I'm back, bitches!

Hey, ¿cómo se encuentra todo el mundo? :D Ok, hace unos días que tenía esta loca historia rondando por mi cabeza y simplemente tenía que compartirla por acá y de paso seguir llenando el fandom. Es algo totalmente random y bueno, ¡espero que lo disfruten!

Antes que nada, me disculpo por la posibilidad de OoC esperando que el trasfondo de la historia sirva para justificarlo. He tratado de no dejar nada al azar. Este será un short-fic al que planeo dejarle no más de 3 capítulos, porque simplemente no estoy preparada para uno más largo. xD Les he dejado una sorpresita que tal vez les guste descubrir y que no he visto demasiado por el fandom en español, jejejejeje.

Disclaimer: No soy dueña de Frozen pero Mickey Mouse sí. Y ese ratón es un idiota con suerte. D:


El secreto de la familia real


El Obispo de Arendelle colocó con manos temblorosas la carta que acababa de leer sobre su escritorio, tratando de digerir cada una de las palabras que acababa de leer. La misiva provenía de uno de los miembros del Consejo Real y lo que en ella le describía, se cernía sobre él como la peor de las noticias que acaban de llegar. Y Dios sabía que en los últimos tres días habían recibido ya noticias suficientemente devastadoras.

Intentando poner sus pensamientos en orden, tomó la carta nuevamente y la guardó con recelo en uno de los cajones frente a él. Lo que decía el escrito le confirmaba sin dudas que ahora más que nunca, tendrían que acelerar los planes respecto a la ceremonia de coronación que pronto tendría lugar en el palacio.

El reino entero estaba de luto pero las circunstancias demandaban nombrar a un nuevo gobernante lo antes posible. Hacía tan solo tres días que había tenido que oficiar el funeral de sus majestades, el rey Adgar y la reina Idun, quienes acababan de fallecer en un terrible accidente en altamar. Su terrible destino no hacía más que complicar la situación a la que él y los otros dignatarios del Consejo Real deberían enfrentarse.

Con pesar, se levantó de su asiento y camino hasta uno de los amplios ventanales de su oficina mirando hacia la distancia.

Sus ojos pálidos y envejecidos se quedaron fijos en algún punto del bosque que se podía apreciar, colindando con las afueras del pueblo. En algún lugar de ese espeso paraje debía encontrarse el mayor secreto de la Familia Real, uno se habían esforzado con tanto ahínco por guardar y que en cualquier momento podría salir a la luz.

La hija mayor de sus majestades había supuesto un aspecto muy desafortunado en el destino de Arendelle. Hacía veintiún años, ni ellos ni ningún otro miembro del Consejo Real habrían imaginado que la niña que acababa de nacer en un cálido día de primavera, desarrollaría capacidades tan antinaturales que se verían obligados a recurrir a tomar medidas drásticas con el fin de impedir que atentara contra el reino.

La primogénita de los reyes contaba con un don asombroso para crear y controlar el invierno. Era un poder tan bello como siniestro y él, al igual que las otras personas del consejo, había llegado a saber de lo peligroso que podía ser aquel tipo de hechicería.

Un desafortunado accidente que involucraba a la hija más pequeña de la Familia Real, había obligado a los difuntos soberanos a revelar la naturaleza de los poderes de la mayor de las princesas, ya que temían que ello interfiera con su capacidad para estar al mando del reino en un futuro. Dicho incidente también había puesto la vida de la menor de las muchachas en peligro y empujado a los reyes a tomar la decisión más difícil de sus vidas.

La princesa Elsa había sido conducida a una cabaña en lo más recóndito del bosque, en donde crecería en compañía de algunos sirvientes de confianza y su estadía ahí se mantendría en absoluto secreto. Aquel asunto se había hecho del conocimiento de un muy reducido círculo de personas, todas pertenecientes al Consejo Real. Él estaba entre ellas. Y aunque existían muchas dudas respecto de la información que ocultaban los antiguos soberanos acerca del accidente en el que se habían vuelto envueltas sus hijas y las consecuencias de este, ninguno de ellos se había atrevido a negar su apoyo ni a contradecir las órdenes del rey. Porque a final de cuentas todos coincidían en una cosa: la condición con la que había nacido aquella niña no era natural. Y una persona así, no sería capaz nunca de estar al mando de una nación. Por más que eso lastimara a sus padres.

Mantener a la primera de sus hijas apartada de Arendelle había sido algo necesario, tanto por su bien como por el de las personas del reino y por supuesto, de su hermana.

La princesa Anna había perdido todos los recuerdos que tenía acerca de ella y sus inexplicables poderes. No tenía la menor consciencia de que alguna vez había tenido una hermana. Aunque ni el Obispo ni los dignatarios que conocían el secreto se explicaban el porque, habían asumido que todo ello era un efecto del accidente que casi le cuesta la vida y que había tornado uno de los mechones de su brillante cabello pelirrojo tan blanco como la nieve.

