Disclaimer: los personajes que aquí aparecen no me pertenecen.

Este fic participa en el Reto Drabble "Nueva vida en Storybrooke" del foro de Once Upon a Time.

Palabras: 436


¡Tilín!

Elevó la cabeza al escuchar la pequeña campana enganchada en la puerta de su local. Miró hacia la entrada y pudo ver a la alcaldesa, con la misma cara seria de ayer y de antes de ayer y del día anterior a éste…

Como un automatismo, se dirigió hacia la máquina de café para preparar un vaso de café que sirvió sin leche ni azúcar. Lo colocó al fondo de la barra, donde se encontraba la última butaca y donde ya estaba sentada la máxima autoridad del pueblo. Junto al vaso puso un plato con medio sándwich vegetal.

Sin recibir ni un simple "gracias", se giró dentro de su barra y miró nuevamente a la puerta esperando la entrada del sonriente y amable sheriff. Entraría en 3, 2, 1… ¡Tilín! ¿Cuándo se darían cuenta Graham y Regina que llegar con un minuto de diferencia no impedía que todo el pueblo supiera lo de su lío?

Antes de preparar el desayuno del sheriff, Granny se apresuró a buscar una fregona porque…

- ¡Ay! Lo siento mucho doctor Hopper.

- Toma Ruby, limpia eso y vuelve a preparar el café de Archie.

"¡Esta chiquilla no tiene remedio!" Pensó otro día más. Desvió su mirada hacia la señorita Mills, que revolvía pacientemente su café esperando a que se enfriara. Granny no entendía cómo el pueblo podía sobrevivir entre tanta monotonía, todos los días eran exactamente iguales al anterior y al siguiente. Nunca pasaba nada. La amargada expresión de la alcaldesa no se suavizaba nunca a pesar de sus noches en la casa del sheriff. Parecía incluso que los niños no crecían. Una idea sobrevoló su mente de repente. En ese pueblo faltaba la alegría que dan los niños y seguro que a Regina también le hacía falta algo así.

En cualquier otro momento no se habría atrevido, pero estaba ya tan cansada de la monotonía que no temía ni siquiera a la gélida mirada de la señorita Mills.

- Hoy invita la casa, señorita Mills – Granny sonrió y añadió en voz baja – piense que si quiere tener hijos tendrá que ahorrar un poco – y le guiñó un ojo mientras se alejaba.

Observó a una distancia prudencial la cara pensativa de la morena y creyó vislumbrar una leve sonrisa antes de que la joven se levantara y se despidiera cordialmente por primera vez desde que podía recordar.

La dueña de la cafetería no sabía si la semilla que acababa de plantar germinaría, pero al menos había sido capaz de cambiar la rutina de la alcaldesa, que en cualquier otro día habría tardado 4 minutos más en salir del local.