Título: Infallible.
Resumen: Degel se detiene un momento en las palabras de Kardia en el libro, luego lo mira de reojo y suspira. Es un vendaval. Una fuerza de la naturaleza que un día decidió meterse en su cueva y a veces, Degel no sabe qué hacer con él.
Clasificación: NC-17 ligerito, creo.
Advertencias: Ha pasado demasiado tiempo desde que escribí algún fanfic y estoy oxidada. Podrida, yo diría. Pero esto tiene dos razones fundamentales de existir. Una, es recuperar la costumbre y terminar lo que tengo pendiente. La otra es ayudar en el CAS de Kardia y Degel. Es probable que no tenga sentido porque lo escribí en nada de tiempo y muy a la fuerza, de hecho, lo terminé en el aeropuerto y dios sabe que no es fácil escribir porno con tanta gente cerca. Además, creo que hasta se me olvido la mitad de mi diccionario en estos años. Pero todo sea por volver a los fics . ¡Pido perdón de antemano!
Tipo: AU, slice of life. Un poquito de porno porque no sé escribir otra cosa. Seguramente OoC.
Pareja principal: Kardia/Degel.
Autor: Elyon Delannoy
Razón: Camino al subforo de Kardia y Degel. Volver a las andanzas. Desempolvar fics.
Dedicatoria: A Kurai Neko, por hacerle cariñito a mi ego y hacerme caer en esto de nuevo.
Comentarios adicionales: Han pasado 85 años desde que escribí o colgué un fanfic en la internek. Tengo mucho, mucho miedo y más ansiedad todavía. Especialmente, porque la última vez que postie algo había encontrado mi voz para narrar y desde entonces, la falta de práctica y el oxido me han hecho perderla. Probablemente haya millones de errores, espero poder corregirlos en el tiempo.
Además, esto iba a ser algo de 1000 palabras solamente. En algún momento creció y terminó en esto.
Estado: Completo.
N.º de palabras: 8800 ~~
Última actualización: 19 de marzo de 2018.
Infallible.
Somehow it is the biggest things
that keep on slipping right through our hands
By thinking we're infallible
1.
Es un día nublado de abril y Degel se distrae con la figura de un chico al borde de la pista, con las manos crispadas en la reja y la mirada encendida, inquieto, como si los pies le fueran a traicionar y se fuesen a largar a correr por su cuenta.
Es el primer entrenamiento del equipo de atletismo de la universidad en el año y son pocos los estudiantes de primero que se han anotado. Intuye que el muchacho, que lleva una coleta desarreglada con mechones de pelo azulado cayéndole a costados del rostro, es demasiado tímido para acercarse por su cuenta y, siendo el capitán, opta por abandonar el entrenamiento y hacerlo él. Le saluda de lejos y cuando llega hasta el muchacho, le invita a unirse al club sin mucho preámbulo. Lo que obtiene por respuesta es una carcajada seca, colmillos brillando y ojos fieros que lo miran con intensidad. Degel descarta la timidez de inmediato.
- Nah — dice después, sacudiendo la cabeza — Me encantaría, pero no puede ser.
En sus ojos, Degel distingue una melancolía escondida tras la fiereza e intensidad inicial. Como un día cargado de lluvia; apunto de estallar, pero aún contenido. Cuando pregunta por qué, el chico se encoge de hombros. No dice una palabra y cuando Degel insiste, deja escapar un bufidito exasperado.
Degel alza las cejas.
- Por si cambias de opinión, soy el…
- Degel, el capitán del equipo de atletismo, lo sé — le interrumpe — Tienes algo de fama en primero.
Esta vez, Degel entorna la mirada. Sospecha que unirse al equipo de atletismo no es la razón que ha llevado al muchacho hasta la pista ese día. A comienzos de año, al igual que cada año, el trío de idiotas que tiene por amigos avisan con anticipación que sigue soltero y disponible. Les parece divertido el desfile de muchachitas y muchachitos que llegan hasta la puerta de su habitación con presentes e invitaciones. La paciencia y los rechazos amables le duran hasta mediados de mayo.
El chico se ríe. Saca del bolsillo uno de los panfletos y estira el brazo hasta que Degel se lo arrebata.
- Tampoco vine por esto — dice, y se vuelve a reír como si le pareciera sumamente divertido — Solo tenía curiosidad.
Degel no pregunta de qué y el chico no parece tener ganas de explicar nada. De pronto, a Degel le parece que ya ha perdido un tiempo demasiado valioso y quiere salir de allí cuanto antes. Ni siquiera le pregunta el nombre. Está a un par de metros cuando escucha que el chico lo llama. Se detiene lo justo para mirar sobre su hombro.
- De verdad, no puedo — dice el muchacho — Te contaré por qué algún día.
Por como lo dice, y por cómo sonríe, con la lengua entre los dientes, le parece una amenaza. Algún día sabrás todo de mí. Degel gruñe, súbitamente a la defensiva, y hace un gesto con la mano, cerrando el tema. No vuelve a mirar hacia las graderías lo que resta de entrenamiento.
2.
Tres días después, escondido tras una torre de libros y notas a la rápida, sin haber desayunado y con un humor de perros, Degel vuelve a toparse con el muchacho, en la cafetería del campus.
El chico, en cuestión, se acerca con un café en cada mano, patea una silla para hacerse espacio y se sienta frente a él, poniéndole un vaso delante.
- Parece que te hace falta — murmura, y Degel no hace más que mirarlo con el cejo fruncido — Anda. Antes que se enfríe.
No se da cuenta de lo que está haciendo hasta que se le calienta el estómago con el primer sorbo y parece que revive. Murmura un gracias apenas audible y el muchacho sonríe, como si hubiese ganado una apuesta. De pronto, sacude el flequillo y resopla como si acabase de tomar una decisión importante.
- Mira, Degel, este es el asunto — apoya los codos sobre la mesa y se inclina ligeramente hacia adelante — No sé qué clase de amigos tienes pero tanta propaganda me da curiosidad — vuelve a sonreír y a Degel le parece, de pronto, una bestia acechando a su presa — Y desde ese día en la pista, no dejo de pensar en qué clase de secretos escondes detrás de esos lentes de empollón, pero me muero de ganas por descubrirlo.
No da rodeos, no hace pausas. Salta de cabeza y no mide consecuencia alguna. Si Degel tuviese algún sofisticado sistema de seguridad, una lucecita roja habría comenzado a girar y una alarma repetiría ¡Peligro!¡Peligro!, sin cesar. No sucede ninguna de las dos cosas. Lo que sucede es que, de pronto, Degel se siente indefenso bajo el escrutinio de esos ojos afiebrados y se sube los lentes con un dedo, mientras carraspea. Si se sonroja, no sé da por enterado.
