Hola! Aquí estoy de nuevo, esta vez les traigo la adaptación de un pequeño libro que leí al final de los capitulos les dire de quien es, a me gusto mucho y lo quise compartir, Ni los personajes ni la trama me pertencen asi que… bueno espero sus reviews,un abrazo criaturitas del Señor Peeta Mellar. C:

Peeta cerró el casillero, luego tuvo que mirarme dos veces cuando vio que yo estaba ahí, esperándolo. Inclinó la cabeza con su usual sonrisa de suficiencia. Solo que no era la sonrisa habitual, exactamente. Se veía perplejo, pero también feliz en cierto modo. Fue como si estuviera tratando de entenderlo, rascándose la cabeza mentalmente: ¿Por qué estaría la pequeña tímida Katniss Everdeen parada junto a mi casillero?

Inclinó un poco más la cabeza, alzando una ceja.

—¿Quieres hablar conmigo?

Contuve la respiración y le hice un ligero asentimiento.

Frunció los labios, obviamente notando mi incomodidad.

—¿Qué sucede?

Me mordí el labio. Buena pregunta.

Estrujando el dobladillo del suéter, inhalé profundamente, tratando de reunir un poco de coraje. Lo necesitaba. Porque Peeta no era considerado un chico amable, exactamente. De hecho, era considerado un diablo en la pista de hockey y no muy diferente fuera de ella. Y yo no era exactamente Miss Seguridad cuando se trataba de gente malvada. Evitaba las confrontaciones, cualquier tipo de confrontación, y torturadores, a toda costa, pero aquí estaba yo, buscando a Peeta el Maestro del Dolor.

Sonrió de nuevo, con los ojos centelleando con una extraña combinación de curiosidad y diversión.

—Vamos, dilo.

—Cato Hanks —solté abruptamente como si tosiera—. Es mi…

Cuando me atraganté de nuevo, Peeta terminó por mí, todavía pareciendo curioso.

—Tu novio.

Asentí, sorprendida. No sabía que Peeta supiera eso. No sabía que él supiera quién era yo.

Peeta sonrió, comenzando a entenderlo. Definitivamente lo había descubierto.

—Oh, estás aquí para suplicarme que no le reviente la cara a golpes. —Se lanzó el libro de historia de una mano a la otra, viéndose entretenido—. ¿El imbécil te envió a ti?

—¡No! —Solté deprisa las siguientes palabras para impedirle que se hiciera la idea equivocada—. Cato no sabe que estoy hablando contigo.

Él sonrió.

—Entonces, ¿por qué estás hablando conmigo?

—Porque, como dijiste, no quiero que lo golpees. —Contemplé los centelleantes ojos de Peeta—. Por favor, no lo hagas.

No sé de dónde salió eso, yo siendo valiente para mirar a Peeta a los ojos. Tal vez era porque seguía sonriéndome, actuando como si fuera divertido hablar conmigo, o mirarme, o algo así.

Peeta se apoyó contra el casillero y se humedeció sus rosados y perfectos labios. Me miró con intensidad durante un momento, luego levantó la vista al techo. Finalmente, gimió, soltando el aliento, y me miró a los ojos.

—Mira —dijo, ahora sonando serio—, tengo que hacerlo. El gamberro habló basuras sobre mí frente a todo el equipo. No es como si pudiera ignorarlo.

—¡Sí, puedes! —Le dije, siguiéndolo de cerca cuando comenzó a marcharse.

Lo dije de nuevo, esta vez chillona y desesperada ya que me estaba ignorando.

—¡Sí, puedes!

Peeta siguió caminando, así que continué siguiéndolo, como un cachorro rogándole atención, ladrándole a las rodillas.

—Por favor, ¿puedes? ¿Por favor?

Le tomé el brazo con desesperación. Eso era lo único que podía hacer para llamar su atención, ya que aparentemente había dejado de escucharme. Pero cuando le tomé el brazo, él se detuvo abruptamente. Quiero decir, se congeló.

¡Caramba! Se me tensó el pecho. ¿Qué había hecho?

Peeta se volvió y miró la mano sobre su brazo. La quité a toda velocidad, aterrorizada de que fuera a golpearme por tocarlo o ser molesta o algo. Pero cuando no me empujó ni me golpeó, hizo nada más que mirarme con esos hermosos ojos con largas pestañas, tragué y continué con mi súplica ahora que tenía su atención, solo que ahora yo temblaba y estaba mucho más nerviosa. Quiero decir, Peeta era… sexy. Lo era. No estaba prestando mucha atención a eso antes, ya que estaba rogando por la vida de mi novio, pero ahora que Peeta me miraba de ese modo, bueno, lo noté. Y me distrajo, incluso ahora que estaba petrificada.

