Disclaimer: Los personajes de Gundam Seed no me pertenecen, hago uso de ellos sin ánimo de lucro, si encontráis el nombre en otro fic situaciones con otros fics es pura conicidencia.
Un accidente... Una verdad... ¿Qué pasa cuando todo tu mundo y lo que conoces se viene abajo en un solo instante? Muu se siente perdido sin ella y quizá jamás podrá recuperarla. Oneshoot desde el punto de vista de Muu. UA.
NO tiene lemon.
Recordándote
Hoy hace cuatro años desde que mi vida cambió, desde aquel día en que le dije que no la amaba y que discutimos sobre una tontería, como hacemos siempre, bueno, hacíamos porque ahora no podíamos y eso me dolía, pero lo hacía más saber que yo era el responsable de ello. Me levanto temprano, como cada mañana desde ese día, me ducho y me visto para salir a que me golpee el aire frío de la mañana en la gran ciudad llamada Tokio. La Tokio Tower se alzaba imponente delante de mí, a lo lejos y al pasar cerca de ella observo lo hermosa que era. Todas las calles me recordaban los momentos felices que pasé junto a ella y más ese lugar, donde nos dimos el primer beso.
Recuerdo que ella llevaba un vestido sencillo de color azul cielo, con sus zapatos de tacón y su cabello marrón hasta los hombros, sus ojos de tono rojizo mirándome con muchas sensaciones, también recuerdo lo que sentí cuando noté sus labios sobre los míos. Fue una sensación mágica y dulce, como cuando notas la brisa suave del mar pasar por tus cabellos, ondeándolos ligeramente, su sonrojo después del beso y la larga caminata de ese día.
Sigo recto y la dejo atrás para, ahora, detenerme en la pastelería donde tuvimos nuestra segunda cita. Sonreí al recordar cómo se manchó el jersey de tirantes con chocolate a causa de un choque con otro chico y de cómo le gritó que le comprara uno nuevo, desde ese momento no volvimos a saber nada de ese chico. Sonrío y sigo mi camino, estoy cerca de ella y atravieso el parque central de la ciudad. Los pájaros cantan y la gente corre o pasea a los perros, continúo y atravieso el lugar para girar dos esquinas a la derecha más adelante y dar de frente a ese edificio. Entro y saludo a las personas de ahí ya que me conocían, llevaba tres años seguidos viniendo a ese lugar. Subo al ascensor y me dirijo a su habitación, donde estaba descansando tranquilamente. Como siempre.
Me acerco a ella y le acaricio el rostro, de nuevo sin reacción alguna por parte de ella. Me había resignado a que todas las mañanas fueran igual, ir a visitarla se había convertido en una especie de rutina. Me senté a su lado y le hablé de lo que hice ayer, los médicos decían que me escuchaba y que me entendía, quería creer que era cierto pero estaba comenzando a perder las esperanzas. Estábamos en silencio, el sonido del cuenta gotas se me metía en la cabeza, como si fuera un reloj, ya no me molestaba escucharlo. Estaba igual de hermosa que ese día. La mascarilla para respirar ya no la tenía y le habían puesto los tubos de oxígeno los cuales tienen un nombre extraño que no recuerdo y creo que nunca lo haré.
-Murrue, te extraño tanto... Echo de menos tu sonrisa, tu voz, tus besos, la manera en la que me miras cuando estoy contigo. Han pasado tres años y no puedo superar este dolor que carcome mi alma, me siento culpable. Quizá si no hubiéramos discutido, ahora no estaríamos aquí pero los "hubiera" y los "¿Y si...?" tampoco existen.-
Ojalá lo hicieran. Así pasé la mañana, ojeando una revista que había en la sala de estar y que tomé prestada -yo jamás robo- cuando vi que era un poco tarde. Me despedí de ella con un beso en los labios y fui a la cafetería a comer algo. Los lunes me gustaba porque había como una especie de bufet libre en dicho lugar, al menos era mejor que los menús hechos a base de verduras y hierbas -lo digo por las lechugas y esas cosas porque para mí son eso, hierbas para el pasto- pero tampoco podía exigir mucho. Me acabo la comida y regreso para despedirme de ella, de nuevo con un beso para salir de ahí triste, como cada día.
