AVISO: los personajes son sacados de Bleach, no inventados por mí. Lo que salga en esta historia no tiene porqué pasar en la realidad. Casi todos los personajes son obra de Tite Kubo.

Me levanté como un día cualquiera para ir al Instituto. Otra vez más. Me quedé mirando la tenue columna de luz que iluminaba parte de mis manos, a las cuales les proporcionaba un toque de calor. Giré la cabeza, y vi el edredón rosa y con detalles blancos de Ururu. Estaba de espaldas a mí, durmiendo profundamente. Me quedé un momento pensando en lo que me esperaban esos próximos meses de clase: llegué a la conclusión de que lo mejor era centrarme en ello, pero sin agobiarme. Cuando me agobio caigo en una pequeña espiral sin retorno, de la cual me cuesta una eternidad salir. Me levanté de un golpe, ayudándome con la mano izquierda, y de un salto me puse delante de mi armario. "¿Qué me pongo hoy?" una pregunta habitual que sonaba en mi cabeza. Estiré de mis vaqueros y la camiseta con la frase "Just ain't the way it seems." Irónico. La llevaba la persona menos parecida a las demás en un radio de 200 Km.
Mi padre no tardó más de cinco minutos en presentarse para almorzar. Aún llevaba ese dichoso abanico que me ponía tan nerviosa. Era totalmente blanco, y se pasaba el día entero con él arriba y abajo. Aún no sé qué utilidad encontró en él, pero suponía que no tardaría en descubrirlo. Y eso me asustaba, ya que pocas cosas de las que hace mi padre son normales. Y en ese momento se estaba superando:

- Ann, ¿qué harás hoy?
- Pues tenía pensado ir al Instituto, pero no sé si voy a ir, aún no tengo el uniforme, así que será mejor que espere a que…
- ¡Pero si así vas perfecta! Se nota que no te has puesto la camiseta por casualidad…-encaró una ceja y me sonrió, mientras escondía sus ojos debajo del sombrero machacado.
- Já, já. Pues sí, ha sido la primera que he encontrado. Bueno, cambiando de tema, ¿y mi desayuno? –dije, mientras me sentaba en la misma silla de siempre, al lado de la puerta.
- Está en su estante. Tus cereales y la leche te están esperando allí – volvió a sonreírme, pero esta vez señaló el armario con su mano izquierda, ya que con la otra sujetaba el abanico.
- Ya, ya, bueno… la próxima vez tendré que hacerme el desayuno antes de irme a dormir, o despertarme antes… bueno, creo que tendré que hacérmelo antes de ir a dormir…
- Si ya nos levantamos así… mejor desayuna y ve tirando. ¡Ah! Saluda a Ichigo Kurosaki de mi parte.
- ¿Kurosaki? Miedo me das… a saber que conocidos tienes.

No tardé demasiado en desayunar y recoger mis cosas para poderme ir al Instituto. Me despedí de todos, y estaban como siempre: Jinta y Ururu, se podría decir que jugaban fuera, mientras mi padre y Tessai estaban dentro con su té. Suspiré, y me fui directa de una vez al Instituto.
No paraba de pensar en ese apellido… Kurosaki me sonaba mucho. Creo que papá me habló alguna vez de un Shinigami con ese apellido, pero estamos hablando de mucho tiempo atrás. ¿Y un familiar? Seguro que era eso…
Al girar la calle, justo al lado del instituto, mientras estaba enredada con mis pensamientos, no me di cuenta de que justo delante de mí tenía a un chico, asombrosamente alto, y con una musculatura increíble. Era de tez morena, bastante como para ser del Japón. Entonces miré el color de mi piel en los brazos. Era morena, sí, pero no tanto como él. Luego, me fijé en su cabello. Era un tono marrón oscuro, el cual le favorecía bastante, y lo llevaba despeinado a más no poder. El uniforme que llevaba le favorecía, pero no demasiado. Entonces, vi que entraba en el mismo instituto al cual tenía que ir yo.
Aún envuelta en mis ideas, y queriendo saber más sobre ese chico, no le quité la vista de encima, y pasé por en medio de la calle sin mirar. Grave error. El chico, al oír el motor de un coche que se acercaba a toda velocidad, se giró para verme. Se limitó a cogerme de la muñeca con sólo dos dedos, y empujarme hasta su lado de la calle a toda velocidad. Me asusté de la misma velocidad que emprendí, pero recuperé la compostura y supe pararme a mí misma antes de comerme la pared de cemento.

- ¿Te encuentras bien? –el chico parecía del todo preocupado. Posó sus manos encima de mis hombros, y para ello tuvo que agacharse ligeramente.
- Sí, claro, estoy bien. No hacía falta que me ayudases, pero gracias igualmente –le sonreí, pero sin muchas ganas.

Me miró sin decir nada. Simplemente se limitó a quitar las manos de mis hombros, asentir con la cabeza, y volver a dirigirse hacia el Instituto.