Hola a todos eue

Sé que debería de estar escribiendo "El bosque de Garay", pero no me podía resistir a escribir este fic que llevaba desde hace varios días rondando en mi cabeza. Sinceramente creo que la historia estará interesante, o por lo menos intentaré que lo sea.

Si os digo la verdad, me ha costado bastante escribir esto porque el Word que tenía me iba horrible, se me bloqueaba todo el tiempo y finalmente tuve que usar un programa diferente para escribir. Y hasta esta noche no he podido descargarme un Word más reciente (es que he estado el 2010 hasta ahora) porque he estado fuera. xD

Y bueno, os comento que no dejaré de lado "El bosque de Garay", porque este fic más o menos se publicara un capítulo nuevo al mes, o dos dependiendo del ánimo que tenga (ya que quiero hacer capítulos largos). También os explico que el título de "En busca de la verdad" será improvisado hasta que tenga una idea mejor. Si tenéis alguna idea para el título recibo con gusto vuestras recomendaciones. x3

Y ya, os dejo con el primer capítulo de esta historia, con esto y pingüino(?), ¡que comience!

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Capítulo 1: EL INICIO DE TODO

Hace mucho tiempo, en un lugar al otro lado del mar, se encontraba el reino de Heart. Aquel reino siempre había vivido en paz y prosperidad, y era bastante conocido por la buena gente que vivía allí, que siempre se ofrecía a echar una mano a los forasteros que pasaban por la zona. Sin olvidar de los reyes, eran tan generosos que todos los reinos de los alrededores querían ser aliado de estos. Los reyes del reino eran Jude y Layla Heartfilia. Jude era un hombre alto y con pelo corto y rubio, ojos marrones casi negros y un bigote rubia; mientras que Layla era una mujer de estatura media, pelo rubio y largo el cual se encontraba atado en un moño y ojos marrones como el chocolate. Pero, ésta no era una persona corriente, ya que gracias a sus antepasados, ella tenía un poder ligado a las constelaciones. Podía llamar a espíritus celestiales gracias a unas llaves, las cuales eran diferentes dependiendo de su rareza. Las doce llaves doradas que llevaba eran únicas en el mundo, y que solo la familia de ésta poseía, mientras que otras 8 que eran plateadas eran las más comunes de encontrar, ya que se podrían encontrar en los mercados.

Esa paz continuó con el nacimiento de la primogénita de sus majestades. Una niña de pelo rubia y ojos marrones. Con tan solo verla, se podía ver que era idéntica a su madre.

-Lucky Lucy... -susurró Jude mientras sostenía entre sus brazos a su pequeña-. Ese nombre le queda perfecto a una niña tan bonita como ella...

-Jude -llamó su esposa aún tumbada en la cama, agotada tras el parto pero con una sonreja de oreja a oreja-. Siento que cuando crezca tendrá un gran poder.

-Y no solo eso -siguió el hombre-, sino que será una gran reina de la cual todos nos sentiremos orgullosos.

Pero ese futuro no lo podrían ver, porque varias noches después, desde el palacio en donde se encontraban lograron escuchar los gritos asustados de los ciudadanos y luz rojiza como el fuego.

-¡SU MAJESTADES! -exclamó uno de los guardias corriendo hacia el salón del trono-. ¡SON LOS PHANTOM LORD! ¡HAN ENTRADO AL REINO Y ESTÁN DESTRUYENDO TODO A SU PASO!
-¿Qué? ¿Por qué? -preguntó Jude preocupado.

-Porque quieren arrebataros algo que os pertenece -dijo alguien a las espaldas de ellos. Los reyes se dieron la vuelta y vieron a un hombre encapuchado.

-¡Loke! -exclamó Layla aliviada. En ese momento, el mencionado se quitó la capucha para dejar al descubierto su rostro. Tenía el pelo castaño tirando a anaranjado y los ojos ocultos bajo unas lentes oscuras.

-Hace unos meses me infiltré en su guarida, ya que me parecía muy sospechoso que no hubieran hecho nada -contestaba mientras les mostraba una marca negra en su brazo la cual estaba desapareciendo rápidamente-. Y había una razón por ello, su objetivo es destruir este reino, usando en vuestra contra a alguien más poderosa que la reina Layla. Y esa persona es...

