La época del Terror
La primera marca
Hacía años que el buen tiempo había desaparecido en todo el país. Día si, día también, la niebla lo cubría todo, los nubarrones grises opacaban el sol y, por las noches, las tormentas despertaban a los niños.
Las fuertes lluvias en otoño impedían a los transeúntes salir a la calle sin mojarse. En invierno, las nevadas cubrían todos los territorios, helaban los cristales, helaban hasta los huesos. En verano, el sol opaco intentaba iluminar y calentar el ambiente, pero sólo conseguía emitir una vaga luz grisácea, acompañada de una sofocante humedad. La primavera, con el renacimiento de las flores, había quedado a poco menos de un suspiro de antaño.
Parecía que el clima presagiara una batalla apocalíptica, pero ¿Es que ese clima no era normal en Inglaterra?
Pocos le daban importancia, pese a la evidencia. Ignoraban por completo el problema que tenía su doble mundo, únicamente preocupados por no poder tomar el sol en verano, o no poder salir a la calle en invierno.
Los que si le daban importancia, vivían asustados. Sabían lo que eso significaba. Temían ser acechados en la oscuridad. Vivían con miedo.
Sabían la cercanía de un posible conflicto, conocían quiénes eran los autores de todo, quiénes esperaban el buen momento para atacar. Y ese momento, el momento del primer ataque, fue el 31 de Agosto de 1977.
Un hombre, de los que si conocían el peligro, había sido secuestrado. No tenía familia, estaba jubilado, y vivía solo. Nadie lo echaría de menos. Tardarían un tiempo en buscarlo.
Se lo habían llevado un grupo de Mortífagos. Terroríficos. Temibles. Peligrosos. Como indicaba su nombre, sólo traían la muerte.
Lo torturaron. Necesitaban saber como podían entrar al Ministerio de Magia sin ser descubiertos. Planeaban un golpe de estado. Destituirían al Ministro actual. Su señor, Tom Ryddle, el temido Lord Voldemort, conseguiría el poder. Exclusivamente necesitaban saber una maldita contraseña, pero ese viejo se negaba a dársela.
Lo torturaron. Le hicieron sufrir. Lo dejaron al borde de la muerte. Pero no desveló nada.
Prometieron perdonarle la vida a él y a los suyos, pero él no tenía a nadie a quien proteger. Juraron cubrirle de riquezas, pero él era un viejo a quien nada le importaba ya.
Sólo deseaba una cosa, y era la única con la cual los Mortífagos no salían ganando. La muerte. Quería morir, lo deseaba, y los Mortífagos lo mantenían en vida para poder conseguir lo que ellos querían.
El hombre no desvelaba nada, y sus celadores estaban hartos de él. Y, entonces, fue cuando Lord Voldemort lo visitó.
Una visita corta.
Entró en esa sala, lo miró a los ojos, y supo que ese hombre era un señuelo.
La Orden del Fénix, quienes se atrevían a frustrar sus actos, se les habían adelantado otra vez. Pese a que llevaban tiempo actuando en las sombras, secuestrando, adquiriendo información, ellos se les habían ido adelantando algunas veces. Eso hacía sospechar a Lord Voldemort acerca de algún espía, pero le daba igual. En nada sabría quien era y recibiría su sanción.
Había llegado el momento de darse a conocer públicamente.
La noche del 30 al 31 de Agosto, llevaron al viejo de nuevo a su casa. Tal y como imaginaban, nadie lo había echado de menos, ni siquiera los gatos que vivían con él, pues se habían escabullido al ver que su amo no volvía para traerles comida.
Dejaron al viejo atado en una silla, para que esperara su tan ansiada muerte y, entonces, se lanzaron a la matanza.
Lord Voldemort mandó a ese pueblo todos sus seguidores, que no eran pocos. Destruyeron casas, las quemaron, mataron a familias enteras, sin importarles nada. Dejando vivos al viejo y al Mortífago traidor, quien el Señor Oscuro había descubierto tras leerle la mente a sus secuaces.
-Por favor- suplicaba el Mortífago arrodillado al suelo-, mi señor, tenga compasión…
Lord Voldemort dejó de observar el caos general de aquel barrio, iluminado por las llamas de las casas y acompañado por gritos desgarradores de dolor.
-Tendré compasión- repuso él-. Tendrás el honor de ser reconocido como el primer Mortífago de la historia- rió, mientras se volteaba y desaparecía en la nada.
El hombre restó en el suelo, esperando su castigo, pues sabía que lo dejarían allí, para que los Aurores lo encontraran y lo interrogaran. Él cargaría con toda la crueldad del primer ataque de Lord Voldemort. Por traidor.