Aún así, a pesar de que mi mente daba vueltas por eso, me las arreglé para chillar

—: Tengo algo de dinero, no mucho, pero…

Peeta sonrió, y luego negó con la cabeza.

—No quiero tu dinero.

Por alguna razón, eso hizo que mi estómago se sintiera raro. Supongo que por el modo en que lo dijo. Y el modo en que me miró cuando lo dijo. Hizo que se me acelerara el pulso y me retumbara el corazón.

—¿Entonces, qué? —se me agudizó la voz—. ¿Qué puedo hacer?

Una sonrisa sarcástica jugueteaba en los labios de Peeta mientras me miraba. Luego levantó la barbilla y me desafió.

—Bésame.

Sentí un revoloteo en el estómago.

—¿Q-qué?

Los ojos de Peeta centellearon.

—Me escuchaste.

Lo miré. Tenía que estar bromeando. Tenía que estarlo. Solo que no parecía que estuviera bromeando ni sonaba como si lo estuviera. Parecía y sonaba entretenido, provocándome, pero aún así, serio. Como si fuera gracioso para él, poner nerviosa y sudorosa a la novia de Cato Hanks, pero dejaría a Cato libre de culpa si yo hacía lo que decía. Esos eran sus términos. Me había ofrecido un trato. Solo que… era extraño.

—Tú —tragué, sintiéndome ligeramente mareada, como si quizás este momento no fuese real. Como si tal vez me hubiese desmayado de miedo cuando comencé a hablar con el y ahora estuviera alucinando o soñando despierta o algo—. Tú, ¿tú quieres que te bese?

Se puso firme, pero todavía estaba sonriendo.

—Sí. Bésame y no mataré a tu novio.

Me recorrió un extraño sentimiento, un hormigueo combinado con entusiasmo y horror. Me alejé, y me apoyé contra los casilleros detrás de mí en busca de apoyo. Estaba tambaleante, sudada y temblorosa mientras intentaba lograr que mi mente volviera a funcionar, a pensar.

—Em…

¿En serio? ¿Eso era todo lo que tenía que hacer? ¿Besarlo y Cato estaría perdonado? No parecía posible. Ni correcto. Tenía que haber algo más allí. Después de todo, yo no era Miss Sexy, exactamente, estaba lejos de serlo. Por lo general los chicos ni siquiera me notaban. No es que fuera fea, supongo. Cato decía que yo era «hermosa». Pero por otro lado, Cato era mi novio, y dulce. Y Peeta no era ninguna de ellas.

—No lo entiendo.

Peeta me dirigió su adorable sonrisa torcida. Hizo que mi corazón se confundiera y revoloteara.

—Sí, lo sabes.

Mmmmm.

El pulso me convulsionó a un salvaje frenesí, y también la mente. Me mordí el labio, tratando de descubrir la trampa. Tenía que haber una. Tenía que haberla. A pesar de que Peeta era conocido en nuestra escuela por ser problemático, era lindo, incluso adorable. Había cierto «tipo»» de mujeres que siempre estaban detrás de él, un tipo que no se parecía a mí, en lo más mínimo. Eran llamativas, adelantadas y experimentadas con los chicos. Yo no era así. Para nada. Y no era el tipo de chica al que se le pegaban los chicos. Yo era «agradable» y «cariñosa» y segura, quizás en buen día con el cabello, «bonita». Pero eso era todo. De ninguna manera los chicos hacían fila para besarme. Dudaba que siquiera pensaran en mí. Así que no, no lo entendía. ¿Qué estaba pasando?

Tenía que ser algo zalamero.

—¿Eso es todo lo que tengo que hacer? —dije con incredulidad—. Besarte, ¿nada más?

Peeta levantó las cejas, curvando los labios en una sonrisa.

—Puedes hacer más si quieres.

¡Imbécil! Humillada, comencé a caminar en la otra dirección.

Pero Peeta me tomó el brazo, acercándome a él con suavidad.

—Dios, solo estaba bromeando contigo, Everdeen.

¿Everdeen? ¿Sabía mi apellido?

Le danzaron los ojos al acercarse, tan cerca que su cálido aliento me hizo cosquillas en el cuello cuando preguntó—: Entonces, ¿tenemos un trato?