Avanzo rápido por las calles hasta llegar a mi oficina, saludé a la secretaria y me senté en la silla, esperando tener algo que hacer, tenía muchas llamadas que atender y muchas que realizar porque la empresa que mi padre lideraba sólo abría por las tardes y eso me vino muy bien porque quedaba cerca del hospital. Realicé todo lo que tenía que hacer y eran la una de la mañana, entre papeles y llamadas pendientes de otros días se me acumuló el trabajo hasta las cinco. La impresora de la oficina iba a toda pastilla y no paraba de imprimir documentos desde hacía dos horas. Las seis de la mañana y por fin había terminado. No quedaba nadie ahí así que me tomé mi tiempo y de nuevo el frío de la noche golpeó mi cara, haciéndome tiritar de frío. Hago el camino de vuelta y al llegar a mi casa, el llanto de un niño llama mi atención. Sonrío y subo a su habitación, éste al verme se lanzó a mis brazos y me abraza llorando.
-Ya pasó mi niña, papá está aquí.-
-Papi... Quiero ver a mama otra vez.-
-Entonces mañana temprano te llevo. ¿Qué tal el fin de semana con tía Natarle y tío Andrew?-
-Divertido, nunca me aburro con ellos y con mi primo Gabriel tampoco. ¿Puedo dormir contigo?- Preguntó inocentemente, eso me recordaba mucho a ella, a su forma de ser.
Lo había heredado de su madre. Murrue provocó en mí un sentimiento de culpa pero esa niña era lo único que tenía de ella ahora, a parte de los sentimientos hacia esa mujer que tanto amo y que extraño. Cuando me enteré de que estaba embarazada y de que podía perder al bebé sentí alegría pero dolor. Hicieron todo lo posible porque naciera y debido a ello nació una niña a la que llamé Maryû, como se pronuncia el nombre de su madre en japonés la cual era su adoración y me desvivía por y para ella. Le daba todo el cariño que no le podía dar a mi mujer. Nos dormimos juntos como todos los días y a la mañana siguiente volví a hacer el mismo camino de ayer, esta vez acompañado de mi pequeña niña, era un regalo del cielo.
Paramos en la pastelería que tantos recuerdos me traía y le compré un trozo de pastel a mi niña, sin duda era una glotona, la cogí en brazos y la subía mis hombros, siempre me agarraba el pelo porque pensaba que se caería. Yo nunca dejaría que eso pasara. Siempre que íbamos los dos juntos acababa llorando, por eso casi nunca la traía. Volví a la rutina del día y la besé en los labios, no había gesto alguno, seguía igual. La niña la puso al día pero esta vez cuando fue la hora de irse no lloró como antes, me dijo que debía de ser fuerte por mí. Esa era la respuesta que me daba mi amada cuando estaba triste por algo. La llevé al colegio y volví junto a mi amada, habían pasado una media hora y vi cómo médicos e enfermeras y nadie me hacía caso. Cuando esas personas acabaron me sentía extraño, algo me decía que hoy, sería un día feliz para todos. Nadie me dio explicaciones así que entré y me quedé estático mientras observaba la habitación. La cama estaba levantada y ella estaba de cara a la ventana, lentamente giró su cara y me miró sonriéndome. No me lo podía creer.
-¿Murrue?- su mirada me hizo saber que esto no era un sueño, que lo que estaba sintiendo en estos momentos era real. Sin saber qué hacer, corrí a abrazarla amorosamente y me eché a llorar, lloré como nunca jamás había pensado hacerlo.
Lloraba de alegría, de tristeza. Habían tantas emociones en mí cuando la abrazaba después de tres largos años No sé cuánto rato pasé de esa manera pero me dejó sacar todo lo que llevaba reprimiéndome todos estos años, la abrazaba como si se me fuera la vida en ello, como si se me volviera a dormir y esto sólo fuera un cruel sueño. Había soñado con este momento estos tres años, le pedí perdón mil veces pero ella no decía nada, supuse que estaba sorprendida pero no podía dejarla ir. Tenía que llamar a todo el mundo pero quería que por un rato sólo estuviera yo con ella.
-Me duele todo...-
-Es normal.. Has estado en coma cuatro largos años.- Le conté mientras me secaba las lágrimas y me recompuse aunque me era difícil hacerlo ahora. -Discutimos y... Tuviste un accidente de coche.- su cara era de confusión. ¿Acaso no recordaba lo anterior al accidente? Me sentí más culpable todavía. -Murrue... ¡Lo siento, perdóname por lo que te dije! No puedo vivir sin ti, eres mi sol, la luz que alumbra mi camino. Desde que te ocurrió esto no he podido ser feliz completamente. Te he extrañado cada noche, cada momento en el que paseaba por las calles y todo me recordaba a ti. ¡Perdóname!- Le supliqué por enésima vez.
