(Éste fanfic es la continuación de La Orden del Fénix de J. K. Rowling, SI NO LO HAS LEÍDO NO LEAS ESTE FIC. Estáis avisados, después que nadie proteste porque le destripé medio libro en mi primer capítulo.
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Oclumencia
El atardecer de un caluroso día se veía empañado por una súbita tormenta de verano, y el cielo de Privet Drive reflejaba el estado de ánimo de un muchacho que, tumbado en el jardín del número cuatro, lloraba desconsoladamente. Era un chico delgado, con gafas y un rebelde pelo negro azabache. Estaba totalmente empapado, pero no parecía importarle. Una mujer rubia con cara de caballo se asomó por la ventana y le vio tumbado junto a los parterres de hortensias, bajo la incesante lluvia. Después, medio escondida entre los visillos, escudriñó atentamente las casas vecinas. No podría soportar que alguien le viera. Los vecinos de Privet Drive siempre murmuraban sobre ese Potter, que vivía en el número cuatro. Según habían oído era un gamberro que estudiaba en el Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables. Y de hecho lo parecía: Siempre desaliñado, con los vaqueros rotos y sucios, y despeinado. Pero ese verano los rumores habían crecido. Harry Potter paseaba por Little Whinging, de noche, sólo y con aire taciturno. Los niños le evitaban y también habían oído que incluso su primo le temía. Algunos habían comenzado a preguntarse si ese chico tan raro era peligroso. Por eso su tía Petunia se cercioraba de que nadie podía verle. Temía más que nada en el mundo que se descubriera la anormalidad de su sobrino y que relacionasen a su familia con esos... monstruos. Y es que Harry Potter no podía ser menos normal. Era un mago, que acababa de terminar su quinto curso en Hogwarts. Pasado un rato, Harry se levantó del suelo y entró en la casa. Ignoró los comentarios despectivos de tío Vernon y las quejas de tía Petunia porque estaba poniendo perdido el suelo, y subió escaleras arriba directo a su habitación. Cerró la puerta tras él y se sentó en la cama. Durante los cuatro veranos anteriores solía contar los días que faltaban para regresar al colegio, pero ese verano era distinto. No se sentía preparado para volver al mundo mágico. Desde que había vuelto del colegio no dejaba de pensar en su padrino. En Hogwarts parecía estar bien, se sentía arropado por sus amigos y lograba poner freno a sus sentimientos y al dolor. Pero ahora estaba solo, sin nadie para apoyarle y quererle, y estaba cayendo en un pozo sin fondo. Hedwig, su lechuza, emitió un débil ululato para captar su atención y voló desde lo alto del armario para aterrizar en la cama, a su lado. El chico la miró con los enrojecidos ojos y pasó una mano por su plumaje. Pasó un buen rato sumido en sus pensamientos, mientras acariciaba a Hedwig. Ya estaba bien entrada la noche cuando oyó un ruido en la ventana. Una lechuza parda picoteaba el cristal. Abrió la ventana y recogió la carta. La lechuza emprendió el vuelo y se alejó en medio de la lluvia. — ¿No te apetece salir un rato, Hedwig? El ave clavó sus ojos ambarinos en Harry y chasqueó el pico. Se acercó al muchacho, le picoteó cariñosamente la mano y alzó el vuelo. Un escalofrío le estremeció. Todavía estaba muy mojado y comenzaba a tener frío. Dejó la carta en la mesilla, junto a las demás. Había recibido muchas cartas ese verano: De Ron, Hermione, Lupin, Hagrid. Incluso de Dumbledore. Pero no había abierto ninguna. Las había