Projections- Prólogo - Tyelperin.

Disclaimer: Harry, Draco, Rita Skeeter, Ron y el potterverso son propiedad de J.K Rowling y no mía. Por suerte, soy la orgullosa propietaria de una botella de coca-cola y una fanta de naranja y de Terry Mcgee. Con algo me tengo que animar.

NdA - Esta historia contiene pre-slash, slash y un proceso lento de formación de una relación. Es fiel al canon exceptuando el infame epílogo (¿qué epílogo?). Se empezó a escribir hace casi una semana y este prólogo ha recibido tantas revisiones que es casi ridículo.

Para mi beta, que me empuja a mantener una agenda de actualizaciones y que saca tiempo de donde no lo tiene para leerme.

xXx

¡El dragón pierde fuelle!

Dice adiós la pluma más afilada de El Profeta

Draco Malfoy, sensación periodística del mundo mágico, ha decidido abandonar su puesto en esta publicación en pos de un retiro pacífico en el que reenfocar su carrera.

El joven periodista confiesa haber perdido la pasión por su trabajo pero nos preguntamos ¿será que lo que ha perdido es su don?

Dotado con una capacidad asombrosa para molestar a todo aquel sobre el que escribiera, Draco Malfoy ha sido comparado incluso conmigo misma, Rita Skeeter, en su insultante y poco elegante forma de escribir.

Desde la redacción nos despedimos de nuestro compañero y le deseamos suerte en su retiro y en su nuevo enfoque. Sin embargo, tenemos que añadir nuestra preocupación por su integridad física dada la cantidad de gente ofendida por sus artículos en busca de una retribución.

Informa Rita Skeeter para sus amados lectores.

Draco Malfoy bufó y dejó El Profeta a un lado. Rita Skeeter, esa zorra vengativa, ni siquiera sabía cómo escribir algo mínimamente insultante. Ni siquiera sabía cómo escribir. ¿Que había perdido la pasión? ¿Qué pasión podía perder? Lo que el había confesado, a gritos, en la redacción era que nunca había existido motivación, que si le habían puesto a trabajar en esa sección de cotilleos de mierda era porque tenía un pasado y que para trabajar bajo esas condiciones con gusto aceptaría un trabajo en Corazón de Bruja pero que ¿sabían qué? A la mierda todo eso, iba a escribir su propia novela en algún rincón perdido del mundo e iban a tragarse sus ventas.

A Draco le escoltó hasta la salida de la redacción un coro de risas, risotadas e incluso gruñidos que aún no había conseguido olvidar del todo.

Con un suspiro, se pasó una mano entre mechones de pelo rubio y se llevó el cigarrillo a los labios, dando una lenta calada y llenándose los pulmones de nicotina. Era un vicio feo, repugnante y que nunca le gustó pero también era una forma de relajarse, un único cigarrillo cada noche después de cenar para olvidar que durante el día tuvo que escribir con un nudo en la garganta cosas que no quería escribir y forzarse a ser un "profesional".

Por supuesto, Rita Skeeter sí tenía razón en algo: Iba a ser peligroso estar solo y eso sólo hacía que la sensación de haber cometido un error intentase abrirse paso en su pecho con mucha más fuerza de la que ya había estado usando. Draco se mordió el labio, abandonó el cigarrillo a medio consumir en el cenicero y dejó que sus dedos se deslizasen una vez mas entre su pelo con un gruñido frustrado.

Desde la mesa, el trozo de pergamino y la pluma parecían mofarse de él. Pero eso era lo que tenía que hacerse y era lo que quería hacer, era lo que necesitaba y lo que haría que se sintiese libre, con algo de control sobre su propia vida.

Draco se levantó, mangas de camisa enrolladas hasta los codos, y decidió que era hora de dejar de esconderse y de dejar que su pasado fuese el que decidiese lo que tenía que hacer. Era hora de dejar de ser Draco Malfoy, ex – mortífago, para ser Draco Malfoy, escritor.

