Disclaimer: El mundo de Harry Potter y todos sus personajes le pertenecen a J.K. Rowling.
Aviso: Este fic está inspirado en la película estadounidense «Flipped» dirigida por Rob Reiner, adaptación de la novela homónima de la escritora estadounidense Wendelin Van Draanen.
Advertencia: Este two shot es un AU con magia en el que se han cambiado algunos (la mayoría) de los eventos relevantes en seis de las siete novelas originales para favorecer al Dramione y está escrito en primera persona (aunque no soy muy amiga de este tipo de narración, pero quise intentarlo) desde la perspectiva de ambos protagonistas, cuyas personalidades pueden ser ligeramente OoC.
Leen bajo su responsabilidad.
Let it be me
Now and forever, let it be me.
Phil Everly.
Primer año
* Hermione *
Estaba por cumplir doce años cuando conocí a Draco Malfoy.
Todavía me habituaba a mi recién descubierto estatus de bruja cuando sus hermosos ojos grises se toparon con los míos y se clavaron en lo más profundo de mi pensamiento. Desde entonces me convertí en una completa lunática. Draco Malfoy tenía los ojos más hermosos que había visto jamás; eran de un gris profundo, aunque con toques de azul en los bordes que, enmarcados por largas y rubias pestañas, los hacían lucir como de estrella de televisión. ¿Y qué podía decir de su sonrisa? Su sonrisa casi podía iluminar los rincones más oscuros del castillo que era mi nuevo hogar. Era como si un destello emergiera de sus blancos dientes cada vez que abría la boca. Era verdaderamente impresionante.
Yo no tenía idea de lo que era el amor en ese momento, era demasiado joven e inmadura todavía para saberlo, pero estaba convencida de que lo que sentía dentro de mi estómago cada vez que lo veía era algo que se le parecía bastante y aunque los días empezaron a pasar rápidamente uno detrás del otro, el sentimiento en vez de menguar continuó creciendo en mi interior igual que germinan las semillas en el camino gracias a la lluvia y a la luz del sol.
Y ese era solo el principio.
El día de la ceremonia de elección de casas no pude dejar de mirarlo ni un solo instante. A penas habíamos cruzado palabra en el expreso de Hogwarts cuando decidí ayudar a Neville Longbottom a buscar su sapo extraviado, pero había sido suficiente para saber que estaría dispuesta a escucharlo una tarde entera y que, por supuesto, me sentiría feliz de ser seleccionada para la misma casa que él, aunque eso estuviera fuera del alcance de mis planes y también de los suyos, y cuando fui elegida para la casa de los leones y noté su decepción supuse que era porque, como yo, tenía el mismo deseo que fuéramos compañeros.
Pero él había ido a Slytherin y yo a Gryffindor, y por lo que sabía, estaríamos condenados a ser rivales casi para siempre.
Sin embargo, aquello tampoco me importaba porque siempre podíamos compartir clases, a pesar de que pudiera parecer que a él la situación no le afectara en lo más mínimo; de cualquier forma, no se podía ser tan evidente si llevábamos tan solo unos días de conocernos y tendríamos muchos años por delante para compartir tiempo juntos. Además, trataba de no perderlo de vista cada vez que estábamos cerca y a pesar de que sabía que eso era un poco exagerado no podía hacer nada al respecto.
—Potter, ¿ya entendiste con quién deberías relacionarte ahora que estás en Hogwarts? —dijo Draco en una ocasión, dirigiendo sus ojos, sus hermosos ojos a Harry Potter, mi nuevo amigo y compañero de casa.
—No sé a qué te refieres con eso —respondió Harry, observando a los muchachos (Crabbe y Goyle, había oído que se llamaban) que acompañaban a Draco y que más que sus amigos parecían sus guardaespaldas.
—A lo que te había dicho antes. Supongo que tuviste tiempo de reflexionarlo —agregó Draco y pude ver una sonrisa asomar en sus labios. Aunque no fuera para mí, me quedé prendada casi al instante. ¿Cómo podía lucir tan perfecto y no darse por enterado?
—Oh, te refieres a lo de las amistades equivocadas —dijo Harry, desinteresadamente. Me había contado acerca del anterior ofrecimiento de Draco y de cómo aquello le había parecido fuera de lugar—. Como te dije antes, no necesito ayuda para saber con quién debo o no juntarme, pero gracias de todas maneras.
Draco frunció el ceño levemente y pude notar que, aunque sus facciones lo hacían lucir enfadado, no había dejado de verse guapo. —Si fuera tú, Potter, lo pensaría mejor —dijo con calma—. Las cosas pueden ponerse muy desagradables por aquí.
