La historia y la mayoría de los personajes pertenecen a J.R.R. Tolkien, exceptuando a Obi-Wan Kenobi, quien pertenece a George Lucas. Escribí esta historia como un proyecto de diversión personal (con la esperanza de agradar a otros lectores) y no por lucrar de ella. Es solo por simple diversión.
Nota: De entrada, me gustaría agradecerles a todos quienes lean por tomarse el tiempo de hacerlo y por supuesto, ¡les estaría mucho más que agradecido si me dejaran comentarios, críticas y reseñas! Asumo que aquellos que lean la historia estarán algo familiarizados con la Tierra Media (el Universo de Tolkien) y con la Galaxia Conocida (Universo Star Wars). La mayoría de los diálogos provienen directamente de El Señor de los Anillos (libro y películas), a excepción de las modificaciones necesarias para incluir a Obi-Wan y la historia en sí será la misma que muchos conocemos y amamos, a excepción de algunos cambios y sorpresas por aquí y por allá. Ahora, voy a dejar de escribir y permitirles leer… ¡Espero disfruten!
PrólogoEl enorme reptil llamado Boga se mantenía corriendo sobre las rocosas formaciones y empinados picos de Utapau, siguiendo las órdenes de su jinete. La voz del barbado humano que montaba sobre su lomo era fuerte y poderosa, pero al mismo tiempo serena y tranquilizadora, y Boga se vio obligada a obedecer, aun si sus instintos le exigían que dejara de correr a toda velocidad en dirección de aquellos cegadores rayos de energía color rojo y verde, que volaban a todo su alrededor con vertiginosa velocidad.
Comandante, ¡contácte a sus tropas! – Exclamó el Maestro Jedi Obi-Wan Kenobi a todo pulmón, una vez que su leal y valerosa montura había alcanzado al grueso del Gran Ejército de la Repúlbica. – ¡Ordéneles que se movilicen a los niveles superiores!
¡Muy bien, señor! – Respondió la grave y rasposa voz del comandante clon Cody, mientras se alejaba de su superior, listo para llevar a cabo sus instrucciones. Repentinamente, el replicante pausó y tomó un objeto cilíndrico de color plateado que colgaba alrededor de su cinturón, entregándolo al Jedi. – Ah, por cierto… Me parece que va a necesitar esto.
Obi-Wan sonrió de manera agradecida al valeroso clon del desaparecido cazarrecompenzas Jango Fett, mientras tomaba su sable de luz y lo colocaba alrededor de su cintura con firmeza.
Gracias, Cody. – Dijo el Maestro Jedi, mientras tiraba con fuerza de las riendas de su tensa montura. – Ahora, debemos movernos, ¡tenemos una batalla que ganar aquí!
Diciendo esto, un determinado Obi-Wan se alejó en un santiamén y se dirigió hacia la empinada cima de la ciudad subterránea. La victoria se veía cercana y el Maestro Jedi lo podía percibir. El General Grievous había sido derrotado y pronto, los separatistas se verían obligados a rendirse ante la República. La paz sería restaurada en la galaxia y Obi-Wan tendría la oportunidad de concentrarse por completo en ayudar a su aprehensivo amigo y antiguo Padawan, mientras que el Canciller Palpatine se vería obligado a ceder el poder. La democracia se vería reestablecida y finalmente, los Jedi tendrían la oportunidad de concentrar todos sus esfuerzos en localizar al elusivo Darth Sidious, el Tenebroso Lord del Sith y responsable de tanto dolor y sufrimiento.
O por lo menos, eso pensaba Obi-Wan.
Una súbita y violenta explosión sacudió el rocoso piso donde Boga se encontraba y antes de que supiera lo que estaba ocurriendo, Obi-Wan estaba cayendo, cayendo, cayendo… Hasta el lejano fondo del enorme cráter, donde las frías y oscuras aguas de una laguna subterránea le aguardaban. Sin advertencia, ni explicación razonable alguna, el universo del Maestro Jedi se adquirió un inesperado y aterrador giro. Esto era en todo lo que Obi-Wan podía pensar, mientras su cuerpo se hundía con gran velocidad en las aguas de la laguna.
Varios tropas clon se encontraban realizando labores de vigilancia a través de las calles y pasajes subterráneos de la ciudad, mientras una cautelosa e indetectable presencia los observaba fijamente desde las sombras. Sin percatarse de nada extraño, dos soldados clon se aproximaron a su visiblemente tenso comandante.
¿Encontraron a Kenobi? – Preguntó un desconfiado Cody a sus dos subalternos, en cuanto éstos se encontraron frente a él.
Ambos clones sacudieron la cabeza como si fueran un solo hombre.
Nadie pudo haber sobrevivido a semejante caída, señor. – Se atrevió a comentar finalmente uno de los soldados del recién formado Imperio Galáctico.
