- Blaine, ¿qué demonios estás haciendo aquí arriba? Te dará un resfriado si sigues merodeando por la terraza todos los días.

El joven muchacho italiano se sobresaltó ligeramente ante la súbita aparición de su colega y amigo, Mike Chang. Aún se sorprendía de cuán silencioso era. No en vano su apodo era "la Sombra". Era mortalmente silencioso.

- Ya te lo dije, no está en mis planes inmediatos bajar a escuchar a Puckerman –le respondió el aludido, con un gesto molesto en el rostro.

Mike apoyó su espalda en la fría pared de la terraza, junto a Blaine, y encendió un cigarrillo con un ligero click de su encendedor plateado. Dio una larga pitada y se rió mientras exhalaba lentamente el humo.

- Pues no terminará en un buen rato. Acaba de volver de Las Vegas con muchas de sus historias.

- Oh, ha traído más que historias esta vez –gruñó Blaine- ¿Quién demonios es esa bimbo de Rachel Berry? ¿Siquiera ha usado un arma en su vida?

- Más de una, según he oído –dijo Mike, sonando ligeramente sorprendido-. Aparentemente puede matar a treinta personas con un alfiler de sombrero.

- Decían lo mismo de esa chica, no-sé-cuánto Fabray.

- Ella no era la persona más brillante sobre la faz de la Tierra…

- ¿Brillante? –Blaine rió amargamente- Era una niña mimada con una semi automática. Y casi logró que la matasen durante su primer trabajo. Estoy seguro que lo recuerdas, aún debes tener manchas de su sangre en tu gabardina.

La fría brisa silbante remarcó el incómodo silencio entre ellos luego de que esas palabras fueran dichas.

El ajetreo nocturno de Chicago llenaba el aire. Blaine se encontró a sí mismo maravillándose una vez más ante la intricada mezcla de sonidos, el vertiginoso pero coordinado movimiento de vehículos y gente, el sentimiento de que, a pesar de toda la mierda alrededor, el mundo seguía girando.

Una risa irónica salió de sus labios ante ese pensamiento.

- Oí el apellido Hummel hoy temprano –dijo Mike luego de un largo rato de silencio forzado, animándose a continuar la conversación luego de oír la risa de su compañero.

El chico dejó de reírse y giró su cabeza inmediatamente hacia el asiático, prestando de repente mucha más atención a sus palabras.

- ¿Qué tanto oíste?

- No mucho… algo de una deuda enorme sin pagar. Luego Schuester y Figgins comenzaron a mencionar nombres y las últimas misiones realizadas por cada uno de esos que nombraron. Allí fue donde entré yo, porque no tenían información tuya al respecto. Al ser tu compañero habitual, yo estaba mejor informado de tus… actividades.

Blaine notó un tono extraño en la voz de su colega. Notó cierta vacilación hacia el final de la frase, sabiendo inmediatamente que Mike estaba ocultándole algo, probablemente una pieza importante de información. Sin embargo, lo ignoró; no estaba de ánimos para ponerse quisquilloso con las palabras esa noche.

- Nada más gordo, sin embargo –dijo rápidamente y más animado, con lo que Blaine solo confirmó su intuición-. Probablemente sea una misión para los chicos grandes y Schuester planea darte una misión más fácil.

- Tienes razón, supongo. Ese bruto de Hummel es un pez gordo, seguramente tiene el nombre de Puckerman tatuado sobre su frente hace un largo tiempo –apuntó distraídamente.

- De hecho… –allí estaba ese tono de nuevo- fue al chico al que mencionaron, el tal Colt, Kurt o como se llame.

Blaine comenzó a sentirse realmente perspicaz entonces. Miró directamente a su compañero, intentando descifrar los pensamientos de aquél, que comenzó a removerse nervioso.

- Oye, no me mires así –replicó el asiático, abriendo mucho los ojos y levantando ambas manos como si tuviera que defenderse.

- Te daré la chance de contestarme honestamente –dijo el italiano en voz baja y amenazadora, entrecerrando los ojos- ¿Sabes algo que no me estás contando?

- No, eso es todo lo que oí, lo juro –dijo el chico, esforzándose en sonar sincero.

- Para ser asiático, eres un desastre mintiendo, Mike –espetó Blaine dirigiéndose hacia la puerta que daba al interior del edificio.

- No estoy mintiéndote –replicó Mike arrojando la colilla del cigarro por la cornisa, con tan poca convicción que Blaine tuvo que reírse.

- Como quieras, pero ten esto por sabido. Sé sumar dos y dos. Si sabes algo y no me lo estás diciendo, te rebanaré el cuello sin pensarlo dos veces –dijo el chico, encarando amenazadoramente al asiático.

A pesar del tono, ambos sabían que era una amenaza hueca. Mike era la única persona en quien Blaine confiaba, y si lo asesinaba, se quedaría solo.

Y quedarse solo en la mafia de Chicago no era recomendable para nadie.


Seis años.

Seis años se habían ido y aún Blaine no podía soportar a ninguna de las personas en ese cuarto lleno de humo.

