CASUALIDAD VENENOSA

Hola bueno espero que disfruten mi nueva historia ojala les guste!

CASUALIDAD VENENOSA

BY

CHISA NAGAREBOSHI

Prologo

Como dueña del mejor salón de juego de Tokio Sakuno Ryusaki se codeaba con los caballeros más elegantes de la ciudad. Sin embargo, prefería ayudar a los más necesitados. Pero, en cuanto vio a aquel misterioso soldado, sospechó que bajo su frialdad y su aspecto descuidado se escondía un hombre rico en secretos.

El Mayor Ryoma Echizen había vuelto de la guerra convertido en un hombre herido y decidido a ocultar su identidad. Pero no había esperado toparse con aquella belleza de cabello cobrizo, ni con el misterio en el que ambos estaban implicados y que podría poner en peligro sus vidas…

UNO

Shinjuku ,Tokio, 1805

Ryoma Echizen permaneció entre las sombras apoyado en la verja de hierro y volvió a pensar en cuánto odiaba las bodas.

Los invitados al banquete habían comenzado a llegar y se agrupaban a lo largo de la acera frente a Ryusaki Homu, mientras esperaban a que aparecieran los recién casados. Los caballeros reían y bromeaban mientras los tocados de plumas de las mujeres, ataviadas como pájaros exóticos de colores chillones bajo el sol del atardecer, se inclinaban hacía delante mientras charlaban en pequeños grupos. Sus risas flotaban en el aire de media tarde.

William se encogió dentro del abrigo, ignorando al muchacho que lo había guiado hasta allí. Demasiada alegría, pensó con amargura. Demasiada felicidad y optimismo para todo el sufrimiento y la miseria que había en el mundo. ¿Acaso aquellos estúpidos no se daban cuenta de que aquella pareja estaba tan condenada como cualquier otra? ¿Es que no podían ver lo que la gente llamaba amor era sólo un recurso para tontos, algo temporal y vacío?

La constante procesión de carruajes se había ido ralentizando a lo largo de la calle de Shinjuku, y los caballeros se asomaban con impaciencia a las ventanillas para ver cuál era la causa de la parada. Ryoma se deslizo más hacía la penumbra, ocultando la cabeza bajo las ramas de tejo que colgaban por el muro. Un instante después, como si lo hubiera pensado dos veces, agarró al muchacho y lo atrajo consigo hacia las sombras.

-Será mejor que no dejemos que nos vean escondidos, Kintaro-le advirtió Ryoma- Prefieren que la gente como nosotros se quede en su sitio.

-En las alcantarillas, quieres decir ¿no?

-Quiero decir fuera de su vista- respondió Ryoma- La gente pobre es una incomodidad para los ricos, una plaga que les gustaría eliminar de sus bonitas calles.

Una mujer que iba en uno de los carruajes los vio, y se llevo el pañuelo a la nariz. Ryoma apretó las mandíbulas. ¿Hasta donde llegaría la alta sociedad para limpiar Tokio de los seres que no compartían su buena fortuna? ¿Los exiliarían, los llevarían a campos de trabajo, a la cárcel?

¿O lo venderían?

-Me importa un rábano lo que piensen esas damas- aseguro Kintaro alzando la barbilla con gesto desafiante.

-En ese grupo no hay damas, Kintaro- aseguro William sonriendo- Ryusaki Homu es una casa de juego, un club privado sólo para caballeros en el que una dama auténtica no entraría.

-Entonces, ¿son todas prostitutas?-preguntó el muchacho girándose para mirar a las mujeres con renovado interés.

-En cierto modo sí.

Ryoma no estaba de humor para dividir a las mujeres entre buenas y malas. Una vez, mucho tiempo atrás, había formado parte de aquel mundo y no había olvidado cómo mujeres como aquellas habían revoloteado alrededor de él, ni cómo su perfume había penetrado en su nariz, ni cómo le apoyaban los senos contra el pecho.

-La única diferencia está en el precio que exigen por su compañía.

