Ranma ½ no me pertenece. Lo que no me impide hacer que sus personajes griten de terror, lloren de angustia y mojen los pantalones pidiendo perdón. Es Halloween y ustedes también están en mi lista. Fufufu…
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Fantasy Fiction Estudios ha de presentar
la vuelta del amadísimo señor del frenesí,
artífice de talento como jamás habrá otro
del vil, doloroso y desgarrador tormento
y percutor de sus más indeseables sueños.
¿Me extrañaron, ingratos, que irán al matadero?
—El Rey Loco.
(Yes, it's me, the Mad King!)
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Devórame
Un fic para Halloween 2018
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Primero fue un quejido. Luego el chirrido de la cama. Lo siguió otro quejido como si la dulce voz femenina hubiera querido gritar, escapar, pero no pudo, amordazada por una almohada que asesinó su intento de desahogo. Después fue otro chirrido de la cama, más fuerte, que golpeó contra la pared. Una vez, dos veces, tres veces, con ritmo leve los suaves golpes de la cama contra la pared fueron en aumento. Entonces hubo un golpe más fuerte que estremeció el escritorio de ese lado de la pared.
Nabiki Tendo se sentó en la cama de un movimiento brusco, sudando y respirando agitada. Era de noche y apenas podía ver a su alrededor. Había tenido un extraño sueño del que no podía despegarse por más que lo quisiera olvidar con rapidez, pues fue un sueño viscoso, nauseabundo, sobre un puñado de gusanos flotando en la sopa de miso roja como la sangre que Kasumi les servía en el desayuno, con una sonrisa como si nada raro estuviera sucediendo. En su sueño todos comían con desesperación como si murieran de hambre, masticaban con fuerza, se tragaban los gusanos al sorber la sopa que manchaba de rojo sus bocas y goteaba por sus mentones. Algunas partes de los gusanos todavía se retorcían vivos al rodar por sus labios. Los levantaban con los palillos y los admiraban antes de devorarlos trozo por trozo tirando sus viscosos cuerpos con los labios. Todos disfrutaban los gusanos menos ella, que los miraba incrédula, luego horrorizada a su plato no queriendo mover ni siquiera las manos.
Se frotó el rostro, no había sido más que un repugnante sueño. Ella ya no era una niña pequeña para tener miedo a esa clase de cosas. ¿Habría sido la novela que leyó antes de quedarse dormida la que inspiró tan desagradable pesadilla? De todas formas, se sintió desvelada y trató de pensar en lo que fuera con tal de no recordar su desagradable sueño con los gusanos.
Entonces Nabiki lo escuchó. Un sonido extraño y repentino que había creído parte de su sueño, y que ahora se dio cuenta de que en realidad fue la razón por la que por suerte despertó. Ella siempre fue de sueño pesado y le costó reponerse de su brusco despertar, por lo que no asoció el sonido a nada en particular. La pared se estremeció apenas un poco, producto de otro sonido como si la cama de la habitación continua se hubiera golpeado contra la superficie.
Se quedó sentada en la cama mirando hacia la pared, con el cabello desarreglado y el borde del holgado cuello del pijama colgando por debajo de su hombro. Las cortinas estaban a medio correr y la luna, como un enorme disco plateado, irrumpía con su tenebrosa luz, creando un bosque de sombras en la habitación. Otra vez la pared se estremeció por un suave golpe, seguido por el sonido de la voz de una chica, como un murmullo alargado, contenido, un suspiro casi agónico que escapó contra la voluntad de su dueña.
—¿Qué hace Akane a estas horas? —Gruñó y se dio vuelta en la cama, acurrucándose con las mantas.
Tan solo le tomó unos instantes a Nabiki despertar del todo. Abrió los ojos y se sentó de nuevo mirando hacia la pared.
No podía ser, no Akane, que ella estuviera… ¿De verdad, Akane?
—Debo estar delirando —dijo destapándose y poniéndose de pie.
Con prisa avanzó en puntillas hacia la puerta, no sin tomar primero la videocámara del velador.