Cody sacudió la cabeza, aun no muy convencido de lo que escuchaba. Aun así, el disciplinado replicante tenía sus órdenes y no podía permanecer en Utapau por mucho tiempo más o preocuparse por el destino de éste miserable planeta.
Que los hombres comiencen a abordar en sus naves. – Ordenó Cody finalmente a sus subalternos, mientras varios tropas clones más guiaban a un numeroso grupo de nativos cautivos hacia un campamento de prisioneros recién instalado.
¡Sí, señor! – Fue la respuesta inmediata de uno de los clones, mientras ambos se alejaban a paso veloz.
Algunos instantes después, el comandante clon se alejó de una gruesa formación de roca, sin percatarse nunca de la presencia de un hombre barbado, enfundado en túnicas color crema y empapado, quien había escuchado toda la conversación, permaneciendo oculto tras las sombras. De manera paciente, Obi-Wan aguardó a que sus antiguas tropas se alejaran y una vez que se aseguró de que no habían moros en la costa, el Maestro Jedi se encaminó en direcciónn del hangar secreto donde el destruido cuerpo cibernético del temible comandante separatista se encontraba tendido sin vida sobre la fría y metálica superficie del suelo. De reojo, Obi-Wan dirigió una breve mirada hacia el cadáver del General Grievous, sintiendo una extraña sensación de agradecimiento hacia su desaparecido antagonista, mientras se aproximaba al caza estelar del cibernoide.
La nave era pequeña, pero lucía rápida y difícil de detectar. Seguramente, proporcionaría al Maestro Jedi con el medio de escape ideal. Intentando olvidar de momento la inesperada e ilógica traición de sus tropas, Obi-Wan se sentó en el interior de la cabina del pequeño caza estelar y oprimió el interruptor de ignición y de inmediato, los pequeños, pero potentes motores subluz de la nave cobraron vida con un agudo y repentino rugido. Pronto, la nave espacial dejó atrás la superficie de la pesadilla en la que Utapau se había convertido, introduciéndose en la densa negrura del espacio exterior.
La Fuerza exclamaba agudamente a los sentidos de Obi-Wan. Su cabeza daba vueltas y su estómago se encontraba revuelto, señalando que algo terrible, impensable acababa de ocurrir a través de toda la galaxia. ¿Acaso él no había resultado el único Jedi traicionado por sus tropas de manera artera y cobarde? ¿Cuántos de sus hermanos Jedi habrían sufrido el mismo infortunio? Pero lo más importante de todo era saber cuántos Jedi habrían sido muertos. Obi-Wan Kenobi era un hombre quien no solía creer en la suerte, pero en aquél preciso momento, no pudo evitar sentir lo suertudo que había resultado. Era indispensable saber a ciencia cierta qué es lo que había sucedido. Sin pensar más en el asunto, el Maestro Jedi activó el interruptor de su transmisor holográfico y tecleó una frecuencia secreta y encriptada, utilizada de manera exclusiva por los Jedi.
Código de emergencia nueve-trece. – Dijo el barbado hombre a la bocina del transmisor. – No tengo contacto en ninguna frecuencia. ¿Hay algún Jedi allá afuera? ¿Me escuchan?
Las palabras de Obi-Wan no escapaban de sus labios aun cuando los sensores del radar del confiscado caza comenzaron a mostrar una ténue señal de alarma. Seguramente, el gigantesco crucero estelar de forma triangular que sobrevolaba alrededor de la órbita de Utapau habría detectado ya la señal del pequeño caza estelar. No había mucho tiempo. El Maestro Jedi repitió su mensaje por medio del transmisor y en ésta ocasión, la pantalla del proyector holográfico desplegó una pequeña imagen llena de estática que se manifestó en breve frente al barbado rostro del Jedi.
Bbbzzzzzt… ¿General Kenobi? – Preguntó la borrosa y poco identificable imagen tridimensional que se encontraba a escasos centímetros del rostro de Obi-Wan. En el acto, el Maestro Jedi comenzó a pulsar y oprimir diversos interruptores de la consola de controles, intentando mejorar la calidad de la imagen. Resultaba muy factible que el enorme crucero republicano estuviera intentando interferir sus comunicaciones.
Ya capté la señal. – Informó Obi-Wan a su misterioso interlocutor, una vez se vio capaz de captar el canal adecuado. – Repita.
La azulada imagen de un hombre delgado, de piel morena y fina barba de candado apareció frente al tenso Maestro Jedi de manera repentina.
¿Maestro Kenobi? – Preguntó la imagen tridimensional de aquél hombre que ahora se manifestaba claramente frente a Obi-Wan.
¡Senador Organa! – Exclamó Obi-Wan con gran alivio. – Mis tropas me traicionaron. Necesito ayuda.
Bail Organa, Virrey y senador de Alderaan asintió con lentitud, demostrando que estaba enterado de lo que Obi-Wan le informaba.
