DISCLAIMER: Todos los personajes y bla bla pertenecen a J.K. Rowling.

N. de A. Transcurre durante el sexto año en la era de los Marauders. Algunos nombres los conservé en inglés porque me parece nefasta la traducción de cosas como "Quejicus", "Canuto", "Colagusano" y "Merodeadores" (que por cierto, con ese nombre parecen una banda de rateros).


Le gustan los conejos

Sirius Black estaba apático. Las últimas semanas habían transcurrido como en un estado de sueño. Siempre la misma rutina: levantarse, desayunar, fastidiar a Snivellus, clases, almuerzo, práctica de quidditch, fastidiar a Snivellus, cena, cumplir con su usual detención y cama. Últimamente ni la cara de odio del grasoso murciélago de Slytherin podía animarlo. Sus amigos habían notado su estado y habían tratado diferentes medios para quitárselo: travesuras en Hogsmeade, incursiones al Bosque Prohibido, retos de quidditch e incluso habían preparado una trampa para Snivellus. Cuando Sirius fue ese día al gran comedor, se había encontrado con un grupo de alumnos curiosos que reían y señalaban al Slytherin quien colgaba de los pies con el cabello rosa y la ropa transfigurada en un vestido de princesa. El pálido adolescente había pataleado hecho una furia e insultado hasta el cansancio a los Marauders. Sirius había reído de buena gana; sin embargo, a la media hora su humor sombrío había regresado.

Esa particular tarde llovía y los cuatro amigos estaban sentados en una de las mesas del gran comedor. Las gotas chocaban en el cristal de las ventanas produciendo un agradable golpeteo rítmico. Remus leía el periódico mientras Peter degustaba una copa de helado de frambuesa con crema y James revisaba un paquete que le acababa de llegar de casa. Sirius yacía sobre su mejilla izquierda encima de la superficie de madera barnizada, miraba a los demás estudiantes entrar y salir y con frecuencia suspiraba. A la doceava ocasión que el adolescente dejó escapar su lamento, Lupin arrugó su periódico y le dijo exasperado:

—¿Sabes, Sirius? Hace un magnífico día allá afuera, ¿por qué no vas a dar un paseo?

—Está lloviendo —murmuró sin moverse.

—Bueno, he escuchado que a muchos perros les gusta jugar bajo la lluvia.

—No creo que me guste.

—No lo sabrás si no lo intentas.

Sirius giró la cabeza y dirigió una mirada de súplica a su amigo.

—¿Vienes conmigo?

—¡Merlín, no! Lo que quiero es deshacerme de ti —dijo volviendo a su periódico.

—¿Por qué no vas a conquistar a alguna chica? —intervino James.

Sirius dirigió sus ojos grises a un grupo de chicas de Ravenclaw que lo veían coquetamente y cuchicheaban entre risas.

—Demasiado… esfuerz…o…

James puso los ojos en blanco y siguió leyendo la carta que había sacado del paquete.

—¿Por qué no vas a perseguir conejos? Les gusta salir con este clima —dijo de repente Peter con la cuchara en la boca.

Para extrañeza de James y Remus, Sirius por fin levantó la cabeza.

—Me gustan los conejos. Sí… me gustan… —consideró.

Sin decir nada más, el muchacho se paró y caminó hacia la entrada del gran comedor dejando a sus amigos que miraron con sorpresa a Peter.

—Le gustan los conejos —dijo el rollizo chico con una sonrisa.