Aún al ponerse de pie con su imponente complexión, la mujer pareció no removerse ni un poco. Con severo sigilo, se elevó unos cuantos centímetros del suelo y flotó hasta donde había dejado tirado su traje de combate para evitar el ruido que sus pasos pudieran producir.

Con cautela, tomó las prendas y se las colocó encima, buscando salir lo más rápido posible de aquel lugar. Abrió la puerta, dirigió su mirada dura al frente, percatándose de que la lluvia había cedido, y apretó los puños lo más que sus fuerzas se lo permitieron. Necesitaba irse de inmediato, adentrarse en el oscuro cielo nublado para poder meditar y, así, tomar una decisión.

Cuando estaba a punto de dar un salto para huir de allí, una suave mano lo detuvo y aquello le provocó un escalofrío que le paralizó el corazón por una fracción de segundo. Su mandíbula se tensó y tragó saliva, pensando en qué embrollo se estaba metiendo nuevamente.

—Dijiste que te quedarías —afirmó, con una voz apagada y melancólica.

Claro que lo había dicho, pero había mentido; no podía permitirse seguir con aquella situación, había sido un error dejarse llevar por todo aquello y debía ponerle un fin.

—Por favor, Vegeta —suplicó, pegando su delgado cuerpo a sus brazos.

Lanzando un profundo suspiro, frunció el entrecejo y, sin poder controlar sus instintos, cerró la puerta para regresar al interior de la casa y, antes de que pudiera pensarlo, besó a la chica que ya se encontraba exigiendo sus labios.