Y no querían ir más lejos en sus indagaciones. En el fondo, tenían tanto miedo al estar tratando con algo tan desconocido, que hacían a un lado el hecho de que estaban hablando de una niña y aceptaban la elección del rey Adgar como la más adecuada. Él había tenido la esperanza de que con el tiempo, su hija podría controlar aquel don y se había negado a dar más explicaciones.

La ausencia de su heredera por supuesto, se haría notar en el reino, por lo cual esparcieron el rumor de su muerte a causa de una supuesta caída a las aguas del fiordo y celebraron una ceremonia significativa, a ojos de los ciudadanos de Arendelle. El reino se puso de luto siete días mientras el Obispo, tan solo se preguntaba cuanto más duraría aquella mentira e imploraba al cielo su perdón por ser partícipe de ello.

Sin embargo él era fiel a su rey y en el fondo, se convencía de que hacían lo necesario para lidiar con muestras de peligrosa hechicería.

Lo único que no comprendía era como pensaban Sus Majestades lidiar con aquel asunto en cuanto Elsa se hiciera mayor. Era obvio que no la podían mantener oculta para siempre y si sus poderes crecían se volvería totalmente incontenible. Al mismo tiempo, sería difícil revelarle a su hermana que todos aquellos años se encontraba viva, cuando esta ni siquiera guardaba una memoria de su existencia. Y luego estaba la reacción de sus súbditos.

Él siempre había pensado que los reyes tomarían las decisiones acertadas al llegar el momento y había confiado plenamente en sus designios.

Pero nadie contaba con su muerte repentina en aquella embarcación. Y ahora no sabía que era lo que iban a hacer. ¿Qué harían cuándo la heredera legítima al trono llegara a presentarse, si es que lo hacía? No era prudente permitir que una criatura como ella estuviera al mando. Era una hechicera.

La solución más rápida en la que había pensado el Consejo Real, tal y como lo estipulaban en la carta que le habían enviado, era coronar a Anna como la nueva reina de Arendelle, aunque ello significara hacerlo tres años antes de su mayoría de edad.

Y los preparativos se habían puesto en marcha, ya que en un par de días se llevaría a cabo la ceremonia. Y el Obispo rogaba en su interior porque todo saliera bien.

En especial al recordar la nefasta noticia de la que también se le informaba en la misiva.

Una pequeña comitiva de soldados, al mando de dos de los miembros del consejo, había acudido a aquel punto del bosque para dar con la princesa Elsa. Grande había sido su espanto al encontrar la cabaña en donde había pasado toda su infancia y parte de su adolescencia, totalmente reducida a cenizas. Sabían que los criados que vivían con ella habían sufrido el mismo destino, al encontrar sus cuerpos carbonizados en medio de tan tétrica escena.

Y de la joven no había ni rastro.

¿Dónde se encontraría? Se había preguntado internamente el avejentado hombre, reflexionando en todas las posibilidades. Aquello sin duda tenía que ser sin dudas producto de la más monstruosa brujería. Pero algo le decía que esta vez la princesa no era la responsable. Sabía que sus capacidades se relacionaban con la nieve y el hielo. ¿Sería posible que hubiera revelado otra clase de poder?

Y si no era así, ¿se trataría de alguien más? Quizá alguien se había llevado a la muchacha, aunque también era algo que le parecía descabellado. Nadie más que sus padres y el Consejo Real conocían su paradero, además de un grupo reducido de hombres de la Guardia Real, los cuales habían mostrado una extrema lealtad. Los sirvientes que le hacían compañía a la heredera jamás se habían movido fuera de los límites del bosque.

No obstante eso, el jefe de la Guardia Real había sacado sus propias deducciones y tal y como le había dicho a los dignatarios que le habían acompañado en aquella corta travesía, sospechaba que alguna persona había secuestrado a la princesa. Alguien que podía ser una gran amenaza, si había sido capaz de reducir la cabaña a tan solo ceniza.

¿Por qué se llevarían a una joven como ella? No quería conocer la respuesta, porque algo le daba verdadera mala espina en todo el asunto.

Nervioso, el Obispo se apresuró a abrigarse y salir de su despacho para reunirse con el Consejo Real. Se habían dispuesto a varios soldados para rastrear el bosque y vigilar sus afueras, con el motivo de hallar a la princesa Elsa y reportar cualquier cosa extraña que se observara en los alrededores, al igual que se había incrementado la vigilancia en el palacio.

Aun así estaba consciente de que todavía quedaban varias cosas por hacer si pretendían que el secreto de la Familia Real continuara a salvo.


—Buen día señor.

El aludido levantó la cabeza ante el saludo, dejando de lado la tarea de cortar leña en la que se hallaba inmerso. Alguien como él, que vivía a las afueras del reino, siempre tenía las manos ocupadas con tal de proveerse de lo necesario para subsistir. Y por supuesto, tampoco estaba acostumbrado a la presencia de extraños. En especial como el que estaba viendo en aquel momento.

El joven frente a él era alto y vestía ropas sencillas aunque bien cuidadas. No obstante, había algo en su porte que le decía que no era precisamente una persona humilde. El semblante arrogante que portaba en sus ojos verdes y su manera de hablar eran muy distintas a las de cualquier campesino. No tendría más de veintitrés años. Su cabello pelirrojo se hallaba ligeramente revuelto y la sombra de una barba rojiza asomaba por su mandíbula. Parecía ser extranjero. Tenía algo que le hacía desconfiar de él, aunque no sabría decir que era.

