil?
No soy un fiel creyente de los cuentos sobre personas que viven en un eterno silencio. La gente que escucha no puede lucir así de muerta. Eso pienso cuando hay un breve momento de paz. Pareciera que los bailarines se congelaran en sus posiciones y yo sólo puedo sentir el calor de Evans cuando se acerca lentamente, como si estuviese a punto de tocar el santo grial. Su aliento huele a cerveza y a pastillas de menta, su cuerpo despide un aroma igualmente agradable, pero lo más extraordinario de todo, es la suavidad de sus labios cuando rozan la comisura de los míos mientras sus dedos se lían con el cabello de mi nuca.
Cierro los ojos por mero instinto y parece que mi sangre se drena por mis pies. Hay algo de silencio y ruido, algo de miedo y amor, algo de nerviosismo y experiencia. Lo que viene a mi cabeza es una extraña maraña de sensaciones, ninguna es desagradable. Ni siquiera cuando el inocente roce de labios se transforma en algo más íntimo y pasional.
Niños, éramos sólo niños.
Unos que no se quieren comportar, unos que quieren vivir para siempre.
Niños viviendo en un mundo ruidoso.
Niños felices.
IV
No sé si han notado cómo los cuentos felices siempre duran muy poco. No, no es que duren poco, es que pareciera que los tristes tienen algo que llama más la atención de los asistentes. Algo en las tragedias ajenas nos hace sentir menos miserables, menos tontos por ser tan miserables. En eso pienso cuando Evans y yo caminamos sin rumbo aparente, por las muertas y vacías calles de Silent Hill. Asumo que son más de las dos de la mañana, hace un frío capaz de romper hasta las rocas y el silencio parece especialmente complacido con nuestra extraña e inesperada reacción tras la fiesta.
—Perdón, Dean —Evans dice con una sinceridad palpable. No sé qué es lo que realmente lamenta y no quiero preguntar por temor a obtener la respuesta incorrecta—. Realmente no quise arrastrarte a todo esto, hacer lo que hice… es sólo que…
—Descuida —Susurro mientras el vaho se eleva al cielo, por el rabillo del ojo puedo ver a Evans sosteniendo la fotografía Polaroid que Janice nos ha tomado al salir del Moondance, supuestamente para tener un recuerdo eterno de una noche inolvidable. Cómo si la necesitáramos—. Entonces… esta cabaña en el bosque… ¿Es un lugar de relajo o es más bien una experiencia de filme de terror?
Escucho un bufido.
—Depende de a quién se lo preguntes —Responde nada más al poner un pie en un espeso bosque cuya única advertencia es una reja de alambres con un cartel que avisa sobre el riesgo de aludes en el área. Evans suspira antes de meter la fotografía y las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta—. En lo personal, diré que lo segundo.
— ¿Y entonces por qué carajos nos vamos a quedar a dormir allí? —Pregunto con obviedad—. No me gustan los lugares embrujados.
Evans deja escapar una risa sórdida.
—Una casa no tiene que estar necesariamente embrujada para dar miedo —Ladea la cabeza, al menos parece ser que vuelve a ser el mismo de siempre, pero no canto victoria—. Tú debes saber eso mejor que yo.
—Mi casa estuvo mucho tiempo embrujada por el fantasma de mi padre —Le digo y parece sorprenderse, o al menos creo que es sorpresa lo que veo cuando la luz de la linterna de su teléfono móvil alumbra su cara—. Y por algo más, no sé qué, pero… parecía peligroso.
— ¿Lo dices por tu madre, verdad? —Bromea, no obstante, la burla se difumina en su cara cuando niego con convicción—. Mierda, otra razón para no visitarte en tu casa.
—Gallina —Nuestra risa logra opacar lo aterrador del bosque medio a oscuras. El canto de las lechuzas y el crujir de las ramas no ayudan mucho y estoy seguro de que jamás en la vida recorrería este bosque solo y de noche. Por suerte Evans pensaba lo mismo y aunque era probable que nos viésemos como dos polluelos asustados mientras cruzábamos el bosque de la mano, juntos podríamos matar a cualquier monstruo que apareciera. O eso creíamos.
