No estaba segura de qué le sucedía últimamente, inclusive Scorpius había notado algo raro en su conducta. De lunes a miércoles, Rose era un encanto: llena de sonrisas, bromas, empujones amistosos y enérgicas llamadas de atención hacia su mejor amigo porque Merlín sabe que Scorpius ama postergar sus deberes.

Sin embargo, de jueves a domingo Rose se veía cabizbaja, evitaba a su primo Albus, a Scorpius e incluso a Faith, su mejor amiga. Prefería pasar las horas libres de su sexto año en Hogwarts encerrada en la biblioteca.

Su itinerario anímico podía cambiar, por supuesto, todo dependía de cuántas veces a la semana tuviera que darle detención a Scorpius por estar besándose con alguien en los pasillos durante la noche. En una ocasión ocurrió que de lunes a domingo, Rose estuvo de un humor insoportable y sus allegados prefirieron no acercársele.

El rubio no agradecía de ninguna manera semejante atención a su disciplina personal, pero no le reprochaba nada a la pelirroja, no después de que en tercer año ella casi se convirtiera en una banshee porque a Scorpius se le había ocurrido cuestionar las reglas impuestas por el profesor Grant, jefe de Slytherin.

—¿Crees que lo hace por gusto? Es su deber mantener nuestra casa a raya, después de lo que tú y tus amiguitos hicieron en el partido de hoy, tú y ese Gryffindor podrían haber muerto, o peor, te podrían haber expulsado, – le había gritado.

Llevaba así tres meses ya, incluso ella se volvía loca con estas altas y bajas emocionales, a veces se decía que eran debido al periodo, pero la verdad es que este no le llegaba de manera semanal y mucho menos cada vez que se le encogía el estómago y el corazón sólo porque su mejor amigo le cancelaba la salida (a veces ilegal) a Hogsmeade por ir a "estudiar" con alguna tipa…menos cuando dicha tipa ni siquiera era de su mismo año.

Suspiró por segunda vez durante la ronda de esa noche, misma en que Harvey Longbottom, de Gryffindor, se había enfermado. Al no tener con quién conversar, Rose tenía más tiempo para pensar…y no le gustaba pensar, sobre todo porque un par de ojos grises, una melena rubia y una sonrisita de suficiencia le rondaban en la cabeza.

Se detuvo unos segundos, se llevó una mano a la frente.

—No es fiebre, –se dijo.

Suspiró una tercera vez antes de dar la media vuelta mientras murmuraba para sí. Aún con imágenes aleatorias en su mente, todas ellas relacionadas de alguna u otra forma a Scorpius.

-Debería ser fiebre,- se repitió antes de estamparse (estúpidamente) contra la pared. Otra desventaja de estar tan ocupada negando lo obvio y trazando rutas de escape a la realidad que no se atrevía siquiera a aterrizar en palabras, es que se había vuelto terriblemente torpe.

-¡Ah! Ahí estás, te he estado buscando,- dijo su amigo en cuanto la vio tirada en el suelo, una mano en la frente y la otra en su trasero, ambas intentado aplacar el dolor en dichas partes de su cuerpo.

-Me encontraste,- gruñó.

-¿Por qué estás en el suelo?

-Sostengo una filosófica plática con mis amigas las hormigas...¿qué te parece que hago aquí? Me caí.

El chico la miró extrañado, asintió cuando comprendió que Rose estaba de mal humor, por enésima vez en el mes.

El silencio se instaló entre ambos, incómodo y apremiante. La pelirroja aprovechó esos minutos para ponerse de pie y sobar las partes abolladas por la caída, se aclaró la garganta y habló.

-¿Para qué me necesitas?

-Oh, no terminé el ensayo de Pociones, ¿podrías prestarme el tuyo?

La expresión de Rose se congeló, parpadeó tres veces y entonces reemprendió su marcha hacia la sala común de Slytherin, Scorpius le seguía de cerca, en silencio. Ella no dijo nada, lo único que se escuchaba era los pasos de ambos resonando por los desiertos pasillos.

-¿Es eso un sí?

-Es un vete al diablo, no puedo creer que me buscaras por todo el castillo sólo para pedirme, como siempre, que te haga la tarea.

-¡Ey! No es siempre.

Rose rodó los ojos y bufó antes de cruzar los brazos, el gesto no pasó desapercibido para Malfoy, sabía que una batalla se avecinaba, tenía miedo. ¿Quién no lo tendría? Rose Weasley era una de las pocas personas que le provocaba miedos: unos indefinibles, otros más fáciles de comprender, pero miedos al fin.

Y justo ahora, tenía miedo de perder una batalla que se había prometido a sí mismo librar cuando su amiga había comenzado a evitarlo, a llorar a escondidas y a no dar explicaciones de nada. Sus cambios de humor también lo asustaban, pero le daba pavor la idea de ver un final predicho por riñas del pasado: una amistad terminada.

Porque eso era lo que él percibía cada día que Rose le espetaba comentarios que de una u otra forma lo herían, o cuando ella se negaba a decirle qué la tenía ojerosa, mal un día sí y otro también. Ya no sabía qué hacer, pero al tenerla de frente en la sala común y por fin a solas, se le ocurrió que si provocarla era la manera de llegar al problema así lo haría.

-Claro que sí, no te interesa cuánto tiempo haya pasado quemándome las pestañas para hacer los deberes, o si tengo cosas más importantes que hacer, siempre antepones lo que tú necesitas de mí ¿qué hay de lo que yo quiero? ¿de mi espacio y mi tiempo?

-Si tanto te molesta, habría bastado con que lo dijeras desde un principio.

Rose bufó de nuevo, no sabía por qué había dicho aquello y realmente no lo quería averiguar. Sólo quería irse a la cama y no ver a Malfoy en un buen rato.

-Aunque lo dijera no escucharías, así de egoísta eres. Das por sentado que ahí estaré para ti, todo el tiempo sin importar qué…pero tú no pareces estar dispuesto a hacer lo mismo por mí.

Lo había dicho, algo que la atormentaba desde que las chicas se había percatado de que Scorpius era no sólo atractivo sino que no tenía nada que ver con el pasado oscuro de su apellido. Tal vez, si lo pensaba bien, ella era la egoísta por querer que él sólo pasara tiempo con ella, porque ella lo conocía desde antes de que esos músculos y ese trasero se pusieran firmes.

Rose se sentía desplazada por una horda de chicas hormonales que hacían que Scorpius modificara su agenda. Se sentía abandonada y tal vez Faith tuviese razón al decirle que debía replantear su relación con Malfoy y qué esperaba de ella.

Se sujetó la cabeza y negó con ella: sus pensamientos se estaban volviendo peligrosos, exhaló y volvió la mirada hacia el chico.

-Mira, lo mejor es que hablemos mañana ¿de acuerdo? Estoy cansada y creo que tengo migraña.

Scorpius no dijo nada. Se sentó en uno de los mullidos sillones, recargó sus codos sobre las piernas y hundió la cara entre sus mandos. No sabía si la confrontación había traído algo bueno o algo malo, porque lo único que pudo notar, además del reproche de su amiga, fue lo linda que lucía sonrojada y agitada después de gritar todo aquello sin siquiera percatarse del volumen de su voz.

Ahora, además de confusión sentía culpa porque entre todas las cosas que Rose dijo había algo de verdad: Scorpius daba por sentado que ella siempre estaría ahí para él. Le había ayudado en tantas cosas y de tantas formas que en ese instante se dio cuenta que nunca podría pagarle todo y que además no sabía cómo.

-¡Pezón de Voldemort!…no he terminado el ensayo de Pociones