¿POR QUÉ ME OFENDE?

-¿Por qué me ofende cuando me dice que me ama?

Esa pregunta daba vueltas en su cabeza insistentemente

-¿Es acaso el amor un sentimiento que debe ser censurado? ¿No es acaso algo digno?

-No todos los seres humanos pueden decir de manera abierta y franca un "TE AMO" o simplemente hacen todo lo que está en sus manos para hacerte saber que tienes un lugar en su corazón y que piensan en ti.

Ella reflexionaba en esa tarde de lluvia en el hospital en su hora de descanso, había pasado tanto tiempo desde que se había sentido amada por alguien. Se había entregado al trabajo en el hospital por completo, trabajaba de manera que sorprendía a sus colegas y a sus superiores. Parecía que el trabajo extenuante le hacían no tener que pensar en nada más que en lo que estaba haciendo en ese momento en específico. Ser una enfermera quirúrgica había sido su meta desde que había logrado su nuevo empleo en el Hospital Memorial de Chicago.

Llegaba extenuada a casa, con el cuerpo dolorido y la mente en blanco, se bañaba, hacía sus deberes y se quedaba dormida en cuanto cerraba los ojos.

Candy dio un gran suspiro y se concentró en la taza de café frente a ella, la imagen de él llegó a su mente de pronto, ella sacudió la cabeza como tratando de sacarlo de su mente, no era agradable que se colara en sus pensamientos de esa manera, insolente y violentamente… como era su naturaleza. Pero él no se avergonzó nunca de sus sentimientos e intentó cortejarla abiertamente y ahora que lo pensaba ni ella misma se había confesado con tanta convicción como él lo había hecho en su momento en repetidas ocasiones y lo más sorprendente de todo es que lo hizo aún sabiendo su reacción. Si ella hubiera tenido su coraje entonces le hubiera confesado al dueño de su corazón que lo amaba y hubiera luchado por él, porque sus sentimientos eran legitimos y profundos. O si él le hubiera dicho sólo una vez que la amaba ella se habría aferrado a esos brazos que rodeaban su cintura y no lo habría dejado ir. No lo hubiera dudado si tan sólo hubiera tenido la mitad de su coraje…

Miraba la lluvia por la ventana, sosteniendo su mentón con la mano y el codo recargado en la mesa que ocupaba. Había poco personal en la cafetería en ese momento así que siguió pensando sin interrupción.

Él no se ha amedrentado a pesar de la humillación pública al haberlo rechazado en plena fiesta de compromiso

- ¿pero, qué esperaba? –pensó frunciendo el ceño- Después de todo el desprecio que sufrió por su causa.

Ella llegó a su casa ilusionada pues pensaba encontrar una familia como Annie, ella también quería un padre y una madre también hermanos. Fue presentada como "dama de compañía", "compañera de juegos" para su hermana y para Él.

Entre ellos había una gran complicidad y la vieron como la intrusa que se atrevía a transtornar su mundo. Su hambre de cariño fraternal no fue saciado en esa casa, fue tachada de ladrona, de sirvienta, de huérfana y advenediza. Relegada a los establos, no le dolieron las condiciones en las que vivía, nunca había conocido lujos en su vida, de pequeña compartía la habitación con muchos niños, sabía de carencias, conocía el frío. Pero la frialdad de sus ojos y su trato era nuevo para ella.

Ahora, a la distancia seguía viendo cuán diferentes eran, ella no creció con lujos pero fue criada con amor, fue consolada con besos y abrazos; fue alentada por sus logros, le diferenciaban, como a cada uno de los niños que tuvieron la fortuna de crecer en ese hogar. Cultivaban y alentaban en ella esas diferencias y le dieron la libertad de ser quién era.

A ellos los criaron manos ajenas, nodrizas, nanas y sirvientas. Sus lágrimas se secaban en sus mejillas sin tener alguien que las enjugara con amor; "los hombres no lloran" le decían, "los caballeros no ríen a carcajadas" le censuraban. Ella pensaba que tal vez la rigidez del protocolo familiar seguramente lo tenía tan harto que lo asfixiaba.