-... nuestra hija -terminó de decir el rey con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. Layla se apoyó contra la pared debido a que sus piernas temblaban de la preocupación que sentía porque querían llevarse a su pequeña.

-¿Y qué podemos hacer para evitarlo? -preguntó la rubia mirando a Loke.

-Al otro lado del mar tengo unos conocidos los cuales no dudarían en ayudar -contestó éste mientras se cruzaba de brazos-. Si les contamos la situación no dudarían en echarnos una mano a la hora de cuidar a la princesa.

-No sé, tengo mis dudas... -susurró Jude bajando la mirada hacia el suelo-. ¿Y si llegaran a encontrarla antes de llegar a su destino o ya allí? Son muy astutos...

-Tal vez con algo de mi poder podríamos despistarles por un tiempo -contestó Layla-. Tal vez unos meses, puede que años. Mi magia puede terminarse en cualquier momento.

-No importa, mientras más lejos se encuentre de aquí, más tiempo tardaran en localizarla -contestó Loke. El rey giró la vista hacia su esposa, la cual tenía los ojos cerrados.

-Layla...

-Si puedo hacer algo por Lucy, lo haré -dijo ella volviendo a abrir los ojos-. Por favor, traer a mi hija, rápido.

En ese momento, las sirvientas que se encontraban en un rincón apartado de los reyes, salieron velozmente de la sala. Cuando estas se fueron, Layla sacó una manija de llaves doradas y platas.

-Esas son... dijo Loke sorprendido.

-Así es. Te pido que se lo des a tus conocidos y que lo tengan en un lugar seguro hasta que Lucy se haya vuelto más mayor. Y cuando llegue el momento que vuelva con nosotros.

-Entendido.

-Pero Layla, sin tus llaves tú... -empezó a decir Jude.

-Estaré bien, incluso sin llaves puedo proteger al reino de esos sin vergüenzas.

Entonces llegó una sirvienta con la pequeña en brazos. Respiraba suavemente, indicando que estaba profundamente dormida.

-Con este manto podrá acceder al mundo de los espíritus sin problema -dijo Loke envolviendo a la niña en una manta azul marino decorado con estrellas amarillas y naranjas. Los reyes se acercaron a la niña y la besaron suavemente en la cabeza, con la intención de no interrumpir sus sueños. Tras esto, la reina dijo en voz baja unas palabras y por un breve instante vieron como el pequeño cuerpecito de Lucy emitía un brillo dorado.

-Cuando comience a usar las llaves, protégela, Loke -pidió la rubia.

-Como usted me pida, mi reina -contestó.

-Está bien -dijo Jude alejandose junto a su esposa unos pasos-. Ahora, parte.

Entonces, de debajo de sus pies apareció un círculo brillante del cual en un abrir y cerrar de ojos, Loke desapareció junto al bebé pocos segundos después. Cuando la luz cesó, Layla se dio la vuelta para mirar por la ventana, donde veía como aquel grupo intentaba infiltrarse al palacio. Rápidamente empezó a decir unas palabras de forma apenas audible hasta que dijo la última palabra.

-...¡BARRERA!

En ese momento, del cuerpo de la reina salió una especie de onda casi transparente el cual logró echar a los invasores hasta las afueras de la ciudad. Layla sonrió al ver su trabajo bien hecho, y tras esto cayó en los brazos de su marido, agotada.

-Lo has hecho muy bien, Layla -dijo Jude suavemente.

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-¡MALDICIÓN! -gritó el líder del grupo de Phantom Lord.

-Lo siento, señor -contestó uno de sus miembros-. No pensábamos que un espíritu se fuera a filtrar en nuestra base.

-¡PUES LO HA HECHO, Y SE HA LLEVADO A NUESTRO OBJETIVO!

-¿Y qué vamos a hacer ahora? -preguntó otro.

-Tenemos que buscar -respondió-, por todo el reino, el país, ¡el mundo! Tenemos que dar con ella para acabar con el reinado de los Heartfillia.

-¡E-entendido! -exclamaron todos los soldados mientras se iban para organizar la búsqueda.

-Cuando la tenga en mis manos primero acabaré con el reino, luego a su familia delante de sus ojos, ¡y entre terribles sufrimientos terminaré con su vida!

