Prólogo
10 de Marzo de 1764
Grasse, Alpes-Maritimes, Francia
-¡Escúchame Brittany! ¡Por favor entiéndelo! ¡Es una jodida misión suicida! –le replicaba entre dientes con las lágrimas corriéndole por las encarnadas mejillas y sus manos apretando fuertemente los brazos de la muchacha.
-Tengo que hacerlo Santana, es necesario que llegue antes del amanecer, así no logre el cometido, al menos lo intenté – respondió con una seguridad la cual Santana jamás le había contemplado-. Esto lo hago por ti, tienes que recordarlo – hizo el ademán de acariciar el rostro de la más baja hasta que ella misma se la apartó de un movimiento brusco antes de que la tocase.
-¡Lo haces por mi padre Brittany! ¡Y él lo hace para joderme! ¡Para jodernos! Te he dicho que nos ha descubierto en una de nuestras andadas. Pudo fácilmente haber enviado a Chénier con el caballo, hubiese sido más rápido que enviar a solo dos siervas, él lo sabe. Lo sabe todo, ¡mierda! – gritó lo último mientras sucumbía al llanto y se dejaba caer en un escalón a lado de aquel edificio desolado de Casco Antiguo, con las manos en el rostro por un intento de calmar el sonido de sus gemidos lastimeros.
Pudo notar como Brittany se sentaba a su lado, serena, callada, como si estuviera esperando un propósito, o tal vez solo pensando en qué hipócrita podía llegar a ser el destino, que le arrebataba el amor a tan solo un periodo de tiempo corto de haberlo encontrado. Era hilarante para él, que se burlaba mientras recogía el anzuelo que había utilizado tan discretamente.
Podía haber sucumbido al llanto tal como lo hizo Santana, pero ella tenía en cuenta que no podía concluir ahí, el presentimiento le calaba los huesos, recorría su espina dorsal, bombeaba en forma sanguínea su corazón, se planteaba en una interna parte de su memoria.
-¿Recuerdas cuando nos vimos por primera vez? – le preguntó con una ligera sonrisa acunándole el rostro.
Santana levantó su semblante y la intentó visualizar entre la oscuridad que abundaba. No sabía a qué venía esa pregunta, estaban en la peor situación que pudiera llegar a imaginarse, a punto de dejarle ir para probablemente no volverle a ver, a ella y a la que se había convertido en su mejor amiga, Quinn Fabray.
En la mañana su padre le había comentado que las dos muchachas realizarían un viaje con el fin de entregar la noticia a su tío lejano de su urgente traslado a su hacienda ubicada al este de Grasse. ¿El motivo? Había un asesino suelto, un misterioso personaje dedicado a matar a jóvenes mujeres conocido como « El perfumista », pues se rumoraba ésta era su profesión y usaba a las muchachas con el fin de añadirlas en una de sus obras aromáticas. Éstas aparecían desnudas, sin cabello y con residuos de grasa animal. Todas tenían una característica en común: su sublimidad.
Aquella belleza exótica que poseía Santana, con el rostro afilado, piel trigueña y desafiantes ojos oscuros la había posicionado entre las solteras más codiciadas de Grasse, así como su prima, Rachel Berry, con rasgos judíos y nariz prominente que sin embargo le daba una presencia explícita y desenvolvedora, con su personalidad arrolladora y su voz prominente. Ambas poseían una belleza exquisita y sin precedentes, de esas que te envuelven y te confortan un sentido del cual no te habías percatado.
Monsieur López, que desempeñaba el cargo de tercer cónsul, había movido cielo, mar y tierra para que tanto su hija como sobrina no corrieran el mínimo peligro, pero sus opciones se estaban agotando considerablemente, por lo que optó por mudarse el tiempo que fuera necesario con el primo de su esposa, Fadrique.
Por supuesto, a su padre no se le podía formular mejor plan que enviar a una misión suicida a quien sabía mantenía una pecadora relación con su hija, y ¿Por qué no?, matar dos pájaros de un tiro y enviar igualmente a la chica que se reunía en el establo todas las noches con su sobrina, proclamándole su amor entre paja sucia y caballos finos. Ambas tenían una preciosura envidiable, con su cabello rubio y ojos seductores. El perfumista no lo dudaría un segundo al verlas solas en las desoladas calles de Grasse por el toque de queda.
-Claro que lo hago, jamás me olvidaría de aquello, Brittany, pero no sé precisamente a qué viene ese tema en particular – le respondió volviendo al presente, si carecía de opciones, tenía que aprovechar ese momento al por mayor.
Lo recordaba a la perfección, acababan de llegar de Nueva España, su país de origen. Su padre, Santiago, un mestizo de madre indígena y padre español bien posicionado, se casó con una francesa que había llegado al todavía conocido como "nuevo mundo", de la mano de su padre, un ambicioso comerciante de pieles que buscaba dinero y fama pues sabía ahí sería fácil encontrarla; el nombre de ella era Clèmence. Con su joven hija y la sobrina de ella, fruto de una aventura de su hermano con una mujer hebrea de la que se había enamorado cuando hizo un viaje a un país de Oriente, partieron nuevamente a Francia, donde se posicionarían gracias a influencias en un mejor sitio que si decidían quedarse en Nueva España.