-Prostitutas, entonces- dijo Kintaro silbando bajo-¿Y también la novia?

-No puede ser una dama- aseguro Ryoma con firmeza.

Todo el mundo en Tokio había oído hablar de las tres hermanas Ryusaki, aquellas jóvenes inteligentes y bellas que regentaban el club de moda situado cerca de Shinjuku. Los rumores decían que eran hijas de un sacerdote en un monasterio de Ichigaya, pero Ryoma lo dudaba mucho. Igual que dudaba que fueran tan virtuosas como ellas intentaban aparentar. Las grandes sumas de dinero que al parecer donaban para caridad eran también exageradas, pero talvez se trataba de una estipulación de su herencia. No podía haber otra explicación. ¿Cómo iba a existir un espíritu tan generoso en un lugar así?

-Ninguna dama de verdad podría vivir en un sitio así, Kintaro, atendiendo a los disparates de los caballeros- sentenció.

El chico alzó los ojos para mirarlo con expresión dubitativa.

-Gomen, pero la señorita Sakuno Ryusaki no es así- aseguró- Ya lo veras. Es amable con todos, no sólo con los caballeros. Todo el mundo lo sabe. Es una auténtica dama, sin ninguna duda.

Pero Ryoma no respondió. Sakuno Ryusaki era la razón por la que había pagado a Kintaro para que lo llevara a Ryusaki Homu. En las calles y en los comedores de caridad se hablaba de su generosidad con los desfavorecidos, pero a Ryoma le importaba un bledo que fuera dos o incluso tres veces mejor de lo que decían los demás. Lo único que le importaba era que fuera culpable o inocente.

-¡Mira, ahí llegan los novios!- exclamo Kintaro.

El carruaje, abierto, era de un azul pálido y estaba decorado con guirnaldas de colores blancas que provocaron aplausos entusiasmados entre las mujeres. En la parte de atrás iban dos trompetistas; sus brillantes instrumentos plateados anunciaban la llegada de los recién casados.

-Dicen que el novio es más rico todavía que su majestad- dijo Kintaro, que estaba deseando compartir la información que tenía- Señor Horio. Ese es su nombre. Señor Horio Satoshi. Dicen que gano montones y montones de oro en las Indias plantando azúcar.

-Que suerte la suya- dijo Ryoma con ironía- A juzgar por este despilfarro, supongo que hoy al menos se habrá gastado uno de eso montones.

Todo galantería, el novio les hizo un gesto a los lacayos, que se apresuraron a acercarse al coche, para que se apartaran. Agarró la novia entre sus brazos y la besó, provocando más aplausos y gritos de júbilo. Luego la subió por las escaleras. La novia, convertida en una espuma de muselina blanca, echó la cabeza hacía atrás y soltó una carcajada de alegría, sin importarle que el cabello castaño se le hubiera salido del velo y que estuviera levantando los pies tan alto que se le veía el liguero azul bajo las faldas.

-Koshimae- murmuro Kintaro sin disimular su admiración- Ahora montaran todo un espectáculo, ¿no?

Ryoma gruño disgustado, por el sobre nombre recién obtenido, y por el comentario hecho por el joven. Un espectáculo, sí. Una vulgar y autocomplaciente ostentación de la peor y más ruidosa clase. No era de extrañar que los vecinos más cercanos a Ryusaki Homu protestaran si tenían que aguantar a menudo aquel follón barato. ¿Cuántos huérfanos de Tokio se podrían alimentar aquella noche solo con lo que costaban los lazos de seda que colgaban del carruaje?

Esa es la señorita Sakuno- dijo Kintaro apartándose del muro para señalar hacía Ryusaki Homu- Allí, al pie de la escalera. Están ella y su hermana, la señorita Ann.

Ryoma miro con renovado interés hacía donde estaba señalando el niño. A aquella distancia, lo único que pudo ver fue que Sakuno Ryusaki tenía el cabello de un color más rojizo que el castaño rojizo de sus hermanas, y que, como ella, era alta, esbelta y grácil. Más allá de eso, sólo obtuvo una vaga imagen de un vestido azul simple, elegante y sin duda muy caro, cuyas faldas revoloteaban alrededor de sus piernas y sus caderas con una cadencia provocativa, y de un sombrero a juego que le ocultaba el rostro. Se movía con una seguridad muy atractiva, consciente de que cada movimiento que hacía llamaba la atención.