Es fácil entender, ahora, lo jóvenes, incrédulos e infelices que éramos. No podíamos verlo a esa edad tan prematura, pero ahora está más claro que el agua. Jóvenes, príncipes de reinos rotos, que ni el tiempo, el dinero o la compañía podían reparar.
Yo, amante de la rutina y Evans, el amante de los imprevistos. Sencillos y con pocas pertenencias en los bolsillos. Vulnerables.
Solos.
Eso fuimos en ese bosque oscuro apenas refrenado por la escuálida luz de una linterna que agota a cada paso la batería del teléfono móvil. Evans se mueve con experticia, saltando los troncos de árboles caídos y cubiertos por maleza, me conduce a un lugar que fácilmente podría haber salido de la peor pesadilla de Nietzsche. Un abismo.
Un camino de apenas metro y medio que rodea una gran roca cubierta de una espesa vegetación. El sonido de una gran cascada de agua proviene de un lugar incierto. Mis ojos buscan el final del abismo, pero no puedo distinguir nada más que oscuridad y Evans me advierte sobre lo resbaladizo que es el borde cubierto de fango y hojas secas. Él carraspea y me empuja suavemente por el borde, sin dejarme mirar hacia abajo otra vez. Quizás que cosas terribles hay allá abajo. Quizás que cosas terribles hay del otro lado del camino.
— ¿Cuánto falta? —Mi voz es apenas un tortuoso murmullo aterrado. Me siento cansado y mis pantorrillas duelen por la ascensión de lo que parece una colina. Una colina silenciosa. Llena de cosas tenebrosas.
—Un poco —Dice Evans señalando un lugar en medio de la oscuridad que, al paso lento, fue materializándose en una pequeña casita.
Un mal delimitado sendero hacía de antesala a la cabañita de troncos en medio de los enormes árboles. Casi puedo jurar que las cortinas blancas que cubrían las deslustradas ventanas se habían movido, como si alguien nos vigilara desde dentro de la casa.
—Esos tipos de la tesorería fiscal no vienen hasta aquí —Evans comenta nada más al subir la pequeña escalinata del porche. Se arrodilla al lado de la puerta donde alguien ha dejado vasijas y maceteros de arcilla—. Ya ves todo lo que tuvimos que subir hasta aquí. La pequeña casa de juegos de papi.
No sé por qué motivo, esa frase me da un mal presentimiento. Evans levanta un macetero y la pequeña llave plateada deslumbra como una estrella. No es que esperase menos de ese terrible escondite. Evans ya lo había dicho, quién en su sano juicio subiría hasta aquí para robar algo que, seguramente, no valía arriesgar la vida. Nosotros habíamos sobrevivido, después de todo.
Evans abre la puerta e instintivamente busca la luz a tientas. La ampolleta, de unos cuarenta watts con suerte se enciende con dificultad. Me limpio los pies en el tapiz de la entrada y Evans se burla sobre ese gesto antes de volver a cerrar la puerta. La casa huele a humedad y barniz de madera. Huele a muebles rancios, llenos de hongos. Me giro lentamente hacia Evans, quien se ha quedado de pie junto a la puerta, con la mano en el pomo, apretándolo con tal fuerza que sus nudillos están blancos.
— ¿Todo bien? —Cuestiono cuando creo escuchar el rechinar de sus dientes. Evans pronto parpadea y sale de lo que parece un pensamiento profundo y doloroso. Sacude la cabeza y asiente, pero el temblor de sus manos no parece estar bien—. Podemos regresar al paradero de autobuses y dormir allí si quieres. Cogemos el primer bus que salga por la mañana.
