Hola!!! Bueno, habiendo terminado mi fic Pide un deseo, vengo de nuevo con este otro… mmm esto sólo es un prólogo para ver la aceptación que tiene. Intenté hacerlo de Harry y Hermione, lo prometo, pero la tentación de poner a Hermione con Draco fue, una vez más, más fuerte que mi intención.

Así que aquí tenéis otro fic Draco Hermione que espero que os guste.

Os dejo con el prólogo a ver que tal resulta. Si no os gusta, lo borraré y buscaré otra idea, es que no puedo dejar de escribir :p

Un besito para todos, nos leemos pronto!!

Prólogo

Si hubiera sabido que su madre pensaba humillarla de nuevo como siempre lo había hecho, jamás habría tomado aquel avión para pasar el fin de semana de las costas de Cataluña, en España, donde el prometido de su hermana había alquilado una casa sólo para resultar más ostentoso a ojos de sus, según él, futuros suegros.

¿Cómo había podido ser tan estúpida para pensar que podía pasar un fin de semana tranquila con su madre y su hermana? Apagó el motor del coche y abrió la puerta para salir a la calle aún mojada por la tormenta, cerrándola con más fuerza de la que hubiera sido necesaria. Bordeó el coche y abrió el maletero para sacar la pequeña maleta de piel negra que había llevado al viaje y el maletín negro donde llevaba su ordenador portátil. Cerró el maletero con más fuerza que la puerta y tanteó en su bolso de mano en busca de las llaves. ¿En qué momento se le había ocurrido pensar que podría ser un buen fin de semana?

Frunció el ceño. Se habían pasado todo el fin de semana criticándola… si se ponía pantalones, no era demasiado femenina pero si se ponía un vestido, estaba intentando atraer la atención de algún hombre que, según su madre, era lo más lógico dado que estaba a punto de cumplir veinticinco años y su relación más larga había sido una de cinco meses. Luego estaba el peinado. Cabello rizado y largo, pero su hermana había insistido en que para su boda debería llevarlo liso como todas las damas de honor para no destacar entre nadie, algo a lo que ella se había negado por supuesto. Podían vestirla como una barbie de azúcar de color rosa, podían ponerle zapatos de tacón alto que le destrozaría los pies a la media hora de llevarlos puestos e incluso podían buscarle una cita con el padrino de Marcus, pero no iban a cambiarle el pelo para una estúpida boda aunque fuera la de su hermana.

Subió los tres escalones del edificio en el que vivía encontrando las llaves y maldiciendo cuando la luz de la farola que alumbraba directamente la puerta se fundió… otra vez por décima vez en las últimas dos semanas… ¿por qué en lugar de cambiar la bombilla no cambiaban la farola? Sus impuestos tenían que servir para algo como eso ¿no?

¿En qué estaba pensando? En su familia, sí… bueno, si es que a eso se le podía llamar familia… definitivamente lo había sido mientras su padre estaba vivo… pero… luego las cosas se habían complicado y estaba segura de que, pese a que su madre dijera que no le importaba, el momento en que ella, su hija mayor le había dicho que en lugar de ser dentista, prefería ser pediatra, había sido el momento en que Martha Granger había decidido que Rebecca iba a ser su hija predilecta, después de todo, ella sí quería ser dentista.

Ella había pasado a un segundo plano. Abrió la puerta del portal y entró dentro agradecida de poder refugiarse del frío invierno de Londres a aquellas horas de la madrugada. Atravesó el vestíbulo y apretó el botón del ascensor que parpadeó ligeramente en rojo antes de apagarse. Hermione maldijo por lo bajo mientras apoyaba la frente contra el frío metal de la puerta del elevador.

-Genial… simplemente genial…

Suspiró y volvió a cruzar el pasillo hasta las escaleras, tendría que subir hasta el quinto piso andando; miró las escaleras y resoplando, se sentó en los primeros escalones, se quitó los zapatos que recogió con una mano, aferró su maleta con la otra y se aseguró que el maletín con el ordenador estuviera bien colgado de su hombro, junto a su bolso.

Seguro que a su madre le hubiera encantado estar allí para reírse de ella, por supuesto de forma disimulada, pero reírse, después de todo.

Para su madre ella nunca hacía las cosas bien. Si pasaba mucho tiempo en casa era una aburrida que nunca encontraría un hombre, si salía demasiado era una descarada que cualquier día iba a despertar en la cama de algún hombre indeseable; si sonreía mucho le preguntaba si no pensaba en todos los problemas que tenía y si sonreía poco le decía que alegrara la cara si quería que alguien se fijara en ella.