¿O se trataba de la arrogancia de una mujer que se dedicaba a envenenar bajo el disfraz de la caridad? ¿Una mujer inteligente cuya cocina podía alimentar, o matar? .Ryoma suspiro con impaciencia, resistiéndose a caer bajo su hechizo. Cuatro hombres, cuatro hombre buenos habían muerto desde primavera. Ryoma no podía permitirse el lujo de pensar bien de Sakuno Ryusaki sólo porque fuera hermosa.

Como si le hubiera leído el pensamiento, ella recorrió con gesto seductor el borde de su sombrero con los dedos y luego agarró el brazo de su hermana. Sus cabezas se unieron durante un instante compartiendo algún secreto entre ellas, mientras subían las escaleras taras sus recién casada hermana y el resto de los invitados.

-La diversión pública ha terminado, muchacho- dijo Ryoma- El resto de la fiesta es solo para los que tienen invitación.

Ryoma buscó una moneda en el bolsillo del abrigo para pagarle a Kintaro por su tiempo. Estaba más cansado de lo que quería admitir, la cicatriz de la pierna le dolía por haber seguido el paso del muchacho. No debió haber permito que su orgullo lo obligara a deja el bastón en casa, porque las consecuencias fueron que todos los nervios de su cuerpo protestaban ahora.

Ryoma miró hacia las escaleras en las que antes estaba la mujer. Al verla a ella y a los demás participantes del jolgorio habían vuelto a su memoria viejos recuerdos que más valía dejar en el pasado. El esfuerzo de devolverlos a la parte más recóndita de su cabeza había resultado tan agotador como el largo paseo hasta aquella zona de Tokio.

-Volveremos mañana, Kintaro- dijo dándole la vuelta a Ryusaki Homu y a su propio pasado- Será mejor que le dejemos a este grupo de alocados tiempo para que duerman la mona.

-Oh, no- dijo Kintaro abriendo mucho los brazos, como si quisiera ofrecerle a Ryoma el mundo- La señorita Sakuno no estará arriba con los demás. Ella no va nunca. Siempre está abajo, en la cocina, al lado de la puerta para recibirnos.

Ryoma fruncio el ceño con gesto escéptico mientras sujetaba la moneda entre dos dedos.

-¿El día de la boda de su hermana? Lo siento, muchacho, pero seguro que una mujer así tendrá cosas mejores que hacer esta noche que dar de comer a los pobres.

-Disculpa, Koshimae, pero no conoces a la señorita Ryusaki- insistió Kintaro- Ayer dio su palabra de que no nos olvidaría esta noche, y no lo hará. No lo hará.

Con la audacia de los muchachos que habían crecido en las calles de Tokio, Kintaro agarro el brazo de Ryoma y tiró de él para llevarlo hacia la parte de atrás de la casa de juego.

-Apuesto a que ya habrá cola en la puerta de su cocina. Ven comigo. Juré que lo llevaría hasta allí y lo llevaré.

Ryoma cargó el peso del cuerpo sobre una pierna y luego sobre la otra, parpadeando ante el dolor que sentía. Pero esta vez el dolor no se limitó sólo a la pierna, sino que le afectó también a la conciencia.

Todavía estaba vivo para sentir el dolor, vivo para preocuparse por la reacción de una mujer bonita ante su cuerpo y su cara destrozados. Muchos otros no tenían tanta suerte, incluidos los cuatro hombres que no habían muerto en el campo de batalla, sino solos y sin que nadie los llorara en las calles de aquel Tokio. El había sido su comandante, su mando, y siempre lo habían seguido con un valor fuera de toda duda. Y no les fallaría ahora.

-Bien entonces, Kintaro- dijo con suavidad- Adelante.