—Estoy bien, Dean. Es solo que… —Suspira y vuelve a sacudir la cabeza—. Estoy cansado, eso es todo y además… hace un frío terrible aquí ¿No crees?
—Algo —Me encojo de hombros y veo a Evans pasar por delante de un pequeño mueble donde descansa un portarretrato con una foto de un hombre sobre un bote en un lago. Evans se deshace de la fotografía metiéndola en un cajón y la reemplaza con la imagen que Janice nos ha tomado en el Moondance—. ¿Y eso?
—Para matar los malos recuerdos —Contesta simplemente. Evans está actuando extraño, todo en él parece ser un Evans irreconocible, de gestos perdidos y erráticos. Acaricia el marco del portarretratos y frunce los labios. Me veo en la necesidad de traerlo de vuelta. Este Evans tiene algo que no logra encantarme como antes.
—Tengo hambre —Suelto sin más y Evans gira el rostro con una sonrisa y un bufido—. Será mejor que tengas algo de comer en esta casucha maloliente o tendré que recurrir al canibalismo.
V
Todo en esta cabaña tiene cierto toque perturbador. Desde las cabezas de animales disecados colgando en las paredes, hasta las revistas porno debajo de la cama. Trato de pensar que es porque "la pequeña casa de juegos de papi" es en realidad un lugar donde cosas muy sórdidas han ocurrido entre un hombre que engaña a su mujer con… bueno, alguien más. Ese pensamiento me da asco cuando pienso que estoy sentado sobre la cama de sábanas usadas con apenas una camiseta y ropa interior.
La televisión solo tiene nieve estática y pantallas azules. La señal no funciona. Sólo el canal musical que pasa una lejana y poco clara canción de The Animals. Afuera el viento ha comenzado a soplar y las ramas de un árbol arañan la única ventana del cuarto. Evans sigue en el baño haciendo Dios-sabe-qué mientras yo me quedo viendo el reflejo de mi rostro en la pantalla azul del televisor.
El silencio es terrible, noto cómo es más fácil percibirlo en este momento, con tanta quietud, tanta soledad. Deslizo mis manos sobre el cobertor de la cama, arrastrando los vacíos envases de papas fritas y chocolate que Evans ha traído de la alacena en la cocina. Miro de soslayo la puerta cerrada del baño cuando arrojo los envoltorios al tarro de la basura. Evans no emite ningún ruido y mi mente aguda concluye que, a lo mejor, se ha muerto allí.
—Oye, Evans —No hay respuesta, ni siquiera un quejido—. Me voy a dormir, si algún día decides salir del baño, no sé, de preferencia este siglo, apaga la televisión ¿Vale?
Nada, ni el murmullo de la ropa o del agua. Hago una mueca, decidiéndome si irme a dormir o comprobar que mi amigo sigue respirando, es cuando la puerta se abre suavemente y Evans apaga la luz del cuarto de baño.
—Jesús, creí que habías muerto —Suspiro, no de alivio, sino de cansancio. Ya son casi las tres de la mañana y mi cabeza sólo quiere descansar—. ¿Qué tanto hacías allí? No, espera… no quiero saber.
Evans apenas ríe, parece simple cortesía y no puedo más que echarle la culpa al cansancio por su mutable actitud esta noche.
—Como sea, no hay nada en la televisión, así que me voy a dormir —Digo, levantando las mantas de la cama y metiéndome en ella—. Será mejor que hagas lo mismo, apaga todo y duérmete.
—Sí, mi señor —Responde con burla mientras coge el control remoto y apaga la televisión seguido de la luz de la lámpara. En medio de la oscuridad oigo el roce de las sábanas y siento el bamboleo de la cama cambiando al ritmo de su peso. Instintivamente cruzo los brazos debajo de la almohada, abrazándola contra mi pecho—. ¿Estás bien?
Evans cuestiona y siento el rubor creciendo en mis mejillas. De pronto caigo en la realización de que estoy metido en la cama medio desnudo, con mi mejor amigo y abrazando una almohada como si fuese la salvadora de la humanidad. No sé exactamente qué es lo que me da más vergüenza en ese momento.
