¡Hey, hey, hey!
Yo vengo aquí a darles esta dosis de azúcar, tan dulce que hasta el mismísimo Gin-chan se moriría de un coma diabético. Vale, la verdad no sé si sea romanticón, pero el hecho es que para mí sí :v (algunos dirán que me hace falta amor en la vida, y no estarían equivocados). El amor es complejo, y espero haberme hecho entender aquí x3 aunque, debo admitir que la idea en mi cabeza sonaba mucho mejor a como sonó cuando lo leí una vez lo terminé de escribir.
Advertencia: Personajes fuera de carácter (el amor te vuelve ooc :v), y algo así como contenido sexual, pero los que me han leído previamente sabrán que esto no es nada comparado con lo que yo escribo xD
Disclaimer: El Gorila-san es a quien le pertenecen estos personajes. Yo aquí solo vengo a usarlos y experimentar con ellos.
Sentimientos.
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Llega un momento en la vida en el que es inevitable enamorarse. Y enamorarse es como saltar al vacío: a pesar de que la mente grita que es una locura, el corazón siente que puede volar. El amor no entendía de razas, ni de clases, mucho de diferencia de edades. Las personas se enamoran casi sin darse cuenta, y si alguien en un tiempo atrás le preguntase a Okita Sougo que pensaba sobre enamorarse, él muy seguramente respondería que esas cosas eran del diablo. Que alguien como él―un asesino a sangre fría―no necesitaba tener esos absurdos sentimientos albergando su "inexistente" corazón; y que lo único que conoció como "amor" era lo que sentía por su hermana, Mitsuba. Después de su fallecimiento poco y nada quedó de eso.
Ahora….bueno, retomando la pregunta, él no sabría muy bien cómo responder a eso. Y no es que no fuese convincente a la hora de mentir y decir que seguía en su posición de creer que un sádico como él no se enamoraba. Es que la verdad era que no sabía la respuesta. El concepto de sobre lo que era el amor lo tenía distorsionado; casi inentendible. Sin embargo, sabía que el amor cambiaba a las personas. No cambiaba la esencia de lo que eran, pero sí a su actuar para con la persona de sus aprecios.
Sougo cerró los ojos y soltó un tenso suspiro, rodeando suavemente el blanco cuerpo desnudo que tenía sentado por encima del suyo, notando que ambos tenían la piel húmeda por el sudor. Enterró con cuidado los dedos en el cabello bermellón, concentrándose al máximo en lo que su otra mano estaba haciendo.
Había perdido la noción del tiempo, pues no sabía exactamente cuánto tiempo llevaba así, con Kagura abrazando su amplia espalda, con el rostro enterrado en su hombro intentando ocultar todo rastro de esa debilidad que sabía que ella estaba sintiendo en ese momento. Y ella estaba así, porque Okita había metido un tercer dedo en su interior, buscando humedecer lo más que se pudiese aquella entrada que recibiría por primera vez al que llevaba siendo su…compañero―porque nunca formalizaron lo que tenían―ya hacía un año.
Fue entonces cuando Sougo comprendió la primera cosa, buscando responder a la incógnita de que si estaba o no enamorado de la China de la Yorozuya. Aquella situación no era para nada parecido a lo que él había estado acostumbrado a tener con otras féminas. En primer lugar porque…Dios, si alguien le hubiese dicho que esos gemidos suaves y delicados que emitía Kagura de vez en vez eran mejor que cualquier grito de placer por parte de otra mujer gracias a un buen dado golpe―con un látigo, o lo que fuese―, Okita habría anticipado aquel encuentro desde hacía bastante rato. Escuchar esos gemidos en voz baja contra su oído le proporcionaba mucho más placer que estar teniendo sexo agresivo con cualquier otra sumisa que fácilmente le abriría las piernas. Pese a eso, no todos los sonidos que la Yato emitía eran de goce, pues cuando él conseguía llegar más profundo, ella se quejaba de dolor. Pero Kagura nunca le pidió que parase. Fue allí donde se dio cuenta que el infligirle dolor a ella, por lo menos en aquella primera vez, no era especialmente lo que él quería.
Y, que todo su sadismo se lo perdonase, pero sentía que era capaz de escucharla así, sin ningún tipo de dolor durante toda la noche.