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El pasillo estaba oscuro y el aire frío lastimó su cuerpo. Nabiki no imaginó que pudiera estar así de fresco, no en plena noche de verano. Antes de olvidarse de su propósito, volvió a escuchar otra vez sonidos provenientes de la habitación de Akane y se acercó a la puerta. Estaba entreabierta, una pequeña rendija dejaba entrar la luz de la luna que se proyectó sobre el pasillo hasta la pared opuesta, como una línea que al mirarla a Nabiki se le ocurrió, por un momento, una lápida de mármol.
El suspiro sofocado vino desde el interior de la habitación y por primera vez Nabiki sintió una punzada de temor, tenue, pero lo suficiente como para cuestionar su propia voluntad. Era la primera vez que escuchaba esa voz en su interior y era lo suficientemente fuerte como para hacerse escuchar por sobre la curiosidad. Tal debilidad de su espíritu, como lo creyó ella con reproche, no duró más que un momento. Se mordió el labio inferior, imaginar que su hermana pequeña estuviera actuando como no debía hacerlo una niña de su edad, era algo excitante, una noticia que provocaría un auténtico bombazo. Siempre bromeaba con ellos al respecto, ¿pero Akane y su cuñadito finalmente cruzando la línea? Tenía que atraparlos.
Se asomó por la rendija y lo que vio superó todas sus expectativas, tan asombrada quedó, que incluso olvidó grabar quedándose boquiabierta tras la puerta y temblando casi al borde de sufrir convulsiones.
Su hermana menor se retorcía de espaldas sobre la cama, doblaba los muslos desnudos alrededor de un gran cuerpo oscuro, su ropa interior colgaba enrollada de su tobillo, las manos las empuñaba en violentos espasmos, agarrando las arrugadas sábanas, retorciéndolas como también se retorcía ella al arquear la espalda, sintiendo que su interior era invadido con un ardor violento, brutal, doloroso e inconmensurable, sumergida en una fuente de sudor que cubría su piel y brillaba intensamente reflejando la luz de la luna llena. Akane retrocedía la cabeza sobre las sábanas alborotando su cabello, abriendo la boca sin voz, sin aliento, cerrándola luego para contener un grito, convertido en un violento murmullo que brotó con porfía por la comisura de sus labios hinchados y rojos de tanta violenta y desencadenada carnalidad. Los ojos canela, otrora comprensivos e inocentes, fuertes y valientes, estaban girados como sin vida hacia arriba quedando casi blancos, y su rostro ya no era el de una chica dulce y sentimental, pues estaba desfigurado por la demencia, por el fulgor que quemaba cada vena de su cuerpo bajo el peso de una figura monstruosa, y la hacía quemarse en un mar de oscuros movimientos que la agitaban junto a toda la cama. Si alguna vez Akane luchó y se resistió antes de esa escena que degeneraba todo lo que los humanos, e incluso la naturaleza, entendía por sexo, ya no lo hacía más, rendida en una especie de muerte, quebrada de mente y espíritu, sumisa a los embates de su matador.
No era una imagen tierna, romántica o seductora, inspiradora de fantasías pubescentes la que observaba Nabiki al borde del pánico. Por el contrario, era violenta, lasciva, un producto de la piel y los instintos más animales, una conjunción de respiros desgarradores sobre la sangre virginal manchando las sábanas, de los quejidos sumisos de una presa devorada en vida desde las entrañas. El sonido asqueroso e interminable de los rítmicos tambores de pieles húmedas, de las piernas fuertes y musculosas golpeándose contra los muslos blancos, delgados, débiles y amoratados por los fuertes agarres que habían sufrido, despegándose, tirando y volviendo a pegarse rápidamente en otro embiste. Cada movimiento sobre ella eran incursiones constantes, arrítmicas, impías, cada vez más rápidas y violentas, arrancándole el poco aire que quedaba en el pecho. La chica ya no tenía fuerzas ni siquiera para cerrar los labios, pero tampoco para gritar, solo podía suspirar entrecortadamente con cada estocada que ahondaba en su interior la pérdida de su razón y voluntad, con la boca abierta dejando que la saliva rodara por sus mejillas. Era como una música tribal, cacofónica y ensordecedora, durante un ritual, o durante la ejecución de un blasfemo sacrificio.