La había criticado cuando dejó su prestigioso empleo en uno de los hospitales más importantes de Londres para dedicarse a la pediatría en un hospital del barrio de clase media, San Mungo, donde el personal era escaso y hacían todo lo que podían para salvar la vida a los que llegaban con, principalmente, heridas de bala o de arma blanca; un lugar donde no había habido pediatra hasta que ella había llegado. No le había importado. Ella adoraba su trabajo; se sentía bien poder ayudar a la gente, adoraba ver los rostros de los niños sin lágrimas cuando ella les curaba o cuando les aseguraba que todo estaría bien. Pero por supuesto su madre no lo había entendido.

Sonrió de forma sarcástica mientras continuaba subiendo las escaleras; ella podría haber sido la médico particular del mismo presidente de Estados Unidos y seguro que su madre le habría encontrado pegas igualmente.

¿El motivo? No estaba casada. No tenía novio a la vista y definitivamente, no entraba en sus planes involucrarse en la vida de nadie y mucho menos dejar que nadie se involucrara en la suya. El concepto de su madre para una mujer era fácil: podía trabajar, por supuesto, después de todo, Martha era dentista y era una mujer trabajadora, pero junto al trabajo tenía que tener una vida estable y para Martha Granger, una vida estable era sinónimo de casarse, tener una casa y tres niños a los que criar y cuidar.

Hermione ladeó la cabeza pensativa.

No le importaba tener tres niños a los que cuidar y criar, pero lo que menos le hacía falta en aquellos momentos a su vida era un hombre al que cuidar también. Su vida ya era demasiado complicada para añadir algo más. Ni siquiera sabía como había tenido tiempo de viajar hasta España con todo el trabajo que tenía encima… Suspiró cuando llegó al rellano del quinto piso.

Lo que le apetecía en aquellos momentos era darse una buena ducha relajante… mientras atravesaba los últimos metros, decidió que más que una ducha, sería un baño; un buen baño de espuma… Era tarde, esperaba que a Amanda no le importara, por poco ruido que quisiera hacer, siempre haría alguno.

Se detuvo frente a la puerta e introdujo la llave en la cerradura; frunció el ceño al notar que la cerradura cedía con demasiada facilidad.

Conocía a Amanda perfectamente. Habían estudiado juntas en la Universidad, ella para médico, Amanda para enfermera; y había sido una suerte que a ambas les hubiera tocado hacer las prácticas juntas porque con lo bien que se conocían formaban un equipo perfecto en los pasillos del hospital; antes de que Hermione pidiera algo, Amanda ya había ido a buscarlo y cuando Amanda buscaba un médico urgente para algo, Hermione siempre estaba allí.

Un trueno se escuchó retumbar en las paredes y Hermione se estremeció. Miró enfadada hacia la ventana del descansillo del piso frunciendo el ceño, echándole la culpa de que se hubiera asustado a la maldita tormenta que parecía que aún no quería disiparse. Resopló y miró de nuevo la cerradura.

Conocía a Amanda lo suficiente para saber que siempre cerraba la puerta con llave y si podía poner el cerrojo y la cadena también lo hacía; le daba miedo quedarse sola en casa por eso lo hacía; incluso más de una vez, Hermione había tenido que aporrear literalmente la puerta para que la pelirroja le abriese ya que había cerrado con tantas barreras que era imposible entrar sin que los bomberos tiraran la puerta abajo con sus hachas.

Era extraño que la puerta estuviera abierta. Entró llamándola.

-¿Amanda?

Un leve ruido al final del pasillo la hizo entrecerrar los ojos.

Dejó los zapatos y la pequeña maleta a un lado de la puerta, asegurándose de dejar el maletín con el ordenador portátil debajo de la mesita auxiliar, donde siempre lo dejaba meticulosamente; había aprendido hacia mucho que cada cosa tiene su lugar y que hay un lugar para cada cosa… si quieres encontrarlas cuando las buscas, por supuesto.

-¿Amanda? –volvió a tantear-. Amanda, soy yo cariño –la llamó de forma cariñosa-, ¿estás bien? Has dejado la puerta abierta.

Se detuvo en el dintel de la puerta que comunicaba el pasillo con el salón.

-¿Amanda? –volvió a preguntar extrañada.

Un ruido seco, una maldición y unos gemidos lastimeros, semejantes a los de un animal agonizante. Lo había escuchado muchas veces en el hospital para no saber reconocerlo.

Hermione caminó descalza por el pasillo; la puerta de la habitación de su compañera y amiga estaba entornada ligeramente; se acercó con el ceño fruncido, un ruido y un sollozo ahogado.

-Amanda, ¿estás bien? –preguntó de nuevo.

El ruido cesó; un lamento seco y cortante, cortado de forma rápida y definitiva.

