Dislaimer: NO SOY RUBIA, NO SOY PARIENTE DE JK, y todo lo que ven aquí en invención de su mente, que yo solo he tomado prestado para entretenerme un rato. Los personajes o lugares que no reconozcan, pues esos si serán míos!

N/A:

Buenas tardes a todos! ¿Cómo les va? Por lo menos aquí en Argentina, con un calor de los mil demonios, les presento esta historia, nuevamente ambientada en la época de los Merodeadores, ya que son, por mucho mis personajes favoritos de toda la saga. De todas formas, los primeros capítulos, tendrán que tenerme paciencia porque me gusta hacerlos muy detallados, y quizás puedan parecer algo intrincados o complejos, si se da el caso, por favor avísenme, porque suelo hacerlo sin darme cuenta y no quisiera que a ustedes les aburriese.

Por otro lado, este prólogo, este capítulo, será muy importante para después, ya que la historia se trata de los Black, pero en realidad, de TODOS los Black, no solo los que conservan el apellido por línea paterna y que son los que nosotros conocemos, sino que he dejado volar mi imaginación y han aparecido algunos muy interesantes, veremos como piden salir y que cosas harán.

Antes que todo se les haga muy latoso, les dejo, esperando que si hay alguien leyendo, sea capaz de dejarme su comentario, los dejo con la historia!


Prólogo

Normalmente, las películas de terror, se empeñan en tener grandes tormentas dónde extraños sucesos se fusionan los unos con los otros, para llevar a los protagonistas de las historias a situaciones desesperantes. Exactamente están hechas de esa forma, porque muy en el fondo quieren exacerbar los miedos más profundos de las personas. Muchas veces, lo consiguen, de las formas más maquiavélicas.

Las nubes, los rayos y los relámpagos resquebrajaban el cielo, no permitían que nadie se pudiese observar a kilómetros de distancia. Las gruesas gotas de agua pegaban contra la pared. La casa gigantescamente oscura, la luz eléctrica había desaparecido en esos momentos. El teléfono, el cual siempre es el primero en morir, estaba levantado, arrancado de la base. Los grandes ventanales que muchas veces habían filtrado tanta cantidad de luz, brindándoles a los niños horas interminables de diversión, ahora solo servían como espejos que llamaban al silencio sordo del que espera, mientras desespera. Solamente un revoltijo de mantas, cortaba la quietud tensa, del lugar. Una niña bajita, regordeta, con dos trenzas estaba acurrucada contra sí misma, en el sillón de su sala de estar. Entre las mantas, cubría su cabello dorado, y el llanto, que hasta hacía instantes había amenazado con explotar, ahora invadía las mejillas sonrosadas de la niña pequeña, que sintiendo crecer el miedo en su interior, se había acurrucado, junto a su peluche favorito. Como un sanador, el gran oso panda, con mirada piadosa, era estrujado por la criatura que ahogaba el llanto y los gritos entre el pelaje sintético del animalito.

- Los fantasmas no me harán daño…-repetía una y otra vez, en voz baja, como temiendo que alguien más le escuchara hablar- la lluvia terminara y la tormenta se acabara, Jimmy vendrá por mí, y saldremos a jugar con las escobas…

Ese era un vago intento de tratar de mostrar valentía, la niña no soportaba las tormentas, era muy pequeña cuando había tenido, una mala experiencia, que había dejado secuelas graves. Resonó un trueno especialmente fuerte en la casa, tomó una de sus trenzas y la mordió con fuerza, exhortando al grito que le salía de los pulmones a ahogarse entre su cabello. Las lágrimas se redoblaron. Vio un relámpago en el cielo. Comenzó a rezar absurdamente, entre palabras que nadie podía entender. Pedía ayuda y juraba ser buena, obediente, si alguien la sacaba de ese tormento.

- ¡Jimmy, Jimmy ven!…-pedía, rogaba mientras las lagrimas saladas continuaban manteniendo húmedo el hocico del peluche- tú… no… puedes… dejarme sola, ¡LO PROMETISTE!- el grito se ahogo en el trueno que sonaba tras el relámpago.

Gruesas lágrimas salían de los tiernos ojitos de la niña, un mal presentimiento afloraba en su corazón, algo no andaba del todo bien, y sus familiares tampoco estaban para poder salvaguardarla. Susurraba la cara contra el peluche, como si las orejas del animalito, verdaderamente pudieran escuchar el ruego sordo de la criatura.