Nabiki no pudo moverse, ni siquiera apartar los ojos por más que quería hacerlo. Lo único que su mente en un atisbo de razón pudo decirle, era que esa sombra montada sobre su hermanita no era Ranma.
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El perfume estival de la mañana inundaba la sala durante el desayuno. Cada uno de ellos seguía con su monótono ritual, entre infantiles bravuconadas, luchas por una porción de comida, comentarios fuera de lugar y padres deseando vivir a costa de sus hijos. Sin embargo, esa mañana Nabiki no era la misma.
La segunda hija de Soun observaba la escena en una mezcla de sorpresa y desprecio. ¿Cómo podían todos ellos seguir con sus vidas normales? Si bien ignoraban lo que ella descubrió, sintió contra toda lógica que no tenían perdón por seguir viviendo de una manera tan despreocupada cuando una tragedia se cernía sobre la paz de la familia. Giró el rostro y miró detenidamente a Ranma.
El joven gritaba, discutía, comía rápidamente para no perder bocado, golpeaba al anciano Happosai y se mofaba de que Akane se quedó dormida en lugar de él, para variar.
Akane… Si Ranma supiera.
—¿Qué me miras, Nabiki? —preguntó Ranma, en una mezcla de curiosidad y algo de temor conociéndola—. No tengo dinero, así que no intentes alguna de tus tretas conmigo.
—Si supieras —susurró pensando en voz alta.
—¿Saber qué cosa? —Ranma se rascó la mejilla, muy nervioso, temiendo que Nabiki estuviera al tanto de algo que él también ignoraba pero que de llegar a enterarse Akane haría de su día uno muy doloroso—. ¿Cu-Cuánto me va a costar? —intentó mostrarse seguro, incluso amenazador, pero su voz tembló al final.
Nabiki no estaba de humor para la inmadurez de ese chico.
—Nabiki, ¿estás bien? —preguntó Kasumi sentándose a su lado de la mesa—, no has probado bocado.
—Estoy bien —respondió Nabiki. De solo recordar lo de anoche hacía que el estómago se le revolviera y dudaba de si alguna vez iba a poder volver a comer en su vida—, no tengo apetito, es todo.
Kasumi tocó la frente de Nabiki.
—Estás fría y un poco pálida. ¿No quieres descansar y que avise a la escuela por ti? No sería bueno que enfermaras.
—Gracias, Kasumi, pero estoy bien —respondió con impaciencia, quizás demasiado brusca para dirigirse a su hermana mayor, pero en ese momento ni siquiera fue consciente de ello—. Ya debo irme a la escuela.
Nabiki no quería quedarse más tiempo en esa sala, en esa casa, en esa situación que iba a estallar de una manera escalofriante y, por una vez, no quería ser parte de eso. Algo en su pecho dolía y su cuerpo temblaba contra su voluntad. No recordaba muy bien lo que vio anoche, pero jamás se sintió tan débil o perturbada en su vida. ¿Había algo capaz de hacerla sentir miedo o rechazo? ¿A ella? Nunca se creyó una chica débil, pero la escena que presenció anoche, eso que vio y… Akane, sí, su pequeña hermanita Akane con un hombre en un acto que por alguna razón no podía recordar en detalle, pero que tampoco deseaba hacerlo porque le provocaba inmensa repugnancia, algo anormal, que le revolvía el estómago. Y ese hombre, ¿quién era? ¿Lo conocía? No pudo ver su rostro en la oscuridad, de hecho, no pudo ver nada más que su figura enorme y silueta deforme, extraña, pues ni la luz de la luna cayendo sobre él podía descubrirlo, como si en realidad no se tratara más que de una sombra.
De lo que sí estaba segura era de que no se trató de Ranma, y eso la perturbaba y enojaba de una manera completamente distinta, al punto de querer odiar a Akane.
—Buenos días, Nabiki —dijo Akane sorprendiéndola.
Nabiki se detuvo y no quiso girar para enfrentarla. Maldijo su suerte, había estado tan cerca de llegar a la puerta de la casa y no lo consiguió. A mitad de las escaleras a sus espaldas, su hermana menor la esperaba con paciencia y una mano en la baranda.
—Buenos días, Akane —respondió acudiendo a toda su fuerza de voluntad y control, evitando girar para no tener que mirarla, porque la sola presencia de su hermanita la hacía revivir la escabrosa escena de anoche.