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Desde aquel entonces, pasaron casi dieciocho años. Lucy se había vuelto en una muchacha hermosa, cabello rubio que le llegaba hasta un poco más abajo de los hombros y ojos castaños. Llevaba un vestido marrón con un delantal en la cintura e iba descalza. Junto a ella vivían la señora Spetto y Bero, dos mayores los cuales la cuidaban como si fuera su hija. En ese entonces vivían en una pequeña aldea con menos de veinte casitas y unos dos o tres tiendecitas de alimentos.

-¡Spetto, ya he terminado por aquí! -dijo la rubia desde el desván.

-Muchas gracias, cariño -agradeció la señora. Tenía el pelo morado y ojos negros.

-No hay de que, ahora, ¿en qué más puedo echaros una mano?

-No hace falta, Bero y yo nos encargaremos del resto -contestó la señora-. Tú vete y sal a dar un paseo.

-Pero...

-Insisto, tú nos has ayudado mucho y te mereces un descanso -dijo Spetto empujando suavemente a la joven para que saliera a la calle a disfrutar de la juventud.

-Está bien, pero si me necesitáis no dudéis en llamarme -y tras esto abrió la puerta y salió de la casa.

-Spetto -dijo alguien a su lado, era Bero. También tenía el pelo canoso y los ojos pequeños, los cuales apenas no permitían ver mucho sus ojos grises-. Se acerca el momento.

-Lo sé, tengo el presentimiento de que esos hombres están cerca -contestó la señora.

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Lucy corrió por el pueblo en dirección a un lugar en concreto. Por el camino saludaba a los demás aldeanos que vivían allí, y ellos correspondían bien al saludo de la rubia.

-¿Vas a visitar el taller Scarlet? -preguntó un señor-. Es que te veo mucho yendo a ese lugar.

-Así es -contestó ella-. Es que voy a hacerles una visita a Alroy y a Akari.

-¿Además de aquel aprendiz, eh? -dijo en modo burla, haciéndole sonrojar a Lucy.

-¡Q-que va! -tartamudeó-. Si me disculpas, tengo que irme.

-Pásatelo bien -dijo éste mientras la veía marcharse.

Lucy dio pasos rápidos hasta su lugar de destino. Era una casita de dos pisos y hecha de madera. Tenía dos pequeñas ventanas en la parte superior y una más grande en la inferior además de la puerta de entrada. A la derecha de la casa había un pequeño establo donde se asomaba un caballo de color marrón oscuro y pelo negro.

-¡Hola! -dijo ella en voz alta para que les escuchara. Pocos segundos después salió del interior una señora mayor de cabello largo y rojo con algunas canas pero que lo ataba en un pañuelo y tenía los ojos azules. Era Akari.

-Lucy, me alegra verte -dijo ésta-. ¿Qué tal están Spetto y Bero?

-De maravilla, el otro día fuimos a la aldea vecina a conseguir un poco de madera.

-Me alegra que estén bien. Vamos, entra. En este momento Alroy y Natsu están forjando una espada nueva así que tardaran un poco.

-De acuerdo -contestó mientras accedía junto a la señora a la casa. Pasaron por un pequeño salón hasta una sala en donde accedía mucha luz y allí vieron a dos personas. El más mayor era Alroy, y tenía el pelo corto y rojizo al igual que Akari, sin embargo éste tenía muchas más canas y los ojos marrones. Y el que estaba a su lado era Natsu, éste mucho más joven que éste, más o menos de la edad de la rubia. Tenía el pelo corto y rosa y los ojos negros.

-Sujeta esto bien, muchacho -le dijo Alroy al joven, haciendo que de forma instantánea sujetara lo que era el mango de la espada. Y tras esto el otro sacó el martillo y empezó a golpear con dureza.

-Es que hace unas semanas nuestra hija nos envió un metal muy resistente para las espadas -explicó Akari.

Alroy y Akari tenían una hija, pero que cuando cumplió la mayoría de edad, se marchó a explorar por el mundo en busca de aventuras y riquezas con el pudiera ayudar a su familia a vivir una vida sin pobreza. Sin embargo, siempre enviaba cosas interesantes a sus padres para que forjaran más espadas y las pudieran vender a un precio considerable.