Hermione suspiró y abrió la puerta despacio, como si temiera lo que pudiera encontrar allí dentro. Dio un grito. Sus ojos se abrieron. No estaba preparada para ver aquello.

La cama estaba deshecha, la mesita había sido corrida y la lámpara tirada; la ropa a medio meter en una maleta estaba aún a los pies del armario abierto de par en par mostrando sus tripas llenas de cajones y cajoncitos.

El escritorio de la enfermera, normalmente cuidado y ordenado estaba oculto bajo un montón de papeles y documentos, carpetas volcadas y estuches de CD's volcados, algunos de ellos rotos, como roto estaba el portátil que Amanda utilizaba para su trabajo.

Las cortinas habían sido arrancadas de su lugar y estaban teñidas de color rojo, el color de la sangre, igual que la moqueta amarilla pálido que Amanda había insistido en comprar cuando se habían ido a vivir juntas, allí donde una mano aún estaba abierta en un gesto silencioso de súplica.

Siguió la mano abierta y el brazo pálido apareció pronto. Había visto cadáveres en su vida de médico, algunos incluso habían muerto delante de ella… pero jamás se había tenido que enfrentar al hecho de ver el cadáver de alguien conocido, de alguien querido… Sintió que las lágrimas se precipitaban a sus ojos cuando descubrió la cabellera rojiza de su amiga, siempre pulcramente peinada, desordenada y desparramada por la moqueta, tintada del rojo de la moqueta allí donde el cabello rozaba el suelo.

Los ojos de Amanda, ya inerte, la miraban desde el suelo con el rostro lleno de sangre; ahogó un grito llevándose las manos a la boca mientras las palabras quedaban congeladas en su garganta y sentía ganas de vomitar ante aquella escena.

-Mátala también –escuchó.

Se giró hacia la derecha; un hombre de aspecto robusto trajeado que estaba limpiando la hoja de un puñal en un pañuelo blanco de lo que parecía ser delicada seda la miró. Ojos pequeños, boca grotesca y nariz sonrojada y con forma de patata; rapado al cero y con cejas espesas y barba de dos días que le daba un aspecto amenazante si es que un tipo de metro noventa y complexión robusta con más de noventa kilos podía necesitar un aire más amenazante que su propia presencia.

Un hombre más pequeño, el que había hablado, estaba a su lado, no le vio bien el rostro, la lámpara de la mesita de Amanda estaba volcada en el suelo como si la pelirroja hubiera intentado arrojarla lejos defendiéndose, seguramente, y la luz de la bombilla proyectaba una sombra sobre ese hombre.

Hermione no lo pensó; salió de la habitación corriendo todo lo que podía, atravesó el pasillo consciente de que aquel hombre la seguía con grandes zancadas, se encerró en el baño y trabó la puerta con el taburete y el seguro. Miró la puerta que en aquellos momentos le parecía increíblemente delgada y se insultó mentalmente por haberse encerrado a sí misma.

Un golpe se escuchó en el otro lado de la puerta al tiempo que un trueno estremecía el cristal de la pequeña ventana. Hermione se sintió perdida. ¿Quiénes eran esos hombres?, ¿Por qué habían matado a Amanda?, ¿Qué querían? Un nuevo golpe y esta vez un disparo. Gritó de frustración y el cristal de la ventana tembló.

La ventana, era la única salida de la prisión a la que ella misma se había confinado. Abrió la ventana y se subió al inodoro ignorando deliberadamente otro disparo hecho, seguramente para atemorizarla.

Pero Hermione no iba a dejarse matar tan fácilmente. Se había criado escuchando a su padre hablar de que debía luchar siempre, fueran cuales fueran las circunstancias, siempre había una posibilidad por pequeña que fuera de seguir adelante; si la vida te tira al suelo, vuelve a levantarte y enfréntate a ella tantas veces como el viento te empuje de nuevo.

La ventana era pequeña, pero cabía perfectamente, quizá tuviera problemas con sus caderas… siempre había sido ancha de caderas, otra cosa más por la que su madre la había humillado en infinitud de veces. Rodó los ojos. ¿En qué estaba pensando?

Por suerte sus caderas pasaron sin ningún problema más que un ligero raspón en el muslo derecho al rozar con las bisagras de la ventana. Se agazapó en la pequeña repisa tirando la maceta que había allí y su vista siguió irremediablemente la caída del tiesto hasta el suelo, cuatro pisos de altura. Se obligó a mirar hacia delante y suspiró aliviada; la escalera de incendio estaba a medio metro de la ventana. Ladeó la cabeza sopesando las posibilidades de llegar hasta allí. Nunca había sido buena en clases de educación física, por supuesto luego había cambiado, desde que había empezado a los doce años a entrenarse por las mañanas con su padre, pero… no estaba segura de poder llegar hasta allí.