- Que sea un mundo mejor, y la verdad no sea triste, te juro que existe, existe de verdad…-susurraba una y otra vez, contra sí misma. Los ojitos cerrados, y la voz algo quebrada, las rodillas le dolían, pero no quería soltarse. Había aprendido a qué tenía que estar siempre con las rodillas contra el pecho, disminuía la posibilidad de que alguien le pudiera dañar.

- ¿Lina?…-preguntó la voz de un niño que pareció inundar en cuestión de segundos toda la casa a oscuras- ¿Qué tienes?-le abrazó protectoramente, incluyendo el panda. Instantáneamente, sintió como su remera se mojaba de lágrimas, saliva y un llanto desgarrador que parecía salir de la misma entraña más profunda que tenía la criatura- Dime preciosa…

- ¡Jimmy! ¡Viniste!…-dijo la niña mirándolo con cariño, una vez que pudo descargar todo el dolor que tenía contenido. Dolor, que entremezclado con miedo había hecho que se orinara encima. Ella no se había dado cuenta, pero James sí. No dijo nada, sabía que Alina no estaban bien en su hogar, solo que siendo niños, no podía imaginar, todo lo que aquella niña soportaba cada día. - ¡No me dejaste sola!

- Te dije que nunca lo haría, eres tonta en verdad…-manifestó el niño jugando con las trenzas de Lina, las cuales seguían mojadas.

James se había preocupado, cuando bastante avanzada la tormenta, las luces de la entrada de la casa de Alina continuaban apagadas. Había buscado a su madre, le había comentado la situación y la señora muy preocupada, se había acercado a su varita, conjurando con algunos movimientos grandes animalejos que se habían perdido por la ventaba abierta hacia el interior del bosque frondoso que ocultaba las casa de los magos de los muggles. No le había sonreído a James, asegurándole que todo estaba bien, sino que se había encerrado en su biblioteca, seguramente a hablar con su padre, como solía hacer cuando había temas importantes de por medio. James le dio un último vistazo, y vio que llevaba su nariz fruncida, señal de que algo malo podría estar ocurriendo. Entonces allí, se preocupo por la persona, que más que amiga era una hermana. Tomó su gabardina y una gran túnica que repelía la lluvia. Corrió hasta el ático dónde de una sola patada logró que la escalera bajase. Subió a toda prisa, no tenía tiempo para perder. Entre busco en los cajones viejos, que crujían a causa de la madera mohosa y encontró lo que estaba buscando. Envuelto entre papeles de seda, estaba aquella capa que a simple vista parecía contener todos los planetas, estrellas, constelaciones y cúmulos galácticos del universo, pero que si uno la volvía a ver bien, parecía agua fluyendo y qué cuando uno se la colocaba encima desaparecía. "Algún día, tendrás oportunidad de usarla" le había dicho misteriosamente su padre, bueno parecía ser que la ocasión había llegado. El relámpago, lo volvió a la realidad. Tenía que aprovechar que la lluvia parecía haber menguado. Corrió escaleras abajo, cerró el ático e ingresó en la tercera habitación del corredor. Su habitación. El espejo de cuerpo entero, le devolvió el reflejo. El niño flaco y largo, de poco más de un metro treinta, sostenía con fuerza la capa de invisibilidad entre sus manos, aunque esta le pesaba enormemente. Tomó la varita de regaliz y la varita falsa que había en su escritorio y se dispuso a salir de la casa. Escuchó en la planta baja, como su madre, salía de la biblioteca. Debía darse prisa; se colocó la capa, que lo cubrió sin problemas, y al volver sus ojos en el espejo, como siempre, no dejo de sorprenderse de no verse reflejado. Silenciosamente, bajo las escaleras. Su madre se había encerrado en la cocina. Mejor, no parecía haber por ningún lugar alguien que pudiera delatarlo, así que corriendo se acercó hasta la puerta, la abrió despacio, para evitar que sonara o chillara por estar mojada. Al salir, todo fue más fácil. La casa de Alina, era la casa continua a la suya y tenía grandes faroles en la entrada que al caer la noche, siempre solían estar encendidos. No como esa noche. Rebuscó entre las macetas, cual era la que contenía el duplicado de la llave principal. No habían cambiado el sitio así que todo fue relativamente fácil. Al ingresar a la casa, solo tuvo que ir derecho hasta la amplia cocina, y buscar en el sillón de la abuela que solían tener ahí, reflejado vio el bulto de mantas. James levantó la varita falsa, y de momento, al intentar algún hechizo escuchó el llanto ahogado de Alina. El corazón le volvió al cuerpo, dejó la capa de invisibilidad a un lado y busco a su amiga.