Siguieron así unos pocos minutos hasta que finalmente Alroy apartó el martillo y Natsu llego el metal ardiente al agua.

-Ya está, chico -dijo el hombre dejando el martillo y dándole unas palmadas en el hombro-. Ya has hecho todo por hoy.

En ese momento los dos hombres se dieron la vuelta para ver a Rose y a Lucy cerca de la puerta.

-¡Luce! -exclamó felizmente el pelirrosa mientras se acercaba a ella-. ¿Qué haces aquí?

-Bero y Spetto insistieron en que saliera a dar un paseo, así que vine a daros una visita -contestó la rubia.

-Eso es muy atento por tu parte -dijo Bero-. Y creo que eso es lo que vamos a hacer. Natsu, ya como has terminado que hacer tus cosas vete a dar un paseo con ella. Hace varios días que no os veíais.

Natsu giró la vista hacia el techo y levantó su mano hasta la cabeza para rascarse. Lucy le miró extrañado.

-¿Ocurre algo? -preguntó.

-No es nada -respondió rápidamente-. Y si, será mejor que salgamos. En esta casa no pueden estar muchas personas metidas.

En ese momento los dos jóvenes salieron por la puerta.

-¡Pasároslo bien! -escucharon decir a Rose antes de irse. Los dos caminaron en silencio por varios minutos, admirando el paisaje primaveral, el cual acababa de comenzar hace poco tiempo.

-¿Qué tal te va en el trabajo? -preguntó Lucy para terminar con aquel silencio.

-Bien -contestó-. Hemos vendido varias espadas en este mes. E incluso he podido aprender un poco a manejarla.

-Eso suena interesante -dijo-. Estaría muy bien aprender a usar una espada cuando los chicos me intentaran tirar los tejos.

Los dos rieron.

-Es complicado usarla. Ya que hay de diferentes tamaños, pesos y saber manejar a la perfección todas es muy complicado -explicó-. Yo por ejemplo tengo que usar una espada de fijo largo pero que no tenga mucho peso, aunque me gustaría usar una de las grandes.

-De seguro que lo conseguirás -dijo ella con una sonrisa.

-¿Y a ti que tal te va? -preguntó-. Con la historia que estás escribiendo.

-Muy bien -respondió-. Durante estos días he estado teniendo varios sueños los cuales me podrían servir para mi historia.

Siguieron hablando por varios minutos hasta que por el camino la rubia se detuvo.

¿Eh? -dijo Natsu cuando se dio cuenta que su amiga estaba un poco más atrás-. ¿Ocurre algo?

-Fue aquí -contestó mientras veía al pelirrosa acercarse a ella-. Aquí es donde te encontré.

En ese momento el chico miró el lugar mientras acercaba su mano a su cuello, en donde tenía una cicatriz.

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Hace por lo menos 10 años, Bero y Lucy volvían de la aldea de al lado, donde permanecieron unos días a causa de que allí los alimentos que vendían eran muy baratos y debían de comprar varias cosas, además de un libro para la pequeña. Lucy desde muy joven se había interesado en la literatura, y por su propia cuenta aprendió a leer libros, leyendo todos los que tenían en la casa. Spetto al ver aquello, optaron por comprarle libros nuevos cuando no tuvieran muchos problemas de dinero.

-¿Qué libro te has comprado? -preguntó el hombre.

-Son varios cuentos reunidos en un libro -contestó la niña de 7 años con una sonrisa.

-Pero no te leas todo de golpe o sino no podrás disfrutarlo por un tiempo.

-Lo sé -dijo. En ese momento, vieron a lo lejos a alguien tirado en el suelo, estaba inmóvil cubierto de heridas y apenas podía disfrutar. Al ver esto, Bero corrió rápidamente a atender al malherido, mientras que Lucy corría más lento.

-¿Estás bien? -preguntó el hombre, mientras levantaba el cuerpo. Era un niño pelirrosa. Su cuerpo estaba lleno de heridas sangrantes, como en el cuello o la cintura.

-No puedo... -dijo débilmente-. Tengo que buscar a mi padre...