No conoció el gozo del abrazo espontáneo de una madre amorosa, un "te quiero" o un "bien hecho", era un fantasma en esa casa. Es natural que un niño busque atención de manera desesperada, con caprichos, con gritos y berrinches. Sólo así su madre le prestaba atención, no le retaba, aunque él hubiere preferido mil veces que lo hiciera, que se viera preocupada por su conducta… ¡Que lo viera! ¡Que lo castigara! ¡Que le reprendiera! Eso hubiera significado que estaba atenta a él y que le amaba.

¿Cómo puede un hombre como él amar sin que nadie se lo enseñara? –se preguntó la rubia en aquella extraña introspección involuntaria.

Nunca vio a su madre correr a su encuentro cuando se lastimaba, lo vio muchas veces solo, caminando a su habitación, pasando horas adentro con la puerta cerrada.

Era un niño ¡por Dios! Era un niño que era educado con rigidez pero a su vez le era permitido todo. Cómo no volverse loco ante esta contradicción. Él era un niño que era educado para ser un caballero, su hermana lo influenciaba, y como no, si eran sólo ellos en ese mundo tan triste de ver. Un mundo donde las apariencias y el orgullo era lo más importante para la Señora de la casa. El Sr Leagan era un hombre gentil aunque austero. Trabajaba incansablemente para dar a su esposa todo aquello que merecía por ser una de los Andrew, él estaba casi siempre en Florida, los negocios familiares de los Leagan estaban establecidos allá, pero Sarah nunca había soportado más de una semana en el clima tropical, se quejaba de los mosquitos y de que su piel ardía al contacto con el sol.

El chico regresó feliz de las últimas vacaciones de verano que pasó con su padre en florida, se veía más alto y con un bronceado sutil que le hacían tener un aspecto saludable que le favorecía enormemente. Su conducta era también distinta, el trato con los sirvientes era de respeto decía por favor y gracias. Esa semana después de su regreso fue de verdad genial, hasta pudieron correr por las orillas del lago como los niños que eran, comieron manzanas y pescaron juntos, lo vio reírse a carcajadas por primera vez… aunque al pasar los días Eliza volvió a arrastrarlo a su estado de desdén habitual

-¿Por qué me ofende cuando me dice que me ama? –Murmuró la chica agachando la cabeza cubriéndose el rostro con ambas manos avergonzada por el sólo pensarlo.

Será porque en Londres la historia era la misma, pero en esa ocasión a diferencia de la soledad del establo, ella no estaba sola, tenía a sus primos, sus amigas y a un rebelde adolescente al cual amar.

Ahora que lo pensaba detenidamente, él no era un problema en el Colegio, sus notas eran por demás sobresalientes. Cumplía con sus deberes, no faltaba a clase y según recordaba el único altercado que provocó fue en el cuál Terry la defendió.

En misa se comportaba, cerraba los ojos con las manos enlazadas sobre el reclinatorio ¿Qué pedía? ¿Por quién oraba? Ella no pudo desviar la mirada de su rostro cuando de casualidad lo vio de frente de esa manera. Su rostro parecía relajado, sería su actitud reverente lo que llenaba de esa luz especial su cara, movía los labios casi imperceptiblemente y en alguna ocasión pudo ver una lágrima resbalando por su bronceada mejilla, ese simple hecho le estrujó el corazón a la chica, aunque nunca se atrevió a acercarse a él pues cuando el chico abría sus ojos color ámbar entonces volvía su mirada desafiante, burlona y altanera.

No era como Terry, Terry externaba su inconformidad y su conducta lo hacía el "rebelde" del colegio, todo mundo lo sabía y por supuesto, no le importaba. No… no eran iguales él se tragaba sus sentimientos y su rabia, lo cual fue llenando su corazón de animadversión sólo contra ella descargaba su cinismo, trataba de herirla con palabras, con sus actitudes y miradas desafiantes.

Se destacaba en matemáticas era siempre uno de los cinco primeros de la clase. La historia le era fascinante, en alguna ocasión, en la biblioteca, lo escuchó hablar con pasión a otros chicos de la Independencia norteamericana, defendió las ideas de los padres de la patria sin amedrentarse por los chicos ingleses que lo bombardeaban con sus ideas conservadoras propias de la nobleza.