—Nabiki, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? ¿Cómo podía preguntarle eso después de lo que pasó anoche? ¿De lo que ella hizo?
—Estoy… bien, gracias por preguntar. —Nabiki sonrió.
La curiosidad y orgullo de Nabiki se sobrepusieron al asco y miedo que la habían hecho actuar como una persona desconocida desde la noche. ¿A qué le temía?, era solamente Akane, se dijo recobrando un poco la tonalidad sonrosada de sus mejillas. Sus ojos se afilaron otra vez, como si su mente hubiera podido superar el recuerdo tan grotesco, olvidando el por qué le había provocado tanto terror. Ahora solo le quedaba la idea dando vueltas en la cabeza de que Akane, su hermanita tan pura, tierna y casta, la irreprochable Akane que se avergonzaría tan solo de que su prometido la viera a medio vestir, se había revolcado con un sujeto que resultó no era Ranma.
¿Actuaría Akane con normalidad? ¿Sería tan descarada como para fingir no haber cometido una traición tan aberrante en contra de Ranma? Su cuñadito podía ser un bruto, insensible y un ingenuo la mitad del tiempo, pero era un chico de buen corazón, tímido e incapaz de hacerle eso mismo a su hermanita… Y bien, eso también creía de Akane, que a lo menos amaba a Ranma, ¿pero y ahora? Necesitaba confirmarlo, tenía que verla a los ojos y descubrir qué clase de mujer era realmente esa persona a la que ahora desconocía.
Respiró una, dos y hasta tres veces intentando no revelar la tensión de su cuerpo y solo cuando estaba segura de tener las riendas de sus sentimientos, giró muy lentamente y enfrentó a Akane.
Ella vestía el uniforme de la escuela y traía el maletín como cada día. Incluso desprendía un aire de frescor y ligereza como si se hubiera dado recién un baño. Esos detalles fueron omitidos por la rápida mente de la segunda de las Tendo, pues se quedó impactada, al punto de casi perder la máscara de hielo y su forzada sonrisa de piedra, al mirar a Akane a los ojos. No había nada. Ningún atisbo de culpa. Ninguna muestra de vergüenza o arrepentimiento. Nada.
¡Nada!
¡A lo menos muestra un poco de nerviosismo, Akane, por Kami-sama!, pensó Nabiki al borde del pánico, que apenas acusó con un leve temblor de su párpado derecho.
Akane Tendo no revelaba el menor atisbo de que algo estuviera mal en ella. Incluso Nabiki pudo leer en el rostro de la chica que estaba más calmada que de costumbre, con una sonrisa dócil y una postura un poco más… ¿tímida?, ¿femenina?, no sabía cómo interpretarla, quizás podía decir que Akane estaba menos enérgica, y sus gestos y movimientos eran mucho más cuidadosos y refinados de alguna manera.
Lo que no escapó de Nabiki fue el leve rubor de las mejillas de Akane que resaltaba en un rostro más pálido, los ojos almendrados se oscurecían en un mirar soñador y sus pequeños labios los había pintado un poco, dándoles un toque sonrosado y coqueto. También se había atado el cabello con una cinta alrededor de la cabeza que terminaba en un bonito moño negro y que hacía juego con una gargantilla ajustada a su fino cuello, de la que colgaba un minúsculo adorno de plata.
Parece el collar de una mascota, pensó Nabiki, solo para recordar luego que Akane jamás había mostrado tener una pieza como esa entre sus cosas.
—Akane, ¿estás bien? —preguntó Nabiki, en un último intento para que se abriera a ella.
—¿Bien? —Akane repitió la pregunta no entendiéndola del todo, confundida movió los ojos alrededor del pasillo pensando, con movimientos más suaves y hasta solemnes—. Me encuentro bien, gracias por preguntar.
Se volvieron a mirar fijamente a los ojos. Desde su lugar superior Akane sonrió, pero su sonrisa en un momento dejó de ser inocente y hasta le pareció a Nabiki vislumbrar un ligero asomo de burla y arrogante superioridad, pero no duró más que un instante, ¿sería verdad o solo estaba confundida? Si Akane estuviera fingiendo de pronto haberse vuelto tan distraída como su hermana mayor Kasumi, casi lo estaba consiguiendo.
