Trama general del fic (recomendable leerla):

A Kendra Dumbledore le gustaban tanto los armiños que, en una ocasión, se hizo retratar durante su juventud portando una de aquellas bellísimas criaturas entre los brazos. Con el tiempo sus gustos se extendieron, además, hacia las perlas, las margaritas y la nieve virgen.

Pero lo que de verdad Kendra adoraba con todo su ser no eran aquellas cosas, sino un rasgo que todas compartían: el color blanco.

Hasta que un día llegó a su vida un blanco tan puro e inmaculado que, de ahí en adelante, toda la gama de colores de dicha tonalidad no le pareció sino gris y de plata bruñida...

Notas: Este fic contiene spoilers sobre la vida de Albus Dumbledore. Kendra Vitur es el nombre que supuse que tendría Kendra Dumbledore de soltera. Percival y Kendra son los padres de Albus Dumbledore, por si no lo sabíais ;).
¡Buena lectura!


Los haces de luces incoloros se filtraban por entre los cortinajes bordados con suntuosos motivos florales coloreados en tonalidades vivas. Junto al triple ventanal entornado, una mesa robusta y alargada de pino joven se hallaba cubierta por legajos, restos de óleo, aguarrás y pinceles sucios de creatividad desencaminada de la meta a la cual se encaminaba su arte: pintarla.

Con el ceño fruncido, el muchacho trataba de bailar su espada empapada de colores vibrantes sobre otro lienzo más, pero todos aquellos seres inanimados terminaban haciéndole burla ante su incompetencia plástica. Levantó los ojos hacia ella: era demasiado hermosa para plasmarla en un simple cuadro.

- ¿Hoy tampoco hay suerte? - canturreó la doncella y sus ojos negros brillaron al son de la tarde otoñal.

Negó con la cabeza.

- Te pagaré igualmente por el cuadro, Percival Dumbledore - continuó ella, levantándose de su asiento y examinando los dibujos esparcidos por la mesa. - Creo que me quedo con este de aquí - indicó dirigiendo su índice hacia uno de los primeros borradores del pintor.

Él miró el boceto: no era digno de ella… al igual que él, a pesar de que la amara profusamente. ¡Y llevaba tanto tiempo haciéndolo: tantos meses amándola en secreto, tantos meses pintándola en vano! Todo para nada...

- ¡No pongas esa cara, Percival! - rió su amada con el cascabeleo de su voz aterciopelada. - ¡Al menos el armiño sale favorecido!

Y entonces él contempló la obra y le sonrió. A Kendra Vitur no le importaba en absoluto su imagen: sólo quería conservar un recuerdo artístico del regalo que le había hecho su padre.

Era un armiño… y nada podía hacerla más feliz.

O eso pensaba Kendra.


Continuará.