Y lo lograron, los contactos políticos de Clèmence, junto al ingenio económico de Santiago, se posicionaron en una clase alta de la burguesía francesa. Santana y Rachel se rodeaban constantemente de personas de éste ambiente social, el cual llegaron a detestar con el pasar del tiempo.
Una tarde, Santana se disponía a adquirir una innovadora fragancia, llamada "Amor y Psique" de su perfumista predilecto, Péllissier. Se planteó en la necesidad de cruzar el centro de aquella particular ciudad, donde a pesar de su fama de perfumería, abundaba un olor pestilente, con personas aventando sus deshechos desde las ventanas a la callejuela, donde semillas hasta animales vivos eran vendidos en pequeños puestos ambulantes exhibidos en el repugnante suelo, niños con el rostro ennegrecido de la suciedad y dientes podridos por la falta de higiene. Era la viva imagen de lo nauseabundo. Claramente, era llevada en una particular silla de manos, cuando se disponía a cerrar las cortinas del pequeño espacio, entre la muchedumbre, el ambiente cochambroso, la desesperación, la falta de moral; se encontró con dos iris celestes que la miraban con afabilidad, que a pesar de su solemne presencia, le eran imposiblemente familiares, y no supo qué le magnificó más de aquel encuentro, si su sentir ante su descubrimiento, o su llaneza ante él. Llamó al siervo por la ventanilla delantera haciéndole saber su más reciente capricho, y lo demás era historia.
-Yo te reconocí, Santana. No me preguntes el porqué, no te respondería ya que ni yo misma lo sé. Pero sé que esto no es ni por asomo una despedida de por vida, o al menos no de otra.
-¿De qué estás hablando Brittany? – le respondió con la confusión grabada en el rostro.
En ese momento salió Quinn seguida por una sollozante Rachel. Era la hora, si no partían en ese momento, Santiago se encargaría de que lo hicieran, y no deseaban poder despedirse de una manera que no fuese la adecuada.
-Brittany, tenemos que irnos – ordenó con voz entrecortada la rubia.
Santana miró en ese momento a la mencionada con un dolor insufrible plantado en sus oscuros ojos, sus blanquecinos dientes apretados duramente y una expresión de misericordia que invadía en ese momento su pecho. Brittany le tomó las manos y la miró fijamente, con seguridad pero con ese halo de tristeza ineludible.
-Prométeme que me buscarás Santana, que yo no pararé hasta encontrarte. – le dijo con firmeza, pero, y Santana lo supo, no se refería al presente.
A regañadientes asintió con la cabeza, pues sentía como la presión en la garganta la dejaba muda, mientras las lágrimas volvían a hacer acto de presencia. Brittany le dedicó una sonrisa ilusionada, mientras se acercaba y unía sus labios en un acto de amor esperanzado, de promesa desgarradora.
Después de que Quinn y Rachel concluyeran con el mismo acto, le dio un abrazo caluroso a la primera, mientras Rachel hacía lo mismo con Brittany, acto seguido, se colocaron túnicas que les llegaban a los pies y se dispusieron a partir.
-¡Te quiero! – escuchó gritar a Rachel en un acto desesperado.
Y lo tenía que hacer, tenía que sellar su promesa, aunque le pareciera una idea descabellada, aunque pensara se había vuelto completamente loca, aunque el amor pareciera ofuscarle la lógica.
-¡Te encontraré, Brittany! ¡Te lo juro que lo haré! ¡Te quiero! – gritó, antes de ver esbozar a la rubia una sonrisa que opacaba aquella espeluznante oscuridad.
Se perdieron entre la fría niebla, eliminando cualquier ápice de su presencia. Rachel sucumbió ante ella, desvaneciéndose en sus brazos, Santana quería permanecer fuerte para ella, aunque estuviese derrumbándose por dentro, aunque la muerte en vez de llegarle a Brittany de forma repentina, le estuviese llegando a ella lentamente.
El día de la ejecución de Jean-Baptiste Grenouille, Santana llevaba bajo su elegante vestido un puñal de su padre. Como pudo bajó con la servidumbre para poder estar cerca del hombre y matarle con sus propias manos.
El momento había llegado, el negro carruaje se aproximó, y las puertas del mismo se abrieron, Santana apretó fuertemente el puñal en su mano derecha, pero en cuanto visualizó el atuendo del hombre, sus sentidos se vieron ofuscados, y de inmediato sus fosas nasales se impregnaron de un aroma sublime, excelso, inestimable, glorioso, aquel era el aroma del amor, aquel era el aroma de Brittany. El puñal cayó al suelo, y ella de rodillas, ante sus ojos no estaba aquel escuálido y granuja, sino Brittany, esplendida, sonriéndole.
Y cayó al suelo, con la imagen del amor y el deseo grabado en su memoria, en sus sentidos, en el inminente recuerdo y en el pronto reencuentro.