Ranma las interrumpió al aparecer corriendo por el pasillo y se detuvo al lado de Nabiki deslizando los pies.
—¡Muévete, lenta, que vamos a llegar tarde! —increpó a Akane con fuerza.
Nabiki esperó alguna reacción de Ranma a la nueva apariencia de Akane, pero el muchacho ni siquiera pareció darse cuenta. Suspiró, si dependiera de Ranma descubrir algo el mundo estaría perdido.
—Akane, esa nueva gargantilla está muy bonita, ¿dónde la conseguiste? —preguntó Nabiki, dando una rápida mirada a Ranma y luego volvió los ojos a su hermana.
—¿Qué gargantilla? —preguntó Ranma, mirando a una y a la otra—. ¿Qué es una gargantilla?
Akane respondió con un gesto, al levantar el brazo y deslizar sus dedos delicadamente, apenas un roce, sobre la cinta negra ajustada a su cuello con el pequeño adorno de plata.
—Es… un presente —respondió Akane con un leve tono de duda y, por fin celebró Nabiki, un leve temblor de los labios.
—¿Qué es esa cosa que llevas en el cuello? ¡Te ves rara! —Ranma trató de sonreír, como si hubiera querido burlarse del nuevo estilo de la chica, pero la falta de reacción de Akane lo perturbó perdiendo la confianza. Entonces entrecerró los ojos con cuidado al recién percatarse de lo que su prometida dijo—. ¿Regalo de quién, Akane?
Akane empuñó las manos y su rostro se torció en un gesto de furia, volviendo a ser la misma de siempre.
—No te importa, no es asunto tuyo.
Sin dar más explicaciones bajó rápidamente las escaleras y pasó entre su hermana mayor y su prometido sin siquiera mirarlos. El momento en que Akane se cruzó con Nabiki revoloteando su corta melena, provocó que a esta última los ojos se le abrieran de manera desmesurada, sorprendida, al percibir un aroma desconocido en su hermana. Era una fragancia intensa y cargada, un perfume muy agresivo y seductor, difícil de ignorar, muy diferente a las suaves fragancias cítricas que su hermanita acostumbraba usar.
Nabiki volvió a cerrar los labios conteniendo su deseo de decir algo.
—Akane, ¡Akane, espérame! —gruñó Ranma, más que enfadado sintiéndose confundido y a la vez inquieto ante la manera en que ella lo ignoró y siguió de largo hasta el genkan. La siguió con insistencia dejando atrás a Nabiki—. Akane, ¿me estás escuchando? Te hice una pregunta, ¿de dónde sacaste esa cosa?
Akane se calzó en la entrada dejando sus pantuflas, actuando como si Ranma no existiera a pesar de que le estaba prácticamente gritando a su lado.
—¿Qué sucede, Ranma, estás celoso de que alguien sí me haya dado un bonito regalo?
Ranma guardó silencio. Un frío mortal se apoderó de su corazón por el tono tan frío e hiriente de la chica. Y lo peor, es que recordó el motivo de su enojo.
—A-Akane, ¿estás molesta por lo de ayer? —preguntó Ranma, ahora con la timidez de un niño regañado por sus padres.
Akane terminó de calzarse y se irguió, alzó el rostro y respingó la nariz con un gesto de desprecio que pareció lastimar al joven profundamente. Nabiki también lo observó todo a la distancia desconociendo a su hermana menor, en especial por la manera como estaba tratando a Ranma. Los enojos de Akane siempre fueron explosivos e infantiles, tanto como los de él, en cambio ahora ella era dueña de un enojo frío, contenido y de miradas tan crueles hacia el muchacho que este se sintió desarmado con cada una de ellas.
—No te preocupes, Ranma —dijo finalmente Akane—, la próxima vez que deba venirme de la escuela tan tarde por culpa de las actividades del club, recordaré no pedirte que me esperes o me acompañes. Comprendí muy bien que fue mi culpa por intentar distraerte de tu deseo de pasar la velada con Shampoo.