Encontraba extraño también el hecho de que parecía venir desde el bosque, donde no muchas personas se adentraban debido a las supersticiones que existían en torno a él. Historias de criaturas que vivían entre las rocas y de brisas heladas e inexplicables, que le helaban a uno los huesos aún en las noches más cálidas de verano. Él no daba crédito a lo que contaban las personas que por alguna razón u otra, habían llegado a rondar en las cercanías del corazón de aquellos parajes, sin lograr llegar más allá. Pero aun así…

—Buen día—se limitó a responder con voz ronca, dejando de lado sus pensamientos y colocando su hacha a un lado para erguirse en toda su altura—. ¿Puedo ayudarle en algo?—preguntó de inmediato, sin preocuparse por parecer demasiado directo.

—En realidad sí—contestó el muchacho sin mostrar la menor intimidación ante su manera de hablarle—. Estoy de camino a Arendelle, pero me temo que oscurecerá antes de que llegue y queda un buen trecho por delante. Me preguntaba si usted permitiría que pasara la noche en su casa junto con mi esposa—el leñador volteó a mirar hacia la figura que el recién llegado le señalo con sus ojos. A unos metros de ellos se encontraba un caballo robusto y encima de él, una figura menuda a la que no pudo distinguir, puesto que se encontraba totalmente cubierta por una capa y la capucha le cubría el rostro—. Podría pagarle de forma muy satisfactoria por su generosidad.

La última oración le hizo volver la cabeza hacia el desconocido, que esbozo una media sonrisa que no parecía nada sincera. Gruñó ante su ofrecimiento y se volvió para mirar su hogar, el cual solo constaba de una simple casa de madera de dos pisos, aunque muy pequeña.

—Mi esposa se encuentra muy fatigada por el viaje—prosiguió el de pelo cobrizo al darse cuenta de su dubitación—, en verdad apreciaría si pudiera brindarme algo de hospitalidad. Partiremos muy temprano por la mañana.

El hombre volvió a mirar una vez a la figura encapuchada que esperaba un poco lejos. Lo pensó por un largo minuto antes de responder.

—Le diré que—habló todavía con algo de recelo—, pueden ocupar esta noche la habitación de arriba. Si dice que partirán apenas amanezca… solo espero que a su mujer no le cause inconveniente. No cuento con muchas comodidades ¿sabe?

—Le aseguró que ella no pondrá objeción—afirmó el joven sin quitar aquella sonrisa torcida que cada vez le gustaba menos—, estará muy agradecida con usted.

Antes de que pudiera decir otra palabra, lo dejó para aproximarse al caballo y tomó las riendas, conduciéndolo hasta la entrada de la modesta casa de madera. El montañés le observó fijamente atar una rienda a uno de los postes que sostenían el porche de la entrada y después, agarrar de la cintura a la mujer encapuchada para colocarla con facilidad en el suelo. Ella no había pronunciado ni una sola palabra y eso le intrigó.

Con cautela se acercó hasta ellos. Quedó de espaldas a la joven, quien seguía envuelta en aquella capa que parecía quedarle algo grande, y vio como con sumo cuidado se volvía a él sosteniendo con ambas manos la capucha alrededor de su cabeza. Unos hermosos ojos azules le devolvieron la mirada con dulzura.

—Le agradezco mucho su hospitalidad, señor—le escuchó decir con una voz muy delicada.

Él solo atino a asentir con la cabeza sin poder apartar los ojos de la mujer, que era más joven de lo que se imaginaba. Una sonrisa leve cruzaba sus delgados labios y aún debajo de la capa, pudo apreciar algunos mechones de cabello rubio y muy claro. De pronto se sintió algo turbado ante su presencia. No recordaba la última vez que había visto a una criatura con tanta belleza.

—Ven, querida—le hablo el pelirrojo tomándola de la muñeca y conduciéndola hacia dentro de la casa, antes de tomar un grueso bolso con sus pertenencias y lanzarle una mirada sombría a su anfitrión.

El hombre les miró desaparecer dentro de su vivienda antes de quedarse en silencio por algunos segundos. Luego volvió a la tarea que había estado haciendo, diciéndose que no había sido tan mala idea mostrarse amable con los extraños.


Elsa caminó dentro de la pequeña habitación en el piso alto de la sencilla construcción. Era bastante pequeña, puesto que solo había dentro una cama, un armario y una silla en una de las esquinas. En cierto modo le recordaba a la cabaña en donde había estado viviendo, aunque esta había sido más espaciosa y grande, y dentro de ella había contado con más comodidades.

Aun así, se alegraba de estar lejos de ese lugar. Y no le importaba la modestia del sitio en el que se hallaba ahora.

Miró con curiosidad dentro del armario que se encontraba vacío y luego se sentó sobre la cama, antes de desabrocharse la capa y dejarla encima del colchón. Echó un vistazo hacia afuera a través de la ventana que se encontraba cerca, viendo tan solo los árboles que rodeaban la casa, el camino de tierra y al leñador que había vuelto a hacer su trabajo.