Me alejé de él, tratando de pensar. Sacaría a Cato del apuro y solo sería un pequeño beso. Pero… sería con un delincuente.

Por otro lado, mi mejor amiga, Annie, siempre decía que necesitaba relajarme y caminar del lado salvaje. Por supuesto, Peeta Mellark era mucho más salvaje de lo que Annie había querido decir. Annie se refería a usar púrpura fuerte en lugar de colores pasteles. No quería decir que saliera con el chico malo de la escuela.

Pero…

¡Pero nada! Si yo no hacía esto, Cato tendría su hermoso rostro destrozado a pedazos por Peeta. No podía permitir que eso sucediera.

Inhalé profundo, aterrorizada. ¿Cómo sería el beso del Gran Peeta? Estaba un poco curiosa, pero más que nada asustada. Solo había besado a dos chicos en toda mi vida. No tenía experiencia, en absoluto, y aún así estaba ligeramente nerviosa de que no pudiera confiar en Peeta, que no fuera solo un beso lo que él quería, a pesar de que parecía que solo había hecho el trato para hacerme sufrir. Quiero decir, parecía entretenido, como si fuese divertido de las dos formas: reventarle la cara a Cato o hacer que su novia se asustara a muerte. Asentí, puesto que teníamos un trato, y luego tragué saliva, bastante.

Peeta lo notó; él sonrió.

—No estés tan asustada, Everdeen. Soy un buen besador.

Eso no me calmó de ninguna manera. Solo hizo que me ardiera el rostro y las mejillas, se me volvieran de un millón de tonos de rojo, pero de algún modo estaba bastante segura de que eso era lo que él quería.

Sus ojos centellearon cuando me vio prepararme para el beso, observándome al limpiarme las sudorosas manos sobre los jeans y golpearme los puños un par de veces, tratando de prepararme. Finalmente, fruncí los labios y me incliné hacia adelante por el beso.

Peeta me observó con las cejas alzadas, viéndose entretenido. Finalmente, soltó una suave carcajada.

—No aquí.

Sus ojos danzaron cuando parpadeé con confusión. ¿De qué estaba hablando? ¿No aquí? ¿Dónde? Me recorrió el pánico. ¿A qué había accedido, exactamente?

Peeta soltó otra suave carcajada.

—En la sala 204. A las tres. —Se inclinó cerca de nuevo, jugando con un mechón de mi cabello—. Sobrevivirás. Lo prometo.

Cuando llegué a la sala 204, Peeta ya estaba allí. Estaba sentado sobre un escritorio, haciendo rebotar una pelota de goma.

—Ya era hora —murmuró, bajándose del escritorio.

¿Qué? Miré el reloj de la pared que estaba justo encima de su cabeza. Solo eran las 3:02. Dos minutos tarde. Peeta me observaba mientras yo miraba el reloj boquiabierta.

Mi rostro se puso rojo. Oh, ahora lo entendía. Supe por su sonrisa que solo estaba bromeando.

—Ven aquí —dijo.

Sus palabras y el modo en que las dijo, roncas y tranquilas, me hicieron empezar a sudar, pero también sentir mariposas en el estómago. Me quedé en la entrada, incapaz de moverme.

Peeta suspiró con una ligera sonrisa y se me acercó. Suavemente, suavemente me tomó la mano, alejándome del umbral y cerró la puerta silenciosamente. Luego cuidadosamente me apoyó contra la puerta que acababa de cerrar, sujetándome allí, pero de una forma medio jugue juguetona y medio seductora que hizo que se me debilitaran las rodillas y me revoloteara el corazón.

—Tómalo con calma —murmuró Peeta suavemente, como si fuese un potro salvaje que necesitaba ser calmado para no echarse a correr. Sus dedos me rozaron ligeramente el cabello—. No voy a lastimarte, Everdeen, lo prometo.

Sus manos, simplemente su toque, era como electricidad recorriéndome todo el cuerpo.

Contuve el aliento e hice un pequeño sonido de gemido. Fue embarazoso y al mismo tiempo no podía concentrarme en ello ni en nada de lo que estaba sucediendo. Lo único en lo que podía pensar era en sus labios. Parecían tan suaves y rosados y brillantes.

Había pensado en ellos antes de soñarlos, muchas veces. Todas las noches durante un tiempo. Cuando estaba en la secundaria, había tenido un loco y enorme enamoramiento. Era embarazoso, estúpido y loco ya que él ni siquiera sabía que yo estaba viva. Y, sí, él era un matón.