Por una promesa

Capítulo I: El regreso a casa

La lluvia arreciaba. Podía sentirla caer sobre mi cabeza, resbalando por mi rostro, desde mi nariz hasta el suelo. Pero era demasiado doloroso regresar a la realidad… a una realidad en la que ya no quería vivir.

Y sin embargo… sin embargo, por una promesa tendría que levantarme y abrir los ojos para encontrarlo. Aunque lo hubiéramos perdido una vez más. No sé ni cómo llegamos hasta este lugar, los recuerdos me invaden, pero son pequeños retazos de imágenes que están más allá de mi límite de consciencia.

Abro los ojos… y veo un desfiladero justo frente a mí. Con toda la fuerza que soy capaz de reunir, levanto el rostro y me parece que aquélla montaña que se recorta contra mi campo de visión se alza hasta el cielo, rasgando las oscuras nubes que dejan caer su carga como un reflejo de mi alma atormentada.

Piedras y polvo nos cubren… estamos sepultados bajo una montaña de escombros, es por eso que me cuesta tanto trabajo incorporarme, además de que me siento vapuleado y extrañamente débil y cansado. Atrás de mí un pequeño lago y un poco más allá un enorme valle entre escarpadas montañas se abre hacia el cielo oscuro y tormentoso.

No estamos en Konoha, pero tampoco en la Aldea del Sonido. Es el límite entre ambas, y la montaña que estoy viendo en este momento es la frontera natural que las divide. Y de pronto, como un ramalazo de agua fría me viene a la mente el recuerdo de por qué estamos aquí. Y la respuesta es aquél nombre que nos conduce, una vez más, hacia un callejón sin salida. Sasuke…

Logré ponerme de rodillas, un gran esfuerzo de voluntad, un paso más lejos de nuestro objetivo. Y respirando entrecortadamente, entre los sonidos de las piedras que seguían rodando colina abajo, del golpeteo de la lluvia sobre la roca, de los truenos que les seguían a los haces luminosos que se proyectaban desde el cielo… justo entonces, noté unos cabellos rosados que asomaban debajo de una pila de escombros.

Sakura-chan. – El sonido de mis propias palabras se ahogó entre el furioso silbido del viento y con el corazón palpitándome cada vez más rápido a causa del pánico me acerqué a ella, sin importarme el dolor que atenazaba mis miembros cada vez que me movía.

Y ahí la vi, tendida bajo ese enorme montón de piedras y tan sólo de imaginarme las heridas que podría tener, sentí un vacío en el estómago cada vez más intenso y horripilante. No… antes de perderla, entregaría mi vida a cambio.

Vamos, resiste, Sakura-chan… no… no me abandones. – Ni siquiera era consciente de los sonidos que escapaban de mi boca, sintiendo solamente el contacto de las rocas contra mis manos. Y lentamente, su figura fue apareciendo bajo toda esa montaña que la tenía sepultada. Rasguños, moretones, sangre… mis ojos la recorrían de arriba abajo buscando alguna herida grave que pudiera poner en peligro su vida, pero al parecer, solamente eran lesiones poco importantes.

Y aún así… aunque no tenía nada que pudiera amenazar su vida, seguía con los ojos cerrados, aquellas ventanas verde jade que eran al mismo tiempo, mi alivio y perdición… se mantenían ocultas bajo sus delicados párpados. Un súbito pensamiento me asaltó, borrando de mi cuerpo y de mi alma cualquier otra preocupación o cualquier otro sentimiento… ¿y si… la vida había abandonado su cuerpo?

No… no podía ser. Lentamente, alargué mi mano hacia su cuello buscando aquél palpitar que se había vuelto ahora, el centro de mi universo. No podía pensar en otra cosa… ¿y si no encontraba nada¿Y si ya había exhalado su último aliento, abandonándome sin que yo lo hubiese notado? Y por fin… débil, pero existente. Mi corazón oprimido por las heladas garras del miedo, respiró aliviado. Una sensación de tibieza se extendió por todo mi cuerpo y en ese instante, la debilidad regresó a mí.

Pero no podía dejarla allí bajo la lluvia, tenía que resguardarla del frío, de la tormenta, del peligro… Todavía sin recordar muy bien lo que había pasado, me incorporé lentamente y haciendo acopio de toda mi fuerza, la cogí entre mis brazos, tan delicada, tan pálida, tan fría…

Pero viva… Estúpido zorro, préstame un poco de tu chakra recitaba una y otra vez, en una furiosa letanía, cada paso hacia las montañas un tremendo esfuerzo de voluntad. Tenía que encontrar una cueva, seca y lo suficientemente amplia como para que cupiéramos los dos sin que ella sintiera invadida su intimidad una vez hubiese despertado. Bordeé la montaña que había visto nada más despertar, rogando por encontrar algo que se ajustara a nuestras necesidades.