Aún y cuando la literatura no lo entusiasmaba, tenía muchos poemas en su repertorio aunque a nadie los recitara. Aprendió tres idiomas, ¡era fácil para él! O al menos eso parecía. Recordó que a ella le costó aprender francés. Era culto, educado, elegante y refinado. Buen jinete, a pesar de que no era un fanático de la equitación.

En cualquier otra familia sus logros académicos habrían llenado de orgullo a sus padres, pero no para él; siempre eclipsado por el genio de Stear, por la elegancia de Archie, por la bondad de Anthony, aún por la libertad de Candy. Eran amargos sus logros, fríos los recibimientos en casa, ¿cómo no ser entonces como él era? Siempre menospreciado, nunca bien amado.

La chica recordó lo que había pasado hacía apenas unos días cuando terminó su turno en el hospital y de dispuso a irse a casa.

Su sorpresa fue mayúscula cuando lo vio parado en la lluvia fuera del hospital. Había regresado de la Florida algunos días atrás. Ella sintió un escalofrío recorriendo su espalda, a pesar del tiempo aún sentía temor de él. Fingió no haberlo visto, le ordenó a sus piernas caminar lo más rápido posible, de reojo vio que se dispuso a alcanzarla con paso firme. Temía un encuentro desagradable y violento con él. Neal no era un hombre que se caracterizara por ser calmado, si estaba ahí era porque algo quería de ella.

Con largas zancadas el chico cerró la distancia entre ellos, la llamó por su nombre y se metió bajo su paraguas.

Ahí estaba él empapado hasta los huesos, con la respiración agitada. Su rostro era más varonil que antaño, había cambiado, ya no era un jovencito, era un hombre joven y atractivo. Gotas de lluvia resbalaban por su fina nariz y su barbilla varonil. Sus ojos ambarinos buscaron los de ella y de sus labios salió una frase que Candy jamás pensó escuchar.

-Perdóname… por favor.

Su hablar era pausado, cada palabra firme y aterciopelada había una luz diferente en esos ojos color caramelo en los cuáles por mucho tiempo sólo había podido ver enojo y desdén. Ella se quedó sin habla, no sabía qué decir, un velo de sombras cubrió el rostro del muchacho y con un suspiro dijo al fin:

-No te preocupes, sabía que no perdonarías así como así. Es más creo que aún no puedes soportar tenerme cerca, Candy…

La rubia bajó la cabeza e intentó ponerse en marcha nuevamente sin siquiera mirarlo, pero él dio un paso para impedirle irse.

-Por favor Candy… mírame por favor –dijo nuevamente el moreno.

-Por favor, no sigas –le contestó la joven- tú y yo no podemos…

Neal puso su dedo índice en los rojos y delicados labios de la chica para impedirle hablar

-No, no digas nada por favor, sé que merezco tu desdén, mi conducta no ha sido muy honorable lo sé, y yo más que nadie me odio por ello. –Guardo silencio para recomponerse un poco pues parecía que su voz y su voluntad se quebrarían en cualquier momento.

-Soy despreciable lo sé… pero a pesar de ello los sentimientos que tengo aquí adentro son más grandes que yo- dijo mientras llevaba su mano a la altura de su corazón.

-Mirame te lo suplico –le dijo casi en un susurro- mírame…

Ella levantó muy a su pesar la mirada, con renuencia miró al chico a los ojos, irguiéndose cual alta era, asumiendo una postura digna y valerosa ante el hombre que le había hecho temblar de miedo por primera vez en su vida. Neal se irguió también para poder tener contacto directo con las verdes pupilas de la chica. Esa mirada lo taladró hasta lo más profundo se su ser, estaba listo para verse reflejado en aquellos ojos que le gritaban tantas cosas, menos afecto y mucho menos amor por él, pero a pesar de haberse preparado mentalmente para ello, un nudo se le formó en la garganta al saberse merecedor de ello.