—¿Es una amenaza? —preguntó Harry, encarando a Draco quien mostró un tono rosado en sus pálidas mejillas. Un tono que yo encontré adorable a pesar de que era de cólera.
—Una advertencia —contestó Draco antes de dedicarme una mirada profunda que se quedó en mi memoria durante bastante tiempo.
* Draco *
Cuando me encontré con Hermione Granger por primera vez no tenía idea de todos los problemas que le causaría a mi vida. Ambos éramos niños en aquel entonces, pero me bastó con solo escuchar su voz de mandona y notar que era una sabelotodo insufrible con pelo de arbusto y dientes de castor para saber que se convertiría en una verdadera pesadilla que tendría que evitar a toda costa.
No era que tuviera que reparar demasiado en ella, de todos modos; era una hija de muggles sin importancia y me habían enseñado que si había escoria en el mundo mágico después de los muggles y los squibs eran los nacidos de muggles quienes ocupaban el tercer lugar en el escalafón. Mi padre solía decir que no tenían por qué ser recibidos en ninguna escuela de magia porque no eran iguales a nosotros, pero parecía que el director de Hogwarts y el mismo Ministro de Magia no entendían la importancia de separarnos de ellos.
Y ahí estaba ella, vestida con su túnica de Hogwarts cuando todavía no llegábamos al colegio, preguntando por el sapo de un estúpido niño que no podía ser otro que Neville Longbottom, como si él o su ridícula mascota me importaran una mierda y teniendo la osadía de hablarme y de sonreírme como si se lo hubiera pedido, o peor aún como si me hubiera agradado de alguna forma.
No pude evitar darme cuenta de que durante la ceremonia selección de casas no me quitó los ojos de encima y sentí un enorme alivio al saber que había sido elegida para Gryffindor, aunque de antemano era obvio que no iba a ir a Slytherin, pues ningún «sangre sucia» (como solía llamárseles) lo había hecho jamás para fortuna de todos.
Pero ahí no terminaba todo. Casualmente había logrado caerle bien a Harry Potter, hijo de una reconocida familia mágica y ahijado de Sirius Black, un pariente de mi madre a quien ella tenía en gran estima. Mi padre me había recomendado o más bien, me había ordenado que me hiciera su amigo y había decidido hacerle caso hasta que fui consciente de que había hecho amistad con dos indeseables: Ron Weasley y Hermione Granger; un pobretón traidor a la sangre y una sangre sucia. Tenía que hacerle caer en cuenta de lo mal relacionado que estaba. Le había ofrecido mi amistad una vez y solo lo haría de nuevo por complacer a mi padre, pero resultó que Potter además de tonto era testarudo.
—Potter, ¿ya entendiste con quién deberías relacionarte ahora que estás en Hogwarts? —le dije, abordándolo en una ocasión. Me molestó bastante que, como siempre, estuviera acompañado de Weasley y de Granger, pero traté de ignorarlos porque no me importaban en absoluto.
—No sé a qué te refieres con eso —contestó Potter, antes de dirigir su mirada a Crabbe y a Goyle antes que a mí. Lucían como dos trolls, lo sabía, pero, aunque no tuvieran una pizca de cerebro eran lo suficientemente amenazadores como para cuidarme la espalda.
—A lo que te había dicho antes. Supongo que tuviste tiempo de reflexionarlo —agregué, sonriéndole desdeñosamente.
—Oh, te refieres a lo de las amistades equivocadas —contestó y noté que no le estaba dando importancia a mis palabras. ¿Qué se estaba creyendo?—. Como te dije antes, no necesito ayuda para saber con quién debo o no juntarme, pero gracias de todas maneras.
El muy imbécil me rechazó nuevamente y supuse que tenía mucho que ver con Granger y el tonto de Weasley. No pude evitar que el enfado creciera aún más en mi interior. Mi padre había querido que fuera amigo suyo, pero prefería tragarme una babosa antes de amistarme con sus amigos y menos con Hermione Granger quien no había dejado de hacerme ojitos desde que la había conocido. ¿Acaso no sabía lo patética que lucía? Había decidido ignorarla totalmente, pero ella parecía ser de aquellas personas que no entendían las indirectas. No podía ser más evidente mi desagrado hacia ella, pero todo el mundo menos la directamente afectada parecía darse por enterada.
—Si fuera tú, Potter, lo pensaría mejor —dije, calmadamente, pero sin dejar que mi aspecto, aparentemente tranquilo, lo engañara. Me las pagaría en la primera oportunidad que tuviera —. Las cosas pueden ponerse muy desagradables por aquí.