Me sentía un verdadero idiota, tantas veces deseé pedirle perdón y ella tan sólo me agarró el rostro, obligándome a mirarla a esos ojos que jamás creí volver a ver con sus cálidas manos y me besó, para luego decirme que estaba cansada y dormirse otra vez. No quería que lo hiciera, temía que no volviera a despertar y a mirarme, de que no pudiera volver a escuchar su voz. El doctor me aseguró de que lo peor había pasado y que, dentro de poco, volvería a caminar y retomar su vida normal pero no quería confiarme. Me habían prometido tantas cosas que ya no sabía si creerlos, opté por hacerlo y no me moví de su lado, hasta que volvió a despertar y de nuevo lloré.
-Eres un llorón, me despierto y sólo se te ocurre llorar.- Dijo con voz débil y cansada, seguramente por el efecto de los sedantes.
-Es que... Son tantos sentimientos encontrados, no tengo palabras para describirlos.-
Estaba dolido y eso se me notaba, no porque ella hubiera hecho algo, sino porque yo era incapaz de perdonarme a mi mismo y jamás lo haría, de eso estaba completamente seguro. Al principio, todos sus amigos -o los que decían serlo- la visitaban cada día, le traían flores y pasaban rato con ella, al cabo de un tiempo, el grupo se redujo a la mitad y, pasado un año, dejaron de venir, habían perdido las esperanzas y sólo Natarle, la que era como su hermana y su esposo la seguían visitando de vez en cuando, su familia jamás había ido a verla pero pensé que tenían derecho a saberlo. La dejé descansar de nuevo y los llamé a todos, como era de esperar, sus padres no me cogieron el teléfono. Llamé a Natarle y se quedó perpleja, igual que yo cuando la había visto, mirándome de esa forma tan cálida como lo hacía siempre, sólo para mí. Se pensó que le estaba timando, le aseguré de que era verdad y media hora más tarde, estaba ahí, buscándome desesperadamente y cuando la vio hablando conmigo dificultosamente la abrazó efusivamente.
-Natarle... Me ahogas...-
Sonreí ante la pequeña escena graciosa que estaba viviendo. La mujer de cabellos negros se disculpó, diciendo que se dejó llevar por la emoción y no era para menos, había reaccionado como yo pero de manera contraria. Hoy era el día en que nuestra hija se quedaba a dormir en el colegio, ya mañana le daría la sorpresa. Me contó que había escuchado todo lo que le decíamos y sabía que tenía una hija pero no la conocía, no se la podía imaginar y quería verla -como no-, Me regañó por haberme dejado el cabello largo pero la verdad es que ni me fijaba mucho en eso, es más, me gustaba más ahora que antes. Una vez solos, le prometí que jamás volvería a dejarla sola y nos quedamos abrazados durante un largo período de tiempo.
Muchos años después, en la misma ciudad una niña de diez años, cabello castaño claro, tirando a rubio y ojos negros cerró el pequeño diario de su abuelo, sorprendida. Lo encontró haciendo una mudanza y desde entonces lo quería leer, de eso hacía un año. Le pidió permiso a su abuelo para leerlo y éste le dejó hacerlo. Ahora entendía mejor el amor que sus abuelos se tenían a pesar de sus cincuenta años. Este diario había sido escrito veinticinco años atrás por Muu La Fraga, plasmando todo lo que sentía en esos momentos. Ésta era la última página del diario. Corrió donde su abuelo y lo abrazó, para luego llorar en sus brazos.
-¿Qué te pasa, pequeña?-
-Es que... He leído tu diario y...-
-Sabía que no debía dejártelo leer.-
-No es eso, es que yo todo esto no lo sabía...-
-Normal, fue una etapa dolorosa para todos y, aunque tu madre tan solo tenía cuarenta años, también lo fue para ella, quédatelo, este diario pasará de generación en generación así que cuídalo bien.-
Se lo prometió, la niña le dio un beso en la mejilla para luego irse corriendo a jugar a la consola, su esposa se acercó a él y se sentó a su lado. Pasaran los años que pasaran, se seguían amando como la primera vez o incluso más. No habían vuelto a tener hijos pero no se arrepentían de ello. Se abrazaron en la fría noche, contemplando las estrellas sobre el firmamento, la luna llena rodeada de puntitos brillantes, de algo efímero, intocable para los humanos. La luz de la luna alumbraba la fría noche de invierno en la ciudad de Kyoto, los pétalos de las flores de cerezo del jardín comenzaron a caer, lentamente, como una lluvia hermosa, dándoles esa sensación de paz cuando sientes que todo a tu alrededor es perfecto y es que, sus vidas, habían sido perfectas en todos los sentidos.
Un oneshoot de los pocos que he escrito y me han gusado, espero que lo hayáis disfrutado ^^
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