-Basta Neal –debo irme-

La chica caminó con rapidez dejando al chico parado en medio de la acera bajo la lluvia

-Te prometo que me ganaré tu afecto, no lo haré con palabras, ¡con hechos Candy! ¡Con hechos! Sé de sobra que de nada serviría susurrarte palabras de amor al oído, o flores, o chocolates. Tú eres diferente y por eso mismo… te lo demostraré ¡no te quede duda! ¡Hare lo necesario por ti y para ti! ¡Ya lo verás! –le dijo levantando la voz-

Ella se detuvo en seco y se volvió para mirarlo fijamente, él volvió a meterse bajo el paraguas de la chica. Su rostro estaba cerca del de la joven, podía sentir su aliento en el rostro, fresco de menta y maderas entremezcladas, la miraba con una luz de convicción, con un dejo de esperanza que ella nunca había visto en él. ¿Qué hacer? Ella se puso alerta cuando se le acercó aún más, para su sorpresa su mirada dejó sus ojos y se posó en su mano, misma que tomó con suavidad, acercó sus labios y con un tierno y lento beso selló sus promesas.

La miró nuevamente y sonrió

-Te escribiré aunque no contestes, me marcho a Boston esta noche.

Salió de la protección de su paraguas, se irguió cuan alto era y sin prisa se alejó, se volvió una vez más y la miró, levantó la mano y la agitó a manera de despedida.

Esa fue la última vez que lo vio. Candy apuró el resto de café de su taza y revisó su reloj de pulso, su descanso había terminado, era hora de volver al trabajo.

Al pasar los meses, visitando Lakewood, supo que él se había marchado contra la voluntad de su madre y su hermana, pues su fortuna le permitiría vivir con lujos sin necesidad de trabajar. Los administradores de su padre bien podrían encargarse de todo, si fuera necesario, sin ver mermado su capital.

Pero él decidió enterarse personalmente de todo lo relacionado con las empresas familiares. Estando estudiando aún, buscaba la forma de estar al tanto de todo lo relacionado con el manejo de los negocios, quería aprenderlo todo y rápido. El tiempo que había pasado en Florida bajo la tutela de su padre le había hecho desear ser un hombre como él, confiable, trabajador, honesto, intachable, en Florida el apellido Leagan era signo de respeto y admiración, Neal había decidido que su apellido fuera signo de lo mismo en Illinois.

Una carta llegaba al departamento de Candy, sin faltar, cada semana. Las primeras no las leyó, al recibirlas de manos del concierge de su edificio, no pudo evitar un gesto de sorpresa mezclada con cierto desagrado, las dejó en un cajón en la mesita de noche junto a su cama. Al pasar el tiempo la curiosidad pudo más, además de que las suyas eran las únicas cartas que recibía, aquellas otras, las de aquel que el sueño le quitaba, no llegarían jamás. Las ordenó cuidadosamente por fecha y leyó.

Con familiaridad le contaba cómo se instaló en Harvard para estudiar finanzas. Cómo encontró alojamiento pues había decidido no unirse a ninguna fraternidad, a pesar de que tradicionalmente los Leagan habían sido aceptados de inmediato en una de las más prestigiosas fraternidades que le aseguraban el éxito en el mundo de los negocios gracias a este simple hecho.

-"…Imagínate Candy, no pienso unirme ¡a ninguna! Lo menos que necesito es perder mi tiempo intentando complacer a otros más ilusos que yo. ¡Imagínate nada más! Eso sí que no…

Me encontré con los Mcmillan, y ellos son "muy influyentes" en una de las más prestigiadas fraternidades. No tienes idea el trabajo que me ha costado sacudírmelos. ¡Demonios! No me dejan en paz, pero he optado por el método "E y R" para alejarlos… y tú dirás ¿cuál es? pues bien… "enfrentarlos y romperles la cara" y me dio muy buen resultado…"

Ella reía de buena gana ante sus ocurrencias, en otras le contaba además que también había decidido tener un compañero de habitación.

-"…He decidido no estar solo durante mi estadía en la universidad, no te creas… a los hombres también nos hace falta hablar de "nuestras cosas" con alguien…"

Le contó en otras que era difícil tener buenas notas, que pasaba el día escribiendo deberes etc.

-"…Ya no siento ni los dedos de tanto escribir… pero para escribirte a ti… nunca estoy cansado…"

Le pedía que le deseara suerte en sus exámenes con cierta regularidad y aunque la chica sabía que él era más que capaz para tener unas excelentes notas, se sorprendió a sí misma pidiendo por él en sencillas oraciones antes de dormir.