Acabamos de rescatar al Maestro Yoda. – Explicó Bail. – Al parecer, esta emboscada se ha presentado por todos lados. Le enviaremos nuestras coordenadas.
Obi-Wan dejó escapar un suspiro de alivio, mientras la computadora de vuelo comenzaba a descargar la información que Bail enviaba a la nave. Súbitamente, una aguda alarma sacudió las bocinas de la cabina.
¡Senador, espere! – Dijo un alarmado Obi-Wan. – ¡He sido descubierto!
Diciendo esto, ¡Obi-Wan dirigió su mirada al monitor del panel de control y vio horrorizado como veinte cazas ARC-170 se aproximaban velozmente hacia él!
Solo proceda al punto de salto. – Instruyó Bail, intentando mantener la calma. – Ahí nos encargaremos nosotros de lo demás.
¡No tengo tiempo! – Replicó Obi-Wan con gran desesperación, sintiendo como su pequeña y frágil nave comenzaba a sacudirse con fuerza a manos del fuego láser que explotaba a todo su alrededor. – ¡Debo esquivarlos o me volarán en pedazos!
Diciendo una maldición mental y recordando una vez más lo mucho que detestaba volar, el Maestro Jedi dio fin a la transmisión, mientras realizaba una serie de maniobras evasivas. Los cazas estelares que, apenas horas antes se encontraban bajo su mando, se encontraban ahora a todo su alrededor, aparentemente determinados a cumplir con su misión a cualquier precio.
¡Éstos tipos definitivamente no quieren negociar! – Murmuró Obi-Wan entre dientes apretados, mientras el sudor comenzaba a rodar por su frente.
Estaba en lo cierto. Sus antiguas tropas no tenían la intención de tomarlo como prisionero y eso resultaba claro. El Maestro Jedi habría dado lo que fuera por saber qué demonios estaba ocurriendo, pero no había tiempo para averiguaciones. El sistema de alarma del pequeño caza estelar emitió otra estridente advertencia, informando a su piloto que el enorme crucero triangular volaba desde otra dirección, intentando cercar a la nave fugitiva. Obi-Wan decidió dejar de pensar y se entregó por completo a la cálida guía de la Fuerza. Actuando de manera instintiva, el Maestro Jedi activó los controles de reversa y la nave se detuvo de manera abrupta.
Sus perseguidores le pasaron de largo, comprando unas valiosas milésimas de segundo a Obi-Wan, quien sabía que no tenía tiempo que perder. De inmediato, el Jedi tiró violentamente de la palanca de control y la nave dio un giro repentino en la dirección opuesta. El Maestro Jedi estaba conciente de que confrontar a sus antiguas tropas se encontraba totalmente fuera de la cuestion y debía alejarse del poderoso rayo tractor del crucero estelar lo más pronto posible. Todo lo que Obi-Wan podía hacer era continuar con sus maniobras evasivas, mientras pensaba furiosamente en una posible vía de escape. De repente, la electrónica voz de los sistemas de alarma del caza chilló de nuevo.
¡Eso no me importa! – Exclamó en voz alta el Maestro Jedi, tan pronto leyó la traducción de la alarma que el monitor de la computadora le mostraba. Los pilotos clon eran combatientes realmente formidables y de no poder escapar pronto, Obi-Wan sabía que su pequeña y frágil nave no tendría oportunidad alguna. – ¡No me interesa saber nada sobre anomalías! ¡Debo mantener el curso!
Mientras pensaba en voz alta, Obi-Wan pudo sentir como el transpavidrio de la cabina chillaba en aguda protesta, mientras una súbita e inesperada sacudida azotó la nave, acompañada de un cegador y resplandeciente rayo de luz. Antes de que el Maestro Jedi supiera qué estaba ocurriendo, todas las luces y focos del panel de controles empezaron a fallar de manera intermitente e incontrolable.
¡Solo aguanta! – Fue el murmullo desesperado de Obi-Wan, aunque sabía que se hablaba tan sólo a sí mismo. – Aguanta y confía en la Fuerza…
El Maestro Jedi apretó de nuevo los dientes, mientras sus sudorosos dedos se aferraban con fuerza de la palanca de control. Pronto, los ojos de Obi-Wan fueron cegados por una enorme burbuja que despedía radiantes rayos multicolor que rodeaban la cabina de la nave espacial y el cuerpo del Jedi comenzó a contorcionarse de manera en sumo violenta, al verse presa de la enorme presión de las fuerzas gravitacionales. El último pensamiento que cruzó la mente de Obi-Wan Kenobi antes de que perdiera el conocimiento por completo fue que, seguramente el incontrolable sentimiento de pánico y ansiedad que comenzaba a apoderarse de él, sería lo último que sentiría cualquier criatura viviente al momento de ser alcanzado por un letal rayo láser.
