Disclaimer: Hubo un niño que nació con el nombre de Eiichiro Oda. Ese niño creó One Piece. Ese niño es Dios. One Piece, a ÉL le pertenece.
Advertencias: Relato erótico/Yaoi.
Estructura: Viñeta.
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Noche Eterna
La noche abolía los contornos de las cosas y de las sensaciones. Ya no era un rival lo que se estrechaba íntimamente a él. La madera se estremecía, conmovida por el mismo goce, y el lecho, antes de emular descanso, era arrebato insomne. Su sueño, su sino, su apetito, su carne, se confundían en la penumbra. Juego de luces, juego de apariencias, sombrío roce, juego fatal, concupiscente.
Luz caliente y dorada reflejaba el crucifijo sobre la mesita, donde la única vela, inacabable, era coronada por una llama solitaria.
"Supérame, Roronoa"
El vaivén oscuro y penetrante tomaba para sí la tensión en cada nervio, cada fibra sensible y exhortada al límite, de su propio cuerpo, irreconocible en su sudorosa ansia, en su anhelante entrega. Ya no era rival, ya no era maestro quien alimentaba con un provocativo impulso la boca de un deseo siempre oculto, siempre adentro, pero demandante, excitable, arrobado por el vibrar, la fricción, de esa fuerza extraña e invasiva; ya podía ser amante, ya podía ser enemigo, pero la certeza era difusa; las formas, mudables. Cuanto esa isla abarcara bajo su cielo, bóveda negra, neblinosa, misteriosa, se convertiría en una fantasía perturbadora, así, mil y un rostros sin dueño hacían guiños desde la profundidad frondosa y verde y oscura. Así, el marfil ardiente de la piel que se sacudía de placer sensual, que se extasiaba sobre él, era el hombre al que, definitivamente, superaría, como el mejor espadachín, y a la vez no lo era. No era sólo aquel hombre, era muchos más. Uno de ellos, de entre esas miles de caras, compartía con él la sempiterna caída del sol conjurando en un dialecto inasequible a la razón el soplo de un instante.
Entonces, los guerreros que eran, empuñaron el filo de su ímpetu, loca cual violenta pulsión y tiesa, como firme ha de ser la mano de quien apuñala, en un estado de conmoción que los atravesó a ambos. Cuando las espadas entrechocan el acero es el frenesí lo que palpita en la hoja; los duelistas se reconocen en la pulsación cimbreante de las estocadas y todo su ser, todos sus sentidos, se vuelcan a esa danza complicada y mortal; se aferran a su contrincante, ignorando al resto, abandonados al batir, incontrolable y feroz, que los une en el duelo entre la victoria y la derrota, en la balanza del destino.
El hombre, el rival, el amante, el guerrero, dejarían de ser una pluralidad diferenciada; en una caricia más desfalleciente que el dolor, una sola imagen, más nítida que el incienso, sería identidad, unicidad; por un instante, sublime y transfigurado. Y Pensó que quizá la eternidad se aventuraría a colarse por esa ruptura, ese quiebre infinitesimal y postrero, sólo para ser olvidada luego. Una eternidad olvidada bajo el manto de una noche eterna.
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La frase: "La noche abolía los contornos de las cosas y de las sensaciones.", no me pertenece. Es posible que utilice frases inspirativas para comenzar un texto, etc (nada de plagio, a mí no me interesa el plagio). Y sepan que no voy a publicar de dónde ni de quién son, más que nada porque no quiero que los autores se revuelvan en sus tumbas.