Finalmente, la encontré. La montaña presentaba un tajo en una de sus inmensas paredes escabrosas y allí oculta entre las sombras y perfectamente resguardada de las inclemencias del tiempo y demás… estaba el refugio perfecto.

Si tan solo Sasuke estuviera aquí… pensé con amargura mientras intentaba hacer una fogata frotando dos piedras entre sí. Si tan solo… si tan solo… puros deseos y fantasías irreales que se ahogaban bajo el inmenso dolor que dejó su partida. Si tan solo no te hubieras ido, nosotros no estaríamos aquí, sufriendo por tu culpa. Y Sakura-chan volvería a sonreír como antes lo hacía, aunque esa sonrisa no fuera para mí.

Suspiré indignado, y abandonando mi tarea lancé las piedras con toda la fuerza que me confería la frustración y la impotencia. Giré la cabeza y la ví, acostada sobre mi chamarra que yo había dispuesto como cama. Me estaba congelando, pues abajo sólo traía mi camiseta negra de manga corta, pero ¿qué más daba? Al menos se veía bastante cómoda. Su rostro había pasado de una mueca de dolor, a la expresión tranquila y serena que adquieren las personas que duermen bajo el hechizo hipnótico del sueño.

Veamos, no debe ser tan difícil – murmuré por lo bajo, el sonido haciendo eco entre esas paredes que comenzaban a incomodarme. ¿Cómo hacía Sasuke cada vez que lanzaba esa bola de fuego ardiente? Decía algo así como… - ¡Katon! – Llevé mis manos hasta mi boca, en un movimiento que yo consideraba bastante cercano al que hacía Sasuke. Pero nada pasó.

Estúpido zorro¿no puedes sacar fuego? pensé fastidiado, contemplando con cierto rencor los pedazos de madera que había reunido y que se negaban a prender.

Ni que fuera estufa automática se escuchó una voz dentro de mí, con cierto sarcasmo. Vaya que el Kyuubi podía llegar a ser bastante inútil e irritante cuando se lo proponía.

Un sonido me distrajo de las maldiciones que estaba profiriendo al zorro que habitaba dentro de mí, confinado detrás de unas rejas y sellado con la técnica de mi padre, el Cuarto Hokage. Parecía revolverse en sueños, y a juzgar por las violentas sacudidas que recorrían su cuerpo, era una pesadilla. Gateando rápida pero cautelosamente para no despertarla me acerqué a ella y comencé a acariciarle el cabello con suavidad. Primero tímidamente, apenas rozando con la punta de los dedos aquellas hebras de color rosado. Después más confiado, apenas se fue tranquilizando.

Me quedé un rato todavía tendido junto a ella, contemplando sus delicadas facciones y su piel pálida como la luna. ¿Cómo puede ser tan endemoniadamente hermosa¿Cómo demonios lograba uno resistirse a sus encantos, a su radiante sonrisa, a sus brillantes ojos esmeralda? Si es que había respuesta a aquellas preguntas, estaba seguro de que jamás las encontraría, porque yo estaba sumido profundamente en la belleza de su rostro y su figura.

Pasado un rato, sin embargo, el sueño comenzó a invadirme, adueñándose de mi cuerpo y atontando mis sentidos. Antes de quedarme dormido junto a ella, alcancé a separarme un poco, apenas lo suficiente para que no se sintiera incómoda si despertaba en la madrugada.

Unos ojos negros se toparon con los míos, y la sensación que me transmitieron no fue de compañerismo ni mutua comprensión. Ahora estaban fríos y vacíos y tremendamente indiferentes, como si se hubieran vuelto ciegos al lazo que nos unía hace tan sólo unos años. Creí conocer tan bien a aquél chico de 15 años que me mostraba una sonrisita de suficiencia, y sin embargo, ahora me doy cuenta de que nunca fue así. Su dolor y el mío son distintos. Mientras yo buscaba la aceptación, él buscaba venganza. Mientras yo buscaba una razón para enterrar mi odio y dejarlo atrás, él buscaba el odio para reafirmar su tétrico juramento. Y ahora estábamos frente a frente, el equipo 7 reunido de nuevo, aunque no bajo las mismas circunstancias que antes. Ya no estábamos cobijados por aquella sensación de protección que sentíamos al estar juntos; todo eso se había ahogado en los mares del olvido.