-¿Por qué estás sola en tu casa?

- Porque mis padres han salido al Ministerio- James se había incorporado y ayudaba a su amiga a hacerlo con él.- Los aurores está teniendo mucho trabajo…

- Es verdad- concedió de momento el muchacho, escuchando con atención todos los sonidos que podían haber a su alrededor.- Mamá está en casa, ¿por qué no vamos allí?

- Por supuesto…-contestó la niña, mientras se alisaba el vestido, tenía manchado la parte trasera con orina, pero ella no podía notarlo. James sonrió al pensar que era mejor que su amiga no pudiese distinguir el orín en su vestimenta- ¿Jim?- el muchachito la miró

- ¿Me dejaras alguna vez?- esa pregunta, sonaba más a un ruego, disfrazado torpemente de pregunta. James esbozó la misma sonrisa socarrona que su padre, le imitó su postura como cuando él era un niño pequeño y tenía miedo

- Es evidente, mi querida amiga, que la respuesta es No, ¿Por qué lo preguntas?

- Quería saberlo, para estar lista…- Bajo la mirada. James se preocupó. Las cosas parecían estar peor de lo que él creía

- No tonta, a ti jamás te dejaré -contestó el niño dándole un coscorrón

- ¿Sabes lo que hacen los muggles?…-dijo la niña con una sonrisa y un brillo especial en los ojos

- ¿Sobre qué?…-la cara de James representaba todavía la curiosidad propia de las criaturas, que quieren conocer todos los detalles acerca del mundo que los rodea
- Cuando quieren jugar algo y para que sea verdadero…

Alina rodó los ojos, colocó su mano izquierda sobre su cadera, imitando sin quererlo a su madre, cuando le retaba por hacer preguntas de más. Pero ahora era distinto, la actitud provenía de ese asombro que los niños tienen, y del orgullo que se siente, al conocer algún detalle que otro ignora. En este caso, James no podía saber a qué se refería Alina, pero la niña asumía que eso era lo más obvio del mundo.

- ¿Qué?- aún con la falsa varita, asida con fuerza en su mano derecha, James le extendía a Alina la mano para comenzar a caminar. Se reflejó en el cristal un nuevo relámpago. Pronto llegaría el trueno que azotaría los cristales del ventanal. Debían darse prisa. Aquel recinto era siniestro. Las paredes estaban pintadas en un sordo color verde oscuro, que hacía parecer el lugar más pequeño de sus dimensiones reales.

- Dan sangre- El trueno, llegó en el exacto momento que la niña terminó de hablar.

- ¿Estás segura que la fiebre del dragón no te atacó?-esos programas muggles que veía Alina se le estaban subiendo a la cabeza. James, tocó paternalmente la frente de la niña, imitando a su padre cuando él tenía fiebre. Alina rió por lo bajo.
- No James, estoy perfectamente bien…- el tono mandón de niña superada, que solía utilizar imitando a su madre- Escucha, por qué no intentamos algo simple, pincharnos el dedo gordo- James no estaba muy seguro de esas tácticas, no le tenía asco a la sangre, ya que estaba acostumbrado a sangrar por los partidos de Quiddich, pero tampoco iba a ponerse a merced de Alina para que le atravesara el dedo con una aguja, porque él sabía perfectamente que esa era la fatalidad de aquello- ¡Vamos no seas llorón! Es solo un pinchazo, sinceramente menos de lo que te sueles hacer cuando jugamos Quiddich con los mayores en el parque- Alina observaba a su amigo, ver cómo dudaba, apeló a todas las artes que conocía para engañarlo- Después mezclamos la sangre y escribamos, en un papel, lo que queramos jurar ¿Qué me dices?, Es una excelente idea si no te asustas…-Lina tanteo el camino, sabía que podía hacer que James hiciera lo que a ella se le antojase, solo tenía que decir las palabras correctas- ¿O me dirás que el Gran James Potter, es una gallina?

James enrojeció, pero la oscuridad no se notó. El no dejaría que nadie le dijera que era una gallina, no le entusiasmaba demasiado la idea de dejar que le pincharan el dedo como si fuera la bella durmiente en la sala de las máquinas de hilar, pero tampoco era un miedoso. Lo haría, se tragaría sus miedos y lo haría.