Otro de los seguidores de Voldemort, la única mujer hasta entonces, pasó por su lado, con una amplia sonrisa venenosa en sus labios. Rió, con aire loco, y con un hechizo le impidió moverse. Tampoco lo habría hecho.
La misma mujer, se dirigió hacia la casa del anciano. Con otro hechizo, esta empezó a arder velozmente. Un último hechizo, antes de desaparecer con sus compañeros, y una gran calavera brilló en el cielo. De su interior salió una serpiente.
La marca Tenebrosa. La primera marca de la historia.
…
Volvía a casa esa madrugada de Agosto frustrada. Los tacones de sus sandalias chocaban contra el suelo una y otra vez, causando eco por aquella vacía callejuela o arrastrándolos lamentablemente por el asfalto.
El maquillaje que horas antes se había puesto tan a propósito, lo llevaba todo corrido por el rostro, y unas largas hileras negras se mezclaban con sus lágrimas por las mejillas. Había querido ser lo que no era y le había salido mal. Muy mal. Un fracaso estrepitoso el día antes de empezar el colegio.
Las callejuelas de Leeds estaban completamente desérticas, por su suerte, y nadie se fijaba en su deplorable estado.
La muchacha, sumida en sus pensamientos, no oyó el ruido de bomberos, no oyó los gritos de desespero de los habitantes de su barrio, hasta que llegó allí, y su rostro, manchado y triste, quedó avivado por las llamas del fuego que lo consumía todo.
Lo primero que pensó fue en su abuelo. Debía estar en casa a aquellas horas, esperando a que volviera de la fiesta para echarle una regañina.
Corrió hacia el cordón policial, que prohibía la entrada a la zona, dispuesta a cruzarlo y a buscar a su abuelo desesperada, pero unos fuertes brazos, de unos de los bomberos de lo impidieron.
-¡¿Estás loca?!- le rugió, llevándosela de la cercanía de las llamas.
Ella no pudo responder. El hombre la obligó a quedarse cerca de las ambulancias, donde amablemente, una enfermera le preguntó por su estado. Pero ella no la escuchó. Si no la dejaban entrar, entraría por la fuerza.
Se levantó, volteó un par de esquinas, hasta quedar en otra callejuela. Se sacó un extraño palo de madera del bolso que llevaba y, como por arte de magia, desapareció.
Al instante, justo en medio del barrio, donde las casas ardían y todo tenía un anaranjado color, apareció una muchacha morena de la nada, con el maquillaje escampado por la cara, y con un palo en la mano.
Estaba delante de la casa de su abuelo, y apenas quedaba algo de ella. Un montón de escombros en llamas, como el resto del barrio. Dolorida, dio un paso hacia atrás, percatándose de que acababa de quedarse sola en la vida.
Sus piernas le fallaron y cayó al suelo. Fue entonces cuando lo vio.
En el cielo, una gran calavera verde brillaba maliciosa, mientras una serpiente salía de su boca. No sabía qué significaba, pero conocía su origen. Magia.
Entendió porqué su abuelo le había contado como contactar con el grupo de Aurores a principios de verano. Sabía que algo sucedería. Desapareció de nuevo, para aparecer casi a la otra punta de la ciudad.
Buscó una cabina de teléfono, la hechizó como su abuelo le había mostrado, y llamó.
-Central de Aurores del Ministerio de Magia ¿Dígame?- le preguntó una voz neutral.
-Soy… soy Mary McDonald- repuso ella-, ha habido un incidente en el barrio Saint Jeremy de Leeds… y estoy convencida de que el autor es un mago.
Dicho esto, colgó.
No podía hablar más, pues las lágrimas le habían invadido los ojos de nuevo y los sollozos la ahogaban.
…
El despertador sonó, como lo hacía habitualmente, a las seis de la mañana. Pero ese día, no se despertó con la holgazanería habitual, sino que una corriente eléctrica le desperezó la mente al momento.
Volvía a Hogwarts.
Después de pasar el peor verano de su vida. Tras de haber llorado cada día. Después de haberse sentido el ser más repugnante de la ciudad, volvería a evadirse. Ver a sus amigas, preocuparse por los exámenes, lucir su placa de Prefecta. En fin, disfrutar.
Por otro lado, sabía que le sería incapaz olvidar ese verano, y que sería duro sobreponerse a los hechos sucedidos el pasado 13 de Julio. Esa madrugada, volviendo a Birmingham tras visitar a sus abuelos paternos con sus padres, su coche chocó contra otro, cuyo conductor conducía ebrio.