Pero Sakura-chan y yo todavía creíamos en el pasado, en que los lazos no se pierden aunque nos separen diferencias abismales. Pero todo lo que alguna vez fue ya no regresará. El Sasuke que estaba ante nosotros, vestido de blanco con sus pantalones negros no era el Sasuke-kun de Sakura ni era el dobe que yo conocí y al cual llegué a considerar como de mi propia sangre. Movidos por la fuerza de un recuerdo, recorrimos montañas, aldeas, y países. En su búsqueda, derrotamos enemigos, salvamos obstáculos, cruzamos ríos y desafiamos al destino. Todo para llegar a ese momento…

- Sasuke-kun¡vuelve con nosotros! – gritaba una desesperada Sakura que se veía incapaz de sostenerle la mirada.

- ¡No seas tonto, la venganza no te servirá de nada! – Me encontré yo mismo gritándole frenéticamente, aunque sabía que las palabras de nada servirían.

- No. Ustedes no entienden, Konoha ya no es mi hogar. Lo será hasta que haya acabado con mi hermano.

- ¿Y luego qué? – gritó Sakura-chan con lágrimas en los ojos, pero su voz comenzaba a adquirir un tono peligroso. - ¿Qué harás luego de que tu vida quede vacía porque ya no encuentras los motivos que te llevaron a matar a Itachi¿Qué harás cuando regreses y te des cuenta de todo lo que has abandonado, de todos los amigos que se sacrificaron por ti y que ya no estarán allí para recibirte¿Qué harás cuando te des cuenta de que los tiempos han cambiado, de que ya no habrá quien te ruegue, quien te suplique, para que te quedes en casa?

Sakura-chan gritaba todo esto con obvia frustración, en un torrente de palabras que evidentemente, había estado reprimiendo desde la partida de Sasuke y que se habían visto intensificadas por los dos años y medio de cruel entrenamiento bajo la severa mirada de la vieja Tsunade. Sasuke nada más sonreía, aquella sonrisa tan vacía como sus ojos, tan carente de emoción y de afecto.

¿Qué había pasado con el Sasuke que habíamos conocido? Aquél que una vez me dijo que no quería ver morir a alguien preciado una vez más. Aquél que casi se sacrificó por salvar nuestro pellejo más de una vez, nuestro compañero de equipo, junto al cual realizamos tantas misiones exitosas. ¿Habría desaparecido, abrumado por el dolor de la pérdida de su clan?

Y sin que nosotros lo quisiéramos, nos vimos obligados a pelear con el chico al que tantas veces le confiamos nuestra vida. Su superioridad era evidente. Un prodigio de ninja, con la sangre Uchiha corriendo por sus venas, entrenado por el mismísimo Orochimaru y alimentado por la llama del odio era demasiado para nosotros, que fatigados por la larga jornada, arrastrábamos el cansancio de varios meses de angustia e impotencia. Noches de desvelo, días sin descanso nos pasaron la factura en aquella pelea innecesaria que no solamente nos rompió el cuerpo, sino también el alma.

Primero Sakura-chan usó su fuerza para partir el suelo bajo nuestros pies, haciendo temblar la tierra como en un violento terremoto, mientras yo preparaba mi Rasengan. No importa qué tan lejos tuviera que llegar, no importa si teníamos que llevar a Sasuke por la fuerza, pero él regresaría a Konoha con nosotros. Y con la promesa de vida que le hice a Sakura-chan quemándome en la mente y en el corazón arremetí con el Rasengan-Shuriken, mi ataque más poderoso. Atacar de esa forma era arriesgado, jugándonoslo todo en una sola carta, en un solo movimiento. Pero Sakura-chan y yo sabíamos que no aguantaríamos una pelea de más de una hora.

Ni el Rasengan ni la monstruosa fuerza de Sakura fueron suficientes. Sasuke activó su Sharingan y allí todo fue de mal en peor. Controlando el poder de Kyuubi yo había sido despojado de mi arma más efectiva y más peligrosa. Y anticipando los movimientos de Sakura-chan, Sasuke burló fácilmente todos nuestros ataques, incluyendo el Rasengan que una y otra vez lanzaba de forma cada vez más desesperada. La siguiente carta que jugó en nuestra contra fue el Chidori. Desarrollado a niveles sorprendentes, Sasuke era capaz de proyectarlo desde cualquier punto de su cuerpo, incluyendo esa maldita espada que por poco y acaba con nosotros. Tan tranquilo, sin un solo rasguño, sin una gota de sudor ni el más mínimo jadeo, Sasuke nos venció de la peor manera posible. Derrotados física y psicológicamente, ahogados por dentro a causa del dolor y la frustración, Sakura-chan y yo intentamos un último ataque a la desesperada.

