NUEVOS AMIGOS...O ENEMIGOS

Una suave brisa recorría el bosque de Alis Lithban, llevando con ella una dulce y embriagadora canción. La Torre de Drackwen, muerta hace poco, empezaba a ser devorada por las plantas que, tras la muerte de la Torre y del Nigromante, habían recuperado parte de la energía liberada.

La primavera había llegado al fin al bosque de los unicornios y su aire puro de nuevo hacía que pasar por allí fuera una delicia. Casi parecía que en cualquier momento, una de esas magníficas criaturas podía aparecer de nuevo.

Una joven muy extraña paseaba por allí. Junto a ella, un águila negra planeaba lentamente. La canción cesó, y el bosque volvió a quedar sumido en el más puro silencio.

La chica se acercó a las ruinas de la Torre, saltando entre las piedras cubiertas de musgo. Aún quedaban en pie parte de los sótanos, aunque el techo se había derrumbado casi por completo y la mujer penetró en ellos. Bajó por las escaleras y, en el fondo de la sala, vio un cuerpo sobre un pedestal, envuelto en sombras. Se acercó a él y lo observó con indiferencia. La feérica de piel y cabellos color aceituna descansaba sobre ella. Estaba muerta, aunque no lo parecía. Su pelo estaba extendido en abanico alrededor se su cabeza y tenía una mano junto al rostro y otra sobre el pecho. Las piernas ligeramente ladeadas y cruzadas.

Pudo oír, en medio del silencio, como una voz llamaba al espíritu de la fallecida y también pudo observar con interés como este volvía a su cuerpo. Le dio un espasmo y se levantó de golpe. Miró a su alrededor y, aun así, no reparó en ella, puesto que se encontraba oculta entre las sombras. Vio como sacaba el cuerno del unicornio y lo acariciaba con avaricia.

-Sé quien soy. Soy Gerde. Y soy una diosa.

-Muy bien, muy bien...-murmuró la muchacha dando un paso al frente, descubriéndose.

-¿Quién eres?-preguntó de malas la hada.

-Eso ahora mismo a ti no te interesa, aunque Él lo sabe.

-¿Él?

-Sí. El Séptimo.

-No entiendo que quieres decir.

-Ya te lo explicaré. Ahora-dijo tendiéndole la mano-, te llevaré a un lugar que te gustará mucho, te lo aseguro. Puedes confiar en mí-añadió al ver que Gerde dudaba-. Yo no traiciono a mi gente.

-De acuerdo-asintió y se levantó. Tomó su mano y desaparecieron instantáneamente.

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-¿Quién eres?- preguntó Qaydar.

-Eso no importa. Necesito ver al shek y al dragón.

-Para eso tendrás que decirnos antes el porqué.

-Eso no te incumbe.

-¿Qué ocurre aquí?-intervino Shail. A su lado se encontraba Zaisei, ayudándolo, como siempre.

-Esta encantadora joven-pronunció la palabra "encantadora" con sarcasmo- quiere ver a Yandrak y al shek.

-¿Sí? ¿Por qué?

- No puedo decirlo.

- Será que no quieres decirlo- dijo el Archimago.

-Vuelvo a repetirle que mis asuntos no son de su incumbencia-repitió la chica con un tono de voz tan frío que podría incluso helar a una de las serpientes aladas.

La celeste observó con curiosidad y un temor sin fundamentos a la muchacha. Miró su corazón y vio en él tales cosas que se quedó sin aliento. Retrocedió instintivamente y se mareó. La joven le dedicó una mirada de reojo cuando el Archimago y el mago no la observaban y esta soltó un pequeño grito antes de caer inconsciente al suelo.

-¡Zaisei! ¿Qué te ocurre?

La muchacha aprovechó la distracción y entró corriendo en la Torre. Empezó a subir las escaleras lo más rápido que pudo y llegó al mirador en un par de minutos. Cuando recuperó el aliento se apoyó en la balaustrada. Un punto negro bajó de los cielos y se apoyó en el hombro de la joven. El águila graznó, aunque se cayó a un gesto de su dueña. Esta le sonrió y le acarició la cabeza. Se dispuso a mirar el horizonte y esperó...

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Christian despertó algo sobresaltado. Había una presencia muy poderosa en la Torre; demasiado, en su opinión. Sacudió la cabeza para despejarse y se dirigió a la sala en la que reposaba Victoria. Cuando vio a Jack tumbado junto a ella, la llama del odio renació de nuevo en su pecho, pero se contuvo. Se acercó y le dio un toque en el hombro, aunque el otro no se inmutó. Dio unos pasos atrás y desenfundó a Haiass hasta la mitad. En ese momento, él lo sintió y se levantó rápidamente, alerta. Sacó a Domivat en un acto reflejo y se puso en posición de ataque. Cuando vio quien era, lanzó un suspiro resignado y la guardó. El shek hizo lo mismo, mientras le dedicaba una de sus medias sonrisas.

- Hay alguien en la Torre.

- ¿Y? ¡Ahora hay muchísima gente aquí!

- Alguien especial, dragón. Si no lo has sentido, es que de verdad podemos esperar poco de ti.

- Mira, como vuelvas a...- Jack se quedó cortado a la mitad. Ahora sí lo percibía y su presencia era abrumadora- Vale, ya me he percatado de ello.

-Menos mal- murmuró Christian.

Jack estuvo a punto de abalanzarse sobre él, pero se controló. Ambos salieron de la habitación de Victoria-Jack a regañadientes- y subieron las escaleras hasta el mirador, que era donde sus instintos les decían que estaba. Arriba, la única luz que había era las de las lunas. Una figura envuelta en sombras recortada sobre la balaustrada los esperaba.