Su padre murió. Su madre estaba en coma. Su hermana se había roto una pierna. Y ella había salido completamente ilesa.
Ni siquiera un rasguño, ni siquiera un moratón. Absolutamente nada. Petunia, su hermana, no había tardado ni dos días en recriminárselo, entre llantos.
Era culpa de eso.
Y no podía negar la evidencia. La magia, su magia, la había salvado a ella. Se sentía egoísta, por no haber podido salvar al resto de su familia, pero no había sido un hecho voluntario. Simplemente sucedió. Fue un accidente que ella se salvara.
Saltó de la vieja cama donde hacía dos semanas que dormía, se puso unos zapatos medio roídos por su uso, y se dirigió a la sucia cocina.
Como ella, legalmente en el mundo muggle, todavía era menor, los del Servicio de Menores mandaron a casa de una tía materna, para que cuidara de ella antes de volver al "internado del norte" donde simulaba que pasaba el curso. Abandonó Birmingham, su antigua cada, su hermana, su madre en el hospital, y se trasladó a Londres.
Eso también había sido motivo de queja de su hermana, y ella no podía estar menos de acuerdo con Petunia. Pero no había nada que hacer. Llevaba allí desde dos semanas después del incidente, y sólo pudo visitar a su madre una vez. Se sentía despreciable.
Cogió un tazón, lo llenó de leche y dos cucharadas de café, sin azúcar, bien amargo. Luego abrió uno de los viejos armario y sacó una tostada, para untarla con mermelada.
-¿Hoy te vas ya, cierto?- musitó una apagada voz femenina a sus espaldas. Su tía, la miraba con repugnancia.
Ella asintió.
-Por fin- suspiró-. Recuerda que cuando puedas debes pagarme lo que me debes- continuó-. Si tu madre no tuviera que pagar ese caro internado en el norte…- escuchó que murmuraba mientras se encerraba de nuevo en su habitación.
La pelirroja quedó de pie en la cocina, con la taza en una mano y la tostada en la otra. No entendía la falta de sensibilidad de su tía, pero le daba igual. Tampoco iba a explicarle que ese internado no existía.
Se bebió la leche, comió la tostada, y se dirigió hacia su habitación, donde recogió sus cosas, para luego bajar a la calle a esperar.
Había quedado con una de sus amigas a las seis y media, para dirigirse a coger el tren. Su tercera amiga las debería esperar en el andén, como cada año.
Encontró en el umbral de la puerta de salida a la calle un diario actual del día, en cuya primera portada mostraba un asombroso incendio en un barrio rico de Leeds, con muchísimas víctimas mortales. Consternada, apartó la mirada de allí. En esa ciudad vivía su amiga Mary McDonald, pero si le hubiera pasado algo ya lo sabría. No se preocupó más del diario.
Un cuarto de hora más tarde, llegó un flamante coche negro, de cuyo interior salieron una muchacha rubia, con una sonrisa alegre.
La pelirroja, no pudo hacer menos que contagiarse de su sonrisa y levantarse para abrazarla.
…
En una pequeña localidad perdida, por algún lugar de Inglaterra, dos muchachos dormían en una misma habitación, roncando con ganas, y en la más absoluta oscuridad. Parecía que jamás iban a despertar pero un pequeño ruido, la madre de uno de ellos pegando golpes con la escoba desde el piso de abajo, los sacudió.
-¡Prongs!- exclamó uno.
-¡¿Qué?!- repuso el otro, quizá algo más somnoliento.
-Tío, he tenido un sueño horroroso- continuó el primero-. Estábamos en el Express, y aparecía Snivellus…- empezó, al tiempo que las persianas se abrían por arte de mágia.
-¿Y como tú, estabas muy aburrido, ibas a molestarlo?- la luz iluminó la habitación con una luz pálida.
-Exacto.
-¿Y qué tiene eso de horroroso?- preguntó el segundo, mientras se vestía con ropa de verano.
-Pues…- prosiguió en tono misterioso el primero, quien en un breve intervalo de tiempo ya se había vestido-. No lo sé.
Los dos muchachos estallaron en carcajadas sonoras. Sabían que no hacía mucha gracia su conversación, pero no podían evitar reírse como locos por burradas. Esa complicidad, esa amistad, irrompible e inquebrantable.
Los dos muchachos morenos, uno de pelo alborotado, y el otro bien arreglado, bajaron a la cocina, a la espera de uno de los fantásticos desayunos de la madre del anfitrión de la casa.