-En ese estado no puedes hacer mucho -dijo Bero mientras rompía un trozo de su camisa para detener el sangrado del muchacho que tenía en la cintura-. Tenemos que llevarle a la aldea.

-Pero no podemos dejarle aquí -respondió Lucy preocupada.

-Quédate aquí con él -dijo el hombre-. Yo volveré con ayuda lo más rápido posible.

Tras esto Bero se levantó y salió corriendo a gran velocidad. En ese momento Lucy se arrodillo al lado del pelirrosa y se quitó en pañuelo que tenía en la cabeza y que usaba para hacerse una coleta. Cuando se dejó el pelo suelto puso el pañuelo en la herida del cuello, haciendo emitir suave un sonido de dolor al chico.

-Perdona -se disculpó ella.

-Tengo que irme... debo de encontrar a mi padre... -decía éste.

-Primero deja que curemos tus heridas -pidió Lucy-, porque de seguro tu padre que no querría verte en ese estado.

El pelirrosa respiró hondo y cerró los ojos.

-Está bien... -dijo antes de quedarse dormido.

-No te preocupes, enseguida volverán con ayuda.

El pelirrosa volvió a abrir los ojos en una habitación azul, el cual tenía una ventana al otro lado de la sala, una estantería con libros y un pequeño baúl además de la cama en la que se encontraba tumbado.

-¿Dónde estoy? -preguntó mientras miraba a su alrededor. Pero no pudo mover mucho la cabeza ya que sintió un tirón en el cuello.

-No te muevas tanto -dijo una voz que había escuchado con anterioridad-. O se abrirán tus heridas.

En ese momento vio a su lado a la niña que había estado con él.

-¿Cuánto tiempo he estado...?

-Dos días -respondió-. Debías de estar agotado.

El pelirrosa se sentó en la cama para ver mejor a la niña, tenía el pelo rubio que le llegaba hasta los hombros y ojos marrones.

-Mi nombre es Lucy -dijo ella con una sonrisa-. ¿Cuál es el tuyo?

El niño no sabía si confiar en ella. Le había ayudado, pero, ¿y si le hacían lo mismo que...?

-No -pensó-. No creo que sea mala.

Y después de encogerse de hombros contestó.

-Soy Natsu.

Los días pasaron rápidamente. Natsu permanecía en la habitación de invitados de la casa en donde vivía la pequeña, ya que querían asegurarse de que se curara de todas las heridas que tenía por su cuerpo.

-¿Quién te hizo esas heridas? -preguntó Lucy un día. El pelirrosa agachó la cabeza, tocando una vez más la herida de su cuello-. S-si no quieres decírmelo, lo entiendo...

-No te preocupes -contestó Natsu-. Pero se me hará difícil...

-Puedo esperar todo el tiempo -dijo ella sentándose a su lado. El chico cerró los ojos y los abrió cuando empezó a contar.

-Hasta hace un año, vivía con mi padre. A mi madre nunca la pude conocer ya que murió nada más nacer yo. Su cuerpo no pudo aguantar el embarazo.

-Vaya, lo siento... -dijo Lucy apenada.

-Tranquila. Vivía con mi padre a las afueras de la ciudad, pero un día mi padre tuvo que marcharse, dejándome a mí solo. Pensaba que serían unos días, que iría a comprar algunas cosas al pueblo y que en unos días iríamos a pescar tal y como unos días antes me prometió. Pero después de varios meses comprendí que me había abandonado a mi suerte.

-Natsu... -susurró la rubia triste por su amigo.

-Así que decidí llevarme todo lo que podía y me fui de casa. Iba a buscar a mi padre y preguntarle porque me había dejado solo. Y estuve viajando por varios meses, de pueblo en pueblo. Hubo veces que tenía que robar algo de comida porque llegó un momento en el que me quede sin dinero para comprar alimentos.

Y un día, unos hombres con capa negra me detuvieron por el camino. Me decían que les diera todo lo que tenía, yo me negué porque era lo que me quedaba de mi vieja casa. Ellos me amenazaban, diciéndome que les diera todo si no quería que saliera mal parado. Y bueno, ya te imaginas la respuesta que les di.

Lucy agachó la cabeza.

-Me golpearon fuertemente y me hicieron cortes con unas espadas que tenían. Cuando terminaron de darme la paliza se fueron rápidamente para que no les fueran culpados de herir a un niño.

