¡Hola bebés Reylo! Este fanfic está inspirado en un video con el mismo título. No va a tratar demasiado de lo mismo que el video, pero procuré retomar algunos elementos de éste.
Este es un Fanfic AU Reincarnation. Tiene la intención de ver las situaciones desde un punto de vista moderno, retomando la vida pasada de los personajes, Ben Solo y Rey, como un punto de referencia para establecer su relación en la actualidad. Van a notar algunas referencias a otros personajes que necesariamente van a estar involucrados en esta relación, específicamente Capitán Phasma y Poe Dameron (Sí, amo a Poe Dameron) y bueno, esto iba a ser sólo un One Shot pero no, no puedo xD
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NK, gracias porque estas experiencias son en parte sueños y en parte algunas ya vividas.
Dama Jade, estuve a nada de usar el nombre de Raelene, también me encanta, pero no quise copiarte.
Esto es todo. Espero le den una oportunidad. Por cierto, estará rankeado M+ por tener un montón de sexo de todo tipo, ya verán porqué lo digo.
¡Los quiero! :D
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The moment for chaos
"… So watch me
Figure it out!
It's all about
What you bring to the crowd
Where your preference is loved
Mmm they're calling me over
Set your fire on me
Like what I see, you getting closer …"
TRNDSTTR (Lucian Remix) by Black Coast feat. Maggie
Every vow you break, every step you'll take… I'll be watching you...
El cielo azul. Las blancas nubes atravesando el lienzo de color azul.
Estuve pensando. Durante toda la primer parte de la mañana, permanecí pensando, como abstraído, fuera de la realidad. Completamente en blanco.
El césped se sentía suave bajo mi espalda y permanecí tumbado sobre éste, con las manos bajo mi nuca y las piernas cruzadas. Las nubes no dejaban de danzar en el viento. El cielo parecía moverse, una y otra vez, aunque no se moviera en absoluto.
Sentía que había dejado algo atrás.
No había dejado nada. Era un día como cualquier otro. Aunque lo cierto es que prefería los días nublados.
Me levanté y acomodándome la chaqueta, me dirigí a mi auto. Tenía dos clases por presidir antes de volver a casa para la hora del almuerzo.
Christie me esperaba. Su cabellera rubia, su cuerpo lánguido y esbelto de modelo y sus ojos verdes similares a las aguas del Pacifico.
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Hay algo muy bello en el cielo después de que llueve. Las nubes negras se desvanecen y, en cambio, el sol se alza glorioso y deja que su luz ilumine lo que toca. Las nubes blancas parecen de algodón y el cielo azul parece el mejor de los lienzos para un paisaje similar.
Me senté en el salón, casi vacío, y esperé al maestro que llegaría en unos minutos más a presidir la clase de Historia del Arte. Era una materia nueva en el programa y si había que tomarla, bien, la tomaría, aunque no estuviera muy de acuerdo. Pero la escuela es la escuela y hay que hacer lo necesario para acabar con ese inconveniente pronto. Estaba cansada y aburrida. Sólo quería salir de allí.
Poe pasaría por mí en una hora, lo que implicaría necesariamente que el maestro llegase puntual. Pretendíamos comer juntos. Los lujos de los recién casados.
Ante esta idea, no pude más que sonreír. Éramos una buena pareja, peleábamos a veces, pero en general nuestra convivencia era buena y agradable. No había nada que la hiciera salir de eso, una convivencia común y normal.
Me removí en el asiento un momento y me acomodé el cabello. Más compañeros comenzaron a entrar, mientras yo, casi al frente, procuraba mantenerme seria y en silencio. De igual manera no conocía a nadie. Vestía sencillos pantalones de mezclilla y una blusa estampada con motivos florales y pequeñas mangas abombadas que son mis favoritas. Acomodé el bolso de mi hombro en un lado de la butaca y crucé una pierna mientras bebía un poco de agua de una botella plástica.
Entonces, todos comenzaron a tomar sus sitios, dejaron de hablar y miraron al frente.
Hice lo mismo.
Al entrar el maestro, no sucedió nada. Todo estaba en silencio.
Todo estaba en silencio.
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Su respiración era pesada e irregular y sus ojos, bordeados de pestañas curvadas en las puntas, no parecían mirarme. Entonces, abrió sus párpados y sus ojos, castaños, me miraron con una mezcla entre comprensión y seguridad. El sable de color azul, casi blanco, empujó el sable rojo que yo empuñaba y con éste, me empujó también hacia atrás. Dejó salir un grito de esfuerzo de sus labios carnosos, rodeados de hermosa piel bronceada en todo su rostro y cuerpo, que se movía con poca gracia y sin entrenamiento alguno. Yo me sentía desangrar, como si toda mi fuerza estuviera fugándose por algún sitio, como si estuviera abandonándome.