-¿Mamá?- preguntó, al no verla por ningún sitio- ¿Papá?- pero tampoco obtuvo respuesta.
Las luces se apagaron de golpe, al tiempo que los postigosde la cocina se cerraban rápidamente y quedaban todos a oscuras. Los muchachos sacaron sus varitas veloces.
-Se han ido- murmuró una voz grabe y misteriosa.
-No volverán- añadió otra voz.
Los dos chicos, buscaron a su alrededor preocupados ¿Quiénes serían? Al momento, pero, el muchacho del cabello revuelto bajó la varita.
-Tíos, sois tan poco creativos- repuso el anfitrión.
-¿Perdón?- preguntó el invitado.
-Padfoot, cada día estás más sordo- se quejó una de las voces, en un tono más normal-. Somos Wormtail y Moony.
-El burro delante para que no se espante- añadió la cuarta voz.
-Púdrete Moony- contestó el aludido.
-¿Podríais encender las luces?- inquirió molesto el invitado.
-¿Tienes miedo, Paddy?- le preguntó el anfitrión, con voz insinuante.
-Prongs, idiota- repuso-. ¿Cómo voy a tener miedo?- preguntó, con altanería.
Las luces se encendieron, y los cuatro muchachos se miraron los unos a los otros divertidos, antes de darse varias palmadas entre los recién llegados y los dos muchachos primeros.
-Ha sido idea mía- explicó uno de los muchachos, rubio y de ojos redonditos.
Varias palmadas a su favor.
-Tenéis que contarnos qué tal ese verano en la playa- picó el bajito, imaginando las posibles aventuras de sus dos amigos solos en la casa al lado de la costa que tenían los Potter.
-Hey- llamó su atención el cuarto chico, de ojos miel y aspecto enfermizo-. ¿Habéis visto lo de Leeds? Viene en el Profeta.
Y sacó un periódico de su bolsillo, para enseñarles un artículo que ocupaba la primera página y las quince siguientes.
-Por cierto- empezó el rubio, antes de que se enfrascaran en la lectura-. Tus padres están en el Ministerio, se ve que hay mucho lío con este incidente. Dicen que no vayamos con polvos flu ni apareciendo, porque están todas las vías cortadas. Dicen que utilicemos el autobús Noctámbulo.
El anfitrión, soltó un bufido molesto. No le gustaba viajar con ese trasto. Siempre se mareaba y se pegaba golpes dolorosos.
…
La mansión de los Black, escondida y oscura, en medio de un barrio muggle. Bella, pero a la vez, escalofriante. A él, precisamente, le encantaba. Se sentía allí como en casa. De hecho, era su casa, así que lo encontraba normal.
Ese día se desperezó cuando el elfo doméstico, Kreacher, fue a despertarlo, encontrándolo despierto. Se levantó para vestirse con la túnica nueva que su madre le había comprado un par de días antes. Cuando volviera al colegio, en unas horas, echaría de menos de menos su habitación.
No es que no se pareciera a la que compartía en Slytherin, pero en Grimmauld Place tenía algo que jamás se atrevería a llevar al colegio. Una foto. La adoraba. En ella salían dos niños pequeños, casi con el mismo rostro y cabello negro, pero uno un par de dedos más algo que el otro.
Él y su hermano.
Dudaba que alguien supiera que todavía la guardaba, pues tras la fuga de su hermano todas las fotografías u objetos que indicaban que allí había vivido el antes heredero de los Black fueron quemados. A excepción de su habitación, pues el muchacho la había hechizado antes de marcharse para que no se abriera a menos que él lo deseara.
Miró de soslayo la fotografía, que se encontraba disimulada con otras del colegio, o recortes de periódico, antes de salir de la habitación.
Bajó varios pisos hasta la cocina, donde se sentó y esperó a que Kreacher le preparara el desayuno. Sus padres no estaban. Había sido el hijo preferido por el matrimonio Black, pero tras la fuga de su hermano, las cosas se habían vuelto muy distintas.
Walburga, su madre, una mujer ya de por si fría y distante, había dejado de mirarlo con esos ojitos de madre orgullosa de sus retoños. Ahora lo miraba como si él fuera la única salvación de su familia. Y lo era. Orion, su padre, no paraba de soltar sartas de insultos en relación al hijo renegado, a la oveja negra de los Black.
Y él, el pobre Regulus, se pasaba el día intentando contentar a sus padres, ignorando el dolor que sentía al ver que su hermano lo había dejado y soportando la carga que era ser el único hijo de los Black.
Se comió el desayuno que le había preparado Kreacher, y no pudo evitar mirarlo con una sonrisilla amable. Era el único de su casa que en realidad si se preocupaba por él.