Un tajyuu kage bunshin acabó con mis últimas reservas de chakra disponibles, y atacando desde todas las direcciones posibles pusimos nuestra última exhalación en aquél ataque. Una ilusión. Debimos conocer a Sasuke más a fondo. El Sharingan nos hizo una mala jugada de nuevo, haciéndonos atacar lo que ahora se transformaba ante nosotros en un desfiladero. ¿Cómo pudimos caer en una trampa tan tonta¿Cómo pude fallarle a Sakura-chan de nuevo? Y antes de caer completamente, lo último que vi fueron los ojos escarlata de mi mejor amigo, con 3 pequeñas comas en cada uno de esos pozos sanguinolentos.

Sakura-chan y yo caímos por un barranco. Ahora lo recuerdo, rodamos montaña abajo, golpeándonos con las piedras, yo tratando de proteger con mi cuerpo a Sakura-chan, aferrándola y abrazándola antes de llegar al suelo para evitar que se hiciese daño.

Desperté en medio de la oscuridad de aquella opresiva cueva. Sentía el sudor frío que le sigue a las pesadillas bajando por mi nuca, y con la boca ligeramente entreabierta jadeaba silenciosamente. ¿Dónde estaba¿Cómo había llegado hasta allí¿Acaso…?

Giré la vista, preocupada, esperando encontrar la silueta de Naruto. Aquél ninja que tantas veces había ofrecido su vida sin vacilar, para salvar la mía. Mientras mis ojos se acostumbraban poco a poco a la tenue luminosidad proveniente de los vacilantes rayos de luna que se colaban por la estrecha rendija que servía como puerta de acceso a la cueva, me puse a pensar en lo que había pasado hacía tan sólo unas pocas horas.

Habíamos estado frente a Sasuke, y le había gritado con tanta rabia las cosas que siempre quise callarme. Pero no me sentí mejor… al ver su sonrisa sardónica, sus ojos tan negros y tan fríos como la noche en la que estábamos sumidos, sentí un enorme vacío. Mi corazón se contrajo de dolor, pero mis entrañas se revolvieron por la ira acumulada. ¿Qué tan lejos teníamos que llegar para traerlo a casa¿Cuánto más tendría que caer él para darse cuenta que su vida se volvería un infierno de vacío y soledad cuando viera cumplida su venganza? Mordiéndome el labio inferior para contener las lágrimas que luchaban por salir de mis ojos, finalmente pude apreciar una figura tendida a unos pocos pasos de donde yo me encontraba.

Respiraba agitadamente, se revolvía contra el suelo, agarraba desesperadamente con sus manos pequeños puñados de tierra y polvo como si tratara de aferrar algo que se le escapaba de los dedos. Sabía que probablemente estaba teniendo la misma pesadilla que me despertara a mí hacía unos minutos. Y recordé que durante mi agitado sueño, alguien me había brindado el calor y la protección que tanto necesitaba en esos momentos. Supuse que había sido el chico de cabellos rubios, que ahora necesitaba de mí.

Al sentir algo suave debajo de mí, bajé la vista y me di cuenta de que era la chamarra de Naruto. Sin poder evitarlo, dejé que se dibujara una tierna sonrisa. Naruto¿qué haría sin ti? pensé con los ojos húmedos y el corazón conmovido. Ese rubio shinobi había sido el que me salvó de caer en un abismo cuando Sasuke-kun se fue. Con su brillante promesa y su obstinación para seguir adelante, fue mi fuente de inspiración en las arduas jornadas con Tsunade-sama. Gracias a él y a la firmeza y dedicación de mi sensei y a mi obsesión por traer de vuelta a Sasuke-kun, me volví una kunoichi digna de admiración, capaz de plantarse firmemente al lado de mi único compañero que quedaba del equipo 7.