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Un agradable olor inundaba la habitación. Había sentido una presencia junto a él hacía rato, pero estaba demasiado cansado como para averiguar quién era. Esa persona se había marchado hacía rato, pero acababa de volver. Abrió los ojos lentamente, pero volvió a cerrarlos inmediatamente, puesto que la luz era cegadora. Se llevó una mano a la cabeza, puesto que le dolía mucho. Aún así intentó levantarse, pero una mano en su hombro lo detuvo.

- No deberías hacerlo. No estás bien.

Alexander abrió los ojos de golpe. Había pensado que el dueño del lugar donde estaba sería un hombre, pero estaba completamente equivocado. Era una muchacha rubia clara, de pelo casi blanco. Sus ojos, de color verde esmeralda, les recordaba a los de Jack. Un sentimiento de culpabilidad lo acusó en ese momento.

Sus emociones debieron de reflejarse en su rostro, puesto que la joven, que no aparentaba más de quince años, lo miró con preocupación.

- ¿Qué te ocurre?-su voz era dulce y muy suave, como sino quisiera provocar ningún problema.

- Nada, nada... solo recordaba a un viejo amigo.

- Y... ¿Qué le pasó?

- Murió. Lo mataron los sheks- pronunció la palabra con odio y asco.

- Entiendo... – murmuró la chica. Se quedó un rato en silencio, buscando un tema de conversación. Cuando lo encontró, le preguntó:-¿Por qué estas aquí?

- ¿Yo?- preguntó sorprendido. Había estado sumido en sus pensamientos y se había sorprendido. La muchacha asintió- Pues...-dudó antes de seguir-supongo que es una especie de "retiro voluntario".

- Como lo has dicho, parece de todo menos voluntario.

- Tal vez. ¿Y tú?

- Lo mío sí es voluntario.

- ¿Dónde estamos?

- Al borde de las Nanhai.

-¿Y por qué vives aquí?

- Porque era el único sitio en el que podía estar tranquila. ¿Sabes? A la gente le suele dar por molestarme.

- Entiendo.

-Hay veces que piensan que no tienes sentimientos. Te juzgan por tu aspecto o las acciones que te salen mal sin intención de dañar. Odio a los superficiales y a los que se unen con ratas como los sheks o el Nigromante-en ese momento, su voz tomó un timbre un tanto extraño, como de rabia contenida.

- Pienso igual que tú- aseguró el hombre, con una media sonrisa-. Tienes mucha razón.

- Gracias. Por cierto, no me he presentado. Mi nombre es Inwa.

- El mío Alexander.

- Bonito. Significa vencedor. ¿Tus padres lo eligieron por algo en especial?

- No. Me lo puse yo.

- Entonces, no es tu verdadero nombre, ¿cierto?

- Exacto. Pero no me gustaría revelarlo todavía. No te lo tomes a mal, pero...

- No te preocupes, te entiendo. He tenido muchas experiencias; unas buenas, otras no tanto... pero todas han tenido que ver con gente que oculta cosas. Incluso yo tengo mis secretos. Por eso no me importa que no quieras contármelo.

La muchacha se levantó y se acercó a una pequeña chimenea que había en la cabaña. La verdad es que, para estar al borde del Anillo de Hielo, el interior de la construcción estaba agradablemente cálido. Volvió con un cuenco de agua caliente y unos paños. Volvió a sentarse a su lado y lo empujó suavemente en su pecho desnudo para que se tumbara.

- Te encontré hace tres días. Te vi de lejos; te tambaleabas y me acerqué para ver que te ocurría, pero te desplomaste antes de que llegara a tu lado. Cuando te di la vuelta estabas helado, pero vivo. Te traje aquí y te estoy cuidando desde entonces; tenías una hipotermia enorme. Crees que estas bien, pero sigues con la temperatura más baja de lo normal-tomó uno de los paños y lo metió en el agua. Apretó los labios cuando sus manos se zambulleron en el ardiente líquido; Alexander se dio cuenta de su breve gesto.

- Puedo hacerlo yo solo, si quieres; no soy un niño.

- Lo sé, pero aunque seas adulto y mayor que yo, en estos momentos me necesitas. Nadie conoce estas tierras como yo a excepción de los gigantes. Sin mí no sobrevivirías ni dos días. Está demostrado.

- Pero te estas quemando...

- Eso no importa. La temperatura del agua en estos momentos es relativamente agradable.

Sacó la tela del cuenco y exprimió el líquido sobrante. Luego lo colocó sobre la frente del joven, que se estremeció por la temple que le transmitía, aunque se sintió mucho mejor. La muchacha sonrió-lo que hizo que el joven se ruborizara inexplicablemente- por su reacción y asintió. Volvió a levantarse y lo dejó todo sobre la mesa. Tomó unas extrañas hojas parduscas de una bolsa en una repisa y las echó en un vaso. Vertió más agua caliente de una olla en el fuego y dejó el recipiente en una silla, junto a la cama.

- Tengo que marcharme. Si te apetece, tómate la infusión. No te preocupes, no se enfriará. Hasta luego.

Alexander vio como tomaba un abrigo de piel blanca con capucha y abría la puerta. Una corriente de aire frío le hizo estremecerse. Volvió a incorporarse sujetándose el paño en la frente y le preguntó:

-¿A dónde vas?

- A ver a unos amigos.

-¿Humanos?

- No. No hay seres humanos por aquí.

- ¿Entonces...?

- Ese es uno de mis secretos- respondió con una enigmática sonrisa antes de cerrar la puerta.