—Es bastante pequeño—escuchó decir con desagrado a su acompañante, que se había quedado de pie en medio de la estancia y miraba alrededor con una mueca de desdén.

Exhaló un pequeño suspiro de desaprobación y se sentó en la cama junto a ella.

—Al menos solo será una noche—prosiguió para luego mirar por la ventana, como había hecho la muchacha y endurecer su mirada—. Y no quiero que salgas de la habitación. No me gusta cómo te miraba ese hombre.

—Alguien como él no debe estar acostumbrado a la presencia de mujeres por este lugar, Hans—dijo la rubia restándole importancia al asunto y esbozando una media sonrisa.

—De todas formas no quiero que salgas—replicó él terminantemente.

Lejos de contestarle por tan brusca manera de dirigirse a ella, la joven regresó a mirar al sujeto mencionado distraídamente por la ventana, para luego apartar su vista y cruzar las menos sobre su regazo. Aquello resultaba nuevo y emocionante para ella y no podía esperar para continuar con su viaje.

Sabía que se encontraban muy cerca de su reino, Arendelle, y no podía estar más ansiosa por ver cuánto habían cambiado las cosas desde su obligada partida y revelar su existencia. Pasar años encerrada dentro de una cabaña apartada le había hecho anhelar más que nunca el contacto con el mundo exterior. Pero a la vez, le había vuelto inconsciente de las relaciones con la gente y lo que sentían, así como del apego que se suponía, debía tener hacia su familia.

Claro que no se podía esperar sentir apego hacia unos padres que preferían ignorar tu existencia y hacia una hermana cuyos recuerdos se habían desvanecido y que en todo aquel tiempo, había disfrutado de las cosas que ella no.

Componiendo un semblante serio trató de ponerles un rostro a esos familiares de los que ya ni siquiera se acordaba, puesto que muy pocas veces solo su padre, el rey, había ido a visitarla. Elsa siempre había tenido la sospecha de que en el fondo le guardaba resentimiento por lo del accidente. Ella también se lo guardaba después de todo.

—¿En qué piensas?—le preguntó Hans después de un prolongado silencio.

—Pensaba en mis padres—contestó ella mirándolo de reojo—. Dijiste que murieron. ¿Qué fue lo que les sucedió?

Él no le había dado muchos detalles acerca de aquella noticia.

—Un incidente en altamar—le explicó Hans bajo la atenta mirada de sus ojos azules—, el barco en el que viajaban se hundió. Había una tormenta muy fuerte y la embarcación no dejó sobrevivientes. Sin duda terminaron por ahogarse.

Elsa no hizo el menor ademán de tristeza. Tan solo se limitó a escucharlo en silencio y luego de enarcar una ceja brevemente, apartó la mirada de él.

—Que desafortunado—dijo sin un rastro de emoción en su voz.

Se dedicó a conjurar un copo de nieve entre las palmas de sus manos, a manera de encontrar algo que hacer. Aquellas noticias le tenían sin el menor cuidado, pero ¿quién la culpaba? El mínimo contacto con sus padres había terminado por volverla indiferente.

—Es hermoso—le dijo el pelirrojo volviendo su atención hacia el copo que brillaba en medio de sus manos—. Ya lo controlas mejor.

—He estado practicando—dijo ella haciendo un movimiento de la mano y dejando estallar una leve brisa helada dentro de la estancia.

Hans le tomó aquella mano entre las suyas con suavidad.

—Mantenlo al mínimo aquí ¿sí? No queremos provocar un accidente—le advirtió con tranquilidad.

—Pero a ti te encanta provocarlos. Ya me lo demostraste en la cabaña.

—Eso no fue un accidente—repuso él componiendo una sonrisa tétrica en su rostro y llevando la mano que le tenía sujetada hasta sus labios, para depositar un beso sobre sus nudillos.

Elsa le devolvió la sonrisa con ternura.

—Deben estar buscándome—le dijo—. No se quedarán tranquilos cuando se den cuenta de que desaparecí. Y ya deben haberse dado cuenta. Tal vez hayan mandado soldados.

—Entonces, más vale que no nos encuentren ¿no?—murmuró Hans acariciando con su pulgar el dorso de la mano que aún le sostenía—. Por su propio bien—añadió con un tono de voz malicioso.

Miró como la chica asentía ligeramente con la cabeza antes de acercarse más a ella y sujetar su barbilla con entre su dedo pulgar y el índice, para mirarla con más atención.

—Has cambiado mucho en estos años, Elsa—le hizo saber haciendo que sus ojos vagaran por su rostro y luego, más allá de su clavícula—. Eres muy hermosa—le hizo saber al final con su voz ligeramente enronquecida.