Agarrando la chamarra sobre la cual estaba sentada, me arrastré con ella hasta el lugar donde reposaba Naruto, pero justo cuando iba a colocarla sobre él a modo de frazada, vi las incontables heridas de las cuales, por algunas todavía resbalaba un hilillo de sangre. No recordaba muy bien lo que había pasado, lo único que sí sabía con certeza era que habíamos caído desde un acantilado. ¿Cómo habíamos sobrevivido? De él podía entenderlo, pues el chakra que le proporcionaba el Kyuubi era infinito, pero yo no debería estar aquí. Una caída desde esa altura mataría a cualquier ninja, incluso a un jounin.

Vacilé unos instantes, dejando la chamarra a un lado de Naruto. Necesitaba atención médica, y yo podría curarle la mayor parte de sus heridas, pero no quería despertarlo. Seguramente estaba cansado y haberme traído hasta aquí le debió de haber resultado agotador. Finalmente decidí que aunque el zorro que habitaba dentro de él haría la mayor parte del trabajo, al menos yo podría cerrar las lesiones superficiales. Sin hacer ruido y con el mayor cuidado posible me arrodillé junto a él y procedí a juntar chakra curativo en mis manos.

Un halo verde las cubrió, como cada vez que usaba aquella técnica, ya tan conocida y familiar para mí. Uno a uno los cortes fueron cerrando, la sangre dejó de fluir por ellas y las contusiones más graves comenzaron a ceder, pasando del color morado al matiz natural de la piel de Naruto. Ni siquiera me había dado cuenta de que yo misma me encontraba en condiciones deplorables, tan concentrada estaba en mi trabajo y en brindarle a mi amigo y compañero suficiente chakra para que sus heridas cerraran.

Cuánto tiempo pasé arrodillada a su lado, curando una a una sus múltiples lesiones no supe exactamente, pero debieron de haber sido horas, porque la mañana me sorprendió justo cuando me quedé sin chakra y me limpiaba las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por mi frente a causa del esfuerzo.

Los rayos del sol comenzaron a hacerse más intensos conforme el amanecer fue haciendo acto de presencia, llegando hasta el rostro zorruno de Naruto y despertándolo lentamente. Me levanté en ese momento, y caminé hacia la entrada de la cueva para explorar los alrededores y encontrar algo que pudiera servirnos de comida. Además quería estar a solas un momento, ver a Sasuke-kun… no, a Sasuke… había causado un gran impacto en mí. Ese chico que de niña me había robado el corazón, era ahora fuente de sufrimiento y angustia. Su rostro no me traía más que amargos recuerdos de los tiempos en los que me humillé para obtener un poco de su atención.

Pero justo cuando me disponía a salir, una voz que yo conocía casi tan bien como la mía propia resonó en mis oídos, haciendo que me girara y ocultando mis lágrimas bajo una máscara de falsa alegría. Con una sonrisa, que traté de que pareciera lo más natural posible, volví la cabeza hacia mi rubio amigo.

- Sakura-chan, buenos días – me dijo Naruto, pero con una voz carente de su optimismo habitual.

- Buenos días Naruto – le contesté. – Justo en este momento iba a salir a buscar algo de comida. Creo que tú necesitas descansar, no te preocupes yo volveré en unos momentos.

Naruto no dijo nada, solamente agachó la cabeza y de sus ojos tan intensamente azules como el más límpido de los cielos, creí apreciar una pequeña lágrima. Lágrima que nunca alcanzó a resbalar por su rostro, porque al cerrar sus ojos en una mueca de dolor, desapareció bajo sus párpados.

- Sakura-chan, te juro que cumpliré mi promesa. Sólo dame un poco más de tiempo. Y perdóname por hacerte esperar. Perdóname por no poder habértelo traído de vuelta hace unas horas, por fallarte una vez más.

Me extrañó la actitud de mi compañero de equipo. Él, que me había llevado hasta esta cueva para ponernos a salvo, que había recorrido junto conmigo todos los países habidos y por haber, peinando cada maldita aldea en búsqueda de Sasuke por un capricho mío, me estaba pidiendo disculpas. Y era yo quien quería disculparme por haberlo hecho esperar tanto tiempo, era yo quien debía ofrecerle mis más sinceras disculpas por no haber sido más que un estorbo durante todos estos años.

- Naruto, no tienes que… - comencé a decir acercándome unos pasos hacia él. Pero antes de que pudiera terminar la frase, el shinobi me interrumpió.

- Sí, Sakura-chan tengo que hacerlo. Porque yo te lo prometí; te prometí que te traería a Sasuke de vuelta y no he podido cumplir ese juramento. Espero que puedas perdonarme por este intento fallido.