A la tenue luz de la habitación, la suave sonrisa que se formó en sus labios se perdió frente a un tintero y una libreta junto al pergamino y la pluma. La libreta abierta mostraba sólo una palabra: Pembrokeshire.

xXx

- Esto es una broma ¿verdad? – Harry sabe que va a hacerse daño si sigue cerrando los puños con tanta fuerza, pero no es capaz de hacer que le importe. Al otro lado del escritorio, su mejor amigo niega con la cabeza.

- Mira, Harry, esto me gusta tanto como a ti…pero tengo las manos atadas – a Ron le interrumpe un resoplido, pero no muestra que le afecte, ojos azules severos e impasivos - ¿Qué quieres que haga? El ministro quiere tenerte en una jaula de cristal, ya lo sabes, y este es el caso que tengo que asignarte.

Harry se muerde el interior de la mejilla para no decir algo como "¿Y dónde está el Gryffindor que yo conocí?" o "No quiero hacerlo y no lo haré". Se siente bastante orgulloso de sí mismo cuando consigue reprimir unas respuestas que, además de ser infantiles, Ron no se merece y deja caer la frente entre sus brazos cruzados sobre el escritorio con un gruñido.

- Ya, lo sé. No…simplemente no lo entiendo – responde, su voz apagada por sus propios brazos – Es decir… ¿por qué…él? ¿No trabajaba para El Profeta o algo así?

- Sabes muy bien que trabajaba en El Profeta – intenta que la mofa que de algún modo está ahí, en el tono de voz de Ron, no le afecte – 'Mione y yo lo sabemos bastante mejor después de tenerte despotricando a gritos en nuestra cocina ¿te acuerdas?

Se acuerda. Esa mañana El Profeta había llegado como cualquier otro día y Harry lo había ignorado como cualquier otro día hasta que una foto encabezando un artículo le llamó la atención, en un pequeño rectángulo. Un hombre joven, rubio, rasgos afilados, ojos fríos y sonrisa mordaz. Draco Malfoy. A su lado, en letras demasiado grandes, "¿Está nuestro héroe sufriendo una crisis sentimental?". Cuando lo leyó, estuvo tentado de reír. Pero fue un impulso fugaz que quedó enterrado bajo ira e indignación. Draco Malfoy estaba especulando sobre su ruptura con Ginny en un tono casi…Skeeter. Lo que Harry recuerda haber hecho después de eso es Aparecerse en el apartamento de Ron y Hermione, muchos gritos y una cantidad proporcional de whiskey de fuego.

Espera que su gruñido sea respuesta suficiente mientras levanta la cabeza y se enfrenta a la mirada de Ron, que no sabe muy bien qué intenta decirle pero que no tiene la culpa de que esto le esté pasando. No del todo.

- ¿Puedo verlo otra vez? – Ron asiente y le pasa un trozo de pergamino que Harry ya ha leído y por el que ha desarrollado un desprecio impropio. El pergamino está cubierto de palabras escritas en letra estirada y suave.

Estimado Ronald Billius Weasley:

Con motivo de mi dimisión y mis nuevos proyectos profesionales, voy a permanecer aislado durante un periodo aún por determinar de tiempo trabajando en un nuevo proyecto. Sin embargo, dada mi reputación, me veo en la obligación de comunicarle que necesito protección durante mi estancia en Pembrokeshire con el fin de asegurar mi integridad física.

Dado que ostenta el cargo de Jefe del Departamento de Aurores, asumo que es la persona correcta a la que enviar esta carta. Sólo pido un auror que pueda mantener a salvo mi seguridad durante mi exilio.

Le saluda atentamente

Draco Malfoy.

Harry lee la carta tres veces antes de devolverle el pergamino a Ron. Evita su mirada de no-puedo-hacer-nada fijándose en su lugar en la esquina del escritorio y se muerde el labio. La verdad es que no puede decir que no y tampoco puede quedarse ahí sintiéndose mal por sí mismo y regodeándose en su desgracia. Tiene que ir a Pembrokeshire, y Godric sabe dónde está eso, y hacerse cargo de que a Draco Malfoy no le mate ninguna de esas personas a las que ha humillado.