Y era verdad. Mientras le observaba no pudo evitar pensar compararle con la adolescente tímida y encantadora que conociera cinco años atrás, cuando la vida había decidido que sus caminos se cruzaran por alguna razón. Si las cosas hubieran sido diferentes, él no se encontraría ahí en ese momento. Tan lejos de un hogar que jamás consideró como tal. En busca de un lugar en el que pudiera encontrar todo lo que estaba buscando. La princesa formaba parte de ese plan y verla ante él, convertida en la bella mujer que siempre se imaginó que sería, le llenaba de expectación y determinación ante el futuro.

La rubia ladeo la cabeza para deshacerse delicadamente de su agarre y rehuyó su mirada, repentinamente azorada ante su escrutinio.

—Tú también has cambiado—le contestó con tranquilidad al tiempo que volvía a cruzar las manos encima de su regazo—. Llegué a pensar que nunca regresarías. De haber tenido tanta libertad como tú, probablemente yo no lo habría hecho.

—¿Libertad?—repitió Hans levantando una de sus cejas con arrogancia.

—Sí—asintió la princesa sin inmutarse ante la leve ironía con que le habló—, pudiste experimentar más cosas que yo. Y viajar. Me dijiste que te habías vuelto Almirante—añadió recordando lo poco que le había contado mientras se encontraban en el bosque—y que pasaste mucho tiempo en el mar. Me gustaría saber cómo es… aunque haya tormentas.

—El mar—dijo él haciendo memoria de su larga estadía en el océano—, te gustaría mucho estar ahí. Un día te llevaré a recorrerlo en barco. Te encantará.

Elsa le volvió a sonreír.

—Aprender a navegar fue algo bueno, disfrutaba mucho hacerme cargo de una embarcación. Aunque eso implicara estar bajo las órdenes de varios de mis hermanos—dijo Hans sacando a relucir una nota de desprecio en su voz—. Pero me enseñó cosas útiles. A pesar de que yo no diría que fui exactamente libre durante todos esos años—aquella sonrisa torcida que lo caracterizaba se volvió a formar en sus labios—. Eso es algo que está en el pasado. Ahora las cosas son diferentes.

Su cálida mano se entrelazó con los delicados y fríos dedos de la joven.

—No entiendo porque pensaste que no iba a volver, Elsa—dijo con algo de reproche—. Cuando eres la única persona similar a mí en este mundo, sabes que no te dejaría a tu suerte. No lo comprendo.

—El tiempo a veces no es la mejor de las compañías—dijo la aludida a su vez haciendo un encogimiento de hombros.

Hans no le contestó nada. Se volvió hacia ella para observarla por unos segundos y luego colocó una mano en su mejilla para atraerla hacia él, poniendo fin a lo que tanto deseaba hacer desde que se habían reencontrado. Sus labios presionaron los de la muchacha con fuerza y de pronto, sintió su sangre hervir. Elsa no se negaba al contacto pero su manera de corresponderle era un poco más reticente. No en vano los años de soledad habían hecho mella en su persona, haciéndole estar poco acostumbrada a la cercanía de los demás.

No obstante él sabía que también le había extrañado y que correspondía al sentimiento que aún después de tanto tiempo, se encontraba intacto entre ambos. Porque desde que se habían conocido, se hizo evidente que no encontrarían a alguien más en quien pudieran confiar plenamente.

Elsa envolvió sus brazos alrededor del cuello del pelirrojo y permitió que profundizara el beso.


Faltaban tan solo un par de horas para que oscureciera y recién había terminado de reunir toda la madera que necesitaría para el próximo par de días. El hombre volvió a colocar el hacha en su lugar sin poder apartar sus pensamientos de sus recién llegados "invitados". Hasta ahora había caído en la cuenta de que ni siquiera había preguntado por sus nombres y él no se había presentado como era debido.

Había algo extraño en todo aquello y no sabría decir a ciencia cierta qué. Algo dentro de sí no dejaba de advertirle del joven de cabellos cobrizos, cuya sonrisa arrogante le daba la impresión de que ocultaba extrañas intenciones.

Él, junto con quien afirmaba era su esposa, se habían apresurado a subir y entrar a la única habitación que había en la reducida planta superior de su modesto hogar. No habían dado señales de salir en toda la tarde y tampoco era como si tuviera mucho tiempo de buscarlos. No se consideraba una persona de relaciones.

Un par de años atrás, su único hijo se había marchado de casa hacia rumbos desconocidos en busca de fortuna, dejando tras de sí muy pocas de sus pertenencias y una habitación vacía que apenas soportaba ver. La que ahora ocupaban ellos. Desde entonces se había acostumbrado a la soledad.

Negó con la cabeza al darse cuenta de que no paraba de darle vueltas al asunto. Una pareja de foráneos en realidad, no debería ser un asunto tan extraño por aquellos parajes, sobre todo si se hallaban de camino a Arendelle.

Recordó intensamente a la muchacha que acompañaba al pelirrojo y su mente se distrajo tratando de recrear su rostro con algo de anhelo. Tal vez él pareciera un hombre misterioso y con objetivos ocultos, pero ella personificaba la más absoluta inocencia. Alguien así no podía conllevar ningún motivo malo o peligro alguno, ¿verdad?

Entonces ¿por qué había algo que le inquietaba en el fondo?

