Y no puedo dejar de pensar en ti. ¿Por qué? Ni siquiera yo estoy seguro. Lo único que sé es que desde que volví a pasar un recreo contigo, aunque ni siquiera fueron 10 minutos, sé que no podía sostenerte la mirada, ya que me ponía demasiado en evidencia. No soy una persona para nada impresionable ni fácil de intimidar, pero cuándo tus ojos grises se encuentran con los míos, pierdo la noción del tiempo y el espacio; tu sonrisa me ciega y soy incapaz de razonar; tu rostro de ángel me cautiva por completo. Lo peor de todo es ésta extraña sensación. El corazón comienza a tamborilear descontrolado, tan fuerte que parecería que me corta la respiración. Siento el perlado sudor cubrir las palmas de mis manos y me invade la mente la necesidad de verme lo más perfecto posible para ti. También siento que comienzo a irradiar calor, al tiempo que mis orejas se ponen tan rojas como mi cabello. Todo esto, más mi palidez y mi altura desmedida deben hacerme parecer un hisopo gigante envuelto en llamas. Patético. Pero imposible de controlar. No puedo controlarlo, aunque tampoco planeo dejar de sentirlo; en cierto modo, es agradable. Lo único que temo es que te des cuenta; no quiero que dejes de hablarme ni que nuestra amistad termine porque soy tan estúpido que no soy capaz de controlar mis emociones. Oh no, me has visto observándote. Ay no, no me sonrías de esa forma, ya me esta faltando el aire. Ay, la fuck, estás caminando hacia aquí con esos andares tan tuyos, la sangre comienza a subirme a las mejillas, mientras el corazón se desencadena totalmente. Dios, ¿por qué eres tan hermosa? ; ¿Por qué me tienes loco de ésta forma? ; ¿Qué quieres de mí? Eso no importa, ya estas a mi lado otra vez, hablando de Blibbers maravillosos y Snorcacks de cuernos arrugados… Y sí, puede que estés un poco tocada. Y sí, me burlaré, tengo que disimularlo. Y sí, me tiemblan las manos, no importa, para eso están los bolsillos. Y sí, tu risa roza mi alma. Y sí, soy tuyo, aunque jamás te lo haré saber.
Ha sonado la campana; una última sonrisa, comienzas a voltearte para irte, la extraña sensación comienza a abandonarme… Hasta que te vuelves a voltear y me besas fugazmente en la mejilla.
-Nos vemos, Ronald- me susurras con mi sonrisa favorita, aquella que debería ser ilegal. Que bueno, te has ido corriendo. No has visto como, tan patéticamente, una lágrima de felicidad cae por mi rostro.