ido acumulando sobre la mesilla de noche, sin ánimo para leerlas. La única carta que deseaba leer no llegaría nunca. De nuevo, un nudo oprimió su garganta, pero hizo un esfuerzo para no llorar. Tengo que dejar de pensar en él. Sirius no querría verme as, pensó mientras abría el armario en busca de un pijama. Se vio reflejado en el espejo que había en la parte interior de la puerta del armario. Realmente tenía mal aspecto. Estaba pálido y ojeroso, y los ojos verdes, antes alegres y vivarachos, habían perdido su brillo y estaban enrojecidos por el dolor. Había crecido bastante y estaba muy delgado, (había perdido el apetito, y se limitaba a revolver la comida en el plato). Se pasó la mano por la cara. Una leve sombra en el mentón y las mejillas le llevó a pensar que tal vez debería empezar a afeitarse. Sacudió la cabeza en un ademán de apartar sus pensamientos y se puso el pijama. Después se quitó las gafas y, tras echar una última mirada al montón de cartas, se metió en la cama. Cerró los ojos y trató de poner la mente en blanco. Desde que había vuelto del colegio practicaba Oclumancia todas las noches antes de acostarse. Había aprendido la lección de la forma más dura: con la muerte de Sirius. Sabía que no podía permitir que Voldemort penetrase en su mente, pero alejar toda clase de sentimientos y dejar la mente en blanco resultaba mucho más difícil ahora. Pensaba en Sirius de forma obsesiva. No dejaba de preguntarse como hubieran sido las cosas si el hubiese hecho Oclumancia. O si a Hermione no se le hubiera ocurrido la forma de escapar del despacho de Umbridge. Maldecía su suerte por haber conseguido llegar al Ministerio. Pero el pensamiento que más le atormentaba era el espejo. Aquel paquete que Sirius le había dado y que él ni siquiera había abierto. El mismo espejo que le habría puesto en contacto con su padrino sin correr riesgos. El último día en Hogwarts, Harry, impotente, lo había roto, y los trozos estaban en su baúl, recordándole su estupidez cada vez que lo veía. Finalmente se durmió, todavía atormentándose con sentimientos de culpa.
Los días parecían siglos en la monótona existencia de Harry. Una tarde, después de salir de casa dando un portazo, fue a dar uno de sus ya habituales paseos. Mataba el tiempo deambulando por Little Whinging en busca de su primo y sus amigotes. Un sádico placer se apoderaba de él al ver Dudley humillado, implorando que no le hiciese daño. Desde el ataque de los dementores, Dudley sufría crisis de pánico cada vez que Harry le hablaba o se acercaba demasiado a él. Harry descargaba su frustración murmurando palabras ininteligibles simplemente para ver la reacción de su primo, y lo mejor de todo es que Dudley le tenía tanto miedo que ni siquiera se atrevía a contárselo a los Dursley por miedo a represalias. En el fondo se sentía miserable, pero una vocecilla en su cabeza le decía que lo que hacía no estaba mal, su primo estaba recogiendo lo que había sembrado durante años. Aquella tarde estaba realmente enfadado. Su tío se había pasado toda la comida recordándole lo mal recibido que era en aquella casa, llamándole monstruo y diciéndole a tía Petunia que deberían echarle de casa. Sus tíos comenzaron una discusión en la que Petunia le recordaba a su marido que no podían echarle, y Vernon gritaba furioso que no debían dejarse controlar por esos anormales Harry, furioso, se levantó de la mesa y se fue antes de perder el control y hacer magia sin proponérselo.