- Si manchas con café esos papeles, vas a descubrir algunos desagradables, te lo aseguro — gruñe, pero no le dice que se vaya. En una invitación muda, corre los libros a un lado y le hace espacio. El muchacho hace un gesto, celebrando su pequeña victoria y Degel se pregunta si aún tiene tiempo de arrepentirse. La verdad es que aquel acercamiento frontal y agresivo le deja un poco desarmado, y quizás, la curiosidad casi infantil del muchacho se le hace ligeramente contagiosa.
Con el paso de los días, Degel descubre que el muchacho, a quien ha decidido bautizar como el error, se llama Kardia. Está en primero de bachillerato porque entró tres años tarde a la universidad, lleva la ropa dos tallas más grande de lo que necesita y tiene un brillo constante de sudor sobre la clavícula. Siempre tiene calor, las zapatillas desatadas y las uñas un poco más largas de lo recomendable. Curiosamente, se le cruza al menos tres veces al día en el campus y le conversa cosas triviales como si se conociesen de toda la vida.
Por desgracia, también ha descubierto que tiene una pequeña obsesión con los libros.
3.
No ha pasado más de un mes desde aquel día en la cafetería y Kardia se presenta una tarde en la puerta de su habitación, con un paquete mal envuelto en las manos. Le brillan los ojos como si fuese Navidad.
Le dice ' Para ti' y luego agrega, 'No lo abras todavía'. Parece ligeramente avergonzado y eso levanta las sospechas de Degel; no cree que Kardia se haya avergonzado un día en su vida. Mira el pequeño paquete como si fuese una bomba a punto de explotar. Kardia chasquea la lengua.
- No es gran cosa — dice — Pero me quite cálculo de encima gracias a ti y quería agradecértelo.
Se tiende en su cama como si le perteneciera y hojea un cuaderno de Degel sin interés. En el último tiempo, Degel se ha visto acompañado de Kardia cada vez con más frecuencia. El cuarto que arrienda está junto a la universidad y el muchacho prefiere pasar allí las horas muertas de la tarde antes que regresar a casa. A veces, Degel le ayuda a estudiar las clases que no logra comprender. A veces, simplemente, Kardia está allí. En silencio, observando, como si quisiera hacer un ensayo sobre su comportamiento diario. Otras, es como aquel día. Pasa a saludar, habla de cosas particularmente insustanciales, como si pusiese a prueba la paciencia de Degel y, de un momento a otro, recuerda que debería estar en una clase al otro lado del campus.
Apenas desaparece, Degel vuelca su atención al paquetito que ha dejado sobre el escritorio. Lo desenvuelve con curiosidad y sonríe cuando descubre de qué se trata. Es una edición de segunda mano de Demian. En la primera hoja amarillenta, encuentra una nota con la letra atolondrada de Kardia.
'Gracias por las clases particulares. Espero que te guste.'
Y más abajo, una posdata.
'PD: Tengamos una cita'
El corazón se le acelera y siente un ligero rubor en las mejillas. Como siempre, Kardia no da rodeos. Ni siquiera es una pregunta propiamente tal. Es una idea. Como si dijera 'Podría desayunar waffles mañana' o 'Podría echarle un poco más de azúcar al café'. Es un niño malcriado y quizás, esa sea la definición más cercana que ha encontrado Degel para Kardia. Sólo quiere. Y cuando quiere algo, simplemente va y lo pide. Como aquel día en la cafetería, cuando le dijo que quería descubrirlo. No lo dijo así pero le dijo quiero descubrir tus secretos y a Degel le sonó más o menos igual. Se estremece solo al recordarlo.
Le da vueltas a las palabras de Kardia mientras repasa una clase de anatomía, hasta que nota que no puede concentrarse más allá del origen del músculo pectoral. Resopla frustrado, porque el niño malcriado poco a poco se le ha ido metiendo bajo la piel. Además, tiene que aceptar que el libro le parece un bonito gesto. Le envía un mensaje de texto antes de tirar el móvil sobre la cama.
'Esta bien'.
Se imagina a Kardia haciendo un gesto de victoria, con un puño en el aire y todo. Suspira, resignado. A veces le da la sensación de que él mismo persigue su desgracia.
4.
Es viernes por la tarde, una semana después.
Se encuentran a las afueras del campus, terminadas las clases. Degel no sabe qué esperar realmente, pero no espera encontrarse con Kardia luciendo nervioso, jugando con las mangas de su chamarra de cuero y cambiando el peso de pie. Le parece adorable, al menos hasta que lo llama, y al alzar la mirada, todo ese nerviosismo se convierte en energía desbordante. Pareciera que Kardia cambia automáticamente de un muchacho tímido a un perro de caza tan pronto le pone los ojos encima.
El tema con Kardia es que no disimula. Si se enfada, es un terremoto y un volcán en erupción. Cuando se ríe, sus carcajadas se escuchan dos cuadras más allá. Si quiere algo, su mirada se vuelve fuego y a veces, cuando le mira así, Degel se siente expuesto. Y a punto de ponerse a arder allí mismo. Es esa honestidad desbordante la que hace que, por momentos, Degel baje la guardia, se ruborice y acepte tener una cita. Es esa misma honestidad la que le mira de pies a cabeza como si fuese lo mejor que le ha pasado en la vida.
Degel carraspea.
- ¿Entonces?
- Tenemos una cita — Kardia sonríe como si acabase de encontrar una fuente de chocolate infinito.
Degel presiente que será una larga, larga noche.
- Para ser tan buen deportista, eres pésimo jugando a los bolos.
Es la tercera vez que lo repite y ya no parece divertido, aunque su sorpresa se hace patente. A Degel le avergüenza un poco admitir que nunca ha jugado a los bolos en su vida. Puede leer y escribir en tres idiomas distintos, pero no es capaz de coordinarse lo suficiente para lograr un lanzamiento medianamente aceptable.
- Por eso es que me gustan los libros — murmura — No tengo que ser particularmente bueno leyendo. Solo debo leerlos.
- ¿Y el atletismo? — Kardia parece súbitamente interesado.
- Correr es diferente — se desploma en la silla junto a Kardia, derrotado — Lo he hecho toda la vida.
Kardia alza una ceja y le da un sorbo a su cerveza.
- ¿Literal o figurativamente?
Degel no sabe qué responder. Se ha hecho la misma pregunta infinidad de veces y nunca se atreve a ahondar demasiado. Le sorprende que Kardia haya sido capaz de intuirlo en tan poco tiempo. Quizás lleva más tiempo prestándole atención de lo que Degel cree. Al final, se encoge de hombros.
- ¿Y tu? ¿Por qué no quieres unirte al club?
