—¿Estás diciendo que mis manzanas no son lo que deberían?

—¡Oh, no! Es sólo que no todos saben apreciar los gusanos en ellas...

El mago de Oz - Noel Langley


Factor común


El tiempo da una cabriola a partir de un suceso simple para muchos: el derrame de una gota de sangre en un mundo tan perfecto que no necesita la blancura que el Aoba de otro Universo exige en sus ropajes.

La gota cae insolente, inconsciente, sobre el pecho desnudo de un Aoba que ha triunfado sin mayores ambiciones; pero es de alguna manera la misma que mancha impunemente el kimono del taumaturgo de Midorijima.

Hay un cortocircuito en el ir y venir de ambas instancias, paralelas.

—¿Aoba?

Koujaku, el Koujaku aún humano, se preocupa por su amante, que queda con los ojos en blanco. Es la primera vez que tienen sexo y teme haberlo lastimado, excitado como está. La gota de sangre de su Aoba es de él.

El Koujaku del otro mundo no puede articular palabras. Sólo gruñe al Mesías rojo, aún penetrándolo, a pesar de que ese Aoba también ha caído en letargo.

Por fracciones de segundos, uno y otro intercambian miradas. El Aoba que es socio de Toue ve al otro Koujaku.

¿Esto es lo que querías?

No llega a pronunciarlo. Es una oportunidad tan fugaz de espiar entre las leyes cósmicas del tiempo que se esfuma antes de que tome control de su lengua.

El Aoba que es tan simple como puede serlo tras descubrir un gran poder y perderlo, enterrándolo en el fondo de su ser, entra en lo que no es un pedazo de cielo para él, sino de Infierno puro. Y Koujaku padece lo mismo que su Aoba Rojo: al reconocerlo como más cercano que el que le ha tocado en esa vida, al que penetró adolorido y prisionero, resentido y animal furioso. Diría su nombre pero entonces se ha ido.

El Koujaku aún humano tiembla estremecido por la visión de horror en los ojos de su amante. Trata de borrarla pero le es difícil, imposible. Vuelve en las noches con pesadillas y algo de odio.

El Aoba de su mundo hace lo imposible por resarcirse pero los espacios entre realidades son demasiado distantes.

Así que rompen por acuerdo mutuo y son tan miserables que Ren casi no está feliz ni aliviado. Casi.

—Él tiene razón. Voy a tener que matarte —dice el Aoba de blanco y rojo, sacándole las cadenas a su iracundo y monstruoso amante. Sabiendo qué pasará.

Este último Aoba, sin embargo, sigue creyendo que su final es mejor.