Iba con las manos en los bolsillos de los vaqueros, dándole patadas a una lata de refresco vacía. Un verano más. Un verano más y no tendré que volver a verlos, se decía a sí mismo para tranquilizarse, aunque golpeaba la lata con la misma fuerza con la que le hubiese gustado patear la cabeza de su tío. Sin darse cuenta había llegado al parque que había al final de la avenida Magnolia. Cruzó la verja y caminó sobre la hierba hasta uno de los bancos, situados cerca de los columpios. El parque estaba prácticamente desierto, salvo por la presencia de un par de niños que jugaban con una pelota. Harry se sentó en el banco y comenzó a pensar qué iba a hacer con su vida. En lo que iba de verano había pensado mucho en ello, y había descartado varias posibilidades, entre ellas el suicidio. Unos días antes, la idea de no volver a Hogwarts había pasado por su cabeza. No quería saber nada del mundo mágico, ni siquiera de sus amigos. Por supuesto que les quería, pero alejarse de ellos significaría tal vez salvar sus vidas. Era un imán para los problemas. Sus padres habían muerto por su culpa, porque Voldemort le quería a él, al niño que mencionaba la profecía. Sirius también estaba muerto por su culpa, por ser un idiota que se creía todo lo que Voldemort le mostraba en sus sueños. Pero se acababa de dar cuenta de que si no podía pasar el verano con los Dursley sin perder los estribos en al menos una ocasión, ¿cómo podría aguantar un año? Y seguramente le internarían en San Bruto. Tras mucho pensar tomó una decisión. Iría a Hogwarts, pero se mantendría apartado de sus amigos por mucho que le doliese. Al terminar el curso volvería con los Dursley, y en cuanto cumpliera los diecisiete desaparecería. Sería considerado un adulto en el mundo mágico y no tendría que depender de nadie. Con el dinero que le habían dejado sus padres podría vivir un par de años sin preocupaciones. Si, esto es lo que iba a hacer. Cambiaria el dinero mágico por dinero muggle y se largaría de Londres. Podría buscar algún trabajo y vivir como un muggle. Si tenía que enfrentarse a Voldemort lo haría, pero no iba a permitir que matase a sus seres queridos cuando en realidad iba a por él. Un ladrido sobresaltó a Harry, sacándole de estos pensamientos. Un enorme perro negro corría hacia él. El corazón le dio un vuelco. — ¿Si... Sirius?... El perro frenó su carrera, cogió algo del suelo y siguió trotando en dirección a Harry, mientras agitaba la cola. Harry le miraba acercarse, con el corazón en un puño. El perro llegó hasta Harry y depositó frente a sus pies la pelota que llevaba en la boca. Harry alargó la mano y acarició su cabeza. -Eres un estúpido Harry. No va a volver, está muerto-dijo en voz alta, sintiendo que las lágrimas se agolpaban en sus ojos dispuestas a brotar. Aquel perro se parecía tanto... El perro empujó la pelota con el hocico y ladró alegremente, invitándolo a jugar con él. Harry le acarició nuevamente y lanzó la pelota tan lejos como pudo. El animal corrió tras ella y un potente silbido salió de alguna parte. — ¡TIM! ¡VAMOS, CHICO, VEN AQUÍ!—gritó un hombre. Harry se puso en pié y vio como el gran perro corría hacia su dueño. Comenzó a caminar, enfadado consigo mismo. Está muerto, pero no soy capaz de hacerme a la idea. No puedo permitir que me ocurra esto cada vez que vea un perro negro, o un hombre de cabellos oscuros... Algún día podría recordar a su padrino sin el dolor con el que lo hacía en esos momentos, pero una parte de él luchaba por no hacerlo. No conseguía acallar esa vocecilla en su cabeza que de vez en cuando le decía que Sirius estaba bien, que estaba escondido en alguna parte pero a salvo, como los dos años anteriores.