Kardia se carcajea y resopla.
- La verdad es que no soy particularmente bueno corriendo.
No dice más y distrae a Degel de insistir, alegando que es momento de ir por cervezas de verdad.
Es pasada la medianoche y Degel ya ha tenido suficientes cervezas por el mes. A Kardia le baila la mirada y camina a tumbos, a propósito chocándole los hombros, mientras tararea un estribillo de AC/DC. Están a un par de pasos del departamento de Degel y éste intenta decidir si debe invitar a Kardia a quedarse o no. Le interrumpe un jalón en el brazo izquierdo y cuando se da cuenta, se encuentra a un palmo de la boca de Kardia. No llegan a tocarse nunca. Kardia susurra. Le llama y le amenaza. 'Si aceptas el próximo libro, un día acabaré besándote'. Sonríe y Degel casi puede sentir la sonrisa en sus labios. Es un segundo y al siguiente, Kardia, sus labios y su calor se despiden y se alejan tarareando.
Degel se siente más borracho de lo que se ha sentido alguna vez en su vida y no se debe precisamente a las cervezas. Se pasa la madrugada dando vueltas en la cama y si se toca bajo el pijama, no se lo cuenta a nadie.
5.
El segundo libro es una re-edición de El extranjero.
En algún momento, Degel mencionó que Camus era uno de sus autores favoritos y, aunque quisiese, no habría podido rechazarlo.
El libro, en cuestión, llega a finales de semestre. El último día de exámenes, cuando Kardia se desploma en la cama de Degel, trasnochado, hambriento y con ganas de morir.
- Podría dormir un mes — resopla y Degel le tira la almohada a la cara.
- Podrías dormir en tu cama. En tu casa.
Degel tiene ojeras que ya no se esconden tras los anteojos y el último examen le corresponde en treinta minutos. Sabe que cuando vuelva, su cama estará invadida por una maraña de pelo azulado. Kardia gruñe con la nariz enterrada en el cobertor y de pronto, se levanta de golpe. Rebusca en la mochila hasta que da con el paquete de papel café. Se lo extiende a Degel sin mediar palabra.
Lo mira con desconfianza. No ha olvidado las palabras de Kardia y duda en aceptarlo. Kardia, por su parte, enseña los dientes, desafiándolo.
- ¿Vas a seguir corriendo?
Meses atrás, Kardia se le plantó delante declarando que no podía sacárselo de la cabeza como quien dice 'Eh, mira, va a llover' y el que no puede sacarse de la cabeza a Kardia ahora es él. Toma el libro, pero Kardia no lo suelta.
Se miran directo a los ojos, como cerrando un trato y Degel cree que lo va a hacer en ese momento, porque Kardia no sabe esperar. Para su sorpresa, Kardia ataja una risotada, le revuelve el flequillo y se aleja. Mientras se vuelve a meter en la cama, dice '¡Algún día lo haré!' y le da la espalda, cubriéndose hasta el cuello con las mantas.
Degel abre el libro y en la primera página, otra vez, distingue la letra de Kardia.
'Te lo advertí'
Y más abajo, la posdata.
'Voy a besarte. Algún día'.
Algún día. Degel espera que deje de ser sólo una amenaza.
Regresa dos horas después y confirma sus sospechas. Kardia duerme arrinconado, con la espalda contra la pared, con un pie fuera y el calcetín a medio sacar. No despierta cuando Degel cierra la puerta, ni cuando deja la mochila sobre el escritorio. Ni siquiera despierta cuando se sienta en la cama, a su lado, con el libro entre las manos.
Degel se detiene un momento en las palabras de Kardia en el libro, luego lo mira de reojo y suspira. Es un vendaval. Una fuerza de la naturaleza que un día decidió meterse en su cueva y a veces, Degel no sabe qué hacer con él. Es impertinente, mal hablado, impaciente, malcriado e impulsivo. No se queda quieto. No le importa si lo que dice está bien o mal, no le importa si a veces pasa por encima de las personas, mientras él se sienta a gusto. Sin embargo, a veces se calma. A veces hojea los libros de Degel y se queda horas leyendo páginas intercaladas. A veces tararea a media voz y se queda dormido encima de los cuadernos. A veces le regala libros. Otras tantas se mete en su cama con la ropa puesta, se cubre hasta la nariz y lo único que se ve son mechones azulados que suben y bajan rítmicamente.
Antes de percatarse de sus acciones, Degel lee con los dedos resbalando entre los mechones de azul oscuro que tiene a su alcance. Kardia se queja en sueños y cuando Degel va a apartar la mano, otra lo detiene. Ojos violeta le miran a través de parpados pesados y esa mano, que lleva una uña pintada rojo furia, le insta a seguir jugando con su cabello.
- Tu objetivo en la vida es leer la biblioteca completa antes de dejar la universidad, ¿verdad?
La voz de Kardia sale gastada, toda cansancio y adormecimiento. Degel sonríe. Aún no está seguro de cual sea su objetivo en la vida y de momento, no tiene muchas ganas de averiguarlo. Se quedan así hasta que a Degel se le resbala el libro de las manos. Bosteza y Kardia le ordena que duerma. Se arrincona imposiblemente más cerca de la pared para dejarle espacio suficiente a Degel.
Degel duda por principios pero ese día, Kardia está especialmente inofensivo, la cama está calentita y no duerme desde el día anterior. Cae rendido casi de inmediato.
Cuando despierta, horas más tarde, es Kardia quien juega con su cabello, con la vista clavada en el techo. Parece contento y, por primera vez, se ve calmado. La respiración le traiciona y Kardia nota que está despierto. Se le queda mirando con algo que se asemeja al cariño.
- En mi mente — susurra, casi sin aire — , siempre estoy corriendo. No lo parece, pero huyo todo el tiempo. Excepto aquí.
Degel traga pesado cuando siente los dedos de Kardia en el rostro. Las uñas, que siempre lleva demasiado largas, dejan caricias fantasmales sobre su piel.
- Excepto contigo — murmura otra vez y a Degel se le detiene el corazón dos latidos. Nota que es Kardia el que traga pesado ahora y lo ve cerrar los ojos. No dice nada. No porque no tenga nada que decir, si no porque siente que cualquier cosa que diga será insuficiente después de eso. Se queda dormido tragándose palabras y cuando despierta de nuevo, entrada la mañana del día siguiente, Kardia no está.
En su lugar, hay un paquete más pesado que los anteriores, con un post it al frente, escrito a la rápida.
'Este era para después. Después de besarte. Pero ya sabes, la paciencia no es mi fuerte.'
Rompe el envoltorio y se encuentra con una copia ilustrada de Drácula. En la primera hoja en blanco hay cuatro palabras con caligrafía impecable. Para que no le queden dudas.