El humo provenía de varios cigarrillos y habanos, provocando una tos seca y un creciente mal humor en Blaine. Odiaba el humo y los cigarrillos, particularmente los de Puckerman. Éste siempre insistía en fumar unos habanos mentolados importados de Cuba tan solo para probar su hombría, como si todas las prostitutas a su alrededor no fueran suficientes.

Aquella chica latina, Santana López, siempre se sentaba sobre su regazo y se reía con su voz felina ante cada estupidez que el canalla decía, al igual que la cabeza hueca de Sugar Motta y la chica nueva, Rachel Berry. A pesar de que Blaine podía apostar que las tres mujeres eran perfectamente capaces de irrumpir en un edificio inexpugnable, robar un banco en tres minutos y matar a un hombre sin que siquiera se les moviera un cabello, no podía evitar que le desagradaran.

Para Blaine, todas ellas eran prostitutas caras con armas y cuchillos.

- Buenas noches, Blaine –dijo una voz ronroneante detrás de él.

El chico se permitió sonreír un poco ante la aparición de la bella y seductora asiática; ella sí le agradaba. Y le agradaba el hecho de que le ofreciera sus encantos exclusivamente a Mike, ni siquiera una leve inclinación hacia Puckerman.

- ¿Qué tal estás esta noche, Tina?

- Como siempre cielo, como siempre –le respondió ella con una amplia sonrisa, enredando su brazo automáticamente en torno al cuello fibroso de Mike-. Te ves cansado.

- Es por todo este humo, no puedo respirar muy bien.

La conversación fue interrumpida por la aguda risa de Sugar Motta. Puckerman debía estar contando la mejor anécdota de su patética vida.

- Y entonces el muy imbécil dijo "¿Puedo confiar en ti? ¿El dinero es mío?" y yo le dije "Puedes apostar tu vida, querido amigo". ¡Ya no volverá a apostar contra la casa nunca más!

Todo el cuarto estalló en risas, menos Blaine y la pareja de asiáticos.

- Me asquean, todos ellos –gruñó el chico italiano en voz baja.

- Ignóralos, cariño –dijo Tina presionándole suavemente el brazo.

El tumulto continuó durante unos minutos más, hasta que la puerta de la habitación se abrió de súbito y un hombre alto y delgado entró con aires de señorío, flanqueado por una pequeña mujer pelirroja y otro igualmente pequeño hombre hindú. Schuester y sus secuaces, la señorita Pillsbury y Figgins.

Todos guardaron silencio e instantáneamente se pusieron de pie para recibir al líder de la mafia. Incluso Puckerman respetaba al jefe. Blaine solo se enderezó un poco contra la pared donde estaba recostado.

Ante la señal de Schuester, todos tomaron asiento y aguardaron mientras se quitaba el abrigo y la señorita Pillsbury le servía un trago. Luego encendió un habano y comenzó a hablar.

- Buenas noches a todos, queridos amigos, y bienvenido de nuevo, Noah. Tu presencia se ha hecho notar.

Puckerman inclinó la cabeza con respeto ante Schuester, que siguió hablando sin inmutarse. Blaine quiso reírse ante lo ridículo del papel sumiso de Puckerman.

- Debo felicitar a todos en general por su desempeño en estas últimas semanas, todos han mejorado visiblemente. Sin embargo, queda aún mucho por hacer, y ahora que Noah está de vuelta, creo que es necesario que todos nos avoquemos en nuestro nuevo objetivo. ¿Emma?

La señorita Pillsbury comenzó a repartir unos sobres marrones a todos, que contenían dos hojas de información, un mapa rotulado de la ciudad y una fotografía.

Hubo un murmullo general de aprobación, incluso gritos de victoria a medida que los sobres se iban abriendo. Blaine, en cambio, sintió ganas de abofetear a alguien al ver el contenido del sobre.

- El objetivo es Kurt Hummel, hijo mayor de Burt Hummel. Recordarán a Hummel padre por ese préstamo que le hicimos hace un par de años, con el que logró amasar su fortuna y que jamás se molestó en retribuir.

Todos gruñeron y asintieron.

- Pues bien, llegó la hora de recuperar nuestra inversión. El plan es sencillo: capturamos al chico e instamos a su papi a que nos pague su deuda si quiere ver a su niñito pavonearse por los teatros de nuevo.

Hubo una risa desdeñosa y una ola de entusiasmo ante el plan. Blaine aún no se permitió ningún tipo de celebración. Estaba esperando oír una pieza de información, y tenía una ligera sospecha respecto a ella. Esperaba equivocarse.

- Ahora bien, todos sabemos que Hummel no es un premio menor. Es uno gordo, muy gordo. Tan gordo que he decidido cancelar la totalidad de la deuda de quien logre capturarlo y exprimirle unos cuantos billetes a su padre.

Todos se miraron incrédulos, inclusive Blaine. Ese era realmente un premio muy gordo, para muchos implicaba volver a su hogar.

- Yo lo haré –saltó Puckerman, con los ojos desenfocados del entusiasmo-, yo lo haré, yo puedo hacerlo.