-Debo ir a preparar cuatro cosas que me faltan, y luego podemos marcharnos a King's Cross- le dijo al elfo, antes de salir de la cocina.
En realidad, debía tapar la fotografía de Sirius y él para que ninguno de sus padres la viera, o ya le podía decir adiós para siempre.
Echaba de menos a su hermano, pero Sirius había tomado su decisión para con su vida. Ahora, él, debía seguir con la suya.
…
Augusta Longbottom subió las escaleras hasta el piso de arriba, antes de abrir la puerta para despertar a su hijo. Como siempre, se habría quedado dormido y, para variar, se olvidaría algo en casa.
-¡Por el amor de Dios, Frank!- exclamó, al verlo tendido en la cama, tal y como imaginaba- ¡Vas a llegar tarde incluso en tu último curso en Hogwarts!
El chico abrió un ojo, pero lo volvió a cerrar. No estaba dormido. De hecho, no había dormido en toda la noche. Se la había pasado pensando en ella. Pero claro, no iba a contárselo a su madre.
Cuando ella salió de la habitación, tras comprobar que el despistado de su hijo se levantaba y empezaba a vestirse, él corrió hacia su escritorio, donde tenía la última carta de esa chica que no le dejaba dormir.
Ella no sabía que lo amaba. Solo eran buenos amigos desde la infancia. Pero él estaba loco por ella. Releyó la carta con entusiasmo. Todo eran trivialidades de la muchacha, pero le gustaba que se las mandara.
La puerta se abrió de golpe, y él disimuló como pudo.
-¿Qué haces?- preguntó su madre, pero no le prestó mucha atención- Vístete, que los Callahan ya han llegado.
El corazón le dio un vuelco, y corrió hacia la entrada de la casa, donde tres muchachas salían de un flamante coche negro.
-¡Frank!- exclamó una muchacha rubia.
Él se dirigió hacia ella, con mucho entusiasmo, feliz de volver a ver sus ojos azulados.
-¿Porqué vas con pantalones del pijama?- inquirió el señor Callahan mientras Lily Evans disimulaba su risita.
Frank enrojeció, percatándose de su descuido, y se encerró en la casa corriendo.
Por suerte, de eso ya pasaban varias horas y, en el andén 9 y ¾ nadie parecía acordarse. Siquiera su adorada Alice, quien andaba delante de él buscando un compartimiento y volteándose cada dos pasos para dedicarle una amplia sonrisa de cordialidad. Por su desgracia, no de amor.
….
La veía a lo lejos. Su melena roja centelleante brillando entre la multitud. Ella no lo veía, pero si lo hubiera visto tampoco le hubiera hablando. Molesto, desvió su mirada de la ventana del compartimiento y miró a sus tres compañeros: Mulciber, Avery y Carrow.
El primero era un bruto, pero le caía bien. Tenía ideas divertidas hacia los muggles, y él las ponía en práctica en su imaginación contra su padre. El segundo era más discreto, más callado, pero de vez en cuando soltaba comentarios ingeniosos. Y la última, estaba completamente loca, y a él eso le complacía.
No eran sus amigos, porque Severus Snape solo había tenido suficiente lugar en el corazón para una amiga, pero si sus compañeros.
Hablaban de algo los tres, algo muy molestos, acerca de un incendio en Leeds. A él le daba igual, seguramente trataba sobre los Mortífagos, entre los cuales se encontraban sus padres, y esa gente a él no le interesaba mucho. Sus poderes en las Artes Oscuras si, pero las chiquilladas de quemar barrios muggles, no le interesaban demasiado.
Volvió la cabeza hacia la ventana. Buscó de nuevo a esa melena pelirroja, pero ya no la encontró.
Apenas tenía un año más para intentar hablar con ella, y para conseguir lo que hasta el momento todavía no había conseguido.
…
¿Y bien? ¿Os gustó el prologo? ¿Si? ¿No? ¿Un aplauso? ¿Un abucheo? Sé que poco se puede comentar, pero agradecería los comentarios.
Mi idea es intentar interpretar como sería un séptimo curso en Hogwarts, con la inminente ascensión al poder de Voldemort, en las distintas casas del colegio, y con distintos alumnos.
No sé si será un fic largo, o corto, tendrá aventuras, romance, angst y algún toque de humor, pero todo dependerá de cómo me salga. De momento, lo que sé seguro, es que no será como mi resto de fics.
Un beso a todos,
Alia Nereida
PD: Si este fic te suena, me mandas un MP y te explicaré.