El muchacho conocía perfectamente el camino, tal y como había prometido, y guió a Ryoma por entre la abarrotada calle de Shinjuku hasta el callejón estrecho que discurría detrás de las mansiones. El callejón estrecho que discurría detrás de las mansiones. El callejón, que se utilizaba para emergencias y para descargar pedidos, estaba sin pavimentar y lleno de barro, rodeado de muros altos para proteger los pequeños jardines. Grandes puertas cerradas mantenían alejados a los intrusos y a las damas a salvo en los confines de sus verjas de madera, entre sus flores cuidadas y tal vez algún que otro manzano.

Pero no había ningún primoroso jardín detrás de Ryusaki Homu, ni ningún candado que bloqueara la entrada del callejón. Al contrario, la puerta estaba abierta de par en par, dando la bienvenida de tal modo que incluso Kintaro pasó por debajo del arco. Dentro de aquellos muros, el suelo estaba desnudo, con sólo un par de tejos en macetones y varios bancos toscos.

No es que no hubiera jardín, se dio cuenta entonces Ryoma, sino que había más gente concentrada en aquel espacio pequeño que en todas las casas de la calle juntas. Formaban una cola que comenzaba en la puerta de atrás y giraba hasta alcanzar casi el callejón. La gente permanecía en silencio, paciente, con la resignación de aquellos que conocen demasiado bien el lado más crudo de la vida. Había mujeres tristes con niños llorosos en brazos, hombres ancianos encorvados por el peso de la edad, chicos y niñas delgados y sucios como Kintaro… todos guardaban su lugar en la fila.

Pero los que más le llamaron la atención a Ryoma eran los hombres que debían estar en la flor de la vida. Hombres todavía jóvenes en años pero viejos en dolores que sólo la guerra podía causar.

Soldados, marineros o infantes de marina, los daños eran los mismos: Una pierna amputada, un ojo tuerto, una herida que le doblaba el cuerpo convirtiéndolo en una broma de sí mismo, los temblores de una fiebre que nunca se enfriaba… Pero lo peor de todo eran las cicatrices que no se mostraban en la piel, sino en los ojos. Reflejos vacíos de mentes desprovistas de razón por lo que se habían visto obligados a ver. A aquellos hombres los ridiculizaban por la calle, los apartaban como si fueran unos cobardes.

Pero Ryoma los comprendía. Lo comprendía todo. Aquél era ahora su lugar, entre aquella gente, y no en medio de aquel atajo de inútiles disfrazados que había arriba.

Kintaro cerró los ojos y aspiró escandalosamente por la nariz para saborear los olores que salían por las ventanas abiertas. La cocina ocupaba toda la planta del piso inferior de la mansión. Un gran número de cocineras, doncellas y lacayos iba de un lado a otro cumpliendo con su cometido.

-¿No os había advertido de cómo sería realmente Ryusaki Homu?- dijo el muchacho-¿Verdad que huele a las cosas más ricas del mundo cocinadas todas juntas en una olla?

-La verdad es que sí, tienes razón- murmuro Ryoma.

Pero no estaba prestando demasiada atención a los colores de la cocina. Tenía demasiadas cosas en las que fijarse. Apretó la moneda contra la palma de la mano del niño.

-Gracias, muchacho.

-¡Gracias, Koshimae!-respondió Kintaro abriendo mucho los ojos, antes de guardársela entre la ropa.

Pero Ryoma ya se había dado la vuelta con la intención den reunirse con los demás. Por supuesto, tener una lista con los nombres de los hombres que buscaba habría sido más fácil, más efectivo, pero el ejército no era partidario de aquellas menudencias.

Para los funcionarios que estaban tranquilos en sus despachos daba lo mismo que un hombre muriera en el campo de batalla o por causa de una enfermedad o que lo hubieran expulsado. Cuando un soldado terminaba el servicio, dejaba de existir. Ryoma había emprendido aquel método de búsqueda, buscándolos uno por uno, con la esperanza de dar con los supervivientes a tiempo.

