DULCE
Gaara también tenía sus momentos de romanticismo. No eran muchos, eso era cierto, pero se daban de vez en cuando. El Kazekage era tímido para expresar sus sentimientos, porque sabía que no era bueno para ello, y por eso prefería no hacer nada antes que hacerlo mal. Pero se atrevía a veces, y Naruto tenía esos instantes como preciados tesoros que guardar mimosamente en su memoria.
Era temprano por la mañana y el ardiente sol del desierto llenaba la habitación con su luz. El Hokage abrió los ojos, perezoso, y tuvo que entrecerrarlos de nuevo para evitar el brillo cegador del astro. Se escabulló de entre las sábanas con cuidado de no destapar a su acompañante y se levantó de la cama para buscar su ropa. Aunque, mejor pensado… sí, definitivamente necesitaba una ducha; le esperaban tres días a pie, así que mejor no ponerse en marcha ya sudoroso desde antes de partir.
Se dirigió hacia la puerta del baño, pero antes de llegar lo frenaron unos brazos que lo rodearon, delgados, en contraste con su complexión fibrosa, blancos, acusando su palidad junto a su piel tostada. Notó el pecho del Kazekage sobre su espalda y su cabeza apoyándose sobre su hombro. Se estremeció cuando los labios besaron su cuello.
— Te vas en unas horas —no era una pregunta, pero buscaba respuesta, como queriendo que inesperadamente fuese una negativa.
— Sí —era la respuesta que Gaara sabía que iba a oír.
Silencio.
Era un silencio agradable, porque estaban juntos. Era un silencio perfecto. Si tan solo el tiempo se parase en ese preciso instante. Naruto notó el fino índice del pelirrojo posarse sobre su omoplato. Describió una curva descendente, despacio, y luego una recta, para volver al punto de partida y trazar el mismo recorrido en sentido contrario. El rubio sabía que al Kazekage no se le daba bien usar las palabras, o quizás es que las palabras se quedaban insuficientes para todo lo que tenía que decir. Fuera como fuese, aquel gesto se quedó grabado a fuego en la piel de Naruto como en su mente.
Gaara podía llegar a ser tan dulce.