En ese entonces sintió una presión en su mano, miró hacia aquel lugar y Natsu vio como la niña que tenía al lado apretaba su mano.

-Te ayudaré a buscarlo -se ofreció.

-Pero ya has hecho mucho por mí...

-Spetto y Bero son los que te curaron las heridas, yo solo me he quedado aquí.

-Y eso es más que suficiente -contestó-. Habría gente que me habría dejado aquí solo porque no me conocen, pero tú te has quedado aquí conmigo.

-Pero para mí eso no es nada -dijo-. Por favor, deja que te ayude a buscar a tu padre.

Natsu se quedó mirando los ojos de Lucy y hacia lo mismo, permaneciendo así durante unos instantes hasta que finalmente la mano del pelirrosa apretó el de la niña.

-Está bien -contestó, haciéndole sonreír a la rubia.

Los días siguieron pasando y Lucy seguía cuidando del muchacho, sin embargo, había días en los que salía a hacer algunos recados y aprovechaba el momento para preguntar a los demás aldeanos por si habían visto un hombre similar al que su amigo le describió. Un hombre pelirrosa y ojos verdes oscuro. La gente le respondía que no había visto a nadie con esas características, pero que si un día veían a alguien así no dudarían en decirla.

-¿Una pregunta? -dijo el pelirrosa mientras que su amiga le leía un libro en alto-. ¿Por qué les llamas a Spetto y a Bero por sus nombres y no como tus padres?

-Porque no son mis verdaderos padres -contestó-. Les quiero mucho como si ellos fueran mis padres, pero no me siento capaz de llamarles de esa manera.

-Vaya, lo siento.

-Tranquilo, ellos lo entienden -dijo Lucy-. No sé si mis padres seguirán vivos o no, pero me gustaría descubrir algún día quienes eran, y porque me dejaron.

-Pero aún así me siento mal, mientras que yo sé que mi padre sigue por ahí, tú desconoces el paradero de los tuyos...

-Yo sé que están vivos, en alguna parte -respondió-. Por eso, algún día escribiré un libro el cual pueda ayudarme a sacar de la pobreza a Spetto y a Bero, y con lo que sobre viajaré por el mundo en su búsqueda.

-Suena interesante -dijo Natsu.

-¿Verdad que sí?

Siguieron charlando hasta que finalmente se quedaron dormidos. Y su amistad se volvió más fuerte, hasta que un día Natsu se recuperó completamente.

-¿Te tienes que marchar? -preguntó Lucy mientras le veía de pie en la habitación y mirando por la ventana.

-He estado pensando -empezó a decir-. Y he decidido quedarme aquí por un tiempo. Voy a dedicarme a trabajar para sacarme unas monedas, y cuando esté preparado partiré de nuevo en busca de mi padre y en devolverles la paliza a aquellos hombres de capa negra.

Lucy sonrió al escuchar que se iba a quedar en la aldea por un tiempo más, y entonces se acercó a él y le abrazo. Natsu se sorprendió, pero segundos después correspondió a su abrazo. Pocos días después, el niño encontró trabajo en el taller de Alroy y Akari, donde estuvo ayudando hasta el día de hoy.

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-Es extraño -dijo Lucy-. El tiempo se ha pasado muy rápido.

-Ya lo creo...

-Y me imagino que muy pronto partirás en su búsqueda, ¿no es así? -preguntó Lucy apartando la mirada hacia otro lado.

-Bueno... supongo que sí -contestó en voz baja-. P-pero aún no sé cuándo, puede que sea en unos meses, tal vez en unos pocos años.

-Tranquilo, tú eres libre de marcharte -contestó ella-. Además, tu familia es más importante.

Natsu se quedó mirándola.

-Será mejor que nos vayamos ya -dijo Lucy-. Se está haciendo tarde y no quiero que se preocupen.

El pelirrosa asintió y siguió a su amiga de vuelta a la plaza de la aldea.

-Bueno, nos tenemos que separar aquí -dijo Lucy cuando llegaron-. Así que... nos vemos...

Entonces la rubia se dio la vuelta, dispuesta a irse.