—Frío… hace frío —Y sólo por esa respuesta, quiero lanzarme al abismo que habíamos evadido anteriormente. Evans no responde, no se ríe, no lanza una broma. Nada, sólo el movimiento de la cama y el crujido de las tablas. Los arañazos de las ramas en la ventana y el silencio haciéndose cada vez más y más pequeño.
De pronto sobreviene la tibiez del cuerpo de Evans contra mi espalda y de forma casi inmediata el calor –uno tan furioso– sube por mis piernas hasta mi cara, tanto, tanto que me ahoga y toso, tratando, en vano, de huir de los brazos de Evans. Sin embargo, él me mantiene cautivo, sin hacer mucho esfuerzo, sin apretarme o hacer fuerza.
— ¿Evans? —Me paralizo. No, no es la primera vez que Evans y yo nos abrazamos. No, no es la primera vez que dormimos en la misma cama, pero si es la primera vez que ambas cosas ocurren de forma simultánea, de esta forma tan… tan íntima—. ¿Qué haces?
—Te abrazo —Contesta con toda la obviedad del mundo—. Este lugar no está muy lejos del infierno ¿Sabes? Es normal tener miedo.
—Frío —Corrijo, tratando de relajarme, inútilmente —. Lo que tengo es frío.
—Frío, miedo, silencio… ¿Cuál es la diferencia? —Percibo su aliento caliente contra mi nuca, moviendo mis vellos, dándome un estremecimiento tan terrible que casi me echo a llorar—. Estoy tan feliz de que hayas decidido venir conmigo.
—No es como que me hayas dejado opción —Me obligo a sentirme cómodo con la situación, busco la forma de encontrar las manos de Evans sobre mi cadera, sus manos están tan frías como la noche y eso es tan raro en él. Tan… tan… triste—. Pero también me alegro de haber venido. Aunque te advierto que serás tú quien haga la tarea sobre anagramas para el lunes.
Esta vez sí suelta una risa sincera y luego sus brazos hacen algo, no sé exactamente qué, pero cuando me doy cuenta, estoy tumbado bocarriba con Evans sobre mí, mientras sacude su cabello a un costado.
—Tengo uno que te va a encantar —Asegura, su cuerpo está tan cerca del mío que pienso que esa distancia que ha puesto es tan inservible como un amuleto de la suerte en un mundo donde la suerte está echada. Tan pequeña, tan franqueable que un simple beso la destruiría. Oh Dios, ya no sé qué estoy pensando—. Te adoro y te estimo, Edna.
Susurra como si temiese que las cucarachas le escuchasen.
—Edna es el anagrama de Dean —Explica tras tragar saliva y soltar el aire con un jadeo—. Y… el anagrama sería… estoy enamorado de ti.
Después de eso, lo que queda de la distancia que nos separa se destruye y cuando los labios de Evans vuelven nuevamente a buscar los míos mi cabeza se queda vacía y mi cuerpo, libre al fin del comando lógico y rígido de mi cerebro, comienza a tomar las riendas, llevando mis manos hacia el cuerpo de Evans, hacia su calidez y hacia su mundo. Uno tan diferente al mío. Distinto, pero no por eso feliz.
Que quede claro. Evans no es un muchacho feliz.
Tampoco yo.
Creo que es esta la razón por la cual nos agradamos tanto. Infelices, cada uno a su manera. Y si hay algo dentro de nosotros que puede semejar felicidad ¿Por qué iba a ser malo buscarlo con tanto afán? Nadie puede culparnos, nadie puede… o podrá detener lo que nuestros moribundos corazones desean con tanto ahínco.
En la oscuridad de esa cabaña, a sólo pasos del infierno, salvaguardados por el murmullo de una suave tormenta, conocimos algo que jamás pudimos distinguir con claridad, pero sí fue algo distinto a lo que habíamos estado acostumbrados en esta vida. No sé si fue regocijo o libertad o simplemente placer, pero fue único.