'Creo que te quiero'.
6.
Degel nunca se refiere a las notas en los libros, pero durante los días siguientes, siempre parece un poco más callado. Más paciente con los desmadres de Kardia. Más susceptible a cualquier plan que se le ocurra al muchacho. Incluso, sopesa la idea de dejar de lado los estudios por esa noche.
- ¿Una fiesta?
En la cafetería, la energía eléctrica de Kardia pasa desapercibida. Asiente varias veces con entusiasmo.
- Me han dicho que es la mejor fiesta del año.
Degel lo sabe.
La fiesta, en cuestión, es un ritual que el trío de idiotas a los que llama amigos celebra cada año. Siempre hay mucha hierba y, definitivamente, hay demasiado alcohol. Hay parejas tocandose en mitad de la cocina y, por lo general, nunca sabes el nombre de la persona que despierta a tu lado la mañana siguiente. Conoce de cerca el tipo de fiesta que Youma y los gemelos celebran cada año y no. No quiere ir.
- Ven conmigo.
Kardia parece un cachorro hiperactivo esperando una galleta.
Va a gruñir que 'Ni hablar' pero la memoria le traiciona. Recuerda una promesa escrita en tinta negra que aún no se cumple y recuerda una declaración que, de momento, sólo son letras. Resopla y desiste.
- Está bien — gruñe, arrastrando las palabras por si tiene tiempo de arrepentirse.
No lo tiene, porque Kardia no se lo permite.
- Paso por ti a las ocho — y desaparece, antes de terminar de hablar siquiera.
A las ocho, Kardia toca la puerta. Lleva vaqueros con agujeros en las rodillas, una camiseta blanca y encima, una camisa a cuadros con las mangas recogidas sobre los codos. Las zapatillas, como siempre, van sin atar. Tiene las uñas de una mano pintadas azul intenso. Con un hilillo de sudor en el agujerito que se le forma entre las clavículas, siempre luce como si fuese verano, incluso en pleno invierno.
Le mira de pies a cabeza, buscando donde detenerse para burlarse.
- Dime, Degel, si afuera hay cien grados de calor, ¿aún usarías el suéter hasta la nariz?
Degel rueda los ojos. Acomoda el cuello del suéter y se hecha una chaqueta al hombro, por si acaso. Al lado de Kardia, parece que siempre está al borde la hipotermia.
La casa de los gemelos está a cuatro cuadras caminando. El silencio entre ambos se vuelve pesado mientras más se alarga. Kardia, en los últimos días, ha dicho mucho y Degel no ha dicho suficientes. En el medio, todas las cosas que Degel quisiera admitir y no se atreve, se solidifican y forman una muralla entre ambos que Kardia aún no descubre cómo atravesar. Y las cosas que Kardia ha dicho y de las que no está seguro de hacerse cargo, le pesan toneladas en los hombros.
Por suerte, no tardan en llegar a la fiesta. La música estruendosa les impide oírse los silencios y eso aliviana ligeramente la carga. Apenas ponen un pie dentro, los gemelos se les abalanzan, felices de ver a Degel allí para variar.
- Sabíamos que el crío te convencería — Aspros alza la voz para oírse sobre la música. Defteros no dice nada pero pide disculpas con un gesto, como diciendo 'Ellos insistieron'. Les pasa una jarra con cerveza a cada uno y desaparece, llevándose a Aspros con él.
- Me agradan tus amigos — Kardia tiene que inclinarse un poco hacia Degel para hacerse escuchar y Degel, cuando le responde, parece que le susurra en el cuello.
- Es porque no los conoces de verdad todavía.
Kardia se ríe a carcajadas, echando la cabeza hacia atrás. Se le hincha la vena del cuello y Degel, a veces, se imagina presionando los labios justo sobre ella, sintiéndole el pulso con la lengua.
A lo largo de la noche, Degel lo observa de lejos, evitando coqueteos y conversaciones banales de cualquier persona que se acerque y que no sea Kardia. Esa noche, solo tiene ojos para él y los hoyuelos que se le forman en las mejillas cuando ríe. Por lo visto, se lo está pasando fenomenal.
Le observa cuando bebe un shot de tequila del cuello de una pelirroja. O cuando se contornea bailando entre dos alumnos de segundo. Le observa cuando un chico rubio le habla al oído y Kardia enseña los colmillos, mirándolo a él. Lo ve negar con la cabeza y cuando logra deshacerse del muchacho, lo ve caminar hasta él quitándose la camisa sudada. La camiseta se le pega al cuerpo y Degel siente las rodillas flojas.
- Baila conmigo — exige. Tiene tequila en la mirada y arrastra ligeramente las palabras.
Degel no baila, pero se le ocurre una idea mejor. Se acerca lo suficiente para susurrarle al oído 'Ven conmigo'. Kardia se estremece con su aliento en el cuello y asiente. Entonces, Degel le coge la mano y lo arrastra escaleras arriba. Tres puertas a la derecha, el cuarto de Defteros tiene un balcón que da al patio y a esa hora, es perfecto para ver las estrellas.
Kardia se le pega a la espalda mientras intenta abrir la puerta y con toda seguridad, se está haciendo una idea equivocada de lo que está por suceder. Degel se ríe, presa de los nervios.
Atraviesan la habitación y Kardia se queja cuando nota que la cama no es el destino de Degel. El aire frío les golpea el rostro cuando abren el ventanal hacia el balcón y Kardia da un respingo; dejó la camisa en algún lugar del primer piso.
En el balcón, hay una mesita y tres sillas. Degel empuja a Kardia sobre la del medio y se sienta en la de la izquierda, suspirando aliviado después de horas de pie.
- ¿Estás borracho ya? — mira a Kardia con la cabeza inclinada sobre el hombro y se topa con ojos violeta que le miran intenso, con las cejas fruncidas y un puchero en los labios. Se ríe.
- ¿Qué es esto, Degel? Me lo estaba pasando genial y me traes aquí para…
Degel le interrumpe antes de que pueda decir algo más. Le sostiene el rostro con los dedos y se levanta lo suficiente de la silla para lograr atraparle los labios con los suyos. No es más que eso, un ligero contacto de labios, pero es un contacto que lleva semanas esperando y, curiosamente, el que pierde la paciencia es él.
Los labios de Kardia con suaves y mullidos, y cuando los toca con la punta de la lengua, se abren sin dudar. La lengua que sale a su encuentro es fuego puro. Roza la suya como lava que se desliza cerro abajo. Lentamente, sin atisbo de apuro. Degel no es el único que ha esperado por semanas y la mirada encendida con la que se encuentra cuando se separan le provoca cosquillas más abajo del ombligo.