Todas sus cartas las firmaba con un "siempre tuyo", todas sin excepción, ella no sabía qué pensar, mucho menos qué sentir, simplemente las leía y una sonrisa discreta se dibujaba en sus labios al guardarlas. Después de algunos meses se decidió a contestarle. Sus cartas eran breves, un saludo solamente y sus deseos de que todo le fuera bien. La primera carta después de que ella le contestó, estaba llena de optimismo, se podía ver en su elegante caligrafía una chispa diferente. Se convirtió en su "amigo secreto por correspondencia" nunca se lo comentó a nadie, esas cartas eran sólo suyas, además, no tenia ganas de dar explicaciones. Cada vez que llegaba una carta su corazón se llenaba de una dulce sensación.

-A ver cuánto dura en la escuela ¡ya saben cómo es! -Comentó Archie, cuando él salió a la conversación durante una visita de Candy a Lakewood. Él es como los rayos, dan una luz muy fuerte al principio pero después nada… se apagan.

-Pues ¡ya era hora!, es lo menos que podía hacer siendo el único varón de su familia. -Dijo Albert sin emociones en su voz, después de todo no se podía decir que fuera su sobrino "favorito".

Candy se quedó callada, sólo los observó detenidamente ¿Qué sabían ellos?

Albert a pesar de ser la cabeza de la familia como William, nunca abandonó su sueño de explorar el mundo, cosa que hacía una vez al año. Durante un corto periodo de tiempo dejaba de ser un Andrew, dejaba la carga que había sido dejada sobre sus hombros desde que era un niño sin que él lo pidiera, y se iba a la aventura. Su "rebeldía" era admirada por quienes lo conocían, a Albert no le importaba lo más mínimo lo que pensaran los demás, simplemente se dejaba llevar por sus sueños.

Para Archie, su sueño fue siempre el mismo "ser un caballero". Para Stear su inteligencia y el amor por el conocimiento además de volar… fue tras su sueño y no regresó jamás. Terry… se rehusó a ser un duque y siguió sus sueños de ser actor.

¿Ser rebelde es una cualidad? ¿Ejercer la rebeldía te hace acaso un héroe? Pero qué de aquél del que nadie espera nada, qué del que va contra las pobres expectativas de quién lo conoce y hace lo que debe. ¿Es acaso de menor valor? En el cumplir con tus expectativas personales hay también honor.

En las celebraciones familiares se vieron desde lejos, él le miraba discreto desde su asiento lejano a la cabeza de la familia, ella lo observaba de reojo sin fijarse mucho en él. Cuando por casualidad sus miradas se cruzaban él sonreía muy discretamente e inclinaba la cabeza y… nada más. Él permanecía lo necesario en la reunión y se marchaba de inmediato, no la buscaba y en menos de lo que ella se daba cuenta él se había ido a Boston.

Pasaron 3 años de cartas ininterrumpidas, en la última leyó:

"Me gradúo este fin de mes… sería importante para mi si vinieras. Pero creo que no lo harás… de todos modos estarás conmigo…"

Y tenía razón aunque a ella le hubiera gustado acompañarlo, no tenía intenciones de enfrentarse a ambas familias si se presentaba, así que sólo volvió a susurrar ¡suerte! Como siempre lo hacía.

Después de la graduación las cartas cesaron, pasó un mes sin recibir noticias suyas, eso era extraño llegaba por las tardes y miraba al concierge, el amablemente le indicaba que no había correo para ella. Subía las escaleras muy despacio con un sentimiento de decepción que la hacían sentir extraña, sacaba las cartas que tenía almacenadas en la mesita de noche en su habitación y las releía, sobre todo aquellas que le habían llegado a su corazón, donde él le decía que le recordaba, que le gustaba su cabello o que le gustaría estar con ella en ese momento para compartir lo con ella. Después de años de estar en contacto y saber absolutamente todo de su vida, el silencio en el que ahora se encontraba le hizo sentirse nuevamente con frío.

Tratando de huír del frío que se colaba en su pecho provocado por la soledad, tomó unos días de vacaciones, las primeras en años; trabajando tenía su mente ocupada para no añorar más lo que no pudo ser, pero ahora se había decidido por fin salir. Aceptó la invitación que le hizo Patty para pasar unos días con ella en Florida, un cambio de ambiente le vendría bien.