—¿Es una amenaza? —preguntó con frialdad, encarándome.
—Una advertencia —contesté antes de mirar a Granger de manera intimidante.
Segundo año
* Hermione *
No ocurrieron demasiadas cosas memorables durante el resto del primer año, aunque sí recuerdo que terminadas las vacaciones tuve particular afán de que llegara el primer día de septiembre del año siguiente para volver a ver a Draco Malfoy, por quien en todavía continuaba deslumbrada a pesar de que Harry y Ron se referían a él de manera despectiva todo el tiempo. Pero no los culpaba. Draco podía llegar a ser exasperante a veces para aquellos que no lo conocían bien. Yo no lo hacía tampoco, pero era un poco más fácil para mí ponerme en su lugar ahora que sabía algo más de él: Draco no era un chico dulce, para nada, y tampoco era de los que hacían amistad con todo el mundo a pesar de ser muy popular (algo que de alguna forma me parecía curioso), pero luego de conocer a su padre y ver que prácticamente era un rehén de aquel hombre al que se parecía tanto físicamente, sentí pena por él y me dije a mi misma que tal vez su comportamiento odioso con algunas personas se debía a la presión que ejercía su familia sobre él. Y de eso no podía culparlo. Además, conmigo nunca se había comportado de manera grosera y aunque no me había atrevido a contarle a nadie lo que sentía por él, Luna Lovegood, una niña de primer año que me había descubierto mirándolo, me había dicho que Draco simplemente se sentía solo y eso me hizo sentir mucha más empatía con él y de paso hizo que me obsesionara con algo nuevo: su cabello perfectamente peinado hacia atrás.
Cuando compartíamos clase no podía dejar de contemplarlo a escondidas y aunque una o dos veces Ron me pescó mirándolo, dijo que coincidía conmigo en pensar que Draco lucía ridículo gracias a la gran cantidad de gomina que colocaba en su cabello y que de seguro iba a quedar calvo en cuatro o cinco años máximo. Ron no tenía idea de que yo estaba embelesada con él, pues lo disimulaba muy bien convirtiéndome en una estudiante excepcional que siempre alzaba la mano para contestar cualquier pregunta en cada clase. ¿Así quién podría sospechar algo de mí?
Pero un día sucedió algo inesperado que hizo que me diera cuenta de que tenía que rasgar la superficie y mirar más allá del exterior de Draco que, aunque era hermoso, podía ocultar cosas que tal vez yo me negaba a creer que podían coexistir dentro de alguien como él. O, mejor, dentro cualquier persona a la que pudiera considerar siquiera mi amigo.
Harry había entrado al equipo de quidditch de Gryffindor el año anterior como buscador y la rivalidad que había surgido entre él y Draco era algo que todo el colegio conocía, más ahora que este último también había entrado al equipo de su casa para jugar en la misma posición que Harry. Suponía que seguía resentido por el rechazo de su amistad, pero creía que de nuevo era cosa de su padre que había llevado la situación hasta el extremo y ahora lo obligaba no solo a competir con Harry en cada cosa que podía, sino que también había hecho que cruzaran sus caminos en el juego.
El quidditch no podía interesarme menos. No entendía la fascinación de los chicos con un ridículo juego en el que se ponía en peligro la vida sobre una escoba, pero había aprendido a apreciar a mis amigos y trataba de acompañarlos en todo aquello que parecía importarles y fue allí donde tuve el primer fiasco con Draco, a pesar de que me obligué a recordarme que Lucius Malfoy de nuevo era el causante de todo y tenía mis razones para pensarlo. Era un hombre autoritario al que no le dabas un no por respuesta y lo había visto cohibir a Draco muchas veces, como aquella ocasión en Flourish y Blotts.
Y volviendo a lo del quidditch, por lo que Ron me había dicho, el hombre había comprado la entrada de su hijo al equipo regalándole a cada miembro de este una escoba de última generación. No tenía que ser una experta para saber que aquellas siete escobas de mangos muy pulidos y completamente nuevos, en cuyas placas de oro se leía «Nimbus 2.001» eran lo último en el mundo del deporte mágico.
—¿Qué les parece mi nueva escoba? —preguntó Marcus Flint a los gemelos Weasley, hermanos de Ron, con un ademán de desprecio—. Las Barredoras están mandadas a recoger —sonrió desdeñosamente señalando las escobas que ambos sostenían—. Será mejor que las utilicen para limpiar el polvo de su vieja casa.