Unos días más tarde, Harry paseaba por la avenida Magnolia. Llevaba horas fuera de casa. Su tía le había llamado para cenar, y en lugar de ir a la cocina, salió de casa dispuesto a dar uno de sus paseos sin rumbo fijo. Oyó pasos tras él. Se giró, pero no había nadie más que él en la desierta calle. Le sobresaltó un gato que salió corriendo de un callejón unos metros más allá. Continuó caminando, sintiéndose más seguro al recordar que llevaba la varita en el bolsillo del pantalón. De nuevo oyó pasos, pero esta vez notó algo más: un leve olor a tabaco rancio y licor. Algo le empujó con mucha fuerza hacia el callejón y Harry cayó estrepitosamente sobre unos cubos de basura. Antes de que pudiera reaccionar y sacar la varita, una cabellera larga y desgreñada de color rojo anaranjado apareció de la nada. El individuo se quitó la capa de invisibilidad por completo, y un abrigo harapiento y una gran mochila de aspecto decrépito se hicieron visibles. — ¿Mun...? ¡¿MUNDUNGUS?! El hombre le tendió una mano para ayudarle a levantarse. —Perdona por el empujón, pero si algún muggle me ve quitándome una capa invisible Arabella es capaz de ´acer comida para gatos conmigo... —Pero... ¿Qué haces aquí?—preguntó Harry aceptando su mano e incorporándose. — ¿Y tú que crees? Vigilarte. Están todos mu preocupaos porque no contestas a las cartas. Llevo todo el verano rondando por aquí, y por lo que yo sé los muggles no te están maltratando, ¿o si? —No, no. Todo está bien. —Y no te ´an pro´ibio utilizar el correo, quiero decir, que las cartas te ´an llegao y eso, ¿no? —S... si...—balbuceó Harry. Mundungus chasqueó la lengua y movió la cabeza lentamente de izquierda a derecha. —Te comprendo más de lo que crees... Pero si no quieres que el viejo Ojoloco reviente la puerta de tu casa lanzando maldiciones a todo lo que se mueva, yo que tú les mandaría una lechuza diciendo que ´tás bien. Yo se lo ´e dicho, pero Moody no me cree, piensa que ese Dursley... ya sabes, está deseando tener otra "conversación" con él. Harry sonrió un momento al imaginarse la cara de sus tíos y su primo si vieran a Moody en Privet Drive. —Eh... si, les escribiré... Mundungus cogió una caja que había junto a los cubos de basura y se sentó sobre ella. Abrió la abultada mochila y comenzó a revolver en ella. —Maldita sea... donde demonios lo ´e...—sacó una media docena de lo que parecían capas invisibles. Al ver la mirada de asombro de Harry ri´e estao ´aciendo negocios, —de pronto su semblante se tornó serio— ¡pero que quede claro que no ´e descuidao mis turnos de vigilancia!...Creo que ya tienes una, así que no te interesará comprar otra, pero si quieres te puedo ´acer un buen descuento—murmuró mientras seguía rebuscando en el interior de la mochila. — ¡Ah! Aquí está. —le entregó a Harry una caja—Molly me pidió que te diera esto. Son galletas, me ´e comio un par de ellas, no te importa, ¿verdad?—dijo mientras sacaba una pipa y la encendía. —No, claro que no... Un espeso humo de olor acre y dulzón comenzó a brotar de la pipa. —Bueno Harry, ´tás mu callao ¿Cómo te sientes? —Bien, gracias. Yo... —No me mientas. No ´tás bien. Pero tienes que afrontar esto como lo que eres, un ´ombre. Todos le echamos de menos. Incluso la vieja arpía de su madre. Pero la vida continúa... —No quiero hablar de eso—cortó Harry. —Puede que sea un bribón sinvergüenza, pero aún así tengo sentimientos, Harry. Tienes que salir adelante, aislándote no... —NO QUIERO HABLAR DE ESO—repitió Harry. Mundungus alzó ambas manos en señal de derrota, y después comenzó a recoger sus cosas. Harry le observó en silencio. No estaba dispuesto a hablar de la muerte de Sirius con nadie. Le parecía que era una forma de reconocer que no volvería, y se negaba a aceptarlo. —Vamos, te acompañaré a casa. Recorrieron la mitad del camino que les separaba de Privet Drive en silencio, hasta que Harry lo rompió. — ¿Se sabe algo de Voldemort? Mundungus no pudo reprimir un gesto de dolor al oír el nombre del Señor Tenebroso. Harry hizo caso omiso. Nunca más volvería a referirse a él como Quien-tu-ya- sabes, por mucho que les molestase a los demás. —Pues mucho y nada en concreto. Las cosas ´tán mu tranquilas, demasiao tranquilas diría yo. Los idiotas del Ministerio se dedican a tranquilizar a la gente en lugar