No mira a Ron cuando se levanta y sale del despacho casi arrastrando los pies, la sensación de que algo malo va a pasar acurrucada en el fondo de su estómago esperando el momento en el que gruñir y arañar.

xXx

Joder, está cansado. Le cuesta quitarse la túnica de auror, le cuesta patear sus zapatos al otro lado de la habitación, le cuesta trepar a la cama, le cuesta deslizarse bajo las sábanas y le cuesta un puto montón más de trabajo hacerse a la idea de que al día siguiente tiene que ir al Ministerio a recoger un traslador que le llevará a Pembrokeshire. No sabe cuándo ha empezado a estar tan cansado de todo, pero seguramente tenga algo que ver con el hecho de que ni siquiera sabe si le gusta ser auror, si quiere serlo, y está menos seguro con cada estúpido caso que le asignan. El señor Terry McGee no puede hacerse a la idea de que Harry no es una muñeca de porcelana o una frágil y quebradiza recordadora.

Harry bufa, aunque lo que oye le parece más una risotada, intentando ponerse cómodo para dormir de una vez. Ha derrotado a Voldemort, ha estado muerto, ha salvado la vida de muchas personas con diecisiete años; y ahora que va a cumplir veinticuatro, Terry McGee se ha autoproclamado su…hado padrino o algo por el estilo. Su suerte tiene una forma muy retorcida de actuar, piensa, y luego decide dejar de pensar porque se acerca un día tremendamente largo y va a necesitar dormir todo lo posible para ser capaz de hacerle frente.

Se sume en un sueño inquieto y poco restablecedor, pateando sábanas y dando vueltas sobre el colchón. Cuando la luz empieza a colarse por la ventana, Harry está despierto con los brazos y las piernas extendidas sobre la cama y los ojos clavados en el techo. Ha soñado algo que no puede recordar. Se fuerza a sí mismo a arrastrarse hasta el borde de la cama y sentarse y se frota la cara con las manos de forma cansada. Busca su varita en la mesilla de noche con distracción y lanza un Tempus al aire. Las 7 de la mañana. Tiene que estar en el Ministerio en una hora, es su deber y es lo que tiene que hacer.

Y sobre Malfoy…ya se preocupará más tarde por eso.

- Sólo tienes que plantarle cara, – se dice a sí mismo, mientras busca su ropa de trabajo entre los montones esparcidos por la habitación y vistiéndose de forma mecánica. – No pienses en ello, sólo…mentalízate.

Esas parecen ser las palabras correctas para tranquilizar a esa criatura que ha anidado en su estómago y que está convencida de que todo va a salir mal. Mantenerla a raya le hace sentir un pequeño golpe de satisfacción consigo mismo que le hace sonreír al bajar las escaleras hasta la cocina de Grimmauld Place.

Por ahora, lo único que necesita es café y recordarse que no todo tiene por qué ser malo. O intentarlo, al menos. La rutina de preparar el café también le tranquiliza, agua hirviendo y aroma amargo y tostado invadiendo la cocina. Apoyado en la encimera, Harry se lleva su taza de café a los labios y da un sorbo que le quema la lengua y la garganta, apreciando el pequeño escozor que deja el líquido ardiendo al pasar. Cierra los ojos apretando la taza entre los dedos y suspirando.

Las cosas más simples son las que mantienen su mundo a flote. Levantarse, vestirse, tomar un café y salir de Grimmauld Place llenándose los pulmones del aire fresco y húmedo de las mañanas londinenses. La sonrisa que empezó a dibujarse mientras bajaba las escaleras se amplía y, por primera vez desde que le hablaron de este caso, Harry se siente capaz de afrontarlo sin que pase nada malo.

Ni a él…ni a Malfoy.

Con esa nueva oleada de optimismo se dirige al punto de aparición más cercano a Grimmauld Place y se aparece junto a la cabina telefónica que hace de entrada al Ministerio. Es temprano y aún hay poca gente, pero las miradas siguen estando ahí. Esté donde esté, haga lo que haga. Y en realidad, lo único que le importa sobre ellas es que sólo son eso y que nadie siente la necesidad de pedirle nada. Gracias a los dioses.