Sintió las manos de Kagura recorrer toda su espalda hasta llegar a sus hombros, y al notar que ella quería dejarse caer de espaldas en el futón, la soltó poco a poco, no queriendo deshacer el improvisado abrazo que habían hecho. Cuando ella estuvo completamente recostada, Okita abrió sus rojizos ojos para mirarle. Vio las mejillas de la Yato sonrojadas, sus ojos azules ligeramente vidriosos y como se mordía el labio inferior, arqueando la espalda y moviendo violentamente las caderas cuando Sougo movió su dedo anular sobre cierto punto que hacía rato había encontrado; y como parecía el idóneo para proporcionarle placer a la bermellón, continuó rozándolo constantemente. Le ardía el cuerpo. Se sentía tan sumamente excitado por aquella visión que tenía de ella y los gestos que hacía, que apenas y escuchó el susurro de Kagura diciéndole quién sabe qué cosa.
―¿Qué? ―había atinado a preguntarle cuando la vio mover los labios.
Ella, como toda una tsundere en la que se había convertido a lo largo de los años, desvió la mirada para que él no la viese totalmente avergonzada―como si estar desnudos uno encima del otro no fuese suficiente―, y al parecer lucía algo confusa por expresar lo que realmente deseaba.
―Yo creo…yo creo que ya.
Que él entendía el mensaje oculto tras esas palabras, no era menso. Pero es que había quedado demasiado impresionado por la petición como para lograr reaccionar. Kagura giró entonces su rostro, apoyando la mejilla derecha en la almohada, cubriéndose la cara con los brazos, demasiado avergonzada de sus propias palabras.
―Oe, ¿me has escuchado, idiota? ―ella le preguntó, tratando de sonar intimidante.
―Sí, China. Te he escuchado.
Lo cierto era que estaba desconcertado por el tirón que se había presentado en los músculos de su estómago al instante de solo haber pensado que finalmente Kagura había dado luz verde para dar paso a lo siguiente. Y, entonces, otra pieza del rompecabezas del enamoramiento apareció. Se dio cuenta que, contrario a su forma natural de ser y sus preferencias, él nunca habría hecho nada sin la aprobación de la joven; que él nunca habría hecho nada para saciar su vil deseo carnal. Porque, joder, si ella le pedía que se detuviese ahora mismo, él lo haría, maldita sea. Aunque cada fibra de su cuerpo le dijese que no, él lo haría.
Por ella.
Porque Kagura era especial.
Así pues, se encontró bajando su rostro al de ella para reunir sus labios en un beso lento, pausado, pero cargado de pasión, como si con aquella acción le estuviese prometiendo que lo haría lo menos indoloro para ella. Cuando notó a Kagura un poco más tranquila―pues había sentido el corazón de ella latir intensamente―, se acomodó entre sus piernas y pegó la frente de él contra la de ella. Sougo quería decirle que no permitiera que él le hiciese daño, pero todavía había un obstáculo duro que no dejaba que él soltase esas palabras tan a la ligera: su orgullo.
Porque, hombre, si algo le sobraba a Okita Sougo, era orgullo.
Pero, aun así, intentó decírselo con acciones, porque las acciones hablaban mejor que las propias palabras. Después de un beso que depositó en su frente, él se deslizó lentamente―tan lento que casi se le hizo eterno llegar hasta el fondo―dentro de ella, sintiendo como las piernas de Kagura se tensaban, la respiración se le cortaba y se abrazaba fuertemente a él―que entre otras cosas, tuvo que recordarle que él no era un Yato, así que debía medir su fuerza―, hasta que finalmente soltó un quejido fuerte una vez ambas caderas estuvieron unidas por primera vez, haciendo que el inexistente pero ahora existente corazón de Okita se detuviera.
No te muevas, no te muevas, era lo único que Sougo lograba pensar coherentemente. Se sentía demasiado cálido y estrecho el interior de la Yato, más por mucho que lo estuviese disfrutando, él esperaría. Y, mierda, que alguien lo abofeteara o algo, porque ya no era él. El Okita Sougo sádico en la cama ya no estaba. Mientras ella se acostumbraba―que era una miembro de la raza más fuerte del universo, así que no entendía muy bien que le tomaba tanto tiempo―, se entretuvo dándole besos en el hombro, subiendo poco a poco hacia su blanquecino cuello. Sintió un deseo irrefrenable de hundir sus dientes en aquella tierna carne, para que al día siguiente todos supieran que la China tenía dueño, pero no lo hizo, a saber por qué.
O bueno, si sabía por qué, pero aún no estaba listo para afrontar su realidad.