-¡Espera! -dijo Natsu mientras la agarraba de la mano, deteniendo a Lucy-. ¿Te gustaría venir mañana a la casa a comer?

-¿Eh?

-Es que a Alroy y a Akari les gusta tu compañía, y de seguro que les haría mucha ilusión -explicó.

Lucy sonrió suavemente.

-Claro, me gustaría -aceptó. Natsu le devolvió la sonrisa, pero en su caso le mostraba la dentadura, algo típico de él.

-¡Genial! -exclamó-. ¡Pues bueno, nos vemos mañana!

-Sí -asintió. Después de eso se separaron.

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-Ya he vuelto -dijo la rubia cerrando la puerta de su casa-. ¿Bero? ¿Spetto?

Miró por las habitaciones y vio que no había nadie en casa.

-Puede que se hayan ido a comprar alimentos -pensó-. Bueno, de mientras me pondré a leer un libro.

En ese momento llegó a una sala de estar, en donde había una pequeña estantería con una gran cantidad de libros. La chica buscó uno que le interesara y lo sacó de su lugar, pero permaneció allí quieta al ver algo inusual.

-¿Qué es eso?

En ese momento sacó un par de libros y al fondo de la estantería vio una caja de madera. Lucy lo sacó de su sitio y se sentó en el suelo.

-Nunca había visto esta caja -pensaba mientras lo abría. Ahí dentro vio un llavero con varias llaves doradas y plateadas-. ¡Guau! ¡Cuántas llaves! ¿Cómo es que no me han dicho nada de esto? ¿Será alguna herencia o algo por el estilo?

La rubia acercó la mano hacia el llavero, pero cuando acercaba la mano sintió una sensación cálida, animando a la joven a agarrarlo. Sin embargo, nada más tocarlo, pasaron por su mente varias imágenes similares a los que solía tener en sus sueños. Pero en aquel caso las escenas eran diferentes. La primera era de dos rubios abrazando a un bebé recién nacido, otra era de muchos hombres con capas negras quemando casas y gritando que debían de atrapar algo, y la última era de un hombre pelinaranjo extendiendo al bebé que había visto ante junto con la caja de madera a una pareja que eran idénticos a Bero y a Spetto.

Pero, antes de que pudiera ver mucho más, sintió como tiraban de ella lejos de aquel llavero y a su lado vio a Spetto y a Bero, quienes tenían los ojos abiertos como platos.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Lucy.

-¿E-el qué? -preguntó el hombre mientras acercaba a su cuerpo las llaves.

-Esas visiones, ¿qué eran? ¿Quiénes eran esos hombres de capa negra? ¿y quién era ese tipo que tenía aquella caja y me tenía a mí?

-Lo siento, Lucy -se disculpó Spetto-. Pero no podemos responderte de momento.

-¿Pero por qué? Tengo el derecho a saberlo -decía entre sollozos.

-Lo sabemos, pero tenemos una promesa que cumplir -dijo Bero mientras guardaba el llavero en la caja y volvía a colocarlo en el lugar donde había permanecido anteriormente.

Lucy se levantó del suelo y se dirigió a su habitación, apenada de que le quisieran contar nada. Se tumbó en la cama, y después de sollozar por varios minutos se quedó profundamente dormida.

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Lentamente empezó a abrir los ojos cuando empezó a escuchar gritos fuera de la casa.

-¡AUXILIO! ¡ESTÁN INVADIENDO LA ALDEA!

-¿Cómo? -dijo ella levantándose de la cama para mirar por la ventana. Pero lo que vio fue una escena terrible. Había personas con capa negra similares a los que había visto en aquel sueño, pero éstos estaban entrando en la casa de los aldeanos y quemando las casas nada más terminar de saquear lo que había dentro de ellas.

-¡Lucy! -exclamó Spetto corriendo hacia ella-. ¡Ven conmigo, deprisa!

-¿Qué está pasando? ¿Por qué están haciendo todo esto?

La mujer no respondió al momento, ya que rápidamente agarró la mano de la rubia y tiró de ella hacia el salón, donde se encontraba Bero con un rastrillo tal y como si fuera un arma.

-Por qué están buscándote -respondió ella mientras le colocaba una manta sobre sus hombros.

-¿Qué?