Los cambios de humor de mi amigo suelen sorprenderme más veces de las que puedo llevar la cuenta. Y esta vez, no fue la excepción. Después de aquellas significativas palabras, llenas de sentimiento y genuino arrepentimiento, alzó su cabeza, dibujando una de esas sonrisas zorrunas que iluminaban mi camino cuando creía que la esperanza se había perdido.

- ¡Cómo desearía que hubiera un puesto de ramen en estos momentos! – dijo, levantándose de un salto y cogiendo su chamarra mientras lo hacía.

No pude más que sonreír ante la actitud de Naruto, pero acto seguido la sangre comenzó a hervirme. ¿Cómo podía bromear en una situación tan crítica? Sin poder contenerme, recorrí la distancia que nos separaba en unas pocas zancadas y le asesté un golpe en la cabeza que quizá resultó un poco excesivo.

- ¡Ouch¿Por qué hiciste eso Sakura-chan? – me preguntó el ninja, mientras se sobaba el lugar donde le había asestado el puñetazo.

- ¡Baka! Tenemos que conseguir comida y lo único en lo que puedes pensar es en el ramen. Te morirás de hambre si no te acostumbras a comer otra cosa.

No llevábamos ni 10 min. caminando, cuando le pregunté a Sakura-chan algo que llevaba dándome vueltas en la cabeza desde que salimos de la cueva para buscar comida.

- ¿Por qué te quitaste la chamarra durante la noche, Sakura-chan? Debiste de haber tenido mucho frío.

- No seas tonto, Naruto. Me estaba muriendo de calor.

La miré con incredulidad, y busqué la verdad en sus ojos verde jade que no quisieron clavarse en los míos. Me encantaba que se hiciera la ruda, aunque yo sabía perfectamente bien que detrás de esa coraza de seguridad y fortaleza, todavía se ocultaba la niña frágil y vulnerable de 13 años, que aún temía a ser una carga para los demás. Esa faceta de Sakura, era una de las cosas que más me gustaban de ella. Su desición para salir adelante y su incapacidad para aceptar la derrota. Eso era lo que nos hacía imparables a la hora de luchar juntos.

- Aún así, no debiste de curar mis heridas estando tú tan débil. Hubiera preferido que dejaras al Kyuubi hacer su trabajo. Para algo bueno debe servir ¿no?

Cuida tu lengua, mocoso insolente. La voz del Kyuubi resonó en mi mente, pero preferí ignorarlo. Sakura-chan no me contestó, pero creí advertir un ligero rubor en sus mejillas.

- Deja de decir tonterías y mira lo que hay ahí – me dijo, señalando un punto enfrente de nosotros.

De mala gana, desvié la vista de su rostro y la dirigí hacia el lugar señalado. Un frondoso bosque se abría ante nuestros ojos, alejándose de las montañas y adentrándose en lo que debía ser la Aldea Oculta del Agua.

- ¡Qué extraño! No sabía que hubiera un bosque entre Konoha y la Aldea Oculta del Agua – exclamé tratando de recordar, en vano, los mapas que el maestro Iruka nos había enseñado en la Academia.

- ¡Qué mal Naruto! Quieres convertirte en el mejor de los Hokages y ni siquiera conoces la geografía de Konoha – bromeó Sakura-chan con su típico tono de superioridad.

- Eso no tiene nada que ver – argumenté en mi defensa, inflando los cachetes a causa de la indignación. – Un buen ninja no necesita de mapas, basta con que sea capaz de defender a su pueblo. Además, por eso me casaré con alguien que sepa de estas cosas.

Sin saber muy bien el por qué, Sakura giró la cabeza con las mejillas encendidas. ¿Acaso dije algo que la molestara?

- ¿Sabes qué pienso Naruto? Deberíamos regresar a Konoha lo más pronto posible – exclamó Sakura-chan con su rostro de vuelta al color normal.

- ¡Pero yo tengo hambre! – dije haciendo uno de mis típicos berrinches que no me valdrían más que para recibir otro puñetazo por parte de Sakura-chan.

- Está bien. Veremos que encontramos en el bosque y después regresaremos a casa – suspiró la shinobi de cabellos rosados.

La miré con sorpresa. Esta vez no hubo golpes ni gritos, algo extraño en ella. En verdad debía de sentirse muy mal por el enfrentamiento con Sasuke. Clavé los ojos en el suelo y en voz baja me maldije una y otra vez por mi debilidad, porque estos años de duro entrenamiento, con la esperanza de traer a ese dobe de regreso no habían servido de nada.