El sonido de los cascos de un par de caballos lo sacó de sus pensamientos. Por el camino de tierra, miró a dos hombres con el uniforme de la Guardia Real del reino acercarse. Parecía que aquel día estaría lleno de sorpresas.

—Buenas tardes, señor—saludó uno de ellos.

—Buenas tardes—contestó él aproximándose un poco—. ¿En qué puedo servirles?

—Verá, estábamos haciendo rondas por los alrededores para verificar que todo se encontrara en orden. Hubo un incendio a unos kilómetros de aquí ¿sabe?—le hizo saber el otro soldado—. Tenemos la tarea de verificar que no haya daños mayores o personas heridas.

—Tengo entendido que nadie más habita cerca de estas tierras—dijo él con algo de recelo—, quizá quienes vivan cerca de los límites del bosque… pero, ¿dónde dicen ustedes que ocurrió este incendio?

—Cerca de las profundidades del bosque—fue la respuesta que obtuvo—, fue en un paraje muy espeso. Temíamos que el daño pudiera haberse extendido hacia los alrededores.

—¿Qué lo originó?

Los soldados intercambiaron una mirada seria antes de volver a encararlo.

—La causa es desconocida en realidad, aunque no hay nada de lo que alarmarse—volvió a decir uno—, revisar si hay daños es una simple rutina de seguridad. A menos que usted haya visto algo fuera de lo común.

—¿Algo fuera de lo común?—preguntó con suspicacia—. ¿Qué tendría que haber visto?

—Cualquier indicio de algo que pudiera provocar el incendio, desde luego—dijo un soldado.

El montañés frunció el ceño. Tenía la impresión de que aquellos hombres en realidad no estaban dispuestos a dar demasiada información del asunto. Y no podía evitar pensar que algo más grave había detrás de todo aquello.

—No, no he visto nada fuera de lo común—dijo finalmente, absteniéndose de sacar conclusiones. En realidad no se había percatado de ningún incendio, aunque si era verdad que había surgido en lo más hondo del bosque era comprensible, pues se hallaba a una distancia considerable—. Si llegó a notar algo y ustedes anduvieran cerca de aquí… bueno, estaría informándoles de inmediato.

—Agradecemos su colaboración, señor—el segundo soldado le dio un asentimiento de cabeza—. Que tenga un buen día.

Estaba por marcharse con su compañero cuando este le dio un vistazo al caballo que pastaba tranquilamente, fuera de la casa.

—Bonito animal—comentó apreciando a la criatura, que aparentaba ser un pura sangre—. ¿Es suyo?—preguntó sin esforzarse por ocultar el escepticismo en su voz.

Un caballo como ese después de todo, no tenía muchas posibilidades de pertenecer a alguien humilde como él. Aun así y sin saber porque, (quizá porque le había ofendido el comentario ligeramente altivo de aquel soldado), decidió mentir.

—Sí—respondió sin vacilación—. Es un buen ejemplar. Estupendo para el trabajo. A veces tengo que ir a recolectar madera un poco más lejos de aquí.

—Ya veo—el soldado apartó su mirada del animal y volvió a despedirse.

Mientras desaparecían por la curva del camino frente a la casa, el leñador se quedó pensativo. Serias dudas comenzaban a surgir de nuevo en su cabeza. No fue consciente de que también eran observados a través de la ventana del piso superior de la casa por un par de ojos verdes.


—Se nota que no le agradan mucho los soldados—le voz que lo recibió al entrar en casa un rato después le tomó por sorpresa.

Enfocó su mirada en el pelirrojo que se encontraba sentado cerca de la mesa de madera de la estancia inferior de la casa y que lo observaba con aquella sonrisa ladeada, en la que parecía que nunca iba a poder confiar.

—No es común verlos por aquí—contestó con un gruñido—. Algo malo debe estar sucediendo en el reino, como para que estén haciendo rondas.

—¿En verdad cree eso?—la pregunta de su huésped mostraba un tono ligeramente calculador.

Y sí, en verdad creía que todo aquello se trataba de algo más que de un simple incendio en las profundidades del bosque. Algo que no se alcanzaba a imaginar y que tal vez, guardara relación con el intempestivo fallecimiento de Sus Majestades, los reyes de Arendelle. O tal vez no. Él era un hombre de campo pero muy sagaz para darse cuenta de los asuntos torcidos.

Y aquel definitivamente lo estaba, aunque no comprendiera como.

—Me he dado cuenta señor, que no hemos tenido tiempo de ser presentados correctamente—habló de nuevo, sin molestarse en responder la pregunta anterior del joven.

Este no se inmutó ante su manera brusca de hablarle, sino que se limitó a ensanchar su sonrisa.

—Es verdad—le concedió—, pero eso no importa. ¿Sabe? En verdad le estoy agradecido por haberme mostrado tanta hospitalidad. Al igual que mi esposa.

—Es una joven muy bella—admitió él, cada vez más desconfiado ante aquel extraño intercambio de palabras.

—Sí que lo es—la mirada esmeralda de su 'invitado' se volvió a ensombrecer al percatarse del interés que mostraba al mencionar a la rubia.