Vi cómo las manos de Ron se volvieron puños, aunque ni él ni ninguno de los miembros del equipo de Gryffindor dijo una sola palabra, haciendo que el pecho de Draco se inflara de orgullo. ¿De verdad se sentía feliz demostrando que no había sido su talento el que le había dado un lugar en el equipo? Aunque me había esforzado por entenderlo, en momentos como este me costaba bastante.
—El equipo de Gryffindor debería hacer una subasta con esas reliquias —dijo Draco, señalando las escobas viejas del equipo de Harry. Lucía muy guapo en su uniforme de quidditch, pero no podía dejar que aquella trivialidad me nublara el juicio. Ya lo había hecho bastante hasta ahora—, quizás consigan los suficientes recursos para comprar otras. He oído que los museos pagan bien por las muestras de prehistoria.
El equipo de Slytherin estalló en carcajadas mientras mi corazón sintió una punzada de decepción. Si Draco se sentía presionado por su padre: ¿por qué se comportaba como un cretino cuando no lo estaba viendo? Me pareció bastante injusto que utilizara su fortuna y el dinero de su familia para conseguir privilegios y pensé seriamente en intervenir en la disputa, aunque no fuera mi problema hasta que sus ojos, sus hermosos ojos grises, me miraron por más de cinco segundos y me quedé helada: ¿cómo era que tenía el poder de hacerme sentir de esa forma? Tenía que ser ilegal experimentar aquellas sensaciones por alguien.
—No deberían estar invadiendo el campo —dijo Draco, sonriéndome de manera engreída. Su sonrisa seguía siendo igual de perfecta, pero el matiz de arrogancia que parecía aflorar en ella no me gustaba para nada. Todavía estaba en la nebulosa Draco Malfoy cuando sus palabras empezaron a hacerme bajar a tierra en picada—, está reservado para la práctica de Slytherin.
—¿Quién lo dice? —le preguntó Ron.
—Snape. Compruébenlo ustedes mismos —respondió Draco, entregándole a Oliver Woods, el capitán del equipo de Gryffindor, un pergamino que parecía estar firmado por el jefe de la casa de Slytherin.
—No debería haber favoritismos en la escuela —dije y las palabras salieron de mi boca tan rápido que no pude detenerlas. Traté de no sonar aguda, pero creo que conseguí justamente lo opuesto porque la sonrisa en el rostro de Draco se borró de inmediato.
—Nadie ha pedido tu opinión, sangre sucia —escupió él y aunque no tenía idea de lo que aquello significaba, sentí como si un cuchillo atravesara mi garganta y se clavara en mi estómago. Era malo, muy malo y lo acabé de comprender cuando todos los miembros del equipo de Gryffindor empezaron a reclamarle a Draco por la ofensa.
—¡Eres un bastardo! —le gritaron los gemelos Weasley, acercándose a él de manera amenazante.
—¡Cómo te atreves! —le reclamó Alicia Splinnet, al tiempo que Ron metió la mano en su túnica y sacó su varita para amenazar a Draco que había endurecido su expresión. ¿Se sentía mal por haberme llamado de aquella forma? Estaba muy confundida para ese momento y me dije a mi misma que tenía que averiguar lo que estaba pasando.
—¡Vas a pagarlo, Malfoy! —dijo Ron, pero Harry lo detuvo justo cuando tenía la varita en alto, pues logró divisar al profesor Snape que al parecer venía a terminar con el conflicto.
Esa noche me acosté intranquila y no pude evitar pasar horas tratando de discernir el por qué Draco me había hablado de esa forma. Ahora sabía que era algo verdaderamente horrible y entendía la molestia de los compañeros de equipo de Harry y la intención de Ron de hechizarlo. Había sido muy grosero y yo no me había percatado de eso hasta mucho después de que sucediera.
Ron me había explicado que el término «sangre sucia» era un nombre repugnante con el que se denominaba a los que, como yo, eran magos o brujas hijos de muggles y que había sido manejado con frecuencia por las familias de clase alta que, como la de Draco, se creían mejores que nosotros por su linaje o «sangre pura» como solían llamarle. No pude evitar volver a sentir la misma punzada de decepción que antes, pero me dije a mí misma que tenía que darle tiempo al tiempo para poder aclarar las cosas. Era cierto que Draco nunca había sido demasiado sociable conmigo, pero se lo había atribuido a la soledad de la que había hablado con Luna Lovegood en aquella ocasión. Tal vez tener amigos y volverse el centro de atención lo había vuelto ligeramente arrogante, pero quizás tenía que darme la oportunidad de conocerlo desde todas las ópticas para poder comprender lo que sucedía. Había leído que un todo era más que la suma de sus partes y trataba de pensar que Draco Malfoy era mucho más que eso.