Después de saciar nuestro apetito en el bosque con unos extraños frutos de color bermellón que no sabían muy bien, emprendimos el regreso hacia Konoha. Íbamos en silencio, con la cabeza gacha y la actitud de derrota de quien lo ha perdido todo y no sabe cómo recuperarlo.

Nos pasamos todo el día en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos y aunque todas las veces que volví la cabeza para mirar a mi compañera no vi ni una sola lágrima, su rostro mostraba una inconfundible tristeza y… ¿acaso sería decepción? Cuando sus ojos jade se incrustaron en los míos, me revelaron un dolor tan intenso y profundo que se me clavó en el corazón con la fuerza de una espada. Olvidando mi propio sufrimiento y mi propia agonía no pude más que forzar una sonrisa; no podía dejarla caer en un momento así. Aunque tuviera que tragarme mi propia tristeza y esconderla en lo más recóndito de mi ser, encontraría la fuerza para sacarla adelante, para agarrarla y sostenerla cuando vacilara en su camino, cuando se le acabara la voluntad para seguir.

Ella me contestó con una sonrisa amarga… sonrisa que marchitó aún más mi corazón y mi alma. Y una rabia bastante conocida se apoderó de mí. ¿Cómo era posible que ese maldito bastardo se hubiera negado ante las palabras de súplica de Sakura-chan¿Cómo carajo no se daba cuenta de lo afortunado que era al tener toda la atención y preocupación de esta linda kunoichi¿Qué tan ciego o qué tan sinvergüenza tenía que ser para ignorar su llanto y su sufrimiento de esta forma? Si yo ni siquiera podía soportar ver su cara suplicante y su máscara de optimismo detrás de la cual se ocultaba toda su frustración. Y tan sólo de imaginarme que fuera yo la causa de todas sus penas…

Algo sí era seguro… no descansaría (y que el cielo y la tierra fueran testigo de mis palabras), hasta ver una sonrisa dibujada en la cara de ese ser por el cual yo vertería gustoso cada gota de mi sangre. Porque por muy mal que me encontrara, por mucho que las esperanzas me hubieran abandonado y por mucho que me encontrara sumido en lo más profundo de un abismo o en la más negra de las noches… era su sonrisa, sus ojos, su fuerza, toda Sakura-chan la que me hacía pensar que todavía había una razón por la cual luchar, por la cual seguir adelante hasta caer rendido, por la cual poner hasta mi última exhalación en traer a ese baka de regreso. Nunca podría imaginarme mi vida sin ella, no podría soportar que me diera la espalda y la pesadilla más terrible y recurrente que tenía era ver su cuerpo inerte sobre mis brazos, cubierto de sangre; sus ojos velados por la muerte, ese brillo esmeralda, por el cual yo recorrería el mundo entero y lucharía hasta el fin de los tiempos, extinguiéndose conforme exhalaba sus últimos suspiros … Esa imagen me asaltaba en los peores momentos de mi existencia, me llenaba de pánico y me hacía correr al lado de Sakura tan sólo para asegurarme que ella estuviera bien…

Finalmente, después de tanto caminar por verdes praderas y extensos valles de verde interminable con algún que otro charco de agua, llegamos a las puertas de Konoha. El viaje había sido agotador, y aunque nos habíamos mantenido siempre en el camino pedregoso que nos guiaría a casa, tuvimos que desviarnos un par de veces debido a que la tormenta había anegado e inutilizado algunos de los senderos más comúnmente utilizados. Tanto pasto y tanta planicie habían terminado por fastidiarme hasta que por fin comencé a divisar los inconfundibles árboles de nuestro hogar. Se extendían a cada lado de nosotros, hasta que se abrieron a un pequeño claro donde las enormes puertas de madera nos esperaban impacientes.

Recién había anochecido y el sol lanzaba sus últimos rayos agónicos hacia la aldea, dándole un aire un poco tétrico y hasta lúgubre con las sombras rojizas y anaranjadas que se proyectaban desde los edificios. Por primera vez en mi existencia, no quería regresar a casa. Quería dar media vuelta y desfilar de nuevo hacia lo desconocido en busca de ese bastardo.

Y como si el día nos hubiera arrebatado el optimismo y las esperanzas, nos quedamos allí parados, uno junto al otro, dos shinobis desolados que intentaban por todos los medios buscar una razón para continuar existiendo. Cuando el sol terminó su recorrido por la enorme bóveda celeste, desapareciendo bajo el horizonte, la noche se tragó nuestros últimos vestigios de esperanza, dejándonos completamente secos y vacíos.