Ni malo, ni bueno. Ni siquiera inolvidable –las cosas buenas suelen ser cubiertas por toneladas de desgracias– y sólo en el lecho de nuestra muerte descubriremos que, en algún momento de nuestras vidas, sí, fuimos felices.
Quiero cerrar los ojos cuando Evans se deshace de la ropa de ambos con una facilidad sorprendente. Quiero dejar de respirar cuando nuestros cuerpos se tocan en el más íntimo de los sentidos. Quiero dejar de pensar cuando nuestras manos recorren el cuerpo ajeno y los besos dejan marcas rojizas en la piel del otro. Las respiraciones calientes reemplazan el oxígeno del cuarto y el sudor empaña nuestros cuerpos.
El deleite viene como un tsunami, arrasando con todo a su paso, apagando el pudor y la vergüenza, sofocando el miedo en un océano tan profundo como turbulento. Nos quedamos allí, jugando el uno con él otro, descubriendo cosas sobre nosotros mismos que antes ignorábamos. Buscando y encontrando puntos sensibles, dejando huellas de nuestra estancia aun a sabiendas que pronto desaparecerán y lo que sucedió en esa cabaña sólo se quedará en la mente nublada por el placer.
Y tal como esas ideas sobre ser felices vienen como un fuego provocado por un cerillo en un prado seco, súbitamente, también, se van.
No hay nada más ingenuo que creer que se puede vivir en esa ilusión por siempre.
Evans tiembla y pega su frente contra la mía. Sus pulgares acarician mis mejillas, quitando el resto de sudor y saliva que hay en ellas. Simplemente nos quedamos en silencio, respirando el aliento del otro, sofocándonos en el calor que aún emanaba de nuestros cansados cuerpos.
—Dean… —Evans jadea—. ¿Escuchas?
Solo oigo silencio y el martilleo de mi corazón en mis sienes. Entonces asiento.
—Lo escucho —Confirmo.
El silencio había trepado a la cama también esa noche, buscando consuelo y calor. Nos había atrapado en su forma etérea y poco convencional, porque sí, el silencio no sólo viene de las cosas malas. A veces, el silencio nos da unos minutos de tregua y se queda parado en un rincón viendo lo felices que son sus hijos, para luego hacer sonar la campana y vuelve a cubrir todo con su manto oscuro, de donde no hay una salida.
—No tengas miedo —Evans ruega con los ojos cerrados. Tiembla, pero no es de frío o placer, es miedo, uno que se puede oler y sentir exhalando por sus poros. El calor de su cuerpo se apaga como quien lanza un cubo de agua a una pira y una sombra negra se yergue sobre su cabeza—. No tengas… miedo…
Nadie, jamás, pudo advertir que el silencio se llevaría a Evans esa noche. Que… el silencio se llevaría a mi Evans esa noche. Lentamente y sin aviso se arrastró sobre su piel, alejándolo a un lugar donde yo no podía verle.
El silencio vino por nosotros esa noche.
El silencio vino y jamás se fue.
END.
N/A: ¡Hey compañeros contertulianos! Ha sido un placer casi culposo el editar este pequeño, pero relevante outtake de Silent, no saben cuánto, cuánto. No tienen ni la más remota idea de lo que sucedió entre líneas, mientras volvía a replantearme el personaje de Evans (tanto su personalidad, trasfondo e intenciones) y la relación que éste tenía con Dean y el silencio.
En sí, Evans es de cierta forma parecido a Dean. Quizás algún día, cuando me encuentre dentro de las facultades anímicas, les cuente más sobre este imbécil y más sobre su propio silencio.
Ahora puedo dormir tranquila ya que le he reivindicado XD
Eso es, nos vemos pronto ¡Besos!
Edición Final: Octubre 10, 2018
