Aún recordaba con claridad las imágenes que captaron sus ojos el día en que ocurrió aquella tragedia, cuando perdió todo. Su familia, su hogar, su reino y tuvo que huir, tan rápido como sus pequeños pies de doce años se lo permitían. Las lágrimas inundando sus ojos mientras se alejaba de las llamas y los escombros del palacio.

Y así fue como el pequeño príncipe, se quedó sólo en el mundo.

Un compromiso arreglado no era nada de extrañar cuando se trataba de unir reinos, pero por primera vez en la historia; la unión no era entre un príncipe ni una princesa, sino entre un rey y un príncipe.

La gente había quedado asombrada ante tal acontecimiento; y como en todo, algunos estaban felices y otros más, molestos con la decisión. Sin embargo nada ni nadie haría cambiar de opinión al rey de Ryusei Gai.

Kuroro había quedado fascinado con el joven príncipe desde el primer momento en que lo vio. No solamente por sus brillantes ojos azules, pestañas largas y cabello suave y dorado; sino que el joven había mostrado grandes dotes y sabiduría dignas de un líder.

Hacía tiempo atrás que Kuroro había estado en búsqueda de una reina, pero muchas de las jóvenes que había conocido no eran lo que él necesitaba. Todas eran bastante simples, superficiales y sumisas; no conocían demasiado sobre la política necesaria para gobernar un reino.

Cuando conoció al joven rubio, supo que él era el indicado para ser su compañero y gobernar el reino juntos.

Es por eso que había ofrecido a los padres del joven una gran dote, y éstos rápidamente aceptaron. ¿Cómo negarse cuando uno de los reinos más importantes del continente proponía una unión como esa?

Kurapika por su parte; aceptó la propuesta, cumpliendo con los deseos de sus padres.

Aquel día el reino estaba decorado con flores por todas partes, listos para darle la bienvenida al príncipe que llegaría para casarse con el Rey Kuroro. La gente pudo divisar a lo lejos la carrocería en color dorado y azul, a leguas podía notarse que el príncipe iba dentro de ella. Las mujeres lanzaban pétalos de flores desde las ventanas de los edificios.

Kurapika observaba todo desde la seguridad del interior del carruaje. Él provenía de un reino donde la mayor parte del año nevaba, así que ver tantas flores le parecía hermoso. Observaba el paisaje, maravillado por la vista. Un ruido sordo lo despertó de su ensoñación, algo había golpeado la carroza, al mirar por la ventana observó hombres y mujeres con tomates en la mano, lanzando los sin piedad contra él mientras abucheaban.

-¡Regresa a tu reino!- gritaban - no necesitamos otro rey, necesitamos una reina.

Kurapika suspiró, bueno ya había esperado que algo como esto pasara. Incluso en su propio reino, habían disputas por la decisión tan precipitada que habían tomado sus padres; sin embargo estas cesaron rápidamente ya que el reino se encontraba en amenaza de ser invadido por otro mucho más grande. La unión con el reino de Kuroro, haría que este otro reino lo pensara dos veces antes de atacar. Lo que nadie en el reino se imaginaba, era que Kurapika tenía una razón más para aceptar el compromiso con el Rey Kuroro.

Kuroro observó desde el ventanal de su habitación cómo el carruaje se acercaba a la distancia. Terminó con los detalles necesarios para darle la bienvenida al príncipe, y se preparó para esperarlo a la puerta del palacio. El carruaje llegó al poco tiempo, y con molestia observó cómo los habitantes habían dejado en tan lamentable estado un vehículo tan hermoso.

Los sirvientes abrieron la puerta, el joven príncipe descendió del carruaje con una elegancia natural que demostraban a la perfección que en verdad era un miembro de la realeza.

Los sirvientes hicieron una reverencia ante el joven.

-Príncipe- dijo Kuroro tomando su mano y besando el dorso de ésta - lamento mucho la lamentable bienvenida que te han dado mis súbditos.

Le tomó todo su ser para no estremecerse ante el toque del pelinegro.

-Rey Kuroro- dijo Kurapika haciendo una reverencia ante el hombre mayor - no tiene que disculparse. Esto no era algo que usted pudiera evitar, además es inevitable que no existan descontentos. Incluso si yo hubiese sido mujer, estoy seguro que habría gente que hubiera querido oponerse a esta unión debido a que mi reino no tiene mucho por ofrecer.

Kuroro sonrió: -No deberías desprestigiarte tanto, después de todo yo te escogí. Estoy seguro que tienes mucho que ofrecer a este reino.

Kuroro le dio su brazo a Kurapika, después de un momento de vacilación, Kurapika lo tomó y siguió por el castillo mientras éste se lo mostraba. Kurapika escuchaba la charla de Kuroro y daba su opinión de vez en cuando. Se acercaron al ala norte, donde se encontraban las alcobas. De pronto sintió un nudo en el estómago, la verdad era que se sentía incómodo con tener que compartir la cama con él, sabía que era algo a lo que debería acostumbrarse pronto, pero no era tan fácil hacerlo.

-Dormirás aquí- dijo el pelinegro, indicando una puerta.

Kurapika la abrió, y una suave brisa golpeó su rostro. El olor a rosas invadió su nariz, era una habitación enorme, con muchas rosas en varios jarrones que adornaban la habitación. Contaba con su propio baño, y una pequeña biblioteca privada. Era una verdadera belleza aquella habitación blanca con decoraciones en dorado; aunque Kurapika no tardó en notarlo.

Como si Kuroro hubiera sabido lo que le preocupaba, había preparado una habitación solo para él.

-Aún no somos esposos, oficialmente, así que pensé que querrías tu propio espacio, al menos hasta la boda.

-Gracias- le dijo Kurapika más tranquilo.

-Mi alcoba está al final del pasillo, espero puedas sentirte en casa.

-Le agradezco su majestad- dijo Kurapika haciendo una reverencia.

-Llamame Kuroro, no tienes porqué ser tan formal. Te dejaré para que desempaques, si necesitas ayuda, mis sirvientes están a tu disposición.

Con esto el pelinegro dejó al rubio a solas en la habitación. Kurapika miró a la gran puerta de su habitación, había estado conteniendo sus sentimientos por tantos años y finalmente estaba frente a frente con Kuroro. Su plan de venganza había comenzado.