Supongo que esta angustiosa escena, que yo rogaba que fuera un sueño, terminó por acabar con el espíritu de Sakura. Se dejó caer de rodillas, todas las lágrimas que había estado conteniendo hasta ahora fluyendo como una cascada hasta llegar al suelo. Sus manos se aferraban a la tierra estéril, tratando de contener el dolor que la ahogaba y la devoraba por dentro. Suaves gemidos salían de su boca, sus ojos fuertemente cerrados y la mandíbula apretada. Verla así me destrozó más que cualquier cosa. Terminó por romperme el corazón y su llanto se clavaba en mí de manera angustiosa y asfixiante.

Tenía que detener esto de inmediato. No podía seguir así. Si mis ojos seguían contemplándola en este estado, terminaría por dar la vuelta y echar a correr en medio de la noche estrellada que se extendía sobre mí, gritando el nombre de Sasuke como desquiciado, y emprendiendo una loca carrera que al final no me llevaría a ningún lado. Me arrodillé junto a ella y tuve que reunir toda la fuerza de mi ya de por sí escasa voluntad, para ignorar el río de lágrimas que amenazaba con desbordarse. Tuve que estrujar mi corazón para sonreír y mostrar mi optimismo habitual. Y abrazándola con fuerza, le susurré palabras de consuelo al oído, palabras que solamente escucharía ella y que esperaba que calmaran su alma atormentada.

En el abismo en el que me encontraba sumida, en medio de mi oscuridad y desesperación sentí una presencia vagamente familiar y extrañamente cálida. La voz de Naruto comenzó a susurrar en mi oído y aunque mi cerebro era incapaz de asimilar el significado de aquéllas palabras su voz me trajo un poco de paz, cuya falta me estaba ahogando como si de oxígeno se tratase. Me aferré a esos fuertes brazos y enterré mi cabeza sobre su pecho, dejando salir toda mi frustración en forma de lágrimas. ¿Por qué era tan débil¿Por qué me veía obligada a depender de Naruto de esta forma¿Por qué él se empeñaba tanto en evitar mi sufrimiento aún a costa de su propia felicidad? Preguntas que danzaban por mi mente, sin encontrar nunca la respuesta. Fui remotamente consciente de que mi rubio amigo me acariciaba el cabello con suavidad en un intento por detener mi llanto. Lo estreché aún más fuerte contra mí, como si aquél cuerpo fuera mi única salvación en aquél infierno de soledad y desesperación.

Y ciertamente, lo era. Yo no sé qué haría en estos momentos sin Naruto al lado. Cuando Sasuke se fue y creía que mi vida se había quedado sin razón de ser, fue Naruto el que me dio un motivo para seguir adelante, para creer en un futuro mucho mejor, para luchar y hacerme fuerte cada día. Fue él quien me acompañó en mi búsqueda incansable del último descendiente Uchiha, y fue él quien peleó a mi lado, salvando mi vida y mi alma en más de una vez.

Cuánto tiempo pasamos así abrazados, bajo el frío aire de la noche, nadie lo sabrá nunca, ni siquiera nosotros. Cuando creí que ya no podría llorar más y que me deshidrataría a causa de tantas lágrimas, me incorporé lentamente con la ayuda de Naruto. Para mi sorpresa su rostro estaba completamente seco, sin el sendero húmedo que se reflejaba en mis mejillas.

- Perdona Naruto, no quería hacer esta escenita justo cuando llegamos a Konoha y arruinarte el regreso a la aldea. De verdad, lo siento mucho. – No pude hacer menos que disculparme por todas las molestias que le he causado.

- No digas eso Sakura-chan. No hay nada que perdonar, eres tú quien hace que valga la pena volver a casa.

Me dedicó una de sus radiantes sonrisas, las cuales yo envidiaba porque era capaz de dibujarlas en su rostro aún en las situaciones más desesperadas. No pude menos que devolvérsela. Nos separamos un poco y sin decir una palabra, pero intercambiando una mirada de asentimiento, entramos a Konoha. Los shinobis que estaban haciendo guardia ni siquiera osaron detenernos, testigos silenciosos de lo que había acaecido hacía pocos minutos. Probablemente nos conocieran, pues el equipo 7, ahora disuelto, se conocía como los Nuevos Sannins.