Avanzo por la fila y se acercó a un hombre al que le faltaba el brazo izquierdo y la pierna hasta la altura de la rodilla. Se apoyaba sobre una muleta de fabricación casera.

-Buenos días, amigo- lo saludo Ryoma- ¿Cuál era tu barco?

No era difícil identificar a aquel hombre como un marinero. Los pantalones rajados y la cola de caballo que le llegaba hasta la cintura habrían bastado, además del tatuaje que le cruzaba los bíceps.

El hombre miro a Ryoma con los ojos entornados y la expresión en guardia.

-El Himura, doce, capitán Mori taka. Espero que su alma negra arda en el infierno.

-Ya-respondió Ryoma con su voz neutra -¿Cuál fue tu ultima misión?

-Yo no lo llamaría misión-respondió el marinero, sin esforzarse por disimular su disgusto-Mori taka nos soltó en la costa en medio de la neblina. Fuimos pesca fácil para los barcos que faenaban allí.

-¿El almirantazgo no os recompensó de alguna manera?

-Con lo que nos dieron no pudimos ni comprarnos un orinal.

El hombre escudriño a William de arriba abajo, fijándose en su maltrecho sombrero de ala ancha, su cuerpo torcido bajo el abrigo gastado, la mano retorcida que apenas podía disimular bajo la manga y la pierna, ya para siempre más corta tras la fatídica emboscada.

-¿A ti adonde demonios te llevaron amigo?

Ryoma no se movió mientras el otro hombre lo observaba. Cuando su familia o sus antiguos amigos lo miraban, siempre trataba de ocultarse.

-A la península- dijo arrastrando las palabras en un susurro.

Fueron sólo tres palabras, pero resultaron suficientes para que aquel hombre entendiera lo que cien palabras más no podrían explicarle a su propia familia.

-Que mala suerte, compañero- dijo el marinero-Que mala suerte.

-Pero hemos sobrevivido y aquí estamos, amigo-respondió Ryoma con una sonrisa que no le alcanzó los ojos.

-Si, si a esto se le puede considerar vida-contesto el marinero asistiendo con camaradería.

-¿Has visto alguna vez por aquí a un hombre de pelo rojizo, con el brazo atrofiado y una cicatriz que le cruza la cara como un rayo? Se llama Eiji Kikumaru.

-¿Es compañero tuyo?- pregunto el marinero, rascándose la cara con gesto pensativo.

-Si, estaba en mi regimiento.

-No me suena haberlo visto por aquí- respondió el otro hombre, lamentando no haber servido de ayuda.

-Tokio es una ciudad muy grande y nosotros peces, pequeños-aseguro Ryoma sin permitirse mostrar su decepción.

Encontró otra moneda en su bolsillo y la deslizo sin jactancia en la bolsa que el hombre llevaba cargada al hombro. El marinero alzó la vista, sorprendido.

-Tuve suerte anoche con los dados, amigo-le explico Ryoma-Y creo en la idea de compartir.

Se dio la vuelta y siguió la fila hasta que dio con otro tullido. Aquel había sido un soldado que corto tiempo atrás los nudos dorados y los botones de la chaqueta de su uniforme para venderlos. No era del regimiento de Ryoma, pero eso no importaba. Tal vez hubiera visto o hubiera hablado con alguno de los suyos.

-Buenas tardes amigo-comenzó a decir Ryoma- Supongo que no…

-¡Koshimae, Koshimae, mire!-grito Kintaro abriéndose paso entre los demás-¿Allí esta la señorita Sakuno, tal y como lo prometió!

Ryoma aspiro con fuerza el aire y se puso recto antes de girarse hacía la puerta de la cocina.

Y hacia la mujer que podía ser una santa o una asesina.


Hola y que tal si les gusto jala que si yo se que tambien estan esperando la continuación de Cocinando el amor pero les tendre que ser muy sincera ahora esto completamente bloqueda y no se como seguirla, y ustedes son muy importantes como para darles unas porquerias de capitulos así que mientras espero les guste esta y la disfruten. y comenten por favor