Florida era diferente a toda zona costera que ella conocía hasta el momento. Las costas de Nueva York eran frías, rígidas, ni hablar de Inglaterra, antiguas y tristes para ella. Florida era cálido, lleno de color, la brisa tibia, palmeras, vegetación y fauna por demás exótica. El ambiente era más relajado, podría decirse que hasta informal.

Pasó los primeros días descansando su mente, su cuerpo y su alma misma. No se animó a salir mucho sólo se sentaba a observar el mar.

El mar color turquesa, transparente cual cristal, como los ojos de su amor de antaño, pero en lugar de entristecerse con el recuerdo sólo sonreía rendida ante la magnificencia y la belleza del mar, no le dolía más… ya no. Era sólo un recuerdo que la había ayudado a madurar como mujer, como ser humano.

Después de mucho rogarle, Patty por fin pudo convencerla para dar un paseo por la bahía, en la embarcación de su prometido. El cielo era de un azul puro, sin nubes en el horizonte, el mar transparente dejaba ver el fondo, estaba maravillada con todo lo que podía ver a simple vista, corales, peces, vida…

Fue entonces que vio un velero atendido por un solo tripulante, en letras brillantes estaba escrito su nombre: "LIBER".

El navegante estaba inclinado preparando todo para izar las velas y hacerse a la mar. Trabajaba con manos rápidas, hacía nudos y tensaba cuerdas, a través de la camisa podían verse sus músculos en tensión; los hombros anchos y la piel dorada por el sol. Iba vestido de blanco y descalzo, como pudo advertir ella, cuando usó uno de sus pies desnudos para ejercer la fuerza necesaria para asegurar las cuerdas.

Al erguirse, Candy vio el cuerpo de un hombre bien formado, alto, de postura gallardo, ella se sorprendió a sí misma mirando con insistencia a un hombre totalmente desconocido, la tía abuela seguro la hubiera retado por tal atrevimiento con una total falta de educación digna de una dama. De pronto el hombre se dio vuelta y ella se quedó sin aliento, el joven atractivo que le había llamado tanto la atención era… él, su amigo por correspondencia, el chico que conocía más que a nadie en el mundo, se ruborizó a más no poder. Al principio le extrañó verlo allí, pero así, de repente un recuerdo vino a su memoria. En Lakewood una vez se le ordenó llevar maderos para la chimenea de su habitación. Ahí tenía modelos de fragatas y veleros, un sextante, brújulas y caracolas de mar. Ésa era su pasión escondida: Él amaba navegar.

Con las velas izadas tomó el timón, y comenzó a navegar, el viento jugaba con sus ropas y agitaba sus cabellos. Al sentir la briza marina levantó el rostro para ser besado por el sol de lleno, lo vio cerrar los ojos y sonreír abiertamente, se veía pleno… se veía feliz.

Al parecer se sintió observado pues abrió los ojos y sin más volteó hacia ella. El gesto de sorpresa en su rostro era maravillosamente atractivo, o al menos así le pareció a ella, le sostuvo la mirada y en sus ojos ambarinos había desaparecido el desdén y la superioridad que le ensombrecían. Candy se ruborizo sin siquiera pensarlo. El chico le sonrió de manera franca y abierta e inclinó la cabeza a manera de saludo, suspiró profundo, fijó la vista en el horizonte y se alejó.

Al atracar en el muelle él ya estaba allí, acabando de ajustar y recoger las velas de su embarcación, se acercó a ella con andar seguro y una discreta sonrisa en los labios. Se inclinó y besó su mejilla a manera de saludo. Maderas y menta mezcladas con chispas de sal revolotearon en el aire al tenerlo cerca. La briza alborotaba los risos peinados en una pony tail, que le hacían parecer tan inocente, él se llenó los ojos con ella sonriendo sin poder evitarlo.

Me alegra mucho verte, aunque no puedo negar que ha sido una sorpresa – le dijo mientras se rascaba nervioso la ceja-

Vine a pasar unos días con Patty –comentó la rubia-

Un silencio un tanto incómodo flotaba entre ellos, él no podía dejar de observarla y ella tampoco podía dejar de admirar el castaño cabello que estaba un poco más largo de lo normal, lo que le daba un aire fresco y relajado nuevo en él. Después de algunos segundos él se animó por fín a preguntar

-¿Te gustaría pasear por el muelle?