—Yo no quería dejarte plantada, ¡ella me atacó! ¡Maldición! Tuve que protegerme porque quería que me bebiera no sé qué cosa y… ¿es que no vas a creerme nunca? —se excusó Ranma—. Anoche volví después a buscarte a la escuela, ¿no es verdad?, pero ya te habías ido.
Akane se encogió de hombros, casi con indiferencia, ante la apasionada defensa del muchacho.
—Entonces fue mi culpa por no esperarte más tiempo, a pesar de que lo hice por casi una hora hasta quedarme sola en la escuela… —dijo Akane y su rostro perdió por apenas un instante la calma, revelando tristeza y miedo, que supo disimular rápidamente con un gesto de indiferencia—. Te esperé hasta que oscureció, Ranma, hasta que no me quedó más remedio que regresar sola a casa creyendo que lo habías olvidado. Si no llegaste antes lo lamento por ti, pero ese no es mi problema. Supongo que no soy tan importante, está bien, lo comprendo.
—¿Hasta cuándo vas a seguir enojada conmigo? Creía que ya se te había pasado —Ranma cruzó las manos detrás de la cabeza—. ¿O es que te enojaste por otra cosa ahora?
La chica inclinó el rostro. ¿Qué se podía leer en su rostro?, se preguntó Nabiki, ¿más enojo, tristeza, miedo, resentimiento? Akane jamás fue tan difícil de leer para ella y eso la tenía más preocupada todavía recordando vívidamente lo que sucedió anoche.
—Akane, eres una boba, pudo haberte pasado algo si yo no…
—¿Olvidas que también soy una artista marcial, Ranma? —la respuesta de Akane destiló odio, de una manera que jamás Nabiki, que seguía observándolos más atrás y en silencio, recordaba haberla visto. Pero al momento la menor de las Tendo se calmó y un violento temblor, como un escalofrío, acusó el verdadero sentimiento que intentaba ocultar pero que no pasó desapercibido para su hermana mayor. Recobró su aparente calma y respondió con fría amabilidad—. No, Ranma, no es necesario que te preocupes más por mí. Estoy bien, al final no me sucedió nada así que puedes quedarte tranquilo de que no ha sido tu culpa, a pesar de no haberme acompañado como prometiste. Después de todo la tonta fui yo por creer que querías volver conmigo.
—¡No es por mi honor que me preocupo por ti! ¿Es que todavía vas a seguir con eso…?
Ranma enrojeció y se cubrió la boca con las manos tras habérsele escapado esas palabras. Miró a Akane, nervioso, con el corazón queriendo escapársele por la garganta de lo fuerte que daba golpes en su pecho. Akane giró el rostro lentamente y lo miró. Sin embargo, esa mirada era algo que el joven jamás hubiera esperado en esa situación, pues era fría, distante e indiferente.
—Ese no es mi problema, Ranma —respondió Akane y dándole la espalda salió por la puerta.
Ranma se quedó paralizado mirándola alejarse lentamente y tragó con dificultad. Entonces giró el rostro para asegurarse de que Nabiki siguiera ahí observándolo. Fuera por el gran orgullo que tenía, al saberse observado trató de recomponerse, pero su cuerpo parecía el de un espantapájaros a medio rellenar, con los brazos caídos y la correa de la mochila resbalando de uno de sus hombros.
—Ella… ella está… un poco… enojada… ¿no lo crees? —intentó decir, pero apenas salió un susurró de sus labios. Entonces, armándose de valor, salió con prisa y aunque lo negara, iba tras su prometida.
Nabiki no tuvo respuestas para lo que acababa de presenciar, solo pudo sacar algunas conjeturas de lo sucedido el día anterior y tuvo el leve presentimiento de que Akane sabía algo más de lo que confesó. Al recordar la primera mirada de Akane, esa taciturna y de gestos tan meticulosamente solemnes, antes de que actuara como la de siempre frente a Ranma (porque actuar era lo que Akane había hecho, Nabiki no podía ser engañada), un fuerte escalofrío sacudió su cuerpo. Giró dándole la espalda a la puerta de la casa, mirando hacia las escaleras.
Ese día ella no asistió a clases, echando por tierra su récord de asistencia perfecta.
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Continuará
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Nos vemos la próxima semana.
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Noham Theonaus
Espadachín mago de Idavollr