Blaine se recostó de nuevo contra la pared, su atención cayendo nuevamente ante el ofrecimiento voluntario de Puckerman. La fase de presentación era toda una farsa, todos sabían que los peces gordos eran de aquel bastardo.

Una parte de él se decepcionó ligeramente. Se había equivocado. Mike había dicho la verdad después de todo.

- Muy amable de tu parte Noah –respondió Schuester con una falsa sonrisa- pero tu deuda puede ser pagada por otros medios, no hay necesidad de que te arriesgues en esta misión. Además, el secuestro del chico requiere cierta… persuasión, que sé que te pondría incómodo.

Vaya, esto sí era nuevo, pensó Blaine. Nuevo y extrañamente sospechoso. Una leve intuición comenzó a zumbar dentro de su cabeza.

- ¿Persuasión? ¿A qué te refieres con…? –Puckerman se detuvo en seco y miró directamente a Schuester. Luego a la fotografía. Luego a Mike. Y finalmente… con furia e incredulidad a Blaine.

Y Blaine también miró a Mike, la intuición volviendo a zumbar con más fuerza.

Acababa de sumar dos y dos.

- Dime que no es cierto – le dijo Puckerman a Blaine sin aire.

- ¿Qué no es cierto qué? –exigió el chico.

- ¡Que te van a dar esta misión a ti, pedazo de marica!

La visión de Blaine se volvió borrosa por la repentina furia que lo atravesó al oírse llamar así.

- Si es así, me estoy enterando ahora mismo, imbécil.

Puckerman lo apartó de su camino y empujó a Mike contra la pared, ante el estupor de todos.

- Así que era esto lo que te preguntó Schuester en privado esta tarde, ¿eh? ¿Si a tu pequeño amiguito le gustaba chupar pollas, eh? ¿Porque necesitaba un marica para traer al chico? ¡Contéstame!

La alarma flameó en los ojos del asiático, que miró asustado a Puckerman y luego a Blaine, con aún más alarma en el rostro y acaso una pizca de remordimiento.

- Detente, Noah –dijo Schuester con firmeza.

- ¡Pero no puedes darle una misión como esta al marica de Anderson, Schuester! –vociferó Puckerman, soltando con brusquedad a Mike- ¡Que vaya por todo Chicago eyaculando dentro de culos de vírgenes no le da el derecho de hacerlo, tengo tanto o más derecho que él! –explotó, señalando a Blaine.

- Ya ha sido decidido, así que si quieres ir tú a soplarle la polla al chico para que venga aquí sin ningún rasguño y por sus propios pies, eres libre de hacerlo –replicó burlonamente Schuester.

Puckerman fulminó con la mirada a Schuester durante unos segundos más, y luego se dirigió a paso firme hacia Blaine, que se irguió y plantó sus pies firmemente en el suelo, preparándose para una pelea. Pero Puckerman solo le hundió un dedo en el pecho y sonrió despectivamente.

- Ya disfrutaré escupiendo sobre tu cadáver cubierto de porquería de la polla de Hummel cuando falles, Anderson –le dijo en voz baja, y luego salió de la habitación a grandes zancadas.

Blaine ni siquiera se inmutó ante la declaración. Es más, le devolvió una sonrisa arrogante a la habitación perpleja.

- Acepto el trabajo, Schuester, si en verdad es mío.

- Todo tuyo, muchacho –respondió el líder con una amplia sonrisa-. Recuérdalo, lo haces bien y te vas a casa.

- Aceptaré el desafío –añadió, con la sonrisa aún pegada a su rostro mientras abandonaba dramáticamente la habitación.

Su sonrisa se disolvió en cuanto atravesó la puerta hacia el callejón desierto.

El odio se levantaba en oleadas desde el centro de su pecho, bloqueando cualquier otro sentimiento. Odio puro, hacia Mike, hacia Puckerman, hacia Schuester, hacia toda esa maldita panda de delincuentes y prostitutas.

Pero sobre todo, odio hacia sí mismo. Porque por un segundo se permitió creer que la gran misión de su vida implicaría algo más que follarse a alguien. Porque incluso luego de seis años, seguía siendo la puta que estaba destinado a ser desde el minuto en que puso un pie en Chicago. Se odiaba por decirse a sí mismo a diario que era algo más que una puta, y sobre todo por creérselo. ¿Y se creía mejor que sus colegas femeninas? Vaya hipócrita.

Ellas al menos hacían lo que les correspondía hacer, pensó Blaine con amargura. Eran mujeres ofreciendo sus servicios a hombres, como debía ser. Blaine, sin embargo, tenía otros apetitos. Y la mayoría de las veces no lo hacía por trabajo, sino por propio placer.

Puckerman tenía razón, era un marica aparte de una puta.

Pero no importaba nada de eso, porque así como su promiscuidad lo había estigmatizado por años, acababa de convertirse en su arma más poderosa.

El trasero del chico Hummel era su boleto de vuelta a casa, y una noche más de prostitución era un precio que estaba más que dispuesto a pagar. Una noche más, y todo acabaría, de una manera u otra.