de explicar los hechos claramente. Y no ´a habio actividad tenebrosa. Él pretendía un retorno silencioso, y se ´a armao un buen revuelo. Supongo que de momento no va a actuar pa´ no meter la pata. Bueno, ya ´emos llegao. Harry dirigió una mirada rápida a la casa de sus tíos y a las ventanas de los vecinos. Si alguien le veía en compañía de un tipo con ese aspecto, a tía Petunia le daría un infarto. —Tengo que irme ya o esta noche dormiré en la calle, ya sabes el genio que se gasta Figgy. Si necesitas algo pasa por su casa. Ni una palabra de que ´e hablao contigo, y menos de lo de las capas ¡eh! —dijo Mundungus dándole un par de palmadas en la espalda.— Y ten esto—añadió mientras sacaba algo del bolsillo de su abrigo y lo apoyaba sobre el pecho de Harry—, te ayudará a olvidar. Harry cogió lo que Mundungus le había dado. Era una petaca de plata con las iniciales AV grabadas. ¿A quién se lo habrá robado?... Pero antes de que pudiera decir algo más, un sonoro PLIN le indicó que Mundungus se había desaparecido. Harry se encogió de hombros, guardó la petaca en el bolsillo trasero del pantalón y entró en el jardín de los Dursley. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Mierda. Peoncita ya debe haber vuelto Rodeó la casa y se dirigió al jardín trasero. Afortunadamente la puerta de la cocina estaba abierta. Se sintió observado y miró a su alrededor antes de entrar en la casa, sacudiendo la cabeza en un intento de apartar ese estúpido pensamiento. En realidad no estaba equivocado, pues un gran cuervo le observaba desde el tejado de la casa de al lado. Cuando vio al muchacho entrar en la casa, emitió un sonoro graznido y emprendió el vuelo.
Harry subió las escaleras de puntillas, tan sigilosamente como pudo, conteniendo la respiración y rogando para que la madera no crujiese. Ya estaba delante de la puerta de su habitación cuando un ruido le sobresaltó. Su corazón se desbocó, y su cerebro tardó tres eternos segundos en hacerle comprender que había sido un ronquido salvaje, producido por su tío o su primo. Suspiró intentando recuperar el ritmo respiratorio y entró en su habitación. Lo que parecía una snitch con plumas revoloteaba por toda la habitación y emitió un alegre gorjeo en cuanto vio a Harry. Dejo la caja de galletas sobre la cama y recorrió toda la habitación tras Pig, que parecía querer jugar al gato y el ratón. Cogió a la pequeña lechuza y desató la carta que llevaba atada a una de sus patas. Después, la metió en la jaula de Hedwig y le dio un par de chucherias lechuciles para que mantuviera el pico ocupado y no despertase a sus tíos. Tiró la carta sobre el montón que había en la mesilla de noche y abrió su baúl para coger pergamino y pluma.
Estoy bien. No he tenido problemas con los muggles.
No os preocupéis.
Harry.
Dobló la nota y la dejó sobre el baúl. Pig se había quedado dormido, así que decidió dejarle descansar y enviar el mensaje a Ron al día siguiente. Las tripas le rugieron. No había cenado y estaba realmente hambriento. Cogió las galletas y se sentó en el suelo, con la cabeza apoyada en el borde de la cama. Comió hasta hartarse. Recordó la petaca que le había dado Mundungus y la sacó del bolsillo del pantalón. Desenroscó el pequeño tapón de plata y acercó la boca del envase a su nariz. Olía a alcohol. El aroma le recordaba vagamente al Caldero Chorreante. Bebió un gran trago y no pudo reprimir una mueca. Notó como el líquido le quemaba la garganta. Vaya, así que así sabe la hidromiel Dio un par de tragos más. Esta vez pudo apreciar un sabor dulce y extraño, pero delicioso. Por desgracia el ardor de la garganta no había remitido. Poco a poco la petaca se fue vaciando y a Harry le daba vueltas la habitación. Estaba inmerso en una inexplicable euforia. Se sentía bien por primera vez desde... Su garganta se contrajo y no pudo reprimir un gemido. Las lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas. La vaga ilusión de felicidad se había desvanecido por completo al recordar a su padrino. Apuró las últimas gotas de hidromiel buscando la evasión que tanto necesitaba, pero no la encontró. Los recuerdos de aquella noche en el Ministerio se agolpaban en su mente, y las sienes comenzaban a martillearle. Se acurrucó en el suelo y lloró hasta quedarse sin fuerzas y lágrimas.