El traslador debería estar en el despacho de Ron. Harry sabe que McGee quiere que Ron dé el salto con él para proteger su seguridad.

- Mi seguridad, ya…su fuente de knuts, – farfulla, aunque el buen humor sigue estando ahí, al tocar sus nudillos la madera de la puerta del despacho de Ron. – Y el seguro de donaciones, claro…

La puerta se abre y Harry se encuentra con un Ron que ya está acostumbrado a ver. Es el Ron de "Harry, deberías sentar cabeza" y "Estás hablando solo. Otra vez". Harry se encoge de hombros con una sonrisa que espera que sea suficiente para que Ron olvide que ha estado farfullándose cosas.

Finalmente, Ron suspira y le deja entrar cerrando la puerta tras él. Su despacho es cómodo, en opinión de Harry, poco propio de un Jefe de Departamento, pero de todas formas Ron nunca ha sido…políticamente correcto.

- Tengo toneladas de papeles que rellenar, Harry. No puedes creerte lo mucho que odio este trabajo a veces… - comenta con voz cansada al acercarse a su escritorio. – Pero al menos hoy saldré a que me dé el aire – La sonrisa de Ron le anima un poco más. Es la sonrisa de correr por los pasillos de Hogwarts bajo la capa de invisibilidad, la sonrisa de escaquearse, la sonrisa de pase-lo-que-pase-te-apoyaré.

Asiente con la cabeza, mirando con distracción a un lado y a otro con las manos en los bolsillos.

- Y… ¿cuál es el plan? – Del primer cajón de su escritorio Ron saca un mechero de plástico y lo coloca sobre la superficie de madera con cuidado. Rodea la mesa y se sitúa junto a Ron observando el inofensivo mechero.

- A la de tres, dedo sobre el…mi…el mechero – Harry no reprime la risotada y Ron no dice nada al respecto. Por ahora – Y estaremos delante del sitio en el que Malfoy esté. McGee es el único que conoce la localización exacta.

Tener un plan está bien. Hace las cosas más sencillas. Aunque eso no sea exactamente un plan, a Harry le es suficiente la sensación de que sabe lo que va a hacer.

Ron empieza la cuenta atrás, Harry cierra los ojos y se muerde la lengua para controlar un nuevo ataque de nerviosismo y de incertidumbre. No, se dice, nada de eso. Has venido sabiendo que todo saldría bien y todo saldrá bien. Nada más.

- Tres.

Abre los ojos, alza el brazo, alarga el dedo y con un tirón en el estómago todo desaparece.

Ron y él aparecen delante de una cabaña de madera en mitad de un prado. Al otro lado, un acantilado da a la costa. Sorprendido por la elección de Malfoy, una elección que nunca se habría esperado de alguien que ha vivido en una mansión desde que nació y a quien nunca ha parecido disgustarle, Harry da un paso hacia la cabaña y mira a Ron por encima del hombro.

- ¿Estás seguro de que es aquí? – su voz suena casi sin aliento. – No parece muy…

- ¿Malfoy? – Comparte una media sonrisa con Ron, que se encoge de hombros y le sigue un par de pasos más. – No, definitivamente no lo es. Pero quién sabe, a lo mejor se ha reformado o algo así.

Harry deja que la burbuja de risas que sube por su garganta estalle y Ron no tarda en acompañarle. Es…surrealista.

Su mejor amigo, Jefe del Departamente de Aurores, y él están en la puerta de la cabaña en la que Draco Malfoy va a tener un ¿qué? ¿retiro espiritual? Y están riéndose como si no hubiese nada más gracioso en el mundo.

Tiene que admitir que, en ese momento, pocas cosas podrían hacerle reír tanto como la idea de tener que proteger a Malfoy de sus admiradores.

Las risas se acaban poco a poco y Ron le da una palmada en el hombro con un "Tengo que irme" rápido antes de sonreírle y recoger el traslador. Desaparece y Harry está solo.

Coge aire y se enfrenta a la puerta de madera de la cabaña. ¿Qué tiene que hacer ahora, llamar? ¿Esperar a que le abran? ¿Abrir él?