- Estaba poniéndome un poquito celoso — admite y es la primera vez que acepta, frente a Kardia, que le provoca cosas que no sabe cómo manejar.
Y ahí está de nuevo, la sonrisa afilada con la lengua entre los dientes y esos ojos de animal al acecho. En tres segundos tiene a Kardia sentado a horcajadas, sosteniéndole el rostro con ambas manos y comiéndole la boca como si se le fuese la vida en ellos. Se besan horas, se respiran entre besos y cuando Degel le toca bajo la camiseta, Kardia se presiona contra su cuerpo y se frota contra su estómago, duro y caliente bajo el pantalón.
- Vamos a casa — jadea Degel. Kardia no quiere ir a ningún lado si eso significa dejar de besarle. Degel se ríe sin aire — Más paciencia, Kardia. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Todo el tiempo del mundo significa que pasan el fin de semana entre deberes y besos lentos. Besos en el rostro, besos en el cuello, justo allí donde Degel quiere sentir el pulso de Kardia con la lengua. Todo el tiempo del mundo significa que se recorren la espalda con la punta de los dedos como si estuvieran descubriendo un continente nuevo. No hacen más que besarse y tocarse bajo la camiseta, hablando entre susurros. 'Llevo meses queriendo hacer esto, Degel' y Degel se acomoda las gafas que le resbalan por la nariz, como si le diese vergüenza saberse deseado. No responde con palabras, porque las palabras le hacen sentir todavía más expuesto. Lo que hace es besar ese pedacito de piel que asoma cuando Kardia se estira y se le levanta la camiseta por sobre el estómago.
Le pregunta cómo logra que se le vean los abdominales si la base de su dieta son las gominolas y los bocaditos de limón. El estómago de Kardia vibra con su risa.
- Yo que sé, debe ser el yoga.
Degel levanta una ceja.
- Tú no haces yoga.
Se ríe de nuevo y la cama vibra con él.
- Entonces es la genética. ¿No te jode? Es como un premio por haber nacido.
Esta vez, Degel rueda los ojos y cuando intenta levantarse, Kardia le pone una mano en la nuca y lo jala hacia él. Le besa y le obliga a girar hasta que queda encima.
- Es mi turno — dice, y Degel podría jurar que se deshielan los polos cuando Kardia se lame los colmillos.
7.
Un día, Kardia le acorrala en la ducha, después del entrenamiento de atletismo. Espera que todos salgan, a sabiendas de que Degel siempre es el último y se cuela en los camarines. Degel apenas logra colocarse una toalla a la cintura cuando ya tiene Kardia por todos lados. Si no tuviese una férrea fuerza de voluntad, quién sabe qué hubiese sucedido. Sin embargo, es una advertencia. Desde que le besara, aquel día en la fiesta, le ha mostrado un camino a Kardia que éste quiere recorrer hasta el final y aquel final, tarde o temprano, llegará. Más temprano que tarde, a juzgar por la vocecita que ruega en su cabeza '¡Sigue bajando!' cada vez que Kardia le besa el final de la espalda y que a duras penas ha logrado contener los últimos días.
Dicha fuerza de voluntad se esfuma semanas después. Queda poco más de dos meses para terminar el curso y es primera vez que tiene sinceras ganas de mandar a Kardia al diablo en lo que va del año.
Es el cuarto libro que Kardia le regala y llega justo llega después de una seguidilla de besos robados a escondidas y encuentros furtivos en distintas partes del campus, donde se tocan menos de lo que podrían y más de lo que es debido con la ropa puesta. Es una edición de La Odisea bastante grande, de esos libros gordos que le gustan, y Degel, de alguna manera, se las arregla para arrojárselo a Kardia en la cara. La esquiva por centímetros y tiene el descaro de enfadarse.
- ¿Y a ti qué te pasa?
Le pasa que Kardia no tiene modales y cree que escribir '¿Cogemos?' en la primera página de un libro como aquel es una buena forma de sacar el tema a colación. Los últimos meses se han besado hasta que no les quedan fuerzas, pero no han ido más allá. Degel no quiere ir más allá. A veces, la falta de tacto de Kardia le provoca colapsos nerviosos.
- ¿Te crees que por escribir Cogemos en un libro voy a hacer lo que se te venga en gana? — Degel gruñe, repentinamente furioso y luego, resopla como si Kardia no tuviese solución — Eres tan jodidamente impertinente.
- ¿Impertinente? — está vez, es Kardia quien se enfada. Entorna la mirada y da dos pasos adelante, desafiante — Siento que impertinente es el comienzo de una larga lista. A ver, ¿qué más soy, según tú?.
Si, la lista es larga. Pero, siendo sincero, Degel no está cien por cien seguro de todas ellas.
- Malcriado.
- Vale, si.
- Impaciente.
- A veces, sí.
Se le disuelve un poquito el disgusto con cada intervención de Kardia; al menos está consciente de lo insufrible que puede llegar a ser. De pronto, bajo la mirada entornada de Kardia, Degel siente que quizás está exagerando un poco.
- Quizás eres demasiado intenso para mí — suspira — Y muy, definitivamente muy impulsivo para lo que acostumbro.
Kardia todavía parece enfadado pero levanta las cejas con sorpresa.
- ¿Impulsivo? ¿Yo?
Degel ahoga una carcajada porque su sorpresa parece genuina.
- Tres días después de conocerme, vienes y me dices que no puedes dejar de pensar en mi. ¡Tres días, Kardia! Y lo dices como si nada.
- Degel, eres tonto.
- ¿Qué?
Kardia sacude los brazos, resoplando. No puede creer que Degel no se haya dado cuenta todavía.
- Mira, te informo — dice — Llevamos casi 4 meses saliendo, ¿vale?. Y yo quiero coger contigo desde el día uno, ocho meses atrás, pero parece que recién te enteras ahora que lo escribí en ese libro para ti. Porque parece que si no está escrito en un libro no cuenta. — Degel se ruboriza cuando oye coger en los labios de Kardia. Siente que en cualquier momento le ceden las rodillas, pero Kardia continua — Ese día en la cafetería tenía ganas de besarte hasta que se te empañaran los lentes y, adivina qué, recién sucedió hace un par de meses. Te invité a salir recién dos meses después de haberte conocido porque no quería ahogarte.
Degel no lo había notado. Es más, no se vuelve consciente de que Kardia es otro con él hasta que el mismo Kardia lo pone en palabras.
- Me he tomado todo el jodido tiempo del mundo contigo, así que puedes borrar impulsivo de tu pondría en duda impaciente también.
No se da cuenta de que Kardia está cerca hasta que resopla y su aliento le acaricia el rostro. Degel da un paso atrás, instintivamente. Kardia parece ofuscado. Arruga las cejas y aprieta los labios antes de volver a hablar.