En ese momento Patty le llamó desde el auto donde la esperaban.

-Debo irme -le dijo al joven-

Espera –la detuvo tomándola de la mano-

-¿Te apetecería cenar conmigo esta noche? En un lugar público por supuesto –preguntó con entusiasmo-

Encantada –respondió sin más, mientras su corazón latía violentamente dentro de su pecho y le hacía sonrojarse a más no poder-

En el rostro del muchacho se una sonrisa luminosa, perfecta y maravillosamente blanca como aquella que se dibujó en sus labios cuando navegaba en el mar.

-¿Si? ¡Maravilloso! Entonces te recogeré a las 7 -dijo depositando un beso en la blanca mano de la rubia.

-Hasta entonces

Candy se probó todos los vestidos que tenía en su maleta, nada le parecía apropiado para una cena… ¿Con él? La chica se revolvió el cabello con ambas manos y se tiró en la cama cubriéndose el rostro con el antebrazo. Paty la miraba desde el pequeño silloncito cerca de la ventana, su amiga sonrió tiernamente ante la reacción de la rubia, no entendía muy bien el por qué Candy estaba así por una cena con él. Es más, no entendía por qué él se había acercado tanto a ella como para besarla en la mejilla y mucho menos que ella hubiera aceptado cenar con él y sin chaperona.

Pero ver a su amiga así era maravilloso, no sería ella quién arruinaría la noche preguntando nada, además sabía que Candy le compartiría todo cuando estuviera lista para hacerlo. Se levantó del sillón y tomó un hermoso vertido y la levantó tomándola de la mano. Le ayudó a vestirse, guardando silencio, la rubia agradeció este gesto dándole una mirada de cariño fraternal a través del espejo. Una vez que estuvo lista se maravilló ante el discreto trabajo de su amiga, nada sobrecargado, su arreglo era coqueto sin ser descarado, sencillamente elegante, como lo era ella misma.

A la hora acordada llegó por ella, le ofreció el brazo para conducirla al auto. Vestía un traje en color claro que hacía resaltar sus bronceadas y finas facciones. Mentiría si dijera que no llamó su atención. Era un hombre atractivo, como todos los miembros de su familia, se veía seguro de si mismo. Ella lo observaba mientras que él tenía la vista fija en el camino, sus manos se veían fuertes al volante

-Tiene lindas manos –pensó ella-

Él la miró de reojo y sonrió.

Llegaron a un concurrido restaurante, ambos llamaron la atención inmediatamente, él era tan alto y su expresión de orgullo desenfadado al traer a Candy colgada de su brazo le daba una luz que lo hacía terriblemente atractivo.

Si… era todo un hombre, también en su forma de pensar, como Candy pudo darse cuenta mientras conversaban. Hablaba y movía las manos con elegancia y entusiasmo. Le contó de sus logros escolares,

-¡ "Magna Cum Laude"! -repitió ella en voz alta con sincera admiración, aunque para ser sincera no le extrañaba en absoluto.

Le habló de su compañero de dormitorio, de su empleo de medio tiempo, de tantas cosas que ya le había contado en sus cartas pero que adquirían un matiz diferente al escucharlas de viva voz. Pasaron una linda velada, cuando la música empezó se levantó y me tendió la mano

-¿Quieres bailar?

Ella levantó la vista y se topó con un par de ojos color caramelo alegres, sin haber perdido esa chispa de orgullo y hasta de altanería. La luz jugaba con los irises del chico llenándolos de calidez, eso le dio la confianza para aceptar. Al aceptar, él puso la mano en la espalda de la chic, ella simplemente se dejaba guiar. Su mano en la breve cintura era firme y segura, la mano de ella en su hombro, la música suave, el ambiente cálido. Para su sorpresa tenía una sensación de bienestar, no se sentía aprensiva, disfrutaba de su compañía porque lo conocía como nadie hasta ahora. De repente sus ojos color ámbar se clavaron en las verdes pupilas de ella como estudiando sus reacciones, simplemente la miraba, no articulaba palabra. Su silencio fue más elocuente que mil discursos preparados, más que mil ramos de flores o bombones, más que joyas o favores. Más que el asedio o la persecución.