El frío era insoportable, pero mi cuerpo preservaba mi temperatura y por algún motivo me hacía sentir más y más furioso. También ella sudaba. Ambos estábamos empapados en sudor.
Evadía cada uno de sus ataques y movía el sable de modo que ella no pudiese alcanzarme. Y al mirarla, al fijar mis ojos en la sencilla belleza de los mechones de cabello que le caían en el rostro, ondulándose con la extraña brisa invernal, era capaz de compararla en mi mente con la noche misma de ese suceso.
Ella era tan hermosa como la noche invernal en que había marcado mi rostro a manera de trofeo. Y a partir de entonces, la cicatriz que obtuve al final de esa batalla, quedó en ese instante indeleble en mi rostro y en el resto del tiempo, indeleble en mi mente.
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Cuando el maestro entró, la impresión que sentí no fue tal por su forma de vestir impecable, por su cabello perfecto o por su gran estatura.
Algo, una especie de deja vú, un dejo de nostalgia, incluso un acceso de pánico, me invadió.
Y lo vi en él. La misma sensación que tuve en mi interior y que en vano traté de controlar y mantener sellada en mi ser, estaba en él, que al presentarse tenía una voz profunda y hermosa pero que denotaba un dejo de ansiedad.
Sus ojos de un tono verdoso muy obscuro no parecían alejarse de mí, que, presa de su misma ansiedad, procuraba mantener la vista alejada de la suya, por temor a delatarme.
Me sentía extraña, como si hubieran pasado siglos sin ver a alguien conocido; como cuando te permites alejarte de algo que te daña mucho, que te causa una tremenda adicción y entonces lo encuentras de nueva cuenta… Y sientes que cederás a la tentación de tocarlo, de estremecerte ante su contacto.
Ben Solo.
Su nombre, corto y poético, me parecía incluso conocido, a saber de dónde.
Mirarnos a los ojos fue toda una experiencia.
Jamás había vivido nada semejante a eso.
Sentí la boca seca y el estómago contraído, pero ahí estaba.
Sus ojos me recorrieron y luego se quedaron fijos en mis ojos. Fue como reencontrarnos.
Mientras hablaba a los demás alumnos sobre Cezanne, pareció alejarse de ellos. No sabía cómo describirlo. Les decía las particularidades de su forma de pintar, pero mientras eso pasaba, una serie de imágenes incoherentes para mí comenzaron a cruzar mi mente, como si la contaminaran con alguna especie de virus. Imágenes del mar, una isla, un risco. Una noche en la nieve. Él mismo vestido del más riguroso negro, blandiendo una enorme espada de luz. Su espalda alzándose, majestuosa frente a mi cuerpo, ambos enfundados en vestimentas fuera de este mundo, la de él negra, la mía blanca.
Yo misma, vestida de blanco, blandiendo una espada similar de intenso azul. Y fue como si estuviéramos allí, de nuevo. La sensación de deja vú no desaparecía.
Su aliento cálido a través del frío viento tocó mi mejilla.
Decía algo que no era capaz de escuchar y luego sus labios traspasaron mi espacio vital. La luz roja desaparecía en el instante en que el sable cayó al suelo nevado. Trataba de respirar, pero no pude. No podía hacer nada y mi sable cayó también apagándose. Mis labios atraparon el poco aire que quedaba entre ambos y mientras la nieve seguía cayendo, sólo pude escuchar en mis oídos retumbar mi propio murmullo:
"… Eres un monstruo …"
La tela que cubría mi cuerpo fue cayendo sobre el sable.
Y el frío, aunque me hacía sentir furiosa, me dio una efímera paz, capaz de sostenerme, desnuda y en los brazos de ese hombre desconocido durante un tiempo que sentí indefinido.
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Pasé lista y me percaté de su nombre.
Reyleen D. Dameron.
Al terminar la clase, vi que la chica salía de inmediato. Si fuera presumido, diría que estaba huyendo de mí.
Pero ¿Por qué?
Sí, la había notado. Había notado lo que sintió al verme y lo pálida y tensa que me miraba por momentos durante toda la clase, pero eso no era razón suficiente para salir corriendo como si fuese perseguida. Tomé mis libros del escritorio y dejé a los alumnos con sus preguntas y sus problemas para otra ocasión. ¿Había algo que tenía que saber?
