Aquello le parecía tan irreal: su calidez, el estremecimiento de su cuerpo en contacto con el otro. Su visión parecía nublarse, junto a su cordura, para ceder a todo ese cóctel de emociones que le avasallaba.

Ésos labios suaves que prácticamente le succionaban cuánto podían.

Oh, y pensar que el primer comentario que le vino a la mente la primera vez que se conocieron fue un "Eres tan ruidoso, cállate. Te odio"


Sasuke Uchiha se caracteriza por tener un carácter pesado. No, no pesado, lo que le sigue. Si bien no es un colérico neurótico al que habría que llevar a terapia o a un grupo de ayuda, era una persona de trato difícil. Áspero.

Es el hijo menor de Fugaku Uchiha, empresario de una compañía de alta categoría en la ciudad. Hermano del Vicepresidente de la mencionada compañía, Itachi Uchiha, con todo y eso nadie puede explicarse a ciencia cierta como alguien con lo anterior citado puede ser tan bastardo irritante y creído. Sí, esa es la expresión correcta para referirse a él.

Su cargo en la empresa de Fugaku es menor que el de su hermano, pero no por ello menos demandante. Aún así, su padre le ha dado por los últimos dos meses una especie de "cese de labores" porque el Uchiha menor tiene ahora otras cosas en las cuales pensar.

Su boda.

Algo tan común para todo el mundo, pero que parecía casi imposible para alguien cómo él.

Bueno, no es que fuera por falta de prometida. De hecho habría que señalar que, contrario al carácter de ogro que poseía, era un tipo bastante bien parecido. Demasiado para su propio bien. Su madre, Mikoto, ya había perdido la cuenta de cuántas chicas que argumentaban conocer bien a su hijo habían ido a su casa a dejarle regalos, tarjetas, cartas y quién sabe qué más chucherías en San Valentín, en su cumpleaños y en cualquier fecha festiva que sirviera de excusa para husmear por la casa de uno de los chicos más populares de la escuela.

Y eso solamente en sus años escolares, a Mikoto no le extrañaría enterarse de que los dolores de cabeza de su hijo fueran por aquellas chicas siempre tan ruidosas y no porque fuera tan dedicado en los estudios.

Su hijo, de ahora venticuatro años, era bastante reservado para esas cosas. No era de sorprender que fuera el imposible de las mujeres y un tipo aberrante para los hombres. Una cosa llevaba a la otra, de cierto modo.

Mujeres que querían ser algo más que meras conocidas y hombres que le detestaban por destacar prácticamente en todo lo que se podía. Todo eso que parecía ser algo minúsculo ahora se reflejaba en algo importante.

Él simplemente no tenía amigos. Y no es como si la idea lo agobiase.

Bueno, sí. Ahora. En ésas fechas cuando caía en cuentas de que necesitaba un padrino.

Y le permitiría a Sakura, su prometida, elegir a alguien ese cargo si no fuera porque sabía que ella pensaba en Ino, su mejor amiga y en ese novio suyo, ese impertinente bastardo que resultaba ser Sai.

No tragaba a Sai, de ningún modo. No permitiría que ese bastardo de piel pálida diese el discurso de padrino. Antes muerto.

Y en su funeral, si el novio de Ino se atrevía a pronunciar algo, juraría por todos los dioses que saldría de su tumba para impedirlo

Así era su aversión por el chico pálido de cabello negro y corto.

Y desde que Itachi había rechazado la oferta, argumentando que un hermano es un hermano y nunca un amigo, se hallaba con esa incertidumbre.

¿Por qué tenía la vida que ponerle aquellas trabas tan ridículas? Imperantes, pero jodidamente ridículas. Sasuke se frotaba el entrecejo tratando de contener toda sarta de improperios que quisiera decir al respecto.

Y estaba ahí, esperando el ascensor que lo llevaría al piso de su oficina, sólo a dejar unos papeles que requerían de su rúbrica. Junto a él se paró un rubiales pulcramente vestido. Le llamó la atención por el simple hecho de que Sasuke conocía a la perfección a las personas que laboraban en los pisos superiores.

"Conocer a la perfección" era un término incorrecto, más bien tenía una vaga idea de quién curraba ahí y ese rubio no parecía ser parte de la plantilla de trabajo. Aquel chico volteó a verlo y sonrío cortésmente.

Y no supo qué hacer. En todos los años anteriores que alguien ponía una sonrisa boba, coqueta, demasiado alegre o lo que fuera, su rostro permanecía serio. Pero aquella sonrisa le descolocó al grado de ablandar su semblante.

Maldito ascensor que parecía no llegar nunca.