Se rasca la nuca, algo confuso. Nunca ha tenido un caso como este. Nunca se ha contemplado un caso como este en su entrenamiento. Sopla un mechón de pelo negro que le cae sobre los ojos y se saca la varita del bolsillo interior de la túnica. Las gafas le resbalan hasta la punta de la nariz y las recoloca con distracción. Comprobar las defensas, ese puede ser un buen primer paso.

No hay defensas. Con el ceño fruncido y sintiéndose un poco engañado y un poco confuso, porque si necesita protección Malfoy bien podría haber puesto sus propias defensas, llama a la puerta con demasiada fuerza. No le importa.

La puerta se abre, pero no hay nadie detrás. Las cejas de Harry están de pronto muy arriba y no sabe si dejar salir la risotada que pugna por liberarse o apreciar el sentido del drama de Malfoy. Opta por las dos mientras entra en la casa cerrando la puerta con el pie.

Mira a su alrededor. Es grande, mucho más grande de lo que parece desde fuera, y es un sitio cálido. Un sitio en el que nunca imaginaría que pudiese estar alguien como su…protegido.

Cuando su mirada cae en la puerta, algo le llama la atención.

- ¿Qué demonios…? – Hay un pequeño cuadrado amarillo de papel pegado a la puerta y Harry se acerca casi con cautela.

Y entonces empieza a reír, apagando sus carcajadas con el dorso de la mano, porque eso sí que no se lo esperaba y es demasiado surrealista y absurdo como para ser cierto.

En la nota amarilla, con una caligrafía que parece la prima fea y tonta de la de la carta recibida por Ron, en tinta negra puede leerse "Draco Malfoy, si pretendes salir de aquí sin haber terminado ese capítulo ya puedes ir preparando tu aristocrático culo para lo peor."

Se ha vuelto loco, completamente loco, eso es todo lo que Harry puede pensar. Draco Malfoy ha enloquecido y él va a tener que estar ahí cuidándole por si se lanza una Maldición de Picadura a sí mismo.

El sonido de pasos hace que se le encoja el estómago y que las risas desaparezcan de golpe. Harry se gira jugueteando con el borde de las mangas de su túnica de auror entre los dedos. Esperando lo peor.

- Esperaba que llegases más tarde, – comenta una voz, desde las escaleras, cada vez más cerca. – El Ministro debe haber descubierto cómo sacarse la cabeza del culo justo a tiem…

Un jadeo corta la voz y, a los pies de la escalera, está Malfoy siendo…bueno, siendo él de una forma muy rara. Lo que más le sorprende son sus pies descalzos, surgiendo de unos vaqueros gastados ¿quién iba a pensar que un Malfoy pudiese permitirse no llevar zapatos? El clima es fresco y el jersey gris no parece fuera de lugar, pero las mangas están subidas hasta los codos. Sin embargo, la mirada de desprecio es la misma que hace ocho años y la sonrisa de satisfacción no ha cambiado.

- Tú – Harry empuja la sensación de familiaridad a un lugar oscuro del que no debe salir y se cruza de brazos imitando la sonrisa de suficiencia del hombre frente a él.

- Sí, yo, desde luego.

El desprecio desaparece, la sonrisa se desdibuja y el rostro de Malfoy no muestra nada más que frialdad y desdén. El optimismo de Harry flaquea.

Agradeciendo que Malfoy decida dejar de mirarle con expresión vacía y se dé la vuelta, aplasta la sensación que intenta volver a decirle que es una mala idea, que tenía que haber rechazado el caso y que McGee podía metérselo por donde le cupiera. Como su cabeza, según la teoría de Malfoy.

Aunque le pese, Harry no reprime su sonrisa ahora que Malfoy le da la espalda y le guía hasta una especie de pequeña cocina.

Cuando mira a un lado y a otro, otro pequeño cuadrado de papel amarillo llama su atención. Está pegado en el hombro derecho de Malfoy y Harry tiene que toser para cubrir una risa.

"Si te estás toqueteando el hombro es que ya debe ser la hora de comer. Deberías hacerte algo. Los muertos y los feos no escriben."