Fue entonces que Kagura lo atrajo hacia ella para darle un profundo beso, empezando a mover sus caderas para que él también hiciese lo mismo, sincronizándose rápidamente. En esos instantes, se dio cuenta de que aquello que hacía con Kagura no tenía nada que ver con lo que había experimentado a lo largo de su vida. A pesar de que la deseaba con todos sus más bajos instintos y de saber que si se movía más rápido podría sentir más placer, descartó completamente la idea en cuanto surgió. No deseaba hacer eso que hacía tiempo atrás con otras mujeres, en donde la velocidad de las embestidas aumentaba, haciendo que todo se sintiese mucho mejor. Y no lo quería hacer porque tras ese ritmo lento afloraron por fin esos sentimientos que nunca llegó a imaginar que podía sentir al estar de esa forma con alguien.
Porque se dio cuenta que el sexo no era solo un acto físico que cuanto más bruto y carnal fuese más placer daba.
Porque él no estaba teniendo sexo con Kagura, aquella niñita con voz chillona que había sido su rival. Estaba haciendo el amor con ella y como tal, se estaban entregando con cuerpo y alma al otro.
Se sentía unido a Kagura.
Había estado tanto tiempo en su propia oscuridad luego de la muerte de su hermana, donde la soledad parecía ser una buena amiga y consejera. Pero todos a su manera consiguieron guiarle lejos de aquel abismo, en especial aquella Amanto ilegal que pertenecía a la Yorozuya Gin-chan. Porque sin siquiera quererlo, ella se había metido en su cabeza, destruyendo―como siempre―cualquier barrera que él pudiese haber construido, con simples peleas verbales―que a veces se les iba de las manos y terminaban siendo físicas―, o con la lucha de escarabajos―tenían que hacer la revancha, sin embargo―, o simplemente siendo ella; el huracán que arrasaba con todo.
Y entonces él había comenzado a fijarse poco a poco más en Kagura; a notar detalles que antes le pasaban desapercibidos, como el tipo de sonrisas que ella hacia―porque tenía un reservada para cada persona―, en cómo parecía saber cuándo él estaba triste o de mal humor y, sobre todo, en como ella conseguía que sus ojos siempre la buscasen consciente o inconscientemente.
Y un día, al darse cuenta de la atracción―porque en ese entonces era lo que sentía―, simplemente había dado el primer paso y después de una buena pelea que tuvieron él se había inclinado y la había besado, y Kagura nunca mostró la más mínima intención de rechazarlo, por lo que intuyó que a ella le pasaba algo parecido con él.
Ahora, sabía que aquella atracción había evolucionado y se había convertido en lo que ahora él sentía y, si hubo algo que lo hizo entender por completo todo eso, fue lo que pasó cuando él se separó de sus labios en ese momento rojos por el intenso beso. La oyó suspirar agitadamente, intentando decir lo que sea que le fuese a decir.
―Te…..te amo ―le había dicho supremamente bajito, pero él gozaba de un buen oído, así que la había escuchado.
Y ahí estaba la palabra. Ella le había dicho eso, a pesar de que ella era una Amanto miembro del Clan Yato y él era un humano; a pesar de él tener 26 años y ella 22 recién cumplidos. A pesar de muchas cosas, esas dos palabras se habían pronunciado directamente de su boca.
La calidez que invadió el pecho de Okita y se extendió por todo su abdomen le hizo comprender la última cosa: sí, se enamoró. De la única forma en la que un hombre tan inteligente como él podría enamorarse; como un idiota. E inclinándose un poco para llegar hasta el oído de la Yato, le susurró que también sentía lo mismo por ella.
Porque en aquella intimidad, se habían desnudado por completo. Y aquello no abarcaba él sólo hecho de que no tuvieran ropa.
Más tarde, cuando Kagura dormía tranquilamente entre sus brazos, terminó por entender que nunca habría nada ni nadie que lo hiciese sentir de esa forma. Porque aunque era un tipo de carácter difícil, había encontrado a esa persona especial con la que se complementaba física y sentimentalmente.
Ahora Okita Sougo sabía, no siempre el amor eran cosas del diablo.
Fin (?)
Este escrito es 100% real no fake xD fue dulce, ¡tienen que admitirlo!
Y esto es lo que pasa después de ver la última película de 50 sombras de Grey :v
Bueno, como dije arriba, sonaba mejor en mi cabeza, pero como no quería matar las pocas neuronas que me quedan, lo dejé así. Ahora, oficialmente esto es la cosa más fluff que he escrito en la vida y me siento bien por ello (nadie me va a quitar la felicidad) :3 y no coloco la calificación M porque no me parece necesario, ya que no profundicé mucho en el acto en sí, si no más bien en los sentimientos y las sensaciones. Espero y no haya sido tan desastroso y si lo fue, díganme por qué con un review x3
Espero y disfruten este escrito lleno de amor por el OkiKagu :3
Besos, flores y chocolates ^3^