- ¿Qué quieres que haga, Degel? — ruge, dando un paso al frente. A Degel el cuarto se le hace pequeño cuando siente que choca contra la pared — ¿Quieres que te pregunte si cogemos con pétalos de rosas sobre la cama?
Parece que Kardia se burla, pero la pregunta va en serio. Degel se siente acorralado y le da un poco de pánico cuando Kardia da otro paso al frente y pone un brazo a cada lado de su cuerpo, dejándolo sin escapatoria.
- ¿A qué le temes tanto, Degel?
Entonces Degel reacciona. Le pone una mano en el pecho, manteniéndolo lejos y coge aire profundo.
- A esto — admite avergonzado, y señala todo — No sé… Nunca he sabido como hacer esto con otras personas. Esto de dejarlos entrar. No es que no quiera… — hace una pausa porque no sabe cómo expresarse. Opta por utilizar las palabras de Kardia — No es que no quiera coger contigo. Jesucristo, SI quiero, pero… Esto de la intimidad me… Me asusta.
Por cómo respira y baja la cabeza, Kardia sabe que es primera vez que Degel admite sus temores. Se ríe flojito, casi con ternura. Casi no quedan rastros de su enfado anterior.
- Degel, lo has hecho todo el año — se acerca lo suficiente para besarle la cabeza — ¿Eso de las conversaciones a las tres de la mañana? Intimidad, Degel. ¿Dejar que duerma contigo cuando todavía no había nada entre nosotros? Intimidad. Los jugueteos con mi pelo, echarte horas y horas hablando de porque te gustan tanto los libros que vienen en tres tomos. Los besos en la nuca cuando te despiertas antes que yo. Me has dejado entrar todo el condenado año, Degel.
Kardia se acerca otro poco y el brazo de Degel ya no opone resistencia. Le busca la boca a tientas y se traga las respiraciones ansiosas de Degel hasta que se agitan por causas totalmente distintas. Le besa despacio, con calma y no hace más que eso hasta que siente las manos de Degel en los hombros y nota que le aparta lo suficiente para mirarlo brevemente a los ojos.
- De acuerdo — murmura — Sí. De acuerdo. Hagámoslo.
Kardia no necesita más. Sonríe, victorioso, y esta vez, su beso demanda más. Su lengua resbala contra la de Degel y sus manos encuentra el camino hasta su abdomen, bajo la camiseta. Degel suspira y echa la cabeza atrás. Se sostiene apenas contra la pared, hasta que Kardia presiona las caderas contra las suyas y se aferra a él, rodeándole el cuello con los brazos. Con un brazo en la cintura, Kardia lo obliga a girar hasta que es él quien se apoya contra la pared. Le lame el cuello y tironea de la camiseta de Degel hasta que logra quitársela.
Degel parece abochornado, expuesto y Kardia siente los temblores en su estómago cuando lo roza con los dedos. Se detiene en el botón del pantalón, jala hasta que se desabrocha y entonces, su mano baja un poco más, hasta el bulto que se rebela contra el pantalón de Degel. Lo oye gemir y resbala la mano arriba y abajo hasta que a Degel se le olvidan las vergüenzas. Es su turno de perder la camiseta. Siente labios como brasas sobre los hombros y con el cuerpo, empuja a Degel hasta la cama. Le pone una mano en el pecho y sigue empujando hasta que Degel se sienta al borde del colchón y se deja caer de espaldas. Se le enchuecan los lentes y cuando quiere quitárselos, Kardia lo detiene.
- Dejatelos — se los acomoda sobre la nariz antes de inclinarse sobre él y besarlo — Tu look de bibliotecario empollón me pone caliente.
Degel se ríe y su risa espanta momentáneamente sus miedos.
- Kardia, tu vives en un estado de calentura permanente.
- Cierto, pero no le cuentes a nadie.
No es precisamente un secreto, pero Degel asiente de todos modos. Kardia se levanta otra vez y de un solo impulso, se quita los pantalones y los calzoncillos a la vez. Es que de pequeño nadie le explico que era la vergüenza. Degel lo observa, pasando saliva y se apoya sobre los codos. Quiere quitarse los pantalones pero tiene los dedos torpes y Kardia le manotea las manos a un lado.
- Deja, lo hago yo.
- Aparte de malcriado, mandón.
Kardia se ríe y se queda sin aire a media risa, más concentrado en quitarle los pantalones a Degel que en respirar.
Si antes ya se ha sentido como una presa bajo el escrutinio de Kardia, ahora que se moja los labios con la lengua y clava la mirada en su entrepierna, Degel no sabe qué sentir. No necesita averiguarlo porque segundo después siente esa misma lengua sobre su erección y ve blanco. Deja de pensar cuando el calor lo envuelve y blasfema por defecto. Se deja caer hacia atrás, gimiendo y de pronto, por algún extraño motivo, recuerda que la puerta está sin pestillo. Se pone nervioso y le jala el flequillo a Kardia.
- Kardia. ¡Kardia!.
- Mmmm...
- La puerta.
Se escucha un sonido húmedo y cuando Kardia alza la cabeza, se pasa el dorso de la mano sobre los labios y Degel está seguro de que desconoce que tan obsceno se ve haciéndolo. Le tiemblan los muslos solo de verlo con los labios hinchados y un hilillo de saliva en las comisuras. Kardia mira por sobre su hombro y cuando vuelve a mirarle, sonríe presa de una fiebre espontánea.
- No me importa la puerta — murmura — Que pasen y que vean.
Esta vez, cuando agacha la cabeza, le lame el interior de los muslos. Degel le mete una mano en el pelo y no pasa mucho tiempo cuando siente su lengua, caliente y húmeda, en ese trocito de piel justo debajo de los testículos. Que se joda el pestillo de la puerta. Que se jodan las clases y los exámenes que vienen. En lo posible, que se joda Kardia también porque si sigue lamiéndole así, como merendando, no cree que aguante mucho más.
Pareciera que Kardia le lee la mente. Deja de lamer y se sube a gatas sobre Degel. Es definitivo que no conoce la vergüenza porque después de besar a Degel rápidamente, le coge una mano y chupa dos dedos hasta que los tiene cubiertos en saliva. Degel gime desde lo más profundo de la garganta cuando comprende qué quiere.
