Era un cálido día de verano, y yo me acababa de despertar. Enran aproximadamente la 12 pm. La noche anterior había salido de fiesta y me encontraba un poco descolocada. Bebí demasiado alcohol.

Pero aun así me mantuve consiente durante toda la noche.

Me levanté de un brinco de la cama, y fue tan rápido que la tensión me bajo y me dolió unos segundos la cabeza dejándome algo aturdida. La suerte es que me recuperé en seguida.

Como no encontré mis chancletas verdes de espuma con estampados de rayos amarillos encima (probablemente estaban debajo de la cama y me daba pereza agacharme en ese momento), salí de mi habitación y bajé las escaleras de madera de pino (no de muy buena calidad pero útiles). Mi estómago quería comer un trikini compuesto de lechuga, queso, pollo, tomate, mayonesa, bacón y huevo frito. Os lo recomiendo 100% esa combinación es deliciosa.

Tanta fiesta había provocado en mi cuerpo tener un apetito voraz.

Una vez preparado dicho trikini, me fui a sentar en mi terraza con vistas al monte… llanuras verde manzana repletas de puntos de colores se fundían con el implacable azul del cielo. Un paisaje realmente idílico.

Aun estando en paz y tranquilidad disfrutando de la comida, sentía que me había olvidado de algo… ¡EL CELULAR!

Rápidamente fui a buscar mi Smartphone que estaba cargando en mi habitación, así que dejé el trikini con 3 mordiscos en el plato encima de la mesita, a solas en esa terraza con dos sofás y una mesa mediana de madera en el centro.

Una vez agarrado dicho dispositivo me volví a sentar en uno de los sofás y desbloquee el móvil…

No podía ser. Mis ojos no creían haber visto el Whatsapp que había llegado.

¡Era él!

Increíble.