Un pinchazo en la cicatriz sumado a la falta de oxígeno le hizo abrir los ojos. La fría y huesuda mano de Voldemort le apretaba la garganta. —Hola Harry... cuanto tiempo sin verte—rió. Harry abrió la boca para intentar decir que le soltase, pero no emitió ningún sonido. —El motivo de mi visita es cierta conversación que tenemos pendiente. Sé que tienes información que me interesa, y vas a contármelo, ¿Verdad? Dime que decía la profecía, Harry. Harry cerró los ojos con fuerza. Un zumbido en los oídos le indicaba que no podía aguantar ni un segundo más sin respirar. Parecía que la cabeza le iba a estallar cuando Voldemort por fin le soltó. — ¿Y bien? —siseó el Señor Tenebroso. —No te lo diré. Puedes matarme, no me importa—resopló Harry. —No está bien llevarme la contraria... Un dolor indescriptible se apoderó de cada centímetro de su cuerpo, y cuando pensaba que iba a desfallecer, una fuerte bofetada le hizo despertar. PLAF. —Harry, ¡HARRY! Tardó unos segundos en enfocar la vista, para ver el rostro de tía Petunia frente a él. — ¿Estás bien? Estabas gritando... dijiste... dijiste su nombre... Había algo que escapaba a su comprensión. ¿Tía Petunia preocupada por él? La cicatriz le ardía. Se llevó una mano a la frente, y su tía tiró de él para levantarlo del suelo y le ayudó a sentarse en la cama. —No... no está aquí, Vold... no está cerca, ¿verdad?—balbuceó Petunia sentándose a su lado. Le temblaba la voz, y Harry pudo ver el miedo en sus ojos. —No, no, era sólo un sueño. Una pesadilla. ¿Para que iba a perder el tiempo explicándole el significado real de aquella situación? Su tía jamás lo comprendería. Pero de pronto una alarma saltó en su cerebro. El miedo de su tía no era hacia la palabra con "m", como ella solía llamarla. Era terror lo que había en sus ojos, y ni siquiera había pronunciado su nombre. Es más, conocía el nombre de Voldemort, por eso no se atrevía a pronunciarlo. Al igual que el verano anterior, su tía había demostrado (sin querer) saber más del mundo mágico de lo que aparentaba. — ¿Cómo sabes...? ¿Estás en contacto con algún mago? Su tía frunció el ceño y arrugó los labios en señal de desaprobación. — ¿Has estado bebiendo? ¡Más te vale no haberle robado el coñac a tu tío o no te librarás de una buena paliza...!—dijo levantándose. —No has contestado a mi pregunta. —Limpia esta pocilga—dijo Petunia abriendo la puerta. —Y escribe a ese maldito viejo, no quiero problemas con esa "gente"—añadió antes de cerrar la puerta tras ella.
Harry pasó en vela el resto de la noche. Aquel cabrón ya le había arrebatado a las personas más importantes de su vida, pero nada era suficiente para Voldemort. Algo cambiaba en el interior de Harry. Un nuevo sentimiento más fuerte que la tristeza y el dolor crecía dentro de él. Venganza.
Ya sé que queda raro, pero en el quinto libro Dung habla así. Lo que pasa que en la traducción se lo pasaron por... bueno, ya sabéis. Hicieron lo mismo con Neville en el Ministerio, que tenía la nariz rota y no pronunciaba bien y por eso no funcionaban sus hechizos, pero para que lo iban a traducir como debían... ¬¬
Quiero opiniones! XD dejadme un review, xfi xfi xfi!
VampyWeasley
Miembro de la Orden de las Mortifagas