-Candy… -dijo por fin con voz firme- Sabes bien lo que siento por ti, durante estos años mis sentimientos no han cambiado. Si no me había atrevido a hablarte nuevamente de este tema era porque no me pareció correcto asediarte con mis confesiones amorosas. Por eso no te busqué inmediatamente después de terminar la escuela. No lo dudes, tuve que hacer acopio de mi fuerza de voluntad para no salir en el primer tren a Chicago y esperarte fuera del hospital. Vine aquí para meditar cómo hacerte saber lo que quiero ofrecerte. Quiero ofrecerte al hombre en el cual me he convertido gracias a ti.

Él no apartaba la mirada de los ojos verdes de la chica, ya no era el joven malcriado que alguna vez quiso obligarla a amarlo. No… ni siquiera era físicamente parecido, había cambiado mucho aunque aún conservaba ese destello caprichoso en sus brillantes y cálidos ojos además ese aire snob que mira desde su altura a todos los demás. Eso aunado a un rostro relajado, sin el ceño de disgusto que ensombrecía sus atractivas facciones lo hacían irremediablemente atractivo. La chica lo miraba con atención pasando de sus ojos a su boca sin que ella misma se lo propusiera.

-Te ofrezco amarte sin medida, te ofrezco estar allí siempre, cuando tú me necesites para enjugar tus lágrimas, para compartir tus alegrías. Te ofrezco mis brazos para que descanses cuando te sientas con las defensas bajas. No voy a mentirte no quiero ser sólo tu amigo por correspondencia, ni siquiera aspiro a ser tu mejor amigo. Quiero ser tu compañero…

Ten por seguro que no te dejaría ni por mi familia, ni por el honor de una equivocada hombría. No Candy, ¡primero tendrían que matarme! antes que abandonarte; quiero darte una familia, el hogar que tú mereces, quiero darme a ti completo.

Ella al escucharlo sentía que todo a su derredor se desdibujaba poco a poco, dejándolos sólo a ambos, los ruidos ambientales se silenciaron de gradualmente hasta que sólo podía escuchar el loco latido de su corazón.

De pronto desde su interior un cúmulo de ideas y sentimientos la llenaron por completo.

-¿Por qué me ofende? Cuando escucho que en la familia se le menosprecia, ¿por qué me ofende? Cuando sus logros alcanzados les parecen tan poco o simplemente su deber y no reconocen que en cada pequeña cosa ha puesto su corazón y su ingenio. ¿Por qué me ofende? Que su hermana y su madre quieran aún manipularlo… ¿Por qué me ofende?

En ese momento la verdad iluminó su mente y le golpeó como un rayo ¡Sí… si me ofende! Porque… ¡Dios mío! Yo… también siento algo por ti.

-¿Qué sientes Candy? –preguntó el chico esperanzado- dime… qué sientes –le susurró bajando la cabeza a la altura del oído de la chica, percibiendo su perfume confundido entre rayos de sol ensortijados- Vamos dímelo te lo ruego

-Tú, me gustas –dijo la chica en voz baja-

Él sonrió como nunca antes lo había hecho y se atrevió a decirle.

-Dímelo de nuevo, pero ahora di mi nombre-

Ella cerró los ojos y suspirando confesó.

-Tú, me gustas… Neal, de verdad me gustas, yo te quiero Neal.

Tras esa confesión que llenó su oídos e inundó su corazón, la escoltó a la terraza, donde el cielo estaba plagado de estrellas, donde se podía oír el murmullo del mar al ritmo en que latía su agradecido corazón. Con toda la ternura que tenía en su ser, se inclinó a su altura, tomó su rostro entre sus manos con delicadeza, y selló sus promesas nuevamente con un tierno, lento y cálido beso de sus labios.

Fin

NOTA DE LA AUTORA

Ojalá y le guste este mi segundo intento, espero que sí. ¿Por qué Neal? Bien, todos merecemos ser felices no creen?

Gracias otra vez por tomarse el tiempo de leerme, espero sus comentarios.

Con afecto

MIMICAT