—Este no es lugar para una muchacha como ella—prosiguió entornando sus ojos oscuros—, el bosque puede ser un sitio muy peligroso, en especial cuando uno se adentra en él. Si mal no recuerdo ustedes venían de esa dirección—su tono se volvió aún más suspicaz—y esos soldados mencionaron noticias muy extrañas.

—¿Qué le dijeron?

—¿Le preocupa lo qué me hayan dicho?—el montañés adoptó una expresión seria—Es una curiosa coincidencia albergar esta noche a un par de extraños y saber de soldados que vigilan el área. Y no he dejado de pensar que algo pinta terriblemente mal aquí—se atrevió a agregar, pendiente de las expresiones del muchacho frente a él.

Sin embargo no parecía alterado o nervioso. Y por alguna razón eso le inquietaba más.

—Creo que le conviene no indagar más, señor—dijo el pelirrojo con tranquilidad levantándose de su asiento—. No queremos abusar de su amabilidad.

Lejos de tranquilizarse, el hombre se puso alerta e hizo una larga pausa antes de hablarle de nuevo, contemplando que tan extraña se había vuelto aquella situación y haciéndole caso al presentimiento de que estaba tratando con algo que le podía traer serios problemas.

—Lo mejor es que se marchen de aquí—dijo al final sin vacilaciones—, no sé lo que tengas que ver con esos soldados y lo que sea que haya ocurrido en el bosque, muchacho. Pero no quiero formar parte de ello. Así que toma a tu esposa y váyanse. Considera que no mencionaré que estuvieron por aquí.

Por supuesto, esa última era una promesa que no pensaba cumplir. Y el extranjero debía intuirlo, porque tan solo se limitó a darle una mirada llena de desdén y superioridad.

—Preferiría que cambiara de opinión, señor. Solo será una noche—le dijo y pudo ver que no le estaba pidiendo un favor. Eso solo le inquietó más.

—Váyanse—replicó severamente.

El joven se acercó hasta quedar a una distancia prudente de él y alzó con suavidad una mano con la palma hacia arriba. Distraídamente la miró al tiempo que movía levemente los dedos.

—Temo que no puedo hacer lo que me pide. Verá, no es seguro para mi esposa estar en las afueras a estas horas—una flama pequeña brotó de entre sus falanges, iluminando levemente la estancia en la que entraba muy poca luz a causa del cielo que comenzaba a oscurecerse en el exterior—, yo no quisiera que le pasara nada. No. Estamos mejor aquí hasta el amanecer.

El hombre miró con incredulidad la escena ante él. La llama fue creciendo hasta ocupar la palma completa del cobrizo. Aquello no podía estar sucediendo.

—El incendio… —murmuró con una voz parecida a un susurro—. Mi Dios.

—Un evento muy desafortunado ¿cierto? No hay necesidad de que se repita en realidad.

Apenas fue consciente de sus palabras mientras el temor y la aprensión se apoderaban de él. Lo que estaba viendo tan solo podía ser obra de la más terrible hechicería. Jamás había creído en supersticiones o leyendas. Y de pronto, una sensación que le era poco familiar hizo mella en él. El miedo a lo desconocido.

—¿Qué clase de…?—su pregunta atemorizada fue interrumpida por los delicados pasos que bajaban por las escaleras y una voz detrás de él.

—¿Hans? ¿Está todo bien?—un par de ojos azules parpadearon un par de veces al ver lo que estaba ocurriendo.

El pelirrojo le dedicó una sonrisa tranquilizadora a la joven.

—No te asustes, querida. No es nada que no se pueda controlar.

El leñador supo que no hablaba acerca del fuego.

—Oh Hans—la muchacha se llevó un mechón rubio detrás de la oreja antes de caminar hasta ellos, sin parecer alterada en lo absoluto.

Se volvió hacia el hombre que sin saber con lo que estaba tratando, había accedido a dejarles entrar en su casa y le sonrió. Era un gesto muy dulce, pero que a él no le transmitió nada de confianza.

—¿No es hermoso?—le preguntó ella con suavidad—. El fuego. Siempre me ha fascinado lo que es capaz de hacer. Es algo muy bello de ver ¿no le parece?

Todo lo que obtuvo por respuesta fue una mirada turbada. Entonces hizo ademán de aproximarse hasta él…

—¡No te le acerques, Elsa!—exclamó Hans.

Ella hizo caso omiso de su orden y puso una mano en el brazo del hombre, quien de inmediato sintió un escalofrío. La piel de la joven poseía una temperatura inusualmente anormal. Estaba helada como el hielo.

—No tiene porque alterarse, señor—habló con una voz extremadamente suave y tranquila, en la que supo apreciar un leve matiz de advertencia—. Por su bien.

De pronto dejó escapar un leve gemido de dolor cuando él la tomó de la muñeca con fuerza, haciendo presión sobre la pálida piel con su mano.

—¿Qué es lo que son ustedes?—fue lo único que alcanzó a preguntar con temor, antes de sentir un impacto en su pecho y soltar un alarido.