- Señorita Dameron – Y la alcancé justo en el momento que cruzaba el umbral de la puerta del salón - ¿Qué tal? Espero le haya agradado la clase – me miró con evidente desconfianza. Por algún motivo me sentía tímido ante ella.
- Señora Dameron – La miré desconcertado – Soy casada – Me miró como buscando una reacción – Discúlpeme, profesor, debo retirarme, mi esposo me espera.
- ¿Le ha gustado la clase? – Traté de no ceder, aunque la chica parecía incómoda. Sus preciosos ojos de un tono café aceitunado me interrogaron a su vez.
- Me ha parecido interesante su percepción sobre diversos pintores y su trabajo. Pero ahora mismo, no tengo tiempo de discutirlo, profesor – Y sin más, salió disparada rumbo a la salida de la universidad.
Iba a verla al menos un curso completo.
Parecía que iba a ser una larga persecución.
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Me sentí aliviada cuando vi el auto de mi marido llegar al estacionamiento.
- Hola, pequeña – El saludo habitual de Poe contrastaba enormemente con mi cara que seguramente reflejaba mucha confusión.
- Hola – sonreí tratando de sacudirme la sensación de que estaba escapando de algo más fuerte que yo – Ha sido un día terrible, ¿A dónde iremos a comer?
- ¿Te gustaría algún corte? ¿Tal vez argentino? ¿O prefieres comida china?
- Prefiero una pizza y encerrarnos en casa. ¿No tienes que volver al trabajo, o sí? – Insistí, todo para no salir por el resto del día, como si eso fuese a salvarme de los demás días en que tendría que ir a la universidad. No sabía ni siquiera por qué demonios estaba escondiéndome.
- En absoluto. Vamos por esas pizzas – Se estiró y me propinó un beso suave en los labios, sin pasión.
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Reyleen.
Un nombre poco común, aún para ser un nombre similar a los que se usan en California, por ejemplo.
Cuando llegué a casa, Christie ya estaba metiendo una bandeja al microondas. Pizza de nuevo.
- Christie – y la abracé - ¿Estás segura de cenar eso? ¿Otra vez?
- Oye, jefe, no me vengas con eso. Mientras no haya paga en nuestras cuentas, será soda y pizza de nuevo.
- ¿Es muy necesario?
- No, por eso hay ensalada para ti – y me tendió un bowl con verduras y distintos tipos de lechugas, queso cottage y almendras con nueces de la india y pistachos.
- ¿Quieres matarme de hambre?
- ¡Vamos, Ben! Sólo son dos días más. No vamos a gastar de las tarjetas de crédito.
- ¿No? ¿Ni un poco?
- ¡Ben! – Christie sonrió. Era una sonrisa fresca y hermosa. Su cabello rubio, de un tono casi rosado se movió suavemente, mientras su cuerpo se echaba ligeramente atrás. Sus ojos verdes sonreían al igual que toda ella. Era una criatura vital y hermosa con un sentido del humor muy torcido. Eran cosas que me gustaban de ella.
Sin poder evitarlo, la comparé con Reyleen.
Era una chica. Era sólo una chica. ¿Qué hacía un hombre casado por cinco años con su amiga de la adolescencia pensando en una chica que había conocido apenas unas horas atrás?
Comencé a sentirme incómodo y por toda respuesta, besé en la frente a Christie y tomé el bowl sentándome en la sala. Encendí el televisor y traté en vano de deshacerme del pensamiento.
Traté de olvidarme de la chica menuda de cabellos castaños y ojos profundos. Una chica que como yo, tenía ya una vida hecha.
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Desesperado por dormir, pensé en una isla.
El océano.
Ahí estaba ella.
Un bañador rojo, que cubría su torso y la parte media de su cuerpo y que dejaba al descubierto sus piernas bronceadas, con un ligero tono de dorado. El sol se reflejaba en su piel elástica, y sus cabellos caían a su espalda, como tirados por cuerdas invisibles que los obligaban a estirarse sobre la tersa piel de su columna. Nadaba al estilo mariposa y sonreía mientras sus blancos y perfectos dientes se curvaban dentro de su preciosa boca, carnosa, rosada y sensual.
Me incitaba a besarla, obligándola a contener la respiración.
Desperté deseando con profunda ansiedad probar los labios que por algún motivo sentía que ya había besado.
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