Mete un dedo primero y hace círculos pequeños. Kardia jadea y sostiene el peso de su cuerpo solo con los muslos. Deja que Degel haga todo el trabajo al principio. Después, lentamente, sube y baja. Degel mete otro dedo. Siente que Kardia se tensa un segundo y cuando los mueve dentro de él, alternadamente, gime y vuelve a moverse. Contrae los dedos y toca un punto específico dentro de Kardia, que lo obliga a recogerse sobre sí mismo, ahogar un alarido mordiéndose los labios y jadear 'Mierda, Degel, haz eso otra vez'. Degel, por supuesto, obedece. Cuatro, cinco veces son suficientes para tener a Kardia sudando y temblando encima y Degel cree que es suficiente preámbulo. Saca los dedos, Kardia se queja pero no le da tiempo de reclamar. Se acomoda a sí mismo contra Kardia, que separa las piernas por reflejo. Cuando alza la vista, ve a Kardia con la frente sudada y la lengua entre los dientes. Lo ve abrir la boca en un jadeo mudo cuando se abre paso despacio. Le da una palmadita en la pierna y Kardia abre los ojos y baja la mirada. Se miran fijamente unos segundos y ahora es Kardia quien maneja los tiempos.
Va lento primero, acostumbrándose a la sensación de tener a Degel dentro y poco a poco, toma ritmo. Apoya las manos en la cama, una a cada lado de Degel y la nueva posición le permite más velocidad y más control de sus movimientos. Le permite oír mejor como gime Degel cuando está a punto de correrse. Siente sus manos arañando la piel de sus muslos y justo después, se le contrae el abdomen. Ni siquiera hace falta que Degel le de una mano.
Se desploma sobre Degel poco después, con el estomago manchado y sin aire. Degel le besa el rostro y pierde las manos bajo su melena. Cuando logra controlar su respiración, Kardia lo besa sin energía.
- ¿Por qué nos demoramos tanto en hacer esto?
La risa de Degel lo sacude. El sopor se adueña de Kardia y se queda quieto, sin cambiar de posición. Quizás Degel cree que se ha quedado dormido, porque le da un beso en la cabeza y resopla.
'Creo que te quiero también'.
Luego, el cansancio se adueña definitivamente de él.
8.
La última semana de exámenes Kardia parece más cansado que de costumbre. Quizás tenga que ver con los estudios hasta tarde, el estrés del fin de año o las horas que pasa sudando encima suyo, pero Degel ha notado que tiene las ojeras más marcadas y los pantalones le quedan todavía más sueltos que a mitad de año. Además, se la pasa enfadado.
Esa mañana, en particular, Degel se gira en la cama y encuentra a Kardia hecho un ovillo del otro lado. Cuando se da cuenta de que está despierto, se desenrolla y se abraza a Degel, escondiendo la cara contra su cuello. Tiene la nariz helada.
- Degel, tengo frío — dice, más huraño que de costumbre y es una sorpresa, porque Kardia nunca tiene frío.
Le toca la frente por si acaso, y aunque Kardia no tiene fiebre, un sudor helado le cubre el rostro.
- Quizás tienes gripe.
Kardia chasquea la lengua.
- Nah, no me enfermo desde los ocho.
- Entonces a levantarse. Todavía tenemos mucho que estudiar.
Kardia se aferra un poco más fuerte a Degel y suspira.
- Un ratito más.
Degel acepta. Solo porque tiene demasiado cansancio acumulado.
A la hora del almuerzo, Kardia está inquieto y su mal humor se ha acrecentado con las horas. Las ojeras se le marcan más bajo la luz incandescente de la cafetería y pareciera estar más pálido que al despertar. Es claro que no se siente bien. Cuando la cafetería comienza a abarrotarse más de gente todavía, Kardia tiene ganas de arrancar, ahogado.
- Degel, vámonos — sorbe su café como si no le hubiese oído — Salgamos de aquí.
- Aún no termino, Kardia.
- No importa. Vámonos.
- Dame unos minutos, Kardia — dice Kardia en cada frase, porque a veces parece que no le oye si no oye también su nombre. Por dentro, Kardia tiene cinco años.
Kardia no espera. Luce agitado y se pone de pie como si no supiese que hacer consigo mismo. No dice una palabra más y se larga.
Tres mesas más allá se desploma, llevándose con él tres sillas y una mesa repleta de libros.
Degel está a su lado más rápido de lo que demora en gritar ¡Kardia!, y cuando lo voltea, nota que respira apenas y que sus labios se vuelven peligrosamente violeta. No responde y luego, todo pasa muy rápido. La algarabía en la cafetería, el sonido de una sirena y alguien que lo sube a empujones a una ambulancia, donde un pitido le indica que el corazón de Kardia late demasiado rápido y muy irregular para ser normal.
En el hospital, Degel descubre tres cosas. La primera es que Kardia luce igual a su madre. La segunda, es que tiene una hermana de diez años por la que se muere y de la que no habla nunca. La tercera es que nació con un defecto congénito en el corazón, que tarde o temprano iba a traer complicaciones. Se lo descubrieron a los ocho años, cuando se desplomó en medio de una clase de atletismo. Desde entonces no ha podido hacer ejercicios intensos y se cansa más de lo normal. De pronto, le hace sentido que Kardia pareciera, a veces, tan falto de aire.
Se va a casa de madrugada, cuando la madre de Kardia le asegura por octava vez que estará bien y que él también debe descansar. En su cuarto, le traicionan los nervios. Explota en oleadas de rabia y frustración que se alternan hasta que se rinde, agotado, con los ojos llorosos y la mandíbula tensa.
'¿Por qué no me dijo nada?'
Despierta pasado mediodía, con los ojos rojos y los párpados hinchados. No responde ninguno de los mensajes que le llegan al móvil; la mitad son de Kardia.
Dos semanas después del incidente en la cafetería, Degel sigue sin contestar sus mensajes. No contesta llamadas. Sin embargo, recibe un envoltorio café. Sabe muy bien de qué se trata y de dónde proviene. Mira el pequeño paquete en sus manos como si fuese una maldición y lo deja a un lado, sin abrir.
Es el quinto desde que conoce a Kardia y, esta vez, no tiene ni curiosidad para abrirlo. Le quedan dos ensayos por escribir y le falta rendir el último examen del año. Tiene una competencia nacional el mes entrante, está exhausto y acaba de recibir el paquete de Kardia. El mismo Kardia que le hace humo el buen humor tan pronto le recuerda y que lleva dos semanas evitando. Se enfada, porque no puede concentrarse en nada que no tenga que ver con aquel muchacho de ojos afiebrados que solía perseguirlo por toda la universidad desde que se le cruzó aquel día, en la pista de atletismo.
Lo echa de menos.
Lo echa terriblemente de menos.
Y a lo único que puede echar mano, además de los recuerdos, es a los libros. Deja los apuntes a un lado y toma el paquete. Retiene el aire y cuando suspira, rasga el papel con todo el mal genio que puede conjurar en esos momentos. Es una edición ilustrada de La Divina Comedia. Le tiemblan los dedos cuando busca la nota de Kardia en la primera página.