Su agarre sobre la muñeca de Elsa cedió y cayó de rodillas al suelo. Sentía un dolor intenso que se extendía desde su abdomen hasta sus extremidades, como si su sangre estuviera ardiendo. La sensación era insoportable y mientras su vista se nublaba a causa del ataque, fue consciente tan solo de los pasos del joven que avanzaba hasta él con firmeza.

Dejó de estar consciente del tiempo, gimiendo dolorosamente y deseando que aquello terminara. Quería intentar suplicar pero sentía un ardor abrasador en su garganta y en cada una de las partes de su cuerpo. El sufrimiento se prolongó por largos minutos, mientras su piel se tornaba cada vez más cetrina y empezaba a desvanecerse en cenizas.

Elsa miraba con curiosidad como aquella vida se desvanecía ante sus ojos de la forma más agónica, aunque estos tenían una expresión muy difícil de descifrar. Tan solo pudo observar el principio, porque repentinamente sintió unos fuertes brazos rodeándola y se vio apretada contra el pecho del pelirrojo, que le impidió seguir observando como el hombre se consumía.

—Te dije que no te le acercaras—la regañó Hans subiendo una de sus manos hasta su cabeza para mantenerla recargada contra él.

Le echó un vistazo a su muñeca antes de levantarla con su otra mano y ver la marca roja que el agarre de aquel miserable había dejado sobre la blanca piel.

—Bastardo—espetó con desprecio y acarició la zona afectada con su pulgar—. ¿Te duele?

—No—le respondió quedamente, sin sentir emoción alguna.

Hans volvió a bajar su muñeca lentamente antes de besarla en la frente. No se arrepentía de lo que había hecho, pues ya había sucedido antes y las suficientes veces como para que distara de experimentar culpa o cualquier sentimiento de compasión. Él nunca había sido una persona compasiva. Sabía que de cualquier manera aquel hombre terminaría de esa forma; incluso si no se rehusaba a hospedarles por la noche.

No obstante le había sorprendido con sus atinadas sospechas y empujado a acelerar su muerte. Había perdido el control al verlo tocar a la princesa. No soportaba que alguien más la tocara.

—¿No vendrá nadie a buscarlo?—preguntó Elsa aun apoyada contra su pecho—. Mencionó que había soldados afuera.

—No volverán aquí, están vigilando en las afueras. Ahora está muy oscuro y no sería seguro seguir hasta Arendelle, con tantos de ellos rondando por ahí. Pero cuando amanezca podremos encontrar la manera de evitarlos—le explicó Hans con paciencia—. Y si no… bueno…

La oración se quedó en el aire pero ella supo bien a que se refería. La sonrisa torcida que mostraba le dio la seguridad de que no tenían mucho que temer si alguien se les atravesaba en el camino. Sin embargo y como él ya le había dicho antes, siempre era mejor evadir las complicaciones para encubrir mejor su llegada al reino. Tan solo por si las dudas.

Echó un último vistazo detrás de su compañero antes de que le instara a volver a subir para que descansara.

A sus pies solo quedaban un montón de cenizas.


¿Y bien? ¿Es esto una mierda o qué? ¿O les ha gustado? :3

Sí, la sorpresita que mencioné al principio son los letales poderes de Hans, que por supuesto usará para hacer el mal. El mal es divertido.

La verdad creo que solo vi un fic con este tema en español y ya nunca lo continuaron. Así que me dije, ¿por qué no? ¡Hágamos que todos ellos ardan! xD En fin, ya saben que los reviews son mi mayor inspiración para actualizar y cualquier cosa que quieran hacerme saber, no duden en comentarla.

Un detalle curioso es que creo que los nombres de los reyes de Arendelle son Adgar e Idun; no me acuerdo si los mencionaban en la película (soy terriblemente despistada). Creo esto porque he visto que los nombran así en varios fics, incluidos los de la gran HoeLittleDuck (si estás leyendo esto, ¡espero que te guste!), así que yo también los llamé así. Porque no soy buena para inventar nombres. D:

¿Qué más? Bueno como mencioné al principio, puede que haya un poco de OoC de parte de Elsa pero al leer el principio supongo que se imaginarán el porque. Y si a alguien le parece cruel la decisión que tomaron sus padres, recuerden... ¡es un universo alterno! Y tenía que hacerlo de esta manera para sacar una parte oscura de ella. xD Pero hablando de eso, si han leído algunos de mis oneshots notarán que ella no es exactamente tan desgraciada aquí (o al menos no en este capítulo). Quisé ponerle una actitud más light, en la que no exterioriza tanto sus rencores y puede comportarse de forma dulce, aun cuando en el interior no lo es tanto. Considero que eso es un poco más tétrico y me encanta, jejejejeje.

Ah sí y apuesto a que en este momento tienen preguntas. Muchas preguntas. Las respuestas serán dadas en el próximo capítulo. :D Veremos como fue que se conoció nuestra pareja y habrá más detalles acerca de lo que ocurre en el reino y todo el asunto del secreto familiar. Así que contengan sus ansias, si es que las tienen. Nos veremos en la próxima actualización. No sé cuando, pero confío en que pronto. ;)

¡Saludos a todos! (Se aleja cantando "Let it go").