* Draco *
Mi segundo año en Hogwarts fue definitivamente memorable, sobre todo porque para demostrarle al estúpido de Potter quién era el mejor de los dos, ingresé al equipo de quidditch de Slytherin a ocupar nada más y nada menos que la misma posición que él. Lo haría pedazos en la primera oportunidad que tuviera y no veía la hora de que se enterara de que mi padre no solo se preocupaba por darme lo mejor a mí, sino que también lo había hecho con el equipo, pues nos había regalado a todos una «Nimbus 2.001» que era la última escoba que se vendía en el mercado.
«Lo mejor para los mejores» había dicho y yo estaba decidido a demostrar que tenía la razón.
Del resto de cosas no podía decir demasiado. Las clases apestaban, principalmente las que compartíamos con Gryffindor porque la tonta de Granger parecía no comprender que deseaba que se mantuviera a metros de mí: ¿acaso no se daba cuenta de lo molesta que era? Cuando estábamos en clase no podía evitar darme cuenta de que me miraba todo el tiempo y hasta llegué a pensar que estaba practicando esa clase de magia mental que había oído que se utilizaba para escuchar los pensamientos de las personas. Pero era imposible, no podía tener tales habilidades con tan solo trece años; podía ser una sabelotodo, pero no era para tanto. No obstante, tenía que aceptar que a veces sí me daba miedo. Era una especie de lunática a la que me había ganado sin entrar en un sorteo y aunque me preocupaba que no se diera por enterada de las cosas, me dio una oportunidad espectacular de mostrarle cómo era el mundo a su alrededor en una ocasión en la que maté dos pájaros sin necesidad de mover mi varita.
Ese día me estrenaba como el buscador de Slytherin y sería mi primera práctica oficial con el equipo, así como nuestro momento para presumir nuestras nuevas escobas y ella, como la entrometida que era, estaba pegada como goma de mascar a Potter y a Weasley. Craso error, debo decir, porque iba a saber que lo mejor que podía hacer la próxima vez que decidiera mirar en mi dirección era voltear para otro lado. No la quería cerca de mí, no lo había hecho jamás y no entendía por qué una chica que aparentemente tenía cerebro podría comportarse de una manera tan boba con alguien que no le había dado motivos para eso.
—¿Qué les parece mi nueva escoba? —Marcus Flint sonrió de manera arrogante, mirando a las comadrejas Weasley mientras presumía su reluciente escoba—. Las Barredoras están mandadas a recoger. Será mejor que las utilicen para limpiar el polvo de su vieja casa.
Tenía que sentar un precedente y hacerle entender a los pobretones Weasley, al estúpido Potter y a la molesta Granger que éramos superiores. Que yo era mucho mejor.
—El equipo de Gryffindor debería hacer una subasta con esas reliquias —dije, señalando las viejas escobas en las manos de todos. Debía darles vergüenza montar semejante porquería—, quizás consigan los suficientes recursos para comprar otras. He oído que los museos pagan bien por las muestras de prehistoria.
Mis compañeros de equipo estallaron en carcajadas, pero ver los rostros frustrados y enfadados de los tontos de Gryffindor fue mejor que cualquier otra cosa, sobre todo por la expresión de Granger que parecía decepcionada. ¿Acaso había creído por un segundo que podíamos hacer amistad? Tenía que empezar a ver cuál era su lugar en todo el asunto y yo estaba dispuesto a mostrárselo. Me había mantenido al margen, pero la había pescado observándome en clase y me molestaba sobremanera que no fuera capaz de ver que era una acosadora. No era solo el estatus de su sangre lo que me incomodaba, había algo en su voz y en su manera de estar siempre levantando la mano en clase que me hacía querer evitar cualquier contacto con ella. Era verdaderamente insoportable.
—No deberían estar invadiendo el campo —agregué, sonriendo con arrogancia y enviando una mirada amenazadora a Granger. Si alguien debía largarse primero de allí eran ella y Ron Weasley, pues, al fin y al cabo, el resto jugaba quidditch como yo—, está reservado para la práctica de Slytherin.
—¿Quién lo dice? —espetó Weasley y no pude evitar estrellar en la cara del capitán de su equipo la orden que había dado Snape para que el campo fuera nuestro.
—Snape. Compruébenlo ustedes mismos —contesté antes de ser interrumpido por Granger y su lengua entrometida.