No tuvo tiempo para pensar más. Un sonoro ¡crack! hizo que girara la cabeza para ver como aquel gigante entraba en el pequeño cuarto de baño con el puñal amenazadoramente dirigido a ella. No pensó. Su padre siempre le decía que a veces es mejor actuar y vivir que morir pensando. Saltó.

Escuchó una maldición cuando su cuerpo se estrelló contra la vieja escalera de incendio que daba a la parte trasera del piso, un callejón oscuro y mojado pero que en aquellos momentos a Hermione le parecía un paraíso alejado del terror que estaba sufriendo en su propia casa.

Un disparo. Un silbido pasó cerca de su oído derecho. ¡Le estaban disparando! Se balanceó inclinándose hacía la derecha, haciendo que con su peso la escalera girara y luego, con las manos entumecidas por el frío y por el metal, apoyó sus pies desnudos en uno de los escalones sintiendo como se cortaba en la planta del pie izquierdo, seguramente con algún trozo de hierro, e hizo fuerza hacia abajo, cerrando los ojos al notar como la escalera descendía rápidamente varios metros hasta apoyarse en una plataforma de metal negro.

Suspiró. Estaba más cerca del suelo que de su casa. Quizá podría salir de allí. Otro disparo que le rozó el hombro. Maldijo en voz baja a la gente que vivía allí por no querer saber nada de nadie cuando escuchaban disparos, maldiciones y gritos porque estaba segura de que Amanda había gritado y también de que nadie había avisado a la policía.

Miró la herida del hombro. No parecía serio, un rasguño, la bala sólo la había rozado y por suerte no le había tocado ningún músculo ni tendón; rasgó parte de la falda que llevaba y presionó la tela contra su hombro, tomando un extremo con los dientes y envolviéndose la herida con la otra mano para anudarlo con la ayuda de la boca, haciendo una mueca al apretar ligeramente.

La escalera a la que aún seguía aferrada se tambaleó. Miró hacia arriba. El gigante también había saltado. Hermione rodeó la plataforma y bajó las otras dos escaleras con toda la rapidez que pudo; cuando faltaban dos metros decidió, después de que otra bala la rozada, que era mejor saltar de golpe que dar otra vuelta a la escalera. Lo hizo. Saltó de la plataforma hasta el frío suelo y cayó acuclillada, levantándose con rapidez y corriendo por el callejón con la esperanza de llegar a la calle principal, ignorando el corte del pie y la herida del hombro, intentando borrar de su cabeza el rostro de Amanda y sus grandes ojos mirándola como si de algún modo, le estuviera pidiendo perdón por todo aquello.

Un disparo; pasos corriendo. Dos balas más silbando en el viento. Hermione ni siquiera quería mirar atrás.

-¡Alto, deténgase!

¡Y un cuerno! Corrió más deprisa.

Los pasos detrás de ella se aceleraron. Una mano se cernió alrededor de su muñeca y un tirón hizo que trastabillara hacia atrás y de echo, se hubiera caído si no hubiera sido porque había topado con un pecho amplio y firme que la había detenido. Aún así, ella se revolvió, pese a que era consciente de que esa mano la tenía bien sujeta.

-¡Estése quieta! –bramó una voz masculina.

Si se suponía que aquello debía tranquilizarla, tuvo más bien el efecto contrario. Hermione se revolvió aún más y soltando una grosería que quedó oculta entre los dientes, el hombre dio un par de pasos arrastrándola hasta que logró dejarla contra la pared, inmovilizada con su propio cuerpo e impidiendo que gritara colocando una mano sobre su boca. Ella abrió la boca y le mordió la mano con saña.

-¡Maldita sea! –gritó él entonces -¡Soy policía, estése quieta, por todos los diablos!

Hermione le vio sacar una cartera desde el bolsillo trasero del pantalón y la puso frente sus ojos para que la pudiera ver bien. Una placa que lo identificaba como agente del FBI brilló en la oscuridad del callejón bajo la opaca luz de una farola oxidada.

Hermione dejó de moverse, consciente de que aquel no era el tipo que le había disparado y que había intentado matarla segundos antes. Hermione dejó de patalear. Incluso creyó que podría dejar de respirar en aquel mismo momento. No por la placa, no por lo que acababa de ver en su piso… y es que la misma luz opaca que había rebelado la placa brillante, había dejado ver algo más; los ojos grises más increíbles que ella jamás hubiera visto en nadie.

Luego, no recordó nada más que oscuridad.