- Hagámoslo…-contestó James, más a fuerza de voluntad que otra cosa.

Recordó que su madre le había dicho que ante los momentos difíciles tenía que respirar, así que eso fue una de las mejores ideas que tuvo. La luz eléctrica no volvía, pero ambos recordaban que en la alacena, en el último estante, había una lámpara de aceite, antigua, regalo de herencia de alguna tía lejana, anciana y sin hijos a los cuáles heredar nada. Corrió, haciendo resonar con fuerza sus pasos en el parquet para que Alina le escuchase, mientras ella a fuerza de tratar de vencer sus miedos, se dirigió a la biblioteca a buscar en el cajón prohibido aquel hermoso cuchillo de cazador que su padre guardaba, conjunto con pergamino, una gran vela roja que derretían para sellar las cartas, y el sello familiar, anidado en el primer cajón del escritorio de madera de cedro maciza, guardado en una caja de terciopelo

- Tú tienes mejor letra, así que escribes- dijo James una vez que se volvieron a reunir en el pasillo cerca de los cristales. La lámpara ya estaba encendida, y Alina tenía con ella todas las cosas que había buscado en la biblioteca.

Los niños se sentaron en el suelo, que estaba frío. Se cubrieron con la capa de invisibilidad, para tener más protección y dejaron que la imaginación volase. Cuando terminaron, tomaron el cuchillo que estaba labrado en su empuñadura. Alina vio el gran felino oscuro, negro, pero con dos esmeraldas por ojos. Ella le conocía, era una pantera, ancestral que le visitaba en sueños, luego de las noches oscuras. Porque Alina, no era la niña que todos creían, y desde que recordaba, había tenido muchas noches oscuras. En esas noches, cuando llegado el amanecer, no podía reconciliar el sueño, la pantera se corporizaba a su lado, y dormía junto a ella, protegiéndola. El mango, además tenía escrito en letras de plata el lema familiar "Vouloir, c'est pouvoir" que significaba querer es poder. Alina lo tenía fresco en su cabeza, porque en las noches oscuras, la voz se lo repetía miles de veces. Mientras ella viajaba a lugares mejor.

- Juro solemnemente, que…-comenzó a decir Lina- seré tu amiga por siempre…

- Juro solemnemente que yo seré tu amigo por siempre y para siempre…

- Que seremos hermanos en las buenas y en las malas- los dos se había tomado de las manos, recitando de memoria el papel con la enorme vela color roja en el medio.

Ninguno de los dos sabía que esa vela era de los deseos y juramentos, otra forma de realizar pactos eternos, sin necesidad de utilizar la varita. Que estaba guardada en el cajón prohibido, porque su padre la había confiscado a una hechicera, que pretendía atar eternamente a la muerte a una familia de muggles, solo porque ella era sangre pura. Aquella era una vela, que la suerte coloco allí esa noche…

- Que no te dejare solo, ni tu lo harás, cuando más lo necesitemos… dijo Lina sonriendo. Mientras las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos.

- Que nadie se interpondrá entre nosotros…- con más fuerza James tomó las manos de su amiga.

- Que no tendremos secretos entre nosotros- la criatura correspondió liberando las lágrimas que tenía atragantadas.

- Que no cambiaremos por nadie…-dijo James y ambos sonrieron. Su amistad era fuerte, y ya con casi nueve años, muchas personas los molestaban con qué potencialmente, podrían llegar a ser una pareja de lo más prometedor.
- Y que cuando entremos a Hogwarts, seremos los mejores amigos…-Ambos a pesar de las lágrimas sonrieron.

Terminaron de decir sus pretensiones, coronaron todo con una sola voz que rezó: "Lo juramos, Alina Spellman y James Potter". Se pincharon ambos el dedo gordo de la mano derecha, y dejaron que una gota de cada dedo cayera. Estas cayeron en la vela, que se apagó pero brilló, en conjunto, porque al mismo tiempo, los niños habían unido las manos y se habían abrazado.

Un brillo embargó la sala, ya estaba hecho, ahora tenían una conexión, era hermanos de sangre, y de pacto. Esa sangre, esa conexión, hizo que durante muchos años, y hasta la muerte de James, Lina, pudiera saber que era lo que pasaba por su cabeza y viceversa…