—No debería haber favoritismos en la escuela —dijo y aunque pareció arrepentida de salir de las sombras, me había dado la razón que necesitaba para encararla y hacer que volviera al mundo real por fin. Dejé de sonreír y me dispuse a dar mi estocada final.
—Nadie ha pedido tu opinión, sangre sucia. —La miré de la peor manera que puede mirarse a alguien y aunque parecía no comprender el insulto que acababa de lanzarle, la reacción del equipo de Gryffindor debió darle una idea de a qué me refería.
—¡Eres un bastardo! —Oí gritar a las comadrejas gemelas que trataron de amenazarme antes de que la chica Splinnet casi me agarrara del uniforme.
—¡Cómo te atreves! —me gritó, pero yo estaba más ocupado viendo cómo «Weasel» sacaba su varita para lanzarme un hechizo. Como si pudiera meterse conmigo cuando ni siquiera había tenido dinero para comprar una varita decente.
—¡Vas a pagarlo, Malfoy! —me amenazó, pero «San Potter» (como había bautizado al cara rajada) lo detuvo antes de que Snape pudiera venir a poner orden a las cosas.
Sin embargo, no era algo que necesitara de todos modos, pues contrario a lo que muchos pensaran de mí, podía defenderme por mí mismo y sabía bastantes trucos para eso, aunque ahora mismo no podía vanagloriarme de algo mejor que de la expresión herida de Granger que por fin dejaría de acosarme después de dos largos años.
Tercer año
* Hermione *
A diferencia del año anterior no estaba tan entusiasmada con volver a Hogwarts como antes, o por lo menos, no por las mismas razones que al principio. Amaba la escuela, eso era cierto, y disfrutaba enormemente de las clases con las que me había puesto al corriente durante las vacaciones, pero había una sola cosa en la que no había dejado de cavilar desde el final del año anterior: ¿en qué punto estaba mi relación con Draco Malfoy en este momento? Era absurdo. Luego de aquel insulto que todavía recordaba a la perfección, no quedaba duda de que no éramos amigos, pero la misma tontería había dado vueltas en mi cabeza interminables noches y me era imposible pensar con claridad en lo que tenía que hacer o en cómo tenía que sentirme a su alrededor cuando volviera a verlo.
Y, por otra parte, las cosas en general seguían iguales: Draco y Harry continuaban siendo enemigos acérrimos, Harry pasaba más tiempo de calidad con su padrino que, paradójicamente, era pariente de Draco; Ron, Harry y yo andábamos siempre juntos y yo seguía demostrando que, a pesar de mi linaje, era una de las mejores brujas de mi generación. Todo estaba en el mismo lugar que antes, incluso el rostro pálido, puntiagudo y con gesto de desdén que cargaba Draco desde que se había coronado como el buscador de Slytherin. Sus ojos continuaban siendo igual de hermosos, pero yo me había perdido en el camino del entendimiento sobre su actitud y ahora mismo trataba de fijarme menos en él por mi propio bien hasta el día en que se cruzó conmigo en la escalinata de piedra y rozó mi brazo con su codo: ¿acaso quería llamar mi atención? No sabía qué pensar al respecto, pero, sin embargo, volví mis ojos a él y vi que su expresión era de malicia.
—Ahora lo sabes, Granger —me dijo y yo le dediqué una mirada de soslayo. No quería que volviera a suceder lo de antes.
—¿De qué hablas? —pregunté con verdadera curiosidad. Si quería entender en qué punto nos encontrábamos tal vez esta conversación era la apropiada.
—Que no somos iguales —respondió justo antes de que Harry apareciera en el panorama. Draco sonrió con la arrogancia que acababa de comprobar que era uno de sus mayores estandartes y se marchó dejándome con la palabra en la boca y con un sinsabor en los labios que no pude quitarme con nada.
Ahí estaba, tenía la respuesta a la pregunta que no me había dejado tranquila por días y aunque me costaba asimilarlo comprendí qué camino tenía que tomar después de eso. Draco Malfoy seguía teniendo los ojos más hermosos que había visto en mi vida, pero de nada servía que fuera guapo por fuera si estaba podrido por dentro y me propuse ignorarlo el resto del tiempo que tuviera que compartir clases con él, más aún cuando empezó a comportarse como un idiota mimado que no solo hizo que Hagrid, el maestro más amable de la escuela perdiera su empleo, sino que también condenaran a muerte a un inocente hipogrifo por una tontería suya.
—¡Todavía podemos conseguir que la sentencia sea revocada! —dijo Ron, tratando de hacer que Hagrid se sintiera mejor—. ¡No podemos rendirnos ahora!