-No podemos explicarte mucho porque no hay tiempo que perder -decía ella mientras lanzaba los libros de la estantería al suelo y sacaba la caja-. Tienes que dirigirte al reino Heart, y cuando llegues allí enséñale estas llaves a los reyes, ellos sabes lo que te paso.

-¿El reino de Heart? -preguntó Lucy mientras veía que sacaba las llaves y se las colocaba en las manos. Tras esto, Spetto apartó rápidamente la alfombra del suelo, dejando a la vista una puerta.

-Sal por aquí, te llevará cerca de las afueras de la ciudad -dijo Spetto.

-¿Y vosotros?

-Nosotros nos quedaremos aquí y te encubriremos -contestó esta vez Bero.

-Pero no puedo irme sin vosotros -decía Lucy mientras Spetto la arrastraba hacia aquella salida.

-¡TIENES QUE IRTE! -gritó el hombre-. ¡VETE, Y NO DEJEN QUE ESOS HOMBRES DE ATRAPEN!

-Bero... -decía mientras entraba al pasadizo.

-Lo siento... -dijo Spetto cerrando la puerta con llave.

-¡NO! -decía ella mientras golpeaba fuertemente para que la escucharan.

Pero se detuvo al sentir un temblor, haciendo que el techo empezara a desprenderse de tierra. Lucy miró a su alrededor y vio un largo camino en el cual se podía ver una luz a lo lejos, así que de forma casi inmediata comenzó a correr hacia ese lugar. Con una mano agarró fuertemente los dos extremos del manto mientras que con la otra apretaba fuertemente las llaves. Y después de un rato salió al exterior. Veía a las personas con las que había convivido toda su vida huir aterrados de aquellos hombres. Y Lucy tapando su cabeza con la manta salió corriendo en dirección a la salida de la aldea.

-Tengo que irme de aquí y buscar ayuda -pensaba. Pero, antes de que pudiera salir de allí, dos hombres la agarraron de los hombros.

-¡Espera un momento! -dijo uno de ellos, el cual llevaba la capa negra-. No te hemos visto por aquí antes.

-Tiene que venir con nosotros para una interrogación -dijo el otro hombre.

-¡No! -gritó ella intentando zafarse del agarre de estos-. ¡Soltadme!

-Aunque no estaría mal hacer otra cosa antes de llevarla con el resto -propuso el primero, recibiendo una sonrisa macabra por parte de su compañero. Al ver esto, la rubia intento con todas sus fuerzas apartarse de ellos.

-¡DEJADME EN PAZ! -gritaba-. ¡SOLTADME!

Y justo antes de que pudieran hacerle algo, sintió como la soltaban de golpe y caían de bruces contra el suelo. Lucy vio como en sus espaldas tenían una marca roja, era sangre.

-¿Estás bien, Luce? -preguntó alguien detrás de ella. Al escuchar aquel apodo y la voz que conocía perfectamente se dio la vuelta para ver a su amigo pelirrosa.

-Natsu... -dijo en un susurro para después lanzarse a sus brazos, asustada.

-Tranquila, estás a salvo -susurró-. Pero no tenemos tiempo que perder.

En ese momento el pelirrosa tomó la mano de la chica y empezó a correr hacia la salida de la aldea.

-Por aquí -dijo él mientras caminaba por una zona algo frondosa. Entonces agarrado a una rama de árbol, vio al caballo que estaba en el establo de Akari y Alroy.

-Si ese es... ¿qué les ha pasado? -preguntó Lucy preocupada.

-Esos hombres les mataron -contestó seriamente. Lucy se apoyó contra el tronco, sin poderse creer aquello. Habían invadido la aldea, habían matado a gente inocente y a otra la iban a usar para la venta de esclavos.

-Tenemos que hacer algo -dijo ella.

-No podemos hacer nada ahora mismo -respondió-, solo nos queda irnos al pueblo más cercano y pedir refuerzos.

Lucy iba a decir algo, pero se detuvo al ver como el pelirrosa la subía al caballo y a continuación éste se colocaba detrás de ella. Agarró las riendas del caballo y con un gesto mandó galopar al animal. Y mientras que éste avanzaba velozmente, Lucy miró por última vez la aldea en la que había vivido durante muchos años y el cual ahora mismo estaba hecho una ruina.