Línea

Descripción:

Dos sociedades biológicamente distintas coexistiendo en el mismo lugar solo significa una cosa: muerte. Tenían prohibido cruzarse debido a inconvenientes pasados, ya no habían muchos con esperanzas de que cambie la situación. Iba empeorando con el tiempo, el odio de los humanos hacia esa raza era entendible pero sin dejar de ser abominable. Hasta que la espada del destino unió dos personas distintas, o tal vez con algo en común.

Disclaimer: Bleach y sus personajes no me pertenecen son propiedad de Tite Kubo.


Capítulo I:

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Tan distintos

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—¡Corre que sino llegarás tarde! —gritaba su madre con una sonrisa mientras corría tratando de abrochar sus agujetas desatadas entre la muchedumbre que se amontonaba en las calles del Rukongai. Dio media vuelta y la saludó con la mano sin parar la corrida.

Hoy era su primer día en la Academia de Shinigamis y no quería dar una mala primera impresión. En verdad que nunca había tenido deseos de entrar allí pese a sus amigos le decían que sus poderes eran muy buenos, realmente no quería estar allí y memorizar estúpidos libros sobre como controlar tus poderes, él creía que mientras con ellos cuiden a su madre, estaría más que bien, aunque no tuviera control todavía sobre ellos. Vivían en una de las partes más humildes de la ciudad y habían muchos vándalos que creían tener el poder, mientras los mantuviera lejos de ellos, estarían bien.

Pero llegó un momento que no podían más con la falta de alimentos y debían mucho impuesto. Escuchó que aquel lugar te daba trabajo si lograbas convertirte en shinigami y cabe decir que no lo pensó dos veces para anotarse, podría darle incluso a ella unos lujos que en sus sueños se permitían... Su madre se alegró mucho, no la había visto así desde que los habían echado de Tokio cuando descubrieron sus habilidades.

Llegó y tomó asiento al fondo, habían muchos chicos de su edad al parecer y algunos de ellos se conocían; él por su parte no conocía a nadie. Sus únicos amigos eran sus vecinos que no tenían ningún poder. El profesor entró presentándose y acto seguido, cada uno de ellos también lo hicieron. No estaba mal para ser el primer día.

Divisó su casa a lo lejos y distinguió la silueta de su madre limpiando su ropa en un balde al costado de la casa, se había averiado su lavadora por quinta vez y él empezaba a sospechar que el hombre que venía a repararlo en verdad no lo hacía y solo quería quitarles el poco dinero que tenían guardado. La saludó desde la entrada y corrió a su habitación.

Habían pasado varias semanas y se estaba adaptando, conoció a un chico que a pesar de su apariencia le cayó muy bien y pronto ambos tuvieron un grupo de amigos. Se juntaban de vez en cuando para estudiar los kidō en alguna casa, en otros casos llegó a frecuentar mansiones. Había de todo tipo de niveles sociales allí, nunca los llevó a su casa por ese motivo. Su madre escuchaba sus historias hasta cuando le decía lo hermosas que eran sus casa con alegría, no creía que a su hijo le importe tanto no ser iguales a ellos.

—Recuerda pequeño, lo más importante es lo que puedas ofrecer al resto, como tratas a los demás. Siempre sé bondadoso y perdona si alguna vez alguien dice algo de ti. Vas a ser un gran shinigami, yo lo creo —nunca olvidaría esas palabras, la sonrisa y convicción de su madre. Era solo un niño para comprenderlo.

Al cumplir nueve años su madre le había preparado un muffin con una vela, es para lo único que alcanzaba su presupuesto pero su hijo estaba más que encantado. Sus compañeros de clase le habían hecho regalos costosos pero nada se comparaba al regalo de su madre —indiferentemente de su precio—.

Mientras otro año en la academia comenzaba empezaba a darse cuenta de su escasez de cosas, un día se lo recriminó a su madre, quien le explicó que no era demasiado importante, cosa que no lo dejó satisfecho para nada. Desde ese día su relación había cambiado y pocas veces le dirigía la palabra, ganándose reprimendas y discursos aburridos. No quería vivir así, odiaba hacerlo y odiaba a su madre por la vida que le había dado.

Ojalá las cosas hubieran sido distintas.

Volviendo de jugar baloncesto con sus amigos del barrio, encontró su casa vacía, cosa que lo sorprendió; usualmente su madre estaba para recibirlo con una sonrisa. No le dio importancia y se encerró en su cuartito aunque solo fuera una tela la que separaba el lugar del resto de la casa. Era de noche y ya le empezaba a preocupar que no apareciera. A eso de las tres y media de la madrugada llegó con un rostro penoso y no le respondió cuando le preguntó dónde había estado. Dos noches más seguidas volvió a llegar al mismo horario y harto de aquella situación convino seguirla la noche siguiente.

Sorpresa se llevó al verla saliendo del Rukongai en secreto, ni él sabía cómo conocía ese pasaje pero no desistió de intentar averiguar donde se dirigía. Era un barrio muy deprimente y algo peligroso, entró por una puerta oxidada y lo que vio detrás de ello lo dejó boquiabierto.

Su madre estaba apoyada sobre una mesa hablando con un niño menor que él que tenía una venda en la cabeza. ¿Qué significaba eso?