—No creo que podamos hacer nada, Ron —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy tiene a todo el mundo de su parte y lo único que puedo hacer ahora mismo es procurar que las últimas horas de vida de Buckbeak sean las mejores.
Solo tuve que escuchar el nombre de Lucius Malfoy para saber que tenía razón en todo lo que había pensado antes de él. Tal vez me había equivocado con Draco, pero no con su padre que ahora mismo era el responsable de una injusticia, igual que de la mala crianza que le había dado a su hijo: ¿cómo era que me había engañado tanto con él? Draco Malfoy era cruel y ruin y yo había sido patética al ilusionarme con él.
Hagrid dio media vuelta y volvió a su cabaña, mientras sollozaba. Sentí pena por él y también por el hipogrifo y pensé que debía hacer algo para ayudarlo hasta que, minutos después, Crabbe y Goyle aparecieron en el panorama escoltando a Draco, como siempre.
—¿De verdad está llorando? —preguntó Goyle y no pude evitar que su expresión de burla me asqueara.
—Es patético que sea nuestro profesor, ¿no crees, Potter? —apuntó Draco y sentí la ira bullir en mi interior. ¿Cómo podía ser tan idiota? ¿Acaso no podía empatizar con nadie que no fuera él mismo? No podía dejar de castigarme internamente por haber pasado dos años de mi vida perdida por sus ojos y por su sonrisa, y antes de que fuera consciente de cualquier cosa mis piernas me llevaron hasta él y mi mano empuñada se plantó justo en su nariz.
Era insólito: le había dado a Draco Malfoy un puñetazo con todas mis fuerzas haciendo que se tabaleara ante la mirada atónita de Harry, Ron, Crabbe y Goyle.
—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, maldita cucaracha despreciable! —le grité y vi cómo sus ojos grises se clavaron en los míos como en otras ocasiones, pero a diferencia de las demás veces no me congelé. Me sentía furiosa, asqueada y totalmente decepcionada de él y de mí misma, aunque el fondo también estaba feliz de haberme empoderado por fin. Draco Malfoy no me robaría un solo pensamiento más.
—¡Hermione! —me llamó Ron, tomándome por los hombros y haciéndome volver a la tierra para notar que había empuñado mi varita y la había colocado en el cuello de Draco que, con la mano en su nariz, me miraba con una expresión que no pude descifrar, pero sin retroceder ante mi amenaza.
—Suéltame, Ron —ordené todavía sosteniendo la varita en el mismo lugar. Los ojos de Draco no habían dejado de observarme, pero no iba a amedrentarme. Después de todo lo que había pasado sentía que ya no tenía poder sobre mí y había descubierto al fin que, a diferencia de muchas personas, Draco Malfoy era mucho menos que la suma de sus partes.
Después de lo que parecieron minutos eternos cortó la conexión de nuestros ojos y volvió su mirada al lugar donde Crabbe y Goyle permanecían inmóviles y con la boca abierta. —Vámonos —musitó. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras.
—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry, sorprendido, una vez estuvimos solos.
Volví mis ojos a él. —Espero que Gryffindor gane la copa de quidditch este año —le dije, distraídamente—. Slytherin necesita aprender una lección —agregué antes de emprender la huida ante la sorpresa y las insistentes llamadas de mis amigos, a quienes perdí de vista en cuestión de segundos.
No quería tener que dar explicaciones así que corrí a mi habitación y me encerré. Ese día no asistí a ninguna de mis clases pensando en que así había enterrado mi fascinación por Draco Malfoy.
* Draco *
Para el tercer año me había propuesto acabar con Potter y demostrarle a Granger que no me interesaba nada que tuviera que ver con ella y estaba convencido de que mis avances eran grandes. El quidditch iba de maravilla. Me había convertido en la piedra en el zapato del «cara rajada» y había logrado darle la pelea hombro con hombro además de ganarle y restregarle la victoria en la cara en varias ocasiones. Realmente no había mucho de lo que tuviera que quejarme salvo por la estúpida asignatura de «cuidado de criaturas mágicas» que el demente director de la escuela le había encomendado dictar a Hagrid, el guardabosque del colegio. Era ridículo que un hombre que ni siquiera había acabado su formación mágica pudiera convertirse en profesor de una escuela tan prestigiosa, pero era aún peor que a cargo de aquel tonto, yo hubiera sido atacado por un monstruoso hipogrifo.
La lesión no había sido grave en realidad. Había hecho un poco de teatro en aquella ocasión (yo era un experto, a decir verdad), pero con ello había conseguido que al patético guardabosque lo suspendieran y que al asqueroso animal lo sacrificaran. Total, ninguno de los dos me importaba una mierda y si con ello acaba de afianzar mi imagen ante Granger y ante el resto de la escuela era todavía mejor.