Es una sola palabra. La caligrafía se inclina un poco a la izquierda y pierde fuerza en la última letra. Se le agita el corazón cuando la lee, se le diluye el enfado y pareciera que todos los sentimientos se le juntan en los ojos y se hacen agua.
Perdón.
Tarda casi cuatro horas en decidirse, hojea todos los libros que Kardia le ha regalado durante el año antes de salir de casa y aún así, no se siente del todo preparado para enfrentarlo. La puerta de su habitación en el hospital está abierta hasta atrás y Degel lo observa desde allí, sin llamar.
En el cuarto, Kardia está medio sentado en la cama. Tiene mangueras de oxigeno saliéndole por la nariz y una mascarilla colgándole del cuello. Otras mangueras le salen del brazo derecho y su hermana, en ese momento, le pinta las uñas de esa mano de un color calipso brillante. Con la mano izquierda, Kardia revisa los mensajes del móvil con el cejo fruncido.
Siente una mano en la cintura que lo sobresalta ligeramente y luego, la voz de la madre de Kardia sobre el hombro, llamando suavemente a la niña.
- ¡Sasha! Ven hija, tu hermano tiene visita.
Kardia alza la vista de golpe. Se miran fijo unos segundos y Degel puede reconocer, de nuevo, los ojos intensos del Kardia de siempre. Ese que le hace sentir las rodillas débiles y el estómago apretado. Degel espera hasta que la madre de Kardia y la niña se alejan para dar un par de pasos dentro del cuarto.
- Tu madre me habla como si me conociese de toda la vida.
- Ella sabe todo de todos — dice Kardia, sonriendo. Hace una pausa breve — Sabe todo de nosotros. La idea de los libros fue de ella.
A Degel le punza el pecho cuando dice 'nosotros'. Aprieta la mandíbula.
- Recibí tu libro. — murmura y Kardia arruga las cejas. Le enseña el móvil y hace ese gesto con los labios; ese gesto que hace justo antes de reclamar.
- Pero no podías contestarme los mensajes.
De pronto, Degel se siente molesto otra vez. Kardia no tiene derecho de reclamarle nada. El de los reclamos tiene que ser él.
- ¿Por qué no me dijiste nada?
Kardia resopla y se deja caer contra los almohadones.
- Nunca se lo digo a nadie.
Degel está junto a la cama antes de darse cuenta. Increpa a Kardia de nuevo porque merece una mejor explicación que esa.
- ¿Por qué no me dijiste nada a mi?
Se toca el pecho con el dedo para hacer énfasis en lo que pregunta. Kardia cierra los ojos. Degel ve las ojeras, ve la palidez. Se fija en la tensión en su frente y que se mordisquea los labios. Le toca la mano con la punta de los dedos y suaviza la voz. Está molesto, pero ahora, con Kardia jodiendole la vida una vez más, se siente aliviado.
- Kardia, ¿por qué?
- No me gusta que sientan lastima por mi.
Traga pesado y cuando abre los ojos, vuelve a mirar a Degel fijamente.
- ¿Recuerdas todas esas veces que te enfadaste conmigo porque no tengo paciencia? ¿Todas las veces que discutimos porque creías que soy muy impaciente? — se le suaviza la mirada cuando entrelaza los dedos con Degel — En realidad, no tengo tiempo para tomarme las cosas con calma, Degel.
- Debiste decírmelo, Kardia. Tendría que haberlo sabido.
- ¿Por qué? — murmura Kardia — ¿Qué habría cambiado?
- ¡Todo habría cambiado! — Degel alza la voz aunque no tiene intenciones de hacerlo. Kardia arruga la frente.
- ¿Hubieses dejado de salir conmigo de haberlo sabido?
Degel rueda los ojos. Quizás la falta de oxígeno es lo que hace a Kardia un poco lentito en ocasiones.
- ¡Claro que no! — se sienta al borde de la cama antes de inclinarse y rozar la frente de Kardia con los labios — Pero no habría perdido tanto tiempo.
Kardia se ríe y Degel se estremece cuando le atrapa los labios en un beso suave.
- Es que te gusta hacerte el difícil.
Esta vez es Degel quien se ríe, aunque no le hace gracia en lo más mínimo. Trata de levantarse, pero Kardia se lo impide. Lo mantiene abrazado contra su pecho y Degel refriega la nariz contra su camiseta.
- No me das lastima, Kardia. Ni la más mínima — murmura, escuchando el latir pausado de Kardia — Me das miedo.
Le cuesta admitirlo. Le cuesta admitir que le da miedo tenerlo tan metido bajo la piel que no sabría qué hacer si de un momento a otro ya no está.
- Me da miedo no saber qué hacer con todo esto que siento por ti, si un día ya no estás. Podrías haber muerto y yo…
Kardia lo interrumpe. Susurra apenas, tan despacio que a Degel le parece que lo siente vibrar contra la piel en vez de escucharlo.
- Estoy bien. Sólo necesito un trasplante y todo estará bien.
Degel ahoga una carcajada; lo dice como si fuese lo más simple del mundo conseguir un corazón que le sea compatible. Kardia pega los labios a su sien y sonríe contra su piel, a sabiendas de lo que piensa.
- Le escuche a la enfermera que el paciente de la 304 es un malcriado malparido. ¿Te suena? Seguro no necesita su corazón — Degel le da un golpecito con el puño y Kardia se ríe sin aire — También le escuche que era un impertinente insufrible… ¡quizás hasta seamos compatibles!
- ¡Kardia!
Le da otro golpecito con el puño y luego abre la mano. La deja sobre su pecho, justo donde late un corazón muy débil para el vendaval que lleva Kardia dentro. Alza la cabeza hasta que se encuentra con sus ojos violeta. Le mira fijo, sin decir una palabra, como si quisiera dejarle claro las cosas solo con una mirada. Y parece que lo consigue, porque Kardia sonríe, pone la lengua entre los dientes como si estuviese a segundos de hacer una travesura y lo jala de la nuca, hasta que le chocan los dientes. Degel se queja contra sus labios y Kardia aprovecha para meterle la lengua en la boca. Le lame como si fuese caramelo. Cuando se separa, tiene rastros de saliva en la barbilla pero no parece importarle.
No se dicen que se quieren, pero lo saben. Lo han sabido desde el principio, pero no tienen tiempo para palabras que no alcanzan a expresar lo que sienten en realidad. Kardia murmura lo único que a Degel le parece importante desde entonces.
- Estaré bien, lo prometo.
Degel le cree, porque Kardia es de esos fenómenos de la naturaleza que cumplen lo que dicen, cueste lo que cueste.
~~FIN~~