—¿Mamá? —pronunció en un susurro.

Ella se levantó de sopetón y una mueca de terror adornó sus hermosas facciones.

—¿Qué haces aquí? —lo tomó del brazo y arrastró a la misma puerta por donde entraron, parecía asustada y miraba en todas direcciones, no entendía por qué. Salieron sin que nadie los viera y caminaron en silencio de regreso a su casa, su madre controlaba que nadie los estuviera viendo—. No debiste seguirme, es muy peligroso —habló tan bajo que si no hubiera estado a su lado más el silencio sepulcral no habría escuchado nada.

Estuvo a punto de recriminar pero un ruido a sus espaldas los hizo frenarse. Ambos se dieron la vuelta y vieron un hombre de malas pinta parado en medio de la calle viéndolos. El corazón del niño comenzó a latir con fuerza y un gesto de vapor inundó todo su ser cuando reparó en los otros ocultos en la oscuridad.

—Miren quiénes tenemos aquí muchachos, la famosa enfermera con su fenómeno hijo, ¿quién diría que los volveríamos a ver? No sabía que podían salir de su refugio—habló burlesco uno de ellos. Su madre tomó con fuerza su hombro y lo movió para atrás lentamente—. Creí que no podían abandonarlo a menos que sean yini ¿qué era? —fingió que meditaba.

Shinigami, y lo soy —consiguió tartamudear, su madre jadeó. Los demás se rieron.

—Un pendejo como tú nunca podría ser shinigami solo mírate... falta poco para que te hagas encima —articuló otro entre risas—. Muchachos ¿por qué no le damos la bienvenida al barrio como corresponde? —en tono macabro agregó a su vez que sacaba una espada filosa. Los otros le siguieron.

Era el fin, lágrimas querían salir de sus ojos pero sabía que de nada serviría nunca imaginó que terminaría así pensó en lo malo que había hecho y se odio profundamente por haber ignorado a su madre, estaban allí por su maldita culpa. Apretó los puños temblando de rabia, ¿qué debía hacer? Le faltaba demasiado para ser un shinigami y ni siquiera sabía como sacar su poder, ocurría por momentos y ya, per nunca por presión. Si hubiera sido más fuerte...

—Vete —interrumpió sus pensamientos la mujer que le había dado la vida. Estaba mirando a sus atacantes y a pesar de su palabra firme pudo ver temor absoluto en ella.

—A ti no queremos, esa escoria que tienes ahí nos interesa —señaló hablando por primera vez el hombre frente suyo señalándolo empezando a caminar en su dirección.

¡Sal poder! ¡Ya! ¡Lo necesito! gritaba con desgarro en su interior al borde de las lágrimas. El tipo se acercaba cada vez más con una navaja con borde de león.

¿Así terminaría su vida? ¿Eso era los que les esperaba a aquellos que quisieran cruzar la frontera? Cerró los ojos esperando su fin.

—¡No!

Es grito inundó toda la oscuridad, abrió sus ojos viendo a su madre frente suyo agitada. —No puedes morir, ¡No antes de mi! —gritó con lágrimas salpicadas en su pecoso rostro. Su pelo estaba pegándose a su rostro y mejillas.

—¿Mamá? —no entendía que le sucedía hasta que bajó su cabeza y distinguió una gran mancha escarlata que iba en aumento. Su corazón se arrugó y le dolió, sentía que no podía respirar—. No...

—Escuchame, deb...es convertirte en shi... shinigami —tosió un poco escupiendo sangre—. Cambia las reglas... n-no olvides que te amo, siempre lo he hecho y no te culpo de ésto... —quiso sonreír pero le salió más mueca que otra cosa. Y de pronto, cayó al suelo.

"Hijo ¡estoy tan orgullosa de ti!"

"¡Tus notas son muy buenas! Ya verás, serás el mejor shinigami."

"¡Mira conseguí tejerte unos calcetines!"

Siempre se había esforzado por mí y recién ahora me doy cuenta.

Ya era tarde. Su sonrisa quedó grabada en cada célula de su organismo. Ella quería que viviera, eso haría. De pronto, un aura oscura empezó a brotar de él que seguía viendo el cuerpo sin vida de la única persona que debía cuidar. Un grito estridente brotó de su garganta y su reiatsu se comenzó a elevar a toda velocidad. Los hombres se aterrorizaron y hasta cayeron por su presión espiritual. El que había clavado la navaja estaba estático que no supo ver en qué momento aquel chiquillo estaba frente suyo y con su misma arma le había clavado en la garganta haciéndole un tajo.

Uno menos.

Cuando acabó con todos caminó con el cuerpo de su madre en brazos con fuerzas que él mismo desconocía hacia el Rukongai.

Los humanos eran los que no merecían vivir, ellos eran la verdadera escoria del mundo. Ya no tenía a nadie, su madre tenía razón debía cambiar un poco las reglas del mundo, pero primero debía ser alguien. Una sonrisa sombría se formó en su rostro sin importarle estar cubierto de sangre. Esa línea entre shinigamis y humanos que dividía el mundo debía ser rota, sólo uno merecía estar. El otro debía ser exterminado.