Me había dado cuenta de que ya no me miraba tanto como antes y de que cuando lo hacía, sus ojos estaban cargados de decepción y eso era una ganancia: mi plan de hacer que me dejara en paz estaba surtiendo efecto, pero tenía que dejarle claro que yo era mucho mejor, que no merecía volver sus ojos en mi dirección y así lo hice en una ocasión que me topé con ella en la escalinata de piedra y la rocé con mi codo para tener su atención.
—Ahora lo sabes, Granger —le dije, notando que rehuía mi mirada. ¿De verdad lo hacía? ¿Acaso esto no era lo que había estado esperando desde el principio? Debía agradecer que me dignara a hablarle y a mirarla.
—¿De qué hablas? —preguntó y pude leer en sus ojos que todavía le interesaba. Era patética.
—Que no somos iguales —respondí, sonriendo, arrogante, mientras Potter aparecía. No le di tiempo de responderme, pero estaba convencido de que, si había albergado una pequeña esperanza de poder entablar, aunque fuera una amistad conmigo, acababa de morir justo en ese instante. Me sentí satisfecho conmigo mismo.
De ahí en adelante no me preocupé más por Hermione Granger hasta una siguiente ocasión en que volví a encontrármela por el asunto del hipogrifo. Ese día casualmente sería sacrificado y ella y sus tontos amigos acompañaban y alentaban al guardabosque para que intentaran salvar al salvaje animal con alguna artimaña. El patético hombre lloriqueaba cuando Crabbe, Goyle y yo los encontramos cerca de su cabaña. No tenía intención de jactarme todavía más con el asunto, pero me sirvieron la oportunidad en bandeja de plata.
—¿De verdad está llorando? —preguntó Goyle y no pude evitar notar el gesto de enfado en el rostro de Granger.
Sonreí.
—Es patético que sea nuestro profesor, ¿no crees, Potter? —dije, disfrutando del espectáculo antes de sentir el puño de Granger estampándose en mi nariz.
Luego de eso todo pasó en cámara lenta. Aunque no era mi idea, pude ver la sorpresa en la cara de casi todos los presentes, incluso en la mía, pues no podía creer que Granger hubiera tenido la osadía de hacer semejante cosa: ¿en qué momento había llegado hasta mí? La sangre caliente empezaba a correr por mis fosas nasales, pero yo no podía pensar en otra cosa que no fuera la expresión de su rostro: ¿cuándo era que la aparentemente inofensiva Granger se había vuelto una matona? No podía entender nada de lo que estaba pasando y sus palabras acabaron por confundirme todavía más. Por primera vez en mucho tiempo me sentí perdido.
—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, maldita cucaracha despreciable! —gritó y yo no pude hacer otra cosa que seguir sosteniéndole la mirada. ¿Qué demonios pasaba conmigo? Estaba petrificado, siendo consciente de la decepción y el desprecio que había sembrado en ella y que ahora afloraba en las palabras más duras que me había dedicado jamás. No era que importara demasiado: nunca habíamos hablado de todos modos, pero me había creído intocable, inalcanzable, a decir verdad, y que fuera precisamente ella la que traspasara la barrera de protección que había construido a mí alrededor me hacía dudar de muchas cosas.
—¡Hermione! —La comadreja llamó la atención de Granger, tomándola por los hombros, pues no solo me había golpeado con fuerza, sino que ahora también tenía su varita en mi cuello.
—Suéltame, Ron —ordenó, sin ceder la amenaza que cernía sobre mí. No pude dejar de mirarla y preguntarme: ¿quién era la chica que tenía en frente? Llevaba tres años de conocer a Hermione Granger: la sabelotodo, la comelibros, la acosadora, la insignificante y patética Gryffindor que era la mejor amiga de mi peor enemigo, pero la persona que estaba frente a mi parecía diferente como si una parte de ella que había estado dormida despertara para enfrentarse a la persona que la había hecho vulnerable durante años.
Me fue difícil reconocerla.
Después de lo que parecieron minutos eternos comprendí que ahora era yo quien lucía como un idiota y volví mis ojos a Crabbe y a Goyle, que nos observaban boquiabiertos, para ordenarles que saliéramos de allí. —Vámonos —dije casi en un susurro y al minuto siguiente estábamos camino a las mazmorras.
Aquel día y los que trascurrieron después de ese no volví